domingo, 18 de enero de 2009

¡Pinta de Blanco!, ejercicio

Mirta Leis

Pensando en ti, a la manera de Serrat, miraba los defectos del cielorraso mientras veía tus ojos pardos acercarse. La imagen parecía tan real que casi podía tocarla. Estaba a punto de gritar tu ausencia cuando sonó el timbre del teléfono. Conteniendo el suspiro atendí la promoción de llamadas que una máquina ofrecía impersonalmente para solucionar inmediatamente y de la manera más económica todos sus problemas de comunicación por una módica suma mensual…
De regreso a la cama no pude encontrarte por más que recorría el cielorraso una y otra vez con la mirada ansiosa. Los minutos llenaron la tarde con evocaciones felices que terminaron por deprimirme aún más. Otra noche de insomnio hizo que decidiera poner manos a la obra en alguna labor que ocupara el tiempo libre y borrara tu recuerdo del techo descascarado.
Unos pantalones en desuso y aquella camisa beige que dejaste en el placard sirvieron de atuendo para la tarea de pintora. La lija borró imperfecciones y el blanco enmarcó el cielorraso con luminosidad propia. Las paredes en tono azul pastel hicieron el resto. Me sentía casi feliz. Continué con la idea de cambios y encaré la oscura escalera de acceso al departamento. Era estrecha, oscura, con escalones en cerámico esmaltados en marrón.
El descenso fue algo tortuoso porque la vieja escalera se chocaba con las paredes, pero el Tú puedes que alguna vez escuché en la tele me ayudó a completar la tarea.
Una vez abajo me di cuenta de que la entrada era tan pequeña que apenas podía albergar las patas de hierro extendidas y firmes para no caerme al encarar la pintura.
No había lugar para el tarro con el esmalte así que tuve que levantar la escalera y colocarlo justo debajo de ella. Había pocos centímetros libres alrededor: por los laterales las paredes apenas permitieron que cruzara, inclinándola, hasta alcanzar los peldaños que habían quedado mirando hacia la calle, apoyados sobre la puerta de madera.
Llené un pequeño balde para sostenerlo con facilidad y subí con la pintura blanca, la brocha y el tarrito a mi viejo pedestal de hierro y maderas.
La escasa estatura dificultaba mi tarea, poco a poco los brazos comenzaron a dormirse por la incómoda posición de trabajo. Decidí bajar un ratito, sólo podía descender hasta el tercer escalón contando desde el suelo, ya que la espalda chocaba contra la puerta. Desde allí, cruzaba la pierna por sobre las patas de la escalera y deslizándome sobre la pared, con un salto ágil alcanzaba los escalones. Era complicado.
Subí a la planta alta a ponerle algo de ironía a mi tristeza. Elegí a Sabina, el Nano me hacía llorar y no combinaba con el curso de autoayuda que sin dudas estaba dando resultados.
A las once bajé a seguir la tarea.
Cuando hice la pirueta para subir me pareció escuchar un crujido pero lo atribuí a los movimientos propios de la incómoda posición, la escalera era vieja pero parecía estar en buen estado, aparte las patas quedaban trabadas entre los escalones de acceso y la puerta impidiendo que se abra si fallaban las cadenitas de seguridad.
Con satisfacción veía la luminosidad que el blanco estaba creando en el ambiente, y decía como en el curso de la tele, Lleva luz a tus rincones oscuros, mientras arremetía con pinceladas el cielorraso.
El espacio perpendicular a mi cuerpo estaba cubierto, para seguir necesitaba otra escalera, una articulada, que pensaba traerme por la tarde mi amigo Carlos.
Tú puedes
repetía el slogan en mi cerebro herido en su amor propio, y estirando los brazos traté de alcanzar más allá con la pintura…, sí, puedo, claro que puedo y está quedando hermoso.
Arriba Joaquín se reía con 19 días y 500 noches y yo probaba por el flanco izquierdo estirándome al máximo, solo tenía que poner el pie bien afirmado y seguir pintando sin distracciones. El teléfono sonó interrumpiendo la concentración del momento, descruzo la pierna y sin saber cómo termino cayendo por el interior de la escalera justo dentro del tacho de pintura. Encerrada en aquella jaula de hierro y mojada las piernas de blanco, pasé largo tiempo pensando cómo escapar de la improvisada prisión, ya que la escalera estaba acodada. Tú puedes, repetía mentalmente en un ataque de risa, llanto y rabia.
Moví como pude la jaula hacia el único lado en que podía inclinarla hasta que cayó junto conmigo, los escalones de cerámica golpearon mi cuerpo por el frente, mientras por la espalda sentía el otro brazo de la escalera castigando la espalda y mis pies seguían atrapados por el tarro de pintura, que, al caer, lentamente se desparramaba sobre el piso y escapaba por la puerta.
Arriba el teléfono seguía sonando y Sabina, frenético, llenaba la estancia con su voz.
Me arrastré sobre el piso para salir por la cúspide de la escalera. Magullada subí uno a uno los escalones dejando un rastro blanco.
Cuando llegué a la sima giré dolorida para mirar el desastre. Las huellas blancas resaltaban sobre el piso marrón: la luz, dijo mi mente enganchada en el programa de autoayuda. Subí pensando en olvidarte comprando pintura negra.















4 comentarios:

  1. Dijo Mirta:

    Además sin dudas servirá para que los "remolones" tengan qué criticar,¿verdad?

    ¡Claro que sí, Mirta! De paso te saludo, creo que no te había visto antes. O pasé tan rápido que no me percaté. ¡Bienvenida!
    Ahí va:
    Un cuento de amor. En este ejercicio hay más de uno, parece.

    Ay, el amor y sus vaivenes, sus enredaderas y sus cactus. Cuántas palabras y sonidos y colores e imágenes parió el amor. Novelas, cuentos, poesías, canciones, guiones cinematográficos, esculturas. Y sin embargo parece inagotable, los milenios pasan y late una y otra vez como recién estrenado. Como si nada hubiera sido escrito.

    En general los cuentos de amor hablan sobre desengaños, olvidos, traiciones. Supongo que el conflicto obliga. Además si uno está enamorado y hay reciprocidad me parece que no escribe cuentos, ¿no? Se le da por otra cosa. Como ser navegar en la estratosfera, despertarse en la luna y eso. (¿Qué dicen los expertos del grupo?)

    En cambio una ruptura implica catarsis, desahogo, y el rollo fluye en el teclado aunque se escriba sobre gallinas lecheras.

    Es difícil escribir cuentos de amor. Sobre todo después de haber leído a Goethe, a Cabrera Infante, a Cortázar, a Neruda, al mismo Joaquín Sabina -que aparece en el texto- por nombrar algunos. ¿Cómo hacer para lidiar con semejante despliegue? Porque hay que ser creativo; uno sabe que va a decir lo mismo pero debe hacerlo de una manera nueva, distinta. De no ser así, corremos el riesgo de que el lector arrugue el entrecejo y se vaya.

    El cuento de Mirta viene con ausencia. Una ausencia que es angustia y necesidad de extirpación, olvido, exorcismo.

    El ausente aparece una y otra vez sin que nada –o todo- lo llame. Y la narradora pretende extirparlo –pero no, ya que lo busca cuando no lo encuentra- con una mano de pintura. Blanca o negra, qué más da. Como si fuera fácil.

    Mientras, da un poco de risa ver el enredo entre paredes, escaleras, latas de esmalte. Pobre mujer, pienso. Y me dan ganas de pasarle la receta que escribiera el uruguayo Martín Arregui: “Receta para decir adiós”.



    Encuentro algunas frases trilladas. De entrada nomás: “La imagen parecía tan real que casi podía tocarla” , “poner manos a la obra”, y otras más adelante.
    “Estaba a punto de gritar tu ausencia (¿Gritar tu ausencia? ¿Cómo sería eso?) cuando sonó el timbre del teléfono. Conteniendo el suspiro (¿suspiro? ¿acaso sería un suspiro gritar la ausencia?) atendí la promoción de llamadas que una máquina ofrecía...”
    “impersonalmente para solucionar inmediatamente”
    “encaré la oscura escalera de acceso al departamento. Era estrecha, oscura, con escalones en cerámico esmaltados en marrón.
    “El teléfono sonó interrumpiendo la concentración del momento, descruzo (¿presente?) la pierna y sin saber cómo termino cayendo por el interior de la escalera justo dentro del tacho de pintura. Encerrada en aquella jaula de hierro...”
    “...acceso y la puerta impidiendo que se abra (abriera) si fallaban las cadenitas de seguridad”


    Me gustó:

    “Subí a la planta alta a ponerle algo de ironía a mi tristeza”



    Y me gustó leerte, Mirta.

    Y encontrarte en el taller.

    ¡Gracias!

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  2. El relato está bien redactado pese a que carece de un gran argumento.
    Hay dos escenas, la primera la de la melancolía por la pérdida de su amor y la segunda sería el primer paso hacia una nueva vida en la que decide ponerle el color blanco.

    En el primer párrafo creo que no es necesaria la cursiva para la llamada telefónica ya que su propio lenguaje nos permite identificarla. Por otro lado, no me parece creíble que la protagonista se quede a escuchar el mensaje.

    Creo que la secuencia temporal falla o bien se trata de un departamento diminuto. Si seguimos la cronología, ella se levanta, después de una noche en vela, y decide pintar la habitación, para ello lija el cielorraso y lo pinta de blanco, luego las paredes de azul, más tarde sigue con la escalera, pinta hasta donde puede y sube a descansar. Pone a Sabina y baja a las once… de la mañana y eso lo sabemos porque a la tarde vendrá su amigo Carlos.

    He aprendido un par de palabras: cielorraso y tacho que desconocía y que no encontré en la RAE.

    Un abrazo y muchos ánimos, me ha gustado leerte,

    Montse Villares

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