miércoles, 1 de octubre de 2008

Trampa de sueños

Pedro Carriere


      “Cualquier hombre es un dios cuando sueña
      y no es más que un mendigo cuando piensa
            Hölderlin


      “La interpretación de los sueños” de Sigmund Freud descansaba sobre la mesa de luz del dormitorio de Miguel. Las hojas arrugadas y sobadas en la parte inferior derecha, la tapa ajada y el lomo entreabierto e hinchado, denotaban en el libro un uso intensivo, casi exagerado.
      Miguel era una persona reservada, de gesto adusto y buen escritor, pero una obsesión enfermiza de atrapar íntegramente los sueños para poder volcarlos en sus libros, lo llevó a probar las estrategias más extravagantes, afectando, sin darse cuenta o quizá sin importarle, no sólo esa imagen de persona seria y educada que los demás tenían de él, sino también sus costumbres y sus hábitos más arraigados.
      Fue hace dos años que su imaginación comenzó a flaquear seguramente por agotamiento. Un contrato feroz con una editorial lo obligaba a escribir un libro de al menos doscientas páginas cada tres meses. Al poco tiempo de asumido el compromiso, con su creatividad exprimida al extremo por los plazos breves, casi sin dinero y vencido por una realidad que eclipsaba sus mundos inventados, se embarcó, como última opción, en una desesperada y alocada cacería de sueños.
      Comenzó poniendo, antes de acostarse, una hoja de papel sobre su almohada, luego apoyaba su cabeza cerca de ella y tomaba un lápiz en su mano, así se dormía, con la esperanza de poder registrar en sueños su propio sueño. Como no le daba resultado, pensó que quizá la mano estaba muy lejos de la mente, lugar en donde se producían los sueños, entonces, para disminuir el riesgo que los impulsos oníricos no llegaran a sus extremidades superiores, probó poniendo el lápiz en su boca de manera que la mina del mismo quedara apoyada sobre la hoja; los movimientos inconscientes que la cabeza realizaba durante la noche dibujarían, eso pensaba, algo similar a un encefalograma del sueño o, como le gustaba decir a él, un sueñograma.
      La habitación se fue poblando de elementos que, según su criterio, fomentarían los sueños: platos con comidas exóticas o ricas en grasas, videos con películas de terror, bebidas alcohólicas, fotos viejas, hasta una colección de tres libros orientales para inducir al sueño basado en posiciones corporales y en la orientación de la cama según los puntos cardinales y la fase lunar correspondiente.
      Algunas noches, decenas de relojes sonaban uno tras otro cada diez minutos y él, frenético, despertaba y escribía lo que primero venía a su mente, y consultaba a Freud.
      Había semanas que se acostaba abrazado a un grabador para intentar obtener algunos sonidos; incluso llegó a comprarse una cámara infrarroja, que se encendía sola al detectar el más leve movimiento, para filmarse mientras dormía. A los pocos meses había convertido su dormitorio en una irrisoria y espeluznante trampa de sueños.
      Últimamente, ya desesperado, combinaba estrategias: sueñograma con grabador, posición de la cama noroeste-sudeste con un medio litro de whisky, película de terror con seis huevos fritos y dormir boca abajo con las manos en la espalda; hasta acudió a brujas y a sus brebajes, a curanderas y a sus sapos. Pero a pesar de todos estos locos intentos, el sueño, guardián de secretos prohibidos, sólo le entregaba cada mañana, pequeños momentos, ínfimos instantes de sus aventuras nocturnas que Miguel nunca logró hilvanar.
      Hasta que una noche sofocante de verano, hartos de interrupciones y de tanto intento de usurpación, sus sueños lo abandonaron, y se fueron a otro cuerpo llevándose la parte de Miguel que les pertenecían: la mitad de su alma y las alas que, aunque pequeñas como la de los gorriones, algún día tuvo su pluma.
      Desde ese día Miguel tiene los ojos tristes, sin brillo; por las noches su cuerpo se enfría, se aquieta, y sólo unos leves suspiros muy esporádicos muestran que aún está vivo.
      Durante el día, en un bar colorido donde abundan las sonrisas dibujadas y el olor a comidas rápidas, él escribe pero de manera tensa, predecible, terrenal; sin darse cuenta jamás, que el intermitente guiño rojo de un cómplice neón diurno tiñe incitador su hoja.
      Algunos aún lo leen, sobre todo aquellos desesperanzados adoradores de la vigilia.


Pedro Carriere.

6 comentarios:

  1. Hola Pedro:
    Tu cuento me dejó un bonito sabor de boca. Empieza un poco frío pero se va calentando y acaba en media docena de párrafos estupendos.
    Paso a señalarte lo que creo que se podría mejorar.
    Creo que se debería reducir el número de veces que dices sueño-sueños en él, ya sé que es difícil evitar esa palabra siendo esa la base de la historia, pero se podrían buscar sinónimos o a veces, simplemente obviarla.




    “Cualquier hombre es un dios cuando sueña
    y no es más que un mendigo cuando piensa”
    Hölderlin


    “La interpretación de los sueños” de Sigmund Freud descansaba sobre la mesa de luz del dormitorio de Miguel. Las hojas arrugadas y sobadas en la parte inferior derecha, la tapa ajada y el lomo entreabierto e hinchado, denotaban en el libro un uso intensivo, casi exagerado.
    Miguel era una persona reservada, de gesto adusto y buen escritor, pero una obsesión enfermiza de (por) atrapar íntegramente los sueños para poder volcarlos en sus libros, lo llevó a probar las estrategias más extravagantes, afectando, sin darse cuenta o quizá sin importarle, no sólo esa imagen de persona seria y educada que los demás tenían de él, sino también sus costumbres y sus hábitos más arraigados.
    (Este segundo párrafo me sobra casi todo. El cuento es corto, no necesito ni sirve de nada que me digas que tiene una obsesión, en un minuto me voy a dar cuenta yo sólo, y siempre es mejor transmitir que decir. Otra forma que se me ocurre para que quede mejor, sería fundirlo al final del siguiente párrafo, pero sólo describiendo el inicio de lo que sería la obsesión, no como un hecho consumado. Tal vez, y por no andar reduciendo mucho, alargaría un poco la descripción de Miguel.)
    Fue hace dos años que su imaginación comenzó a flaquear seguramente por agotamiento. Un contrato feroz con una editorial lo obligaba a escribir un libro de al menos doscientas páginas cada tres meses. Al poco tiempo de asumido el compromiso, con su creatividad exprimida al extremo por los plazos breves, casi sin dinero y vencido por una realidad que eclipsaba sus mundos inventados, se embarcó, como última opción, en una desesperada y alocada cacería de sueños.
    (No me cuadra lo del dinero, supuestamente es prolífico, el contrato se lo exige, y si no vendiera lo suficiente creo que el contrato se rescindiría. Sigo pensando que es un error hablar ya de obsesión como desesperada y alocada cacería. Él sólo tuvo una idea que pensaba que le ayudaría a escribir, a obtener temas sobre los que hacerlo. La locura viene luego.)
    Comenzó poniendo, antes de acostarse, una hoja de papel sobre su almohada, luego apoyaba su cabeza cerca de ella y tomaba un lápiz en su mano, así se dormía, con la esperanza de poder registrar en sueños su propio sueño. Como no le daba resultado, pensó que quizá la mano estaba muy lejos de la mente, lugar en donde se producían los sueños, entonces, para disminuir el riesgo (de) que los impulsos oníricos no llegaran a sus extremidades superiores (brazos), probó poniendo el lápiz en su boca de manera que la mina del mismo quedara apoyada sobre la hoja; los movimientos inconscientes que la cabeza realizaba durante la noche dibujarían, eso pensaba, algo similar a un encefalograma del sueño o, como le gustaba decir a él, un sueñograma.
    La habitación se fue poblando de elementos que, según su criterio, fomentarían los sueños: platos con comidas exóticas o ricas en grasas, videos con películas de terror, bebidas alcohólicas, fotos viejas, hasta una colección de tres libros orientales para inducir al sueño basado en posiciones corporales y en la orientación de la cama según los puntos cardinales y la fase lunar correspondiente.
    (Aquí es donde empieza lo estupendo)
    Algunas noches, decenas de relojes sonaban uno tras otro cada diez minutos y él, frenético, despertaba y escribía lo que primero venía a su mente, y consultaba a Freud.
    Había semanas que se acostaba abrazado a un grabador para intentar obtener algunos sonidos; incluso llegó a comprarse una cámara infrarroja, que se encendía sola al detectar el más leve movimiento, para filmarse mientras dormía. A los pocos meses había convertido su dormitorio en una irrisoria y espeluznante trampa de sueños.
    Últimamente, ya desesperado, combinaba estrategias: sueñograma con grabador, posición de la cama noroeste-sudeste con un medio litro de whisky, película de terror con seis huevos fritos y dormir boca abajo con las manos en la espalda; hasta acudió a brujas y a sus brebajes, a curanderas y a sus sapos. Pero a pesar de todos estos locos intentos, el sueño, guardián de secretos prohibidos, sólo le entregaba cada mañana, pequeños momentos, ínfimos instantes de sus aventuras nocturnas que Miguel nunca logró hilvanar.
    Hasta que una noche sofocante de verano, hartos de interrupciones y de tanto intento de usurpación, sus sueños lo abandonaron, y se fueron a otro cuerpo llevándose la parte de Miguel que les pertenecían: la mitad de su alma y las alas que, aunque pequeñas como la de los gorriones, algún día tuvo su pluma.
    Desde ese día Miguel tiene los ojos tristes, sin brillo; por las noches su cuerpo se enfría, se aquieta, y sólo unos leves suspiros muy esporádicos muestran que aún está vivo.
    Durante el día, en un bar colorido donde abundan las sonrisas dibujadas y el olor a comidas rápidas, él escribe pero de manera tensa, predecible, terrenal; sin darse cuenta jamás, que el intermitente guiño rojo de un cómplice neón diurno tiñe incitador su hoja.
    Algunos aún lo leen, sobre todo aquellos desesperanzados adoradores de la vigilia.

    Estupendo, espero leerte muy pronto.

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  2. Título atrapante. Estos froidianos dicen ser ateos pero terminan recurriendo a la magia y a hechicería siempre que se les termina el libreto.
    Original ocurrencia, también el final.

    No me suena bien el verbo

    denotaban en el libro un uso intensivo



    El epígrafe está sensacional. Cuando se van las musas, Freud no funciona.

    Buena descripción de la habitación. Primero sólo un libro desconchado y después poco menos que un laboratorio de alquimia. Queda bueno el contraste: el cambio del mismo espacio.

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  3. Título atrapante. Estos froidianos dicen ser ateos pero terminan recurriendo a la magia y a hechicería siempre que se les termina el libreto.
    Original ocurrencia, también el final.

    No me suena bien el verbo

    denotaban en el libro un uso intensivo



    El epígrafe está sensacional. Cuando se van las musas, Freud no funciona.

    Buena descripción de la habitación. Primero sólo un libro desconchado y después poco menos que un laboratorio de alquimia. Queda bueno el contraste: el cambio del mismo espacio.

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  4. Un cuento sobre la obsesión de un hombre por atrapar ideas de sus sueños.

    El primer párrafo me atrae, me sitúa junto a su mesita de noche y me incita a imaginar el resto, el ambiente.
    El segundo, cuando describes al protagonista, no me gusta. Pierde el tono del primero. Además no veo en ese momento y después de leerlo entero, qué importa la imagen que tengan los demás de él, ni qué hábitos arraigados son los que pierde ¿el de dormir por las noches?

    Ya te han dicho que avanzar lo de su obsesión es prematuro; es mucho mejor mostrarlo como haces después.

    He encontrado unos "lo" que me han molestado. Espero que alguien más docto que yo, diga si se trata de loísmos o no:
    "Un contrato feroz con una editorial lo obligaba a escribir "
    "Sus sueños lo abandonaron"
    "Algunos aún lo leen"

    He notado que la mayoría de párrafos empiezan haciendo alusión al tiempo: Fue hace dos años que, Algunas noches, Había semanas que, Últimamente, Hasta que una noche, Desde ese día , Durante el día. Van mostrando tu línea de pensamiento. Una cadencia que necesita ese comodín para empezar. Como la persona que para empezar a hablar utiliza un "pues...", "es que..." Eso está bien en un borrador pero creo que una vez conoces la historia de principio a fin podrías reescribirla de otra manera.

    Me ha gustado la imagen de la habitación "poblada de elementos..." y tambien el "sueñograma" y la "trampa de sueños".

    Creo que en "sus sueños lo abandonaron, y se fueron a otro cuerpo llevándose la parte de Miguel que les pertenecían" hay una discordancia; sería: "les pertenecía".

    La segunda parte de ésta frase " la mitad de su alma y las alas que, aunque pequeñas como la de los gorriones, algún día tuvo su pluma." es muy bella pero desentona.

    El final me recuerda a los antiguos seriales de la radio pero me pregunto ¿qué es capaz de escribir un hombre sin sueños? y ¿quienes son esos desemperazados adoradores de la vigília que son capaces de leer algo escrito por un hombre sin sueños? ¿qué se supone que les trasmitía?

    No sé si he sido demasiado severa contigo. Soy bastante perfeccionista. Como a mí me gustaría que me corrigieran todo aquéllo que fuera mejorable pienso que a los demás tambien y a veces no es así. Si fuera tu caso, ruego no me tomes en serio. Has presentado un cuento, yo en cambio llevo tiempo sin conseguir acabar ninguno.

    Un abrazo y espero volver a leerte pronto,

    Montse Villares

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  5. Pedro creó un personaje perturbado. Al principio no me lo pareció tanto, pues, ¿quién alguna vez no persiguió sus sueños, inspirado por Freud?

    Pero, al extremo de estar dando vueltas a la cama según la Luna, no.

    Luego, el cuento en sí me sabe a poco, le falta tensión y conflicto, y si quitas las extravagancias, le queda poca cosa.

    Quizás deberías describir otros conflictos, como alguno con la familia o con la editorial. Qué sé yo!

    Las frases finales son un enigma para mí.


    Un par de acotaciones, abajo. En rojo hay dos cosas que creo deberías quitar.


    Miguel era una persona reservada, de gesto adusto y buen escritor, pero una obsesión enfermiza de atrapar íntegramente los sueños para poder volcarlos en sus libros, lo llevó a probar las estrategias más extravagantes, afectando, sin darse cuenta o quizá sin importarle, no sólo esa imagen de persona seria y educada que los demás tenían de él, sino también sus costumbres y sus hábitos más arraigados. Este párrafo es correcto, pero resulta ser una sola oración, quizás demasiado larga. Yo lo partiría en dos, antes de “afectando”.


    Fue hace dos años que su imaginación comenzó a flaquear ¿Coma? seguramente por agotamiento


    Hasta que una noche sofocante de verano, hartos de interrupciones y de tanto intento de usurpación, no entiendo esto


    sus sueños lo abandonaron, y se fueron a otro cuerpo llevándose la parte de Miguel que les pertenecían:


    él escribe pero de manera tensa, predecible, terrenal; sin darse cuenta jamás, que el intermitente

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  6. Considero a este cuento como uno de esos ejercicios de escritura para soltar la mano y aflojarse. Lo digo así, porque más que de un cuento se trata de una descripción, la descripción de Miguel, de su entorno y de sus preocupaciones.

    Y está bien escrito, muy prolijo.

    Pero termina cayendo en lo común de este tipo de relatos, una vez agotada la descripción, se termina el cuento. Pedro logra estirarlo unos renglones, aceptables, pero únicamente para darle un cierre literario, no un cierre de la historia, sí el del discurso.

    Al personaje planteado llegamos a verlo, palparlo, no nos quedan grandes dudas sobre él, alcanzamos a conocer a Miguel tal como Pedro quiere, en medio de sus actividades, sometida a ellas.

    Pero…, ¿se trata solamente de esto?

    ¿Nada más importante le podría haber sucedido a Miguel, dentro de este planteo?

    ¿Qué sucede con las trampas, con aquellos elementos que lleva a la habitación para provocar la inspiración?

    ¿Algún elemento le da algún resultado?

    ¿Qué pudo escribir Miguel después?

    Pareciera que nada. ¿Y entonces, qué es lo que escribe ahora, para aquellos desesperanzados?

    ¿Y por qué desesperanzados? ¿No será Miguel el desesperanzado?

    Hasta aquí, correcto, espero el capítulo siguiente.

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