miércoles, 1 de octubre de 2008

Piedras

Pedro Conde

      Su pequeño cuerpo parecía un perchero del que colgaba, sin orden, toda la ropa que pudiera tener en propiedad. En la última capa el tres cuartos de color indefinido, de cuyos bolsillos sacaba rauda las piedras que arrojaba a su invisible perseguidor. Desde su boca también le arrojaba insultos, gritos ininteligibles, arañados y rasgados por los dos únicos dientes que le quedaban.
      Su pelo, cortado a grandes trasquilones, lucía rocoso debido al duro amasijo que formaba con el polvo y el sudor acumulado de días, meses… En su cara, en su piel, las arrugas aprisionaban en su interior una capa de roña que a modo de pátina imitaban la madera vieja.
      “La Loca”, así se le conocía, siempre estaba huyendo. Caminaba por las calles empedradas del pueblo, arrastrando su vida loca. Iba por los caminos de tierra, empolvando sus pies locos. No se paraba en ningún sitio. Tras de sí, como un gigante y mutado caracol, dejaba un rastro de letanía, un criptograma, una cadena de palabras sin fin, un murmullo viscoso. Y cada tanto, giraba su cuerpo, emitía esos locos gritos, tiraba piedras y corría de un peligro imaginario. En la huída aprovechaba para hacerse con nuevos proyectiles. Sin aparente esfuerzo doblaba su cuerpo menudo y recogía todo lo susceptible de ser lanzado. Tenían más valor las piedras vivas de filos redondos y del tamaño de un huevo. Los baches de las calles empedradas eran polvorines de los que cogía la munición con avidez malsana, con ansia, con avaricia.
      La loca tenía una historia que a veces se asomaba a sus ojos espantados desbordándose en gotas saladas, las mismas, luego, en retorcidos regueros le quitaban de la cara la mugre y dejaban atisbar un fondo limpio y cuerdo. Con esos retazos la gente componía las otras historias, completas e inventadas, al calor de las hogares, en los ratos de costura o en las colas del mercado.
      La Loca servía de diana para las burlas de los niños audaces y temerarios.
      —Loca, tú no estás loca, tú estás tonta, ¡Ja ja ja!
      Pero las chanzas no tuvieron nunca represalias. Servía de igual forma, de excusa a lo perdido.
      — Juraría que lo acabo de poner encima de la mesa, seguro que entró la Loca y lo cogió.
      Para todo mal inesperado.
      — La Loca te echó mal de ojo.
      Para desahogo de frustraciones.
      — ¡Fuera Loca, vete de aquí!, sólo me faltaba que me pegaras algo.
      Para matar desobediencias.
      — Como no te portes bien te regalo a la Loca.
      Y para acallar conciencias o calmar dolores de pecados.
      — Toma Loca, aquí tienes para que comas— y le ponían en la mano algún bocadillo o trozo de queso envuelto en papel de estraza, que ella recogía sin dejar de mirar de reojo por encima del hombro.
      — ¿De quién corres Loca? ¿Quién te sigue? ¿A quién temes?—y cada pregunta quedaba suelta, levitando, sin respuesta. Como mucho podías asistir a un nuevo episodio en el que asustada, con los ojos perdidos en ninguna parte, gritaba, tiraba piedras y escapaba del que la perseguía, de su miedo oculto e invisible.

      Aquella mañana, temprano, antes de salir al campo pasé por el bar a tomar el primer café del día. Y como siempre que había una novedad que contar, un motivo para escapar de la rutina, la noticia flotaba espesa en el aire como si de la humedad se tratara.
      — ¿Te has enterado? La Loca ha muerto. — me dijo Gregorio mientras me acercaba la taza de café humeante, cumpliendo con su deber de pregonero aficionado, con su vocación de comadre chismosa.
      — La han encontrado muerta en medio de la calle del Ayuntamiento.
      —Pues menudo estreno que ha tenido— el Seis Dedos sentenció con madrugador tono de sarcasmo —.Hoy era cuando iban a inaugurar las aceras y el asfalto de esa calle.
      —Yo creo que la han matado — Matías y su eterna filosofía de conspiración —. Ese no es un sitio normal para ir a morirse. Y un robo no ha sido, porque… ¿Qué tenía la Loca?
      — ¡Piedras! — y contestaron risas al comentario anónimo.
      — ¡Qué va! Dice el cabo de la Guardia Civil que no tenía ni una, que llevaba los bolsillos vacíos — Gregorio en voz baja, tratando de poner tono de confidencia, de misterio —. Las había tirado todas.
      —Pudo haber sido un infarto, no creo que haya otra explicación — intervine yo, poniendo los pies de todos en el suelo — ¿No?
      Y desde el final de la barra, con su acostumbrada parsimonia y voz ronca, nos llegó la solución del enigma de la mano del viejo Antonio, el de Las Cañadas.
      —Está claro como el agua —una profunda calada al pitillo prendió nuestras miradas en su punta de fuego rojo. —, lanzó todas las piedras, y en la calle nueva, en el asfalto — enredando las palabras en volutas de humo —, no pudo encontrar más munición con la que seguir espantando a la muerte..

8 comentarios:

  1. Con la descripción del primer párrafo atrapas al lector. Pero no queda ahí; las imágenes se suceden y podemos ver no sólo la silueta de la Loca, la vemos moverse, sobrevivir en un pueblo hostil. ¿Quién no ha conocido una Loca o un Loco?


    Hay construcciones muy bellas como :

    dejaba un rastro de letanía,

    La loca tenía una historia que a veces se asomaba a sus ojos espantados desbordándose en gotas saladas

    Por otro lado, hay algo que creo te comenté una vez y he vuelto a notar. Me da la sensación de que, a veces, no encuentras la palabra o expresión acertada, o no te convence:

    arañados y rasgados
    con avidez malsana, con ansia, con avaricia.
    audaces y temerarios.
    oculto e invisible
    con su deber de pregonero aficionado, con su vocación de comadre chismosa.

    Alguna otra cosilla:

    “La Loca” creo que no hacen falta las comillas, de hecho más adelante ya no las pones.

    “…arrastrando su vida loca.” me ha gustado “su vida loca” incluso barajé la posibilidad de “su loca vida” pero pierde la fuerza con la repetición “sus pies locos”.

    Como mucho podías asistir a un nuevo episodio Aquí he tropezado con la segunda persona.

    cada pregunta quedaba suelta, levitando, (esta coma podría omitirse) sin respuesta.

    Pudo haber sido un infarto, no creo que haya otra explicación — intervine yo, poniendo los pies de todos en el suelo — ¿No?
    No sé si al copiarlo cambié el formato o si ya estaba así, creo que el inciso entre guiones es demasiado largo. Pondría el ¿No? antes.

    En el último párrafo los incisos en guiones me traban la lectura, preferiría comas. Pero eso, supongo que va a gustos, o no, en ese caso espero que alguien más experto me corrija.

    Pedro, resumiendo, me ha gustado tu cuento y me da envidia; sana, se entiende. Ya me gustaría a mí tener tu capacidad de mostrar, y de expresar algo cotidiano como tú lo haces.

    Espero tener la oportunidad de leer esos ochenta y pico cuentos que desestimas, seguro que, en el peor de los casos, con una pulidita quedan como nuevos. Ni se te ocurra tirarlos ¿me has oído?

    Un abrazo, espero leerte pronto,
    Montse Villares

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  2. Me gustó muchísimo. Esa intercalación de diálogo en la narración le da una vivacidad increíble. Muy bueno el peronaje aunque fuiste implacable al describirlo. El final suena seco como una piedra. El uso del lenguaje poético es justo, no cansa. Está donde tiene que estar. Magistral cuento realista.

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  3. Yo no sé si a los demás también les ocurre que hay escritores, estilos, cuentos que, sean malos o buenos, les despiertan antipatía. Bueno, a mí me ocurre; me ocurre con algunos autores de escritura ampulosa, sobrecargada, pedante. Sé que hay a quien le sucede con Javier Marías o con Nabokov (a mí no, y mejor no cito mis nombres). Pero todo esto viene para ilustrar algo difícil de explicar, que carece de rigor analítico, y que es lo que me ocurre con Pedro. Los escritos de Pedro, sean malos o buenos, despiertan mi simpatía. Tal vez sea su llaneza, o ese aire que se desprende de todo lo que escribe, que le hace a uno reconocer en Pedro a una buena persona. Insisto: no es muy científico mi análisis, pero me interesa transmitirle al autor las sensaciones que despierta su escritura. Tengo un amigo que una vez me dijo algo parecido: "en tus textos, se te nota demasiado que eres buena persona; tienes que asesinar a una anciana y entonces empezarás a escribir algo interesante". Creo que lo he comentado alguna otra vez; no sé si mi amigo tiene razón en lo de buena persona, pero me temo que comprendí cabalmente lo que trataba de decirme. Que es algo parecido a lo que ahora trato de decirte, Pedro: echo de menos… cómo expresarlo… algo de malicia en tu escritura. Aunque generes menos simpatías en lectoras irracionales como yo.



    En cuanto a este texto que nos ocupa, tiene un poderosísimo final. Excelente, y ni siquiera se ve venir. En ese sentido, el cuento me dejó una gratísima impresión, pero si rebobino y trato de armar la historia a la luz de ese final, me doy cuenta de que apenas hubo nada más. No hay desarrollo en el personaje de la Loca (o yo no lo vi) y no hay desarrollo en la actitud del pueblo respecto a ella, ni contamos con elementos para armar ese desarrollo tras la revelación de su muerte y de la razón de su muerte. Ahí me faltó relieve en el cuento, me pareció que presentabas un plano, una exposición estática de la Loca. Pero bueno, hay tantas lecturas como lectores, y uno siempre se pregunta si faltan elementos o si es que uno no los supo ver.



    En cuanto al estilo, me parece que le sobran, le sobran, le sobran muchas palabras. Pero te habla una fanática del minimalismo, así que tampoco me hagas demasiado caso. Me he hecho a la idea de que el texto fuera mío y he eliminado lo que podaría en una primera vuelta, tomándome la libertad de tachar lo que yo tacharía, más que nada porque es más fácil hacerlo así que andar copiando y pegando lo que me parece que sobra. También señalo algún que otro error tipográfico o de uso de guiones (recuerda: los guiones son siempre como pinzas que van pegadas a la información que contienen; hazte a la idea de que sacas todo –guiones y palabras que encierran- y que el resto del texto podría leerse de corrido, sin que falte nada, ni siquiera espacios).

    Me gusta leerte, Pedro.

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  4. La loca de las piedras... te diré Pedro, que es una historía que ya había leido varias veces.Y que pienso leer muchas más, todas las que relea el libro de Albanta.
    Tiene algo esa loca, algo que nos hace simpatizar con ella a los que leemos tu relato.
    Tengo que confesar que uno de los libros que tengo, lo presto, en la oficina a los compañeros, a familiares y amigos.
    Mira que tiene relatos, un buen montón, pero en las votaciones(anexé una hoja al libro para que la gente que lo lee deje comentarios o puntue los relatos que más les han gustado) tu relato tiene muy buena puntuación.
    Personalmente he leido relatos tuyos que me han gustado mucho más, me considero afortunada.
    Un amigo me comentó sobre tu cuento lo siguiente:
    "¡Qué cabrón el viejo Antonio! Resuelve el enigma a lo Poirot y yo me lo imagino ahí tan normal, plantadito junto a la barra del bar con su cigarro considerando a los demás unos ineptos totales.jajajajaja, es la caña."
    Un beso,
    Eva

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  5. Querido Pedro,



    se me ha adelantado Senta, y me dio gusto leer su comentario. A mí me pasa igual con tu cuento, me gustó sin dificultad, me dejó leerlo, y desde la primera frase me ha “encantado”.

    Luego se me ha hecho difícil poner la distancia necesaria como para hacer alguna crítica de aporte.



    La loca parece que toma un volumen, y su retrato me hizo sentir que la conocía. Luego, a través de las “funciones” que cumplía para el pueblo, me admiré de tu agilidad para cambiar el foco, para pasearnos por distintas aproximaciones. Los hombres en el café: una escena retratada con síntesis exacta.

    Me dejó con ganas de que fuera más largo, porque no terminaba de tragar el manjar que ya se había terminado, pero es mi problema.

    Sólo me molestaron tres cosas, “, lucía rocoso debido al duro amasijo” y “las arrugas aprisionaban en su interior una capa de roña” que me parece que quedan por debajo de tu capacidad de decir sin decir, de describir siempre como paradójicamente.



    Desde “Su pequeño cuerpo parecía un perchero del que colgaba, sin orden, toda la ropa que pudiera tener en propiedad”, he comprendido al personaje, loco y callejero, antes de que me contaras su nombre.

    Me gustó mucho.

    “La Loca, así se le conocía, siempre estaba huyendo. Caminaba por las calles empedradas del pueblo, arrastrando su vida loca. Iba por los caminos de tierra, empolvando sus pies locos”.

    “…cogía la munición con avidez malsana, con ansia, con avaricia”.



    Fue un gusto leerte, espero más cuentos tuyos.



    Myriam

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  6. Los locos como personajes enigmáticos, atractivos, en el sentido de que atraen las miradas. Provocan temor, rechazo, curiosidad. En muchos se evidencia cierta anomalía, por así decirlo; son hombres y mujeres en los que asoma aquello que revela su condición de seres que han perdido la razón: la mirada extraviada, los ademanes bruscos, la extraña manera de desplazarse. Los hay que hablan con sus fantasmas. Otros pasan inadvertidos, hasta que abren la boca y entonces la incoherencia del discurso los delata.
    En todo barrio hay un loco o una bruja, y si no los hay los inventamos. Recuerdo que, de chico, le temíamos a una yugoeslava que vivía, sola, en una casona enorme. Era viuda, tenía la piel cerosa y las manos resecas. Nosotros, pibes de diez años, le inventábamos historias truculentas. Sin embargo, desde el ahora en que la recuerdo, me doy cuenta de que no resultó tan bruja ni tan loca la yugoeslava. La que sí era la encarnación del Mal, si se me permite este lugar común, se llamaba Maruca. Se llamaba o le decían, no sé. Uno pasaba con la bici por la vereda y ella, la vieja Maruca (que siempre fue vieja y sospecho que así habrá nacido) te bajaba de un escobazo. Esperaba escondida el momento preciso para atacar. Ya no quedan viejas malditas como esa, que perturban y enriquecen la niñez.
    Hace poco llevé unas gráficas al Moyano, un hospital psiquiátrico de mujeres situado en la zona sur de la capital. Ingresé con el rollo de vinilo adhesivo bajo el brazo, como Pancho por su casa. No me pidieron credencial ni nada por el estilo. Debía entregárselo a un arquitecto que estaba refaccionando uno de los pabellones. El edificio estaba bastante deteriorado. En el parque, donde había árboles y tierra pelada y escombros, las locas iban y venían, cada una con su tema. Una de ellas no dejaba de saludarme y otra me espiaba desde atrás de un árbol. Lamenté ser tan tímido y tan callado. Me hubiera gustado charlar con alguna, preguntarle cosas. Pero bueno, por eso mismo escribo, para vivir las vidas que no me atrevo, para ser otros, diluirme en muchos. Resumiendo, esas locas del Moyano daban tristeza, como la loca del cuento de Pedro que, a pesar de su espíritu combativo, es una loca querible, pintoresca.
    La loca de las piedras resulta un personaje necesario en el pueblo, forma parte de sus calles y de su gente. Es útil para acallar conciencias o calmar dolores de pecados. Y para desahogo de frustraciones. Y de excusa a lo perdido. Me gusta esa secuencia de voces anónimas, el dinamismo de ese ping pong.
    La historia está bien armada, tiene un final cerrado, un final perfecto. El arte es la inminencia de una revelación que no se produce, decía Borges. Aquí sí se produce la revelación que, condensada en la última palabra, nos llega como un flechazo. El cuento es un cono invertido cuyo vértice recae en la palabra muerte. Palabra sólida, pesada, insustituible. Si la quitamos, el cuento queda cojo.
    El personaje del viejo Antonio me parece interesantísimo, envuelto en su mística. El viejo habla pausado, desde el fondo de la barra, en la oscuridad, la brasa del cigarrillo creciendo con cada chupada y decreciendo al largar el humo. Una atmósfera bien lograda, y en pocas líneas.
    En este cuento no aparecen, como en otros de Pedro, las frases demasiado trabajadas y ornamentales, frases que a mí se me antojaban espejitos de colores. Hay imágenes destacables en esta historia de la loca y sus piedras; no suenan pretenciosas y se nos presentan frescas en su justo equilibrio poético. ¿Qué quiero decir? Sencillamente, que las frases de este cuento no adolecen de énfasis, que no empalagan.
    Hay dos partes bien diferenciadas, en la primera quien cuenta la historia es un narrador omnisciente; en la segunda lo hace un narrador testigo. Esta segunda parte se me hace más intima, más cálida.
    Vamos a los detalles.
    Piedras
    Pedro Conde

    Su pequeño cuerpo parecía un perchero del que colgaba, sin orden, toda la ropa que pudiera tener en propiedad. [Colgaba sin orden... ¿Cómo se cuelga ordenadamente la ropa? ¿Agrupada por colores? ¿Por tamaño? Aparte, una cosa es imaginar la ropa ordenada en un perchero y otra encima de una persona] En la última capa [Verbo elidido, va coma] el tres cuartos de color indefinido, de cuyos bolsillos sacaba rauda las piedras que arrojaba a su invisible perseguidor. Desde su boca también le arrojaba insultos, gritos ininteligibles [No me convence el adjetivo, en general los gritos suelen ser ininteligibles, en la acepción de que no se entienden], arañados y rasgados por los dos únicos dientes que le quedaban [Linda imagen].
    “La Loca”, así se le conocía, siempre estaba huyendo. Caminaba por las calles empedradas del pueblo, arrastrando su vida loca. Iba por los caminos de tierra, empolvando sus pies locos [Me parce una repetición pobretona, poco feliz]. No se paraba en ningún sitio [¿Vale esta aclaración? Acabás de decirlo una línea más arriba: Siempre estaba huyendo]. Tras de sí, como un gigante y mutado caracol, dejaba un rastro de letanía, un criptograma, una cadena de palabras sin fin, un murmullo viscoso [Me gusta esto, aun cuando es muy difícil ponerlo en imágenes y no entiendo bien qué quisiste decir]. Y cada tanto, giraba su cuerpo, emitía esos locos gritos, tiraba piedras y corría de un peligro imaginario. En la huida aprovechaba para hacerse con nuevos proyectiles. Sin aparente esfuerzo doblaba su cuerpo menudo y recogía todo lo susceptible de ser lanzado. Tenían más valor las piedras vivas de filos redondos y del tamaño de un huevo. Los baches de las calles empedradas eran polvorines de los que cogía la munición con avidez malsana, con ansia, con avaricia.
    El viento no podía mecer su pelo, cortado a grandes trasquilones, debido al duro amasijo que formaba con el polvo y el sudor acumulado de días, meses… En su cara, en su piel, las arrugas que, aprisionaban en su interior una capa de roña a modo de pátina, imitaban la madera vieja. [Muchas comas, me traba, podrías acomodar las palabras de otra manera. Sugerencia: Las arrugas de su cara aprisionaban, en su interior, una capa de roña a modo de pátina que imitaba la madera vieja].
    La loca tenía una historia que a veces se asomaba a sus ojos espantados desbordándose en gotas saladas, las mismas que, en abstractas corrientes, le quitaban de la cara la mugre y dejaban atisbar un fondo limpio y cuerdo. [Mucha información en una sola y larga frase. Sugerencia: La loca tenía una historia que a veces asomaba en sus ojos espantados. Una historia que desbordaba en gotas saladas, abstractas corrientes que borraban la mugre de su cara y dejaban atisbar un fondo limpio y cuerdo]. Con esos retazos la gente componía las otras historias, completas e inventadas, al calor de las [los] hogares, en los ratos de costura o en las colas del mercado.
    La Loca servía de diana para las burlas de los niños audaces y temerarios.
    —Loca, tú no estás loca, tú estás tonta, ¡Ja ja ja!
    Pero las chanzas no tuvieron nunca represalias. Servía de igual forma, de excusa a lo perdido.
    — Juraría que lo acabo de poner encima de la mesa, seguro que entró la Loca y lo cogió.
    Para todo mal inesperado.
    — La Loca te echó mal de ojo.
    Para desahogo de frustraciones.
    — ¡Fuera Loca, vete de aquí!, sólo me faltaba que me pegaras algo.
    Para matar desobediencias.
    — Como no te portes bien te regalo a la Loca.
    Y para acallar conciencias o calmar dolores de pecados.
    — Toma Loca, aquí tienes para que comas— y le ponían en la mano algún bocadillo o trozo de queso envuelto en papel de estraza, que ella recogía sin dejar de mirar de reojo por encima del hombro.
    — ¿De quién corres[,] Loca? ¿Quién te sigue? ¿A quién temes?—y cada pregunta quedaba suelta, levitando, sin respuesta. Como mucho podías asistir a un nuevo episodio en el que asustada, con los ojos perdidos en ninguna parte, gritaba, tiraba piedras y escapaba del que la perseguía, de su miedo oculto e invisible.

    —Está claro como el agua —una profunda calada al pitillo prendió nuestras miradas en su punta de fuego rojo—, [Muy bueno]

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  7. La loca pordiosera, la alcoholizada, la demente senil, la aquejada de síndrome de Diógenes, la abandonada, la antigua prostituta, la sin techo. Ese personaje menesteroso que está en el último escalón de nuestra sociedad, por ser un indigente y sumar a ello su condición de mujer. Ahora se está juzgando en España a unos nenes que prendieron fuero a una de ellas, en el habitáculo del cajero automático de un banco; porque matar es fácil, porque olía mal, porque era débil.

    La Loca del cuento de Pedro, que no tiene ni siquiera nombre, anda siempre huyendo de alguien impreciso, defendiéndose con piedras de un enemigo que nosotros no somos capaces de ver.

    Y no es la única casualidad, ahora que hablo del juicio contra los asesinos del cajero. He acabado de leer esta tarde La defensa, de Nabokov, la historia de otro personaje raro, asediado también por un enemigo extraño; un inadaptado, un genial ajedrecista que prepara su última defensa contra un mundo que le cerca. La novela (dicen que se hizo una película con ella, o acerca de ella, o con esa excusa) hay que leerla, aunque el lector empiece a pensar ya desde la mitad de la historia que se está perdiendo la oportunidad de ser rotunda.

    Pero ahora toca la historia de Pedro, que es triste, y está muy bien coronada, con esa reflexión que nos deja un poso de amargura, cuando comprobamos que había un enemigo, y que ese enemigo éramos incapaces de verlo y, por ello, nos daba risa. Ese enemigo a lo mejor era el futuro, la modernidad, el empedrado o el asfalto. Del mismo modo que algunos somos alérgicos al polen, otros no pueden resistir algo aparentemente tan inocuo como el progreso.

    Bien, el cuento me gusta, aunque opino (pero, siempre lo digo, es sólo mi opinión) que Pedro debería abandonar en ocasiones ese ambiente de prosa poética, donde se siente cómodo, para decidirse por la prosa a secas, con todas sus consecuencias. La prosa poética puede llegar a cansar al cabo de un rato; la prosa sin apellido hostiga menos. Es también hermoso buscar conmover al lector sin llevar en los bolsillos música; dijéramos con las manos vacías. Como en otros cuentos hay repeticiones que no me convencen, no me llegan: arrojaba/arrojaba, loca/loca.

    El final, de todos modos, se gana el sueldo y hace bueno el cuento. Me ha gustado, ya digo. Me duele la muerte de esa mujer.

    Algunas cosas, por decir algo.

    «Su pelo, cortado a grandes trasquilones, lucía rocoso» [al lector español esto le parecerá un americanismo]

    «una capa de roña que a modo de pátina imitaban la madera vieja [una pátina es una capa; mejor quedaría: «En su cara, en su piel, las arrugas aprisionaban en su interior una pátina de roña que imitaba la madera vieja».

    "La Loca", así se le [la] conocía, siempre estaba huyendo

    La Loca servía de diana para las burlas de los niños audaces y temerarios [parece una redundancia. Como existe un matiz que distingue lo audaz de lo temerario, tal vez fuera útil decir: «de los niños audaces y de los temerarios», pues de la otra manera, parece que los niños pueden ser al mismo tiempo ambas cosas.

    «Servía de igual forma, de excusa a lo perdido» [seguro que hay una manera mejor de decirlo].

    «de su miedo oculto e invisible» [no parece que fuera el miedo el oculto e invisible, sino la razón de ese miedo].

    «sentenció con madrugador tono de sarcasmo —.Hoy» [falta hacer un espacio antes de la ache]

    —Pudo haber sido un infarto, no creo que haya otra explicación — intervine yo, poniendo los pies de todos en el suelo — ¿No? [falta un punto inmediatamente después del cierre del guión largo]

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  8. Muy bueno, Pedro.

    Llego atrasado, nada puedo agregar a los comentarios. Pero te dejo algunas observaciones sobre el texto.





    Su pequeño cuerpo parecía un perchero del que colgaba, sin orden, toda la ropa que pudiera tener en propiedad. En la última capa el tres cuartos de color indefinido, de cuyos bolsillos sacaba rauda las piedras que arrojaba a su invisible perseguidor. Desde su boca también le arrojaba insultos, gritos ininteligibles, arañados y rasgados por los dos únicos dientes que le quedaban.
    Su pelo, cortado a grandes trasquilones, lucía rocoso debido al duro amasijo que formaba con el polvo y el sudor acumulado de días, meses… En su cara, en su piel, las arrugas aprisionaban en su interior una capa de roña que a modo de pátina imitaban la madera vieja.
    “La Loca”, así se le conocía, siempre estaba huyendo. Caminaba por las calles empedradas del pueblo, arrastrando su vida loca. Iba por los caminos de tierra, empolvando sus pies locos.

    Estos dos loca/locos están muy juntos, suenan mal, distinto sería si se le agrega otro loco/loca, forzando la reiteración, como por ejemplo: …sus pies locos, su loca historia. Además, sobran las comillas en La Loca.


    No se paraba en ningún sitio. Tras de sí, como un gigante y mutado caracol, dejaba un rastro de letanía, un criptograma, una cadena de palabras sin fin, un murmullo viscoso. Y cada tanto, giraba su cuerpo, emitía esos locos gritos, tiraba piedras y corría ¿huía? de un peligro imaginario. Muy buena esta imagen En la huída aprovechaba para hacerse con nuevos proyectiles. Sin aparente esfuerzo doblaba su cuerpo menudo y recogía todo lo susceptible de ser lanzado. Tenían más valor las piedras vivas de filos redondos y del tamaño de un huevo. Los baches de las calles empedradas eran polvorines de los que cogía la munición con avidez malsana, con ansia, con avaricia.
    La loca Loca tenía una historia que a veces se asomaba a sus ojos espantados desbordándose en gotas saladas, las mismas, luego, en retorcidos regueros le quitaban de la cara la mugre y dejaban atisbar un fondo limpio y cuerdo. Con esos retazos la gente componía las otras historias, completas e inventadas, al calor de las hogares, en los ratos de costura o en las colas del mercado.



    Como hasta aquí casi todo es descripción de la Loca, viene bárbara la ayuda de las voces de los demás personajes para colaborar en la descripción, no cargar todo en el relator, y mostrar de paso y en boca de los propios creadores, el laboratorio donde germinan los chismes, las leyendas.


    La Loca servía de diana para las burlas de los niños audaces y temerarios.
    —Loca, tú no estás loca, tú estás tonta, ¡Ja ja ja!
    Pero las chanzas no tuvieron nunca represalias. Servía de igual forma, de excusa a lo perdido.
    — Juraría que lo acabo de poner encima de la mesa, seguro que entró la Loca y lo cogió.
    Para todo mal inesperado.
    — La Loca te echó mal de ojo.
    Para desahogo de frustraciones.
    — ¡Fuera Loca, vete de aquí!, sólo me faltaba que me pegaras algo.
    Para matar desobediencias.
    — Como no te portes bien te regalo a la Loca.
    Y para acallar conciencias o calmar dolores de pecados.
    — Toma Loca, aquí tienes para que comas— y le ponían en la mano algún bocadillo o trozo de queso envuelto en papel de estraza, que ella recogía sin dejar de mirar de reojo por encima del hombro.
    — ¿De quién corres, Loca? ¿Quién te sigue? ¿A quién temes?—y cada pregunta quedaba suelta, levitando, sin respuesta. Como mucho podías asistir a un nuevo episodio en el que asustada, con los ojos perdidos en ninguna parte, gritaba, tiraba piedras y escapaba del que la perseguía, de su miedo oculto e invisible.

    Aquella mañana, temprano, antes de salir al campo, pasé por el bar a tomar el primer café del día. Y como siempre que a mí me distrae este que, muy pegado al siguiente, pero sobre todo porque quitándolo la frase dice lo mismo había una novedad que contar, un motivo para escapar de la rutina, la noticia flotaba espesa en el aire como si de la humedad se tratara.
    — ¿Te has enterado? La Loca ha muerto. — me dijo Gregorio mientras me acercaba la taza de café humeante, cumpliendo con su deber de pregonero aficionado, con su vocación de comadre chismosa.
    — La han encontrado muerta en medio de la calle del Ayuntamiento.
    —Pues menudo estreno que ha tenido— el Seis Dedos sentenció con madrugador tono de sarcasmo —.Hoy era cuando iban a inaugurar las aceras y el asfalto de esa calle.
    —Yo creo que la han matado — Matías y su eterna filosofía de conspiración —. Ese no es un sitio normal para ir a morirse. Y un robo no ha sido, porque… ¿Qué tenía la Loca?
    — ¡Piedras! — y contestaron risas al comentario anónimo.
    — ¡Qué va! Dice el cabo de la Guardia Civil que no tenía ni una, que llevaba los bolsillos vacíos — Gregorio en voz baja, tratando de poner tono de confidencia, de misterio —. Las había tirado todas.
    —Pudo haber sido un infarto, no creo que haya otra explicación — intervine yo, poniendo los pies de todos en el suelo — ¿No?



    Se me hace que entre la frase anterior y la que sigue, falta algo, siento un salto, un poco brusco.

    Es acertado el final, me gusta, como todo el relato, pero se me viene encima de golpe. Yo lo hubiera saboreado distinto con una transición apenas más extensa, algunos comentarios más de dos, tres o cuatro parroquianos suponiendo, marcando la duda o el enigma, otra intervención del narrador, todos los parroquianos pendientes.

    Revalorizaría las palabras finales del viejo Antonio, el de las Cañadas.


    Y desde el final de la barra, con su acostumbrada parsimonia y voz ronca, nos llegó la solución del enigma de la mano del viejo Antonio, el de Las Cañadas.
    —Está claro como el agua —una profunda calada al pitillo prendió nuestras miradas en su punta de fuego rojo. —,

    punta de fuego rojo—,

    lanzó todas las piedras, y en la calle nueva, en el asfalto — enredando las palabras en volutas de humo —, no pudo encontrar más munición con la que seguir espantando a la muerte..

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