domingo, 2 de noviembre de 2008

Cita

Daniel

      Rolo quería vernos. Yo ni siquiera había ido a visitarlo durante los meses en que estuvo internado. Me descompone el olor de los hospitales, ese aire de remedios y agonía que se estanca en los pasillos. Aparte, me mareo con sólo ver una jeringa.
      Fui el único que salió entero del accidente. El impacto me había lanzado fuera de la Trafic. Caí en un zanjón al borde de la ruta. Tony sufrió un par de fracturas y machucones en todo el cuerpo. El más castigado fue Rolo. Por milagro pudo escapar de la camioneta que se consumía en llamas.
      Hace unos días le dieron el alta médica. Lo llamé por teléfono. Casualmente quería hablarnos. Quería hablarnos sobre el futuro de la banda. Su voz seguía intacta, eso me entusiasmó. Tony y yo habíamos vuelto al ruedo, para no oxidarnos. Tocábamos en boliches de Barracas y San Telmo, sin vocalista, sin nada proyectado. Improvisábamos. Como si esperásemos a alguien. Nos salía una música tirando a blues y tal vez lo era.
      Rolo nos citó una tarde en su departamento. Me abrió la puerta una señora, la encargada de cuidarlo.
      Está en su cuarto, me dijo. Lo va a recibir ahí.
      No bien entré me encandiló la penumbra. Poco a poco mis ojos se acostumbraron a esa oscuridad lechosa. Rolo estaba en una silla de ruedas, de espaldas a la ventana. Tenía puesto un buzo estampado, con una capucha que de tan holgada le tapaba los ojos. Tony no había llegado aún. Por los resquicios de la persiana se colaba el sol del verano en haces saturados de polvo. El polvo hormigueaba dentro de esos hilos fulgurantes que cruzaban la habitación. Algunos me daban de lleno en las piernas, otros en el pecho. Hasta podía sentirlos en mi frente. A contraluz, encajado en la silla cromada, el cuerpo enorme de Rolo no era más que un bulto, un despojo.
      Acercate, me dijo.
      No me moví. Me aseguró que estaba listo para volver. Quería retomar su papel de líder, grabar un disco, salir de gira. Su voz seguía intacta, sí, pero las palabras parecían arrastrar algún resentimiento hacia la vida o el mundo. Me dio miedo su optimismo, más miedo que su nueva y monstruosa fisonomía, esa que el mismo Rolo tuvo la precaución de no exponer ante mis ojos. Pero ¿no era eso lo que yo anhelaba, rearmarnos después de la tragedia?
      Estás raro, me dijo.
      No supe qué contestarle. El fuego había dejado la imborrable geografía de su saña en ese cuerpo que ahora sería una carga para él, una carga y una vergüenza. Y él me veía raro a mí.
      De noche se me aparece en sueños, desmoronándose a medida que se me acerca. Un gigante de barro cocido que se reduce a escombros, a nada.
      Sus manazas, que hasta entonces habían permanecido sobre las piernas inútiles, se posaron sobre las ruedas. Oí un chirrido, la silla se movió haciendo destellar el cromo. El vértigo me subió de las tripas a la garganta.
      Salí del departamento y me lancé escaleras abajo, la voz de Rolo resonando en mi cabeza. “Estás raro”. En eso me di cuenta de lo que había tratado de decirme. Tenía razón, él ya no era el mismo y yo tampoco. Apenas nos habíamos reconocido.
      Antes de llegar a la planta baja alguien me frenó y me sacudió el brazo. Era Tony, Tony que subía.
      ¡Qué te pasa!, chilló.
      Dejé que mis ojos hablaran por mí, que la extrañeza le anticipara ese imposible que Rolo pretendía hacernos entender a su manera, desde lo opuesto, desde su escena de fingidas esperanzas. ¿Qué quedaba de nosotros, de la banda? Fragmentos de un espejo sin imágenes, piezas que nunca volverían a encajar, escombros, nada.

6 comentarios:

  1. No recuerdo otro cuento de Dani tan corto. Pero igual de certero. Hasta parece mentira que haya conseguido condensar tanto en página y media.

    Primero, el logro del tono narrativo. Como meloso, rozando lo melancólico. Y después el manejo del tiempo y del clima, por momentos asfixiante, opresivo, con una angustia latente muy intensa, más si consideramos la corta extensión del relato.

    La historia no supera el valor de la anécdota, pero se transforma y cobra valor por cómo está narrada. Excelente el planteo de la situación, con escasísimos elementos y desde la voz de una primera persona, que aceptamos de entrada. Llegamos a visitar a Rolo por primera vez después del accidente. Rolo era el líder de una banda musical que ha quedado deshecha. Rolo llevó la peor parte en aquel accidente, está en silla de ruedas, y muy quemado. Sugiere que ya está listo para volver. No hace falta que diga más nada, es un despojo humano, su visitante y ex compañero no lo resiste. Cuando se va se cruza con Tony, otro integrante de la banda que también llega a verlo.

    Nos queda en el medio todo lo que no está dicho, la tensión entre ambos, la imposibilidad de lo que Rolo pretende, la angustia del relator, una angustia que lo supera al punto de la huida.

    Y un final que es una joya. A pesar de que no me gusta demasiado esa estructura de pregunta y respuesta, sobre todo porque tiene aire de resumen, y no lo siento necesario.

    Dejé que mis ojos hablaran por mí, que la extrañeza le anticipara ese imposible que Rolo pretendía hacernos entender a su manera, desde lo opuesto, desde su escena de fingidas esperanzas. ¿Qué quedaba de nosotros, de la banda? Fragmentos de un espejo sin imágenes, piezas que nunca volverían a encajar, escombros, nada.

    ResponderEliminar
  2. Nos presenta el cuadro del accidente, con sus variadas consecuencias. Los tiempos verbales nos llevan y nos traen con maestría del pasado y un pretérito más reciente, al presente del narrador, sin pifias. Sutilezas en el manejo de los tiempos, sobre las que hay que aprender.

    Los cuentos de Daniel son siempre piezas pulidas, trabajadas, descarnadas de artilugios. En la brevedad de éste, no hay por dónde tijeretear. Él no busca el aplauso fácil (está acostumbrado a elogios y premios, merecimiento de su tomar la cosa en serio); busca la mirada del otro, consciente de que tanto reñir con el texto perdemos la mirada del bosque. Uno está más familiarizado con escritos de principiantes (no hablo de este taller) y apunta a enderezar la estructura, mantener el punto de vista, los tiempos verbales, la ortografía, la puntuación y la lógica sintaxis, definir la escena, la coherencia de las voces, la intromisión, necesaria o no, del narrador. Esas cosas menudas e imprescindibles para vestir un texto de ficción. Con Daniel, todo esto parece o es innecesario. Y me dan ganas de quedarme acá, en vagas generalidades, saliendo del paso. Tampoco se trata de buscar el pelo en la leche, en aras de la perfección inalcanzable.

    Esta Cita es de honda expectativa. Nos la contagia el narrador porque hay un auto reproche, un hacerse el desentendido tocando blues, nada menos. Nos queda la esperanza de un retorno: la voz del cantante sigue intacta. Pero ya no somos los mismos. Las secuelas del fuego dejaron escombros, un espejo destrozado.

    La descripción de la escena del encuentro en el departamento es magnífica: “…me encandiló la penumbra”. “…oscuridad lechosa”.

    Con dos palabras: “Estás raro” nos preanuncia el desenlace.

    No me parece acertado incluir el párrafo de un presente en esa escena del pasado:

    “De noche se me aparece en sueños, desmoronándose a medida que se me acerca. Un gigante de barro cocido que se reduce a escombros, a nada.”

    Es buena, impecable, aunque la colocaría casi al final, antes de la pregunta ¿Qué quedaba de nosotros, de la banda?

    Luego, me atrevería a tijeretear : “En eso me di cuenta de lo que había tratado de decirme. Tenía razón, él ya no era el mismo y yo tampoco. Apenas nos habíamos reconocido”.

    Sobre el final, si cabe la sugerencia de agregar la frase del gigante de barro cocido, alargaría con una mención similar para la banda: Fragmentos de un espejo sin imágenes, como la banda.

    Es, apenas, una mirada.

    Un abrazo

    Rubén

    ResponderEliminar
  3. Me siento identificada



    Me descompone el olor de los hospitales, ese aire de remedios y agonía que se estanca en los pasillos

    Si bien está en primera persona y se deja hablar al narrador, se repite mucho Rolo




    No bien entré me encandiló la penumbra. Poco a poco mis ojos se acostumbraron a esa oscuridad lechosa. Rolo estaba en una silla de ruedas, de espaldas a la ventana. Tenía puesto un buzo estampado, con una capucha que de tan holgada le tapaba los ojos. Tony no había llegado aún. Por los resquicios de la persiana se colaba el sol del verano en haces saturados de polvo. El polvo hormigueaba dentro de esos hilos fulgurantes que cruzaban la habitación. Algunos me daban de lleno en las piernas, otros en el pecho. Hasta podía sentirlos en mi frente. A contraluz, encajado en la silla cromada, el cuerpo enorme de Rolo no era más que un bulto, un despojo.

    Me parece magnífica la forma en que crea la atmósfera que atrapa al lector, más bien lo contagia. Parece que entro yo con él.




    De noche se me aparece en sueños, desmoronándose a medida que se me acerca. Un gigante de barro cocido que se reduce a escombros, a nada.



    Genial y no jodan con la prosa poética.






    ¿Qué quedaba de nosotros, de la banda? Fragmentos de un espejo sin imágenes, piezas que nunca volverían a encajar, escombros, nada.



    Muy buen final con pregunta retórica, me recuerda a algo de García Márquez que habla del espejo roto de la memoria pero sólo digo que me recuerda.



    No puedo evitar decirte aunque no venga al caso cuánto me impactó la historia y el momento que le toca vivir al narrador.

    Hace poco murió de una aneurisma, Eduardo, un ex candidato de mi juventud, por así decirlo , que luego se casó con una vecina.

    Era militar, muy joven, igualito a Robert Reford ( no sé cómo se escribe, a´mí los rubios no me gustan). Muy simpático, humilde, a diferencia del resto de los milicos que en el proceso militar se llevaban el mundo por delante.

    No estaba metido en la mierda atisubversiva, era mecánico de aviones de buena categoría como mi padre, ya retirado por entonces.

    El asunto es que siempre me sacaba a bailar en los boliches. Algunas veces compartimos unos tragos en alguna confitería. Había muchas afinidades, pero era milico y eso a mí me caía como el culo.

    Un día tuvo un accidente con la moto. Lo tuvieron que armar de nuevo durante meses. Le hicieron miles de cirugías en el rostro. Quedó hermoso pero totalmente distinto. Cuando volvía a verlo tuve que hacer esfuerzos para poner cara de jugadora de póquer. Sabía que mis ojos me denunciarían así que me fui escapando sin que él supiera por qué.

    Antes de morir lo vi. Ya la impresión fue menor pero era otro, nada quedaba del original. Siempre me sentí culpable de no poder volver a mirarlo.

    escombros, nada. Es hermoso, me recuerda a un soneto de Quevedo

    ResponderEliminar
  4. Yo me voy a ahorrar todos los elogios. Mis compañeros han señalado lo bueno del cuento mucho mejor de lo podría hacerlo yo.
    Paso a comentar un par de cosas que a mi entender están fuera de sitio, de tiempo.
    Dani escribe:
    No bien entré me encandiló la penumbra. Poco a poco mis ojos se acostumbraron a esa oscuridad lechosa. Rolo estaba en una silla de ruedas, de espaldas a la ventana. Tenía puesto un buzo estampado, con una capucha que de tan holgada le tapaba los ojos. Tony no había llegado aún. Por los resquicios de la persiana se colaba el sol del verano en haces saturados de polvo. El polvo hormigueaba dentro de esos hilos fulgurantes que cruzaban la habitación. Algunos me daban de lleno en las piernas, otros en el pecho. Hasta podía sentirlos en mi frente. A contraluz, encajado en la silla cromada, el cuerpo enorme de Rolo no era más que un bulto, un despojo.

    El narrador reconoce no haber visto a Rolo desde que tuvieron el accidente. Incluso ahora, en este momento, aunque lo tiene delante, la capucha, el contraluz, le impiden verlo claramente. Por eso, terminaría el párrafo en "no era más que un bulto". El calificar a Rolo como "despojo" en este instante, antes incluso de que el narrador lo sepa con certeza, antes de que lo vea con sus ojos, adelanta la resolución del cuento o el motivo de la misma.

    En el siguiente párrafo Dani escribe:

    Me dio miedo su optimismo, más miedo que su nueva y monstruosa fisonomía, esa que el mismo Rolo tuvo la precaución de no exponer ante mis ojos.

    Sigue el protagonista negando que viera esa "monstruosa fisonomía". No es que necesite la historia que se declare de forma abierta que al final ve claramente cómo ha quedado Rolo de mutilado. Pero aquí creo que es necesario ya que se ha apuntado en varias ocasiones que esta queda oculta.

    Será por necesidad de criticar. Quitando ese par de cositas… inmejorable.

    ResponderEliminar
  5. Hola Dani,
    un cuento magnífico. Voy retrasada con los comentarios así que mis compañeros ya te han mandado sus elogios que quiero compartir con ellos. Creo que merecería estar publicado. Hablando de ello ¿ya elegiste qué cuento/s vas a mandar al libro colectivo?

    Una cosilla: no entiendo lo de "oscuridad lechosa".

    Y por aportar algo, me parece, bajo mi punto de vista, que la frase final ganaría más fuerza si en vez de comas pusieras punto y seguido:

    Fragmentos de un espejo sin imágenes, piezas que nunca volverían a encajar. Escombros. Nada.

    Eso es todo. Un abrazo,

    Montse Villares

    ResponderEliminar
  6. Rolo se salvo por milagro, escapandose de la camioneta, es decir que pudo correr o caminar. Sin embargo, líneas abajo se dice que él tienes las piernas inútiles y esta en una silla de ruedas. Es decir que fue el accidente que provoco la paraplegia. Entonces no es posible escaparse.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.