domingo, 2 de noviembre de 2008

El mejor sistema fiscal

Carlos

      Me pide usted, Yvette, que escriba en casa una redacción, lógicamente en francés, a propósito del sistema fiscal más justo. Me está pidiendo un imposible. Podría escudarme en la Constitución, que dice que ningún español puede ser obligado a declarar sobre sus ideas políticas. Debería darle simplemente, querida profesora, mi nombre y graduación. Pero en lo que voy a ampararme para no escribir ese ejercicio es en mi ignorancia en materia económica y en una molestísima crisis de identidad que ya no me permite escribir la palabra justo con la misma convicción que antes.
      Por esa razón, Yvette, de lo que voy a escribir en mi redacción es de usted, y de Marco, y de mí. El martes pasado, mientras usted hablaba del pronombre quoi y yo habitaba en sus labios finos, en su pelo castaño, en sus ojos de miope, escribí en una esquina de la libreta donde Marco tomaba sus apuntes una especie de convenio que tiene que ver con usted: Seis meses conmigo y seis contigo. Él dijo en seguida no con la barbilla. Usted ponía ejemplos contínuamente, y hacía esperanzadas pausas para escuchar los nuestros.
      En un momento dado se levantó, subió ágilmente a la tarima y escribió una frase en la pizarra. Atendía yo a su trasero de notables características cuando oí el ruido de un bolígrafo sobre mis propios apuntes. Marco estaba escribiendo la misma frase que yo, subrayando ruidosamente la palabra conmigo. Hablaremos del orden más tarde —le dije— nos lo jugaremos a los chinos o dejaremos, sin que sirva de precedente, que sea ella quien lo decida. Era hermoso mirarla, Yvette, verla hablar y hablar, preguntar a la gente y reparar a veces en nuestras caras de idiota que la contemplaban sin esforzarse en comprender, vigilando tan sólo sus cejas, el brillo de sus ojos, su risa. La mirábamos simplemente, siguiendo un poco la consigna que acuñó un compatriota suyo, Louis Aragon, cuando decía que mejor que ocuparse de lo que hacen los hombres es ver cómo pasan las mujeres. A veces, cómo no, se daba usted cuenta, y algo así como un ancestral pudor la sacudía de prontito. Se iba poniendo un poco nerviosa y sabíamos por algún gesto casi imperceptible que le molestaba que la observásemos tan fijamente, con una atención tan extraacadémica. Marco y yo nos contraseñábamos con las cejas, nos sonreíamos, y así nos comentábamos sin palabras, en clave cifrada, los pormenores de este amor compartido, al que habíamos decidido dar una solución salomónica.
      Usted subía y bajaba de la tarima, tan femenina, tan francesa, y nos daba sin quererlo una sonata de trasero y gersecito mono, que nosotros escuchábamos con ojos tristes, con ojos de escuchar utopías. Le resultará difícil hacerse cargo de la fascinación que ejerce sobre nosotros en su doble condición de profesora y de francesa. Por eso, señorita, insistimos tanto en que para el martes de carnaval todos los de la clase viniéramos disfrazados de algo, incluída usted. Y por eso nos sorprendió aún más gratamente cuando llegó vestida de Juana de Arco.
      Siguiendo al milímetro un plan trazado sobre la mesa de mármol de un café, Marco y yo, vestidos de ducha y de mesa camilla, le pedimos que se sentara cómodamente entre nosotros —como si estuviera en su casa, dijimos— durante la representación de La Bataille de Chaillot en el salón de actos del Liceo. Usted accedió, con gran despliegue de simpatía. Estaba espléndida dentro de su armadura, rabiosamente guapa, a mitad de camino entre el cuarto de baño y la sala de estar. Serge Pauthe pronunciaba en el escenario con un énfasis infinito, y encandilaba al personal dentro de su aureola de watios y silencio. Usted permanecía inmóvil, con su sonrisa leve, oficiando para nosotros sin esfuerzo la liturgia de la fascinación en la penumbra de las últimas filas, convenciéndonos de que lo que sentíamos por usted, ya lo dijo Novalis, no era amor sino religión. Invitación a un café, incluía nuestro plan, pero —eso sí— en la cafetería de la esquina y no en la cantina del Liceo. Así nos quitábamos de en medio a una docena de pelotilleros y a un par de chivatos.
      Marco era el llamado a plantearlo con todo el glamour del que era capaz después de hora y media de ensayo ante un espejo. Y lo hizo. Y lo debió de hacer mal, el muy piernas, porque usted sencillamente dijo no, tal vez otro día. Tal vez otro día. Nos sonó tan imposible, a pesar de su presencia acorazada entre ambos, que elegimos este otro sistema del que soy portavoz: una traicionera declaración de amor. Estamos enamorados de usted, Yvette. Pienselo. Seis meses con cada uno de nosotros. El año que viene seremos mayores de edad. Queda a su elección el orden. Aún más: si hay que traicionar a Marco, se le traiciona y ya está. Pero dígame algo. No me condene al silencio.

      Ernesto, tienes que mejorar mucho tu ortografía. Te he señalado unos treinta acentos mal puestos. Estoy casada. Os espera una dura negociación a tres bandas. Yvette.

7 comentarios:

  1. El cuento se vive, más allá de algún adverbio reiterado y alguna enumeración innecesaria. Está creada la atmósfera de esos adolescentes próximos a la juventud. No solo recrea, sino inmortaliza ese metejón (enamoramiento, sucumbimiento, adoración) de esos estudiantes de educación media por la profe joven, bonita, extranjera. A esa altura del campeonato, poco importa el idioma de aprendizaje, los sistemas fiscales o la complicación de las matemáticas. Sólo se atiende a un trasero de notables características, con una pasión extraacadémica en el brillo de los ojos, esa manera de mover los labios, esa risa que nos estupidiza. Y vamos a jugarnos el todo por el todo. Ensayar esa declaración de amor en el lugar adecuado que naufragará por esas dotes naturales de consciente belleza y seducción de la profe, capaz de hacernos traicionar al amigo, ya desbocado, ya irremisiblemente perdido. Y un final de cariñoso reproche por esos acentos ausentes, y un futuro malicioso, desafiante, de quien se sabe triunfadora.

    El título es apropiado, nos sumerge en otro sistema de reparto justo: compartir equitativamente la riqueza, o que sea el azar, o una decisión autoritaria, aunque descubramos que ya la torta tiene dueño.

    Un cuento sin reproches, de largura justa, con un narrador creíble y un final de remate certero.

    ¿Qué revisar? Los adverbios en mente innecesarios, el verbo escribir que puede reemplazarse y alguna que otra sugerencia:
    Se iba poniendo un poco nerviosa y sabíamos por algún gesto casi imperceptible que le molestaba que la observásemos tan fijamente, con una atención tan extraacadémica.


    Usted subía y bajaba de la tarima, tan femenina, tan francesa, y nos daba sin quererlo una sonata de trasero y gersecito mono, que nosotros escuchábamos con ojos tristes, (bebíamos) con ojos de escuchar utopías.



    Así nos quitábamos de en medio a una docena de pelotilleros(¿) y a un par de chivatos(¿).

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  2. Dos amigos de diecisiete años están colados por la profesora. Llegan a un acuerdo (muy infantil) y uno de ellos, Ernesto, tiene que hacérselo saber. Para ello aprovecha la obligación de escribir un trabajo que ella ordena. El relato es simpático, y la resolución hace aflorar una sonrisa aunque un poco torcida por el fracaso de los protagonistas. ¡Cuánto daño nos han hecho los cuentos de la infancia con los finales felices!
    Las faltas de ortografía y demás fallos del mensaje se achacan a la inexperiencia del joven. De hecho si los acentos estuvieran bien puestos, parte del final se vendría abajo. Pero no me cuadra el tono de Ernesto. Lo noto muy maduro, muy sexual, para un chaval de su edad. Comete faltas de ortografía, pero es capaz de construir la frase "… y algo así como un ancestral pudor la sacudía de prontito." Repite hasta la saciedad el pronombre "Usted" pero dice "…oficiando para nosotros sin esfuerzo la liturgia de la fascinación en la penumbra de las últimas filas".
    El tono del final sí me parece muy acertado:

    "Pienselo. Seis meses con cada uno de nosotros. El año que viene seremos mayores de edad. Queda a su elección el orden. Aún más: si hay que traicionar a Marco, se le traiciona y ya está. Pero dígame algo. No me condene al silencio."

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  3. Creo que es una pieza menor en el repertorio de Carlos. No sucede gran cosa, de hecho se trata de una proposición, de un imposible. Quiero pensar que ellos saben que la cosa no se les va a dar, pero igual se la juegan, porque están enamorados o calientes con la profesora y sienten que no deben callarse, necesitan confesar su deseo. Es un relato humorístico, aunque el humor está un poco diluido por el tono de la carta, de una simpática solemnidad. Me acordé de Carta a una señorita en París, uno de los mejores cuentos de Cortázar. Claro que sólo se parecen en el tono.

    Encontré algunos errores, no sé si están propósito.

    escribir la palabra justo con la misma convicción que antes.

    Usted ponía ejemplos contínuamente,

    gersecito mono

    algo, incluída usted.

    de watios [vatios] y silencio.

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  4. Ando tan atrasado con los comentarios del mes pasado, que ya estoy en el mes siguiente. No tengo mucho que decir sobre este cuento de Carlos, prolijo como siempre, muy bien escrito, detallista, gracioso por momentos.

    Le encuentro una sola cosa que no termina de convencerme, y tiene que ver con el tono narrativo, aunque más que con el tono, con la voz narradora.

    Se trata de dos chavales que están por cumplir la mayoría de edad, ¿21 años?, que a la vez se encuentran terminando el secundario. ¿Se tratará de un secundario para adultos, serán repetidores? Me suena como un discurso de personas de mayor edad, por momentos hasta demasiado formal, inapropiado para algún adolescente. Sin embargo, la idea de compartir el objeto de deseo, me suena convincente con la edad y situación de los dos chicos, me lo creo. No digo que se construya un lenguaje calcado del de los adolescentes, podría ser pero no es el caso, no se buscó eso en este cuento; a mí me cae mejor cuando, al menos, la reconstrucción o reelaboración de ese lenguaje, a través de modismos o guiños, implica el discurso propio de esa edad. Aquí lo siento como demasiado formal, un poco lejos del bullicio y el empuje adolescente.

    Igualmente, muy buena la historia.

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  5. Este cuento no me convence. He tenido la sensación, por un lado, de un déjà vu, probablemente una película de la que no recuerdo siquiera el nombre y por otro de ser un cuento antiguo. No creo que ahora escribieras algo así.
    En el primer párrafo apunta a una “crisis de identidad” como motivo para escribir la redacción en unos términos distintos de los solicitados. Después no vuelve a aparecer este tema por lo que el comodín es sólo una coja excusa.
    Me cuesta situar a la profesora de francés dando clases de contabilidad. Al menos por estos lares los profesores de lengua sólo dan clases de lengua o literatura.
    Hay un abuso, probablemente buscado, pero en todo caso, empalagoso del “Usted” (en el segundo párrafo se utiliza 4 veces). Y más después de leer el primer párrafo que es donde se presenta un tono de texto formal. Trata de Usted a Yvette pero sin un Señorita o Mademoiselle delante ¿?
    Pese a ello, me gustan las imágenes de la maestra subiendo a la tarima o la de los estudiantes embobados. Hay frases buenísimas como: oficiando para nosotros sin esfuerzo la liturgia de la fascinación en la penumbra de las últimas filas.
    Carlos, dime si me equivoco, ¿se trata de un cuento escrito en tus años mozos?
    Un abrazo,
    Montse Villares

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  6. Eso de ponernos a corregir los acentos que deliberadamente estaban mal, y que además es imprescindible que estén mal, pues de otra manera no habría cuento, constituye un ejercicio interesante.

    Luego, lo que más me gusta es cómo se le saca punta a algo tan cotidiano como el amor del alumno por el maestro. Recuerdo a mi adorado profesor de física, por el cual obtuve las notas más fulgurantes de mi bachillerato.

    Me cae bien Ivette. Que tenga ojos miopes la hace distinta a una diosa fría, y resulta una chica buena y engañosamente asequible.



    Y ello me lleva al trato un tanto confianzudo del chico, que al dirigirse a Ivette suprime el tratamiento de profesora y además le confiesa un desenfadado interés por su trasero. Claro que puede que el chico esté envalentonado por su próximo ingreso legal a la edad adulta, pero igual choca un poco.



    El final perfecto. “Si hay que traicionar a Marco, se le traiciona”. Jeje. Claro, se siente una un poco idiota, y procede a borrar las marquitas rojas sobre los acentos chimbos.



    Oye, ¿la redacción no podría ser sobre un tema un poco menos rebuscado? Digo, para poder entonces cambiar ese título, que es tan feo, aunque no deja de tener su pegada.







    Me pide usted, Yvette, que escriba en casa una redacción, lógicamente me sobra eso en francés, a propósito del sistema fiscal más justo.



    ya no me permite escribir la palabra justo pondría comillas con la misma convicción que antes.




    escribí en una esquina de la libreta donde Marco tomaba sus apuntes una especie de convenio muy embrollada la frase



    que tiene que ver con usted: Seis meses conmigo y seis contigo pondría comillas también; si no, parece que se reparten a Marco entre los otros dos.



    Él dijo enseguida pegado, burro no con la barbilla.



    Usted ponía ejemplos contínuamente, (jeje, va sin corrección)



    Estaba espléndida dentro de su armadura, rabiosamente guapa, a mitad de camino entre el cuarto de baño y la sala de estar. Esto, supongo, se refiere a los disfraces de los chicos (¿cómo se disfraza uno de mesa?) pero lía mucho

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  7. Eso de ponernos a corregir los acentos que deliberadamente estaban mal, y que además es imprescindible que estén mal, pues de otra manera no habría cuento, constituye un ejercicio interesante.

    Luego, lo que más me gusta es cómo se le saca punta a algo tan cotidiano como el amor del alumno por el maestro. Recuerdo a mi adorado profesor de física, por el cual obtuve las notas más fulgurantes de mi bachillerato.

    Me cae bien Ivette. Que tenga ojos miopes la hace distinta a una diosa fría, y resulta una chica buena y engañosamente asequible.



    Y ello me lleva al trato un tanto confianzudo del chico, que al dirigirse a Ivette suprime el tratamiento de profesora y además le confiesa un desenfadado interés por su trasero. Claro que puede que el chico esté envalentonado por su próximo ingreso legal a la edad adulta, pero igual choca un poco.



    El final perfecto. “Si hay que traicionar a Marco, se le traiciona”. Jeje. Claro, se siente una un poco idiota, y procede a borrar las marquitas rojas sobre los acentos chimbos.



    Oye, ¿la redacción no podría ser sobre un tema un poco menos rebuscado? Digo, para poder entonces cambiar ese título, que es tan feo, aunque no deja de tener su pegada.







    Me pide usted, Yvette, que escriba en casa una redacción, lógicamente me sobra eso en francés, a propósito del sistema fiscal más justo.



    ya no me permite escribir la palabra justo pondría comillas con la misma convicción que antes.




    escribí en una esquina de la libreta donde Marco tomaba sus apuntes una especie de convenio muy embrollada la frase



    que tiene que ver con usted: Seis meses conmigo y seis contigo pondría comillas también; si no, parece que se reparten a Marco entre los otros dos.



    Él dijo enseguida pegado, burro no con la barbilla.



    Usted ponía ejemplos contínuamente, (jeje, va sin corrección)



    Estaba espléndida dentro de su armadura, rabiosamente guapa, a mitad de camino entre el cuarto de baño y la sala de estar. Esto, supongo, se refiere a los disfraces de los chicos (¿cómo se disfraza uno de mesa?) pero lía mucho

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