lunes, 2 de febrero de 2009

FoMaRe

Pedro Conde

      Me enseñaron, y esa ha sido siempre mi esperanza, que la vida es equilibrio; que el universo es equilibrio. Pero llevo treinta y cinco años en el plato de la balanza que está hundido.
      El Sol, por desconocido, me da miedo. Más de la mitad de mi vida me he ocultado a su vista. Día tras día entro en esta fábrica antes del amanecer, y salgo cuando apenas le quedan fuerzas para teñir de rojo las nubes y los ásperos humos de las chimeneas. De todas formas, el cansancio pesa tanto sobre mis hombros que me inclina hacia delante, así no veo otra cosa que el suelo y sombras tan alargadas que ni forma tienen.
      Soy un tipo gris, de esos que pasan por vuestro lado siendo contornos difusos, de los que no dejan huella. Antes de cruzarme con vosotros, los pulmones os avisan de mi presencia soplando fuerte a través de unos bronquios enfermos, con un silbido acusador, tortuoso. Una leve cojera, recuerdo de mi padre y su singular disciplina, imprimen a mi caminar un ritmo desacompasado; el cuerpo desprovisto de gracia la convierte casi en una danza macabra. No tengo amigos; no hablo con nadie, ni siquiera conmigo; tengo una voz chillona, desentrenada, desconocida a mis oídos. No me suelo mirar al espejo, sólo a veces al afeitarme, el tiempo justo para reconocerme en esa cara huesuda, en los ojos asustados de los que cuelgan, como talegas de piel, las ojeras negroazuladas; el tiempo justo para repetirme, con desaliento, que no hay equilibrio en este mundo.
      Hace unos meses que María vino a trabajar a la fábrica. El sudor que producen las mil calderas ensucia mi piel, pero en ella forma perlas de cristal. Del pañuelo que le cubre la cabeza, tras varias horas de trabajo se le escapan algunos mechones negros. Ella levanta la tela con una mano y con la otra, con la palma hacia fuera, trata de meterlos de nuevo dentro. Acaba enredándolos con un gesto mecánico tras sus orejas. De mirarlos de soslayo conozco el color de sus ojos. Y tengo memorizada su voz. Cada noche cuando me acuesto hago un hueco con las manos y las sábanas ante la boca, así mi aliento devuelto pasa a ser el suyo. Cuando está acostada frente a mí, le pongo en la boca mi nombre con su voz memorizada. Y adivino, presiento el camino del cielo; como aquel día en que, tratando de paliar el calor, se levantó la falda, aventándola, y vi de reojo las columnas de la entrada.
      Cuesta levantarse si el mundo de los sueños es más atractivo que la vida real. Por eso la traje a mi cama. La abordé en una callejuela del barrio de los tejedores. Era de noche, como siempre. Con un sobresalto se detuvo al verme. No me reconoció. Quise invitarla, pero mi voz desacostumbrada y nerviosa sólo tartamudeó. Quiso seguir su camino con disculpas improvisadas y gritó cuando la retuve del hombro. La golpeé, y en mis brazos la llevé a casa por un camino inventado huyendo de las farolas de gas. A través de las ropas su cuerpo caliente encendió el mío. Había lavado las sábanas y estas, acusadoras, me mostraron en su blanco roto pequeñas manchas de sangre que le manaba de la ceja y del labio. Antes de limpiar su cara con un paño mojado, asustado, acerqué el rostro a sus pechos y aspiré su aroma. Ella se despertó, se refugió pegando el cuerpo a la cabecera de la cama, y balbució un llanto.
      —No temas —le dije, con tanto miedo como ella— no te haré daño. Yo te quiero.
      En mis sueños, esas palabras eran mágicas; aliviaban los males, los dolores del corazón y abrían las puertas de la felicidad. Pero sonaron estúpidas.
      —¿Quién eres?
      Yo no le contesté, me quedé oyéndola, tratando de reconocer en esas palabras la voz tantas veces soñada, y no pude hacerlo. Su cara tampoco era la que añoraba, se estaba hinchando por momentos. Tampoco estaba su risa.
      —¿Qué quieres de mí?
      —Yo te quiero —repetí, buscando el significado perdido. Queriendo retomar el plan por donde quiera que se hubiera roto. Y sonó más estúpido.
      Ella seguía llorando asustada. Las lágrimas caían por sus mejillas haciendo un camino limpio de mugre. Las seguí con la mirada caer sobre sus pechos. Sobre las redondeces de melocotón. Yo también, aunque ella no lo viera, lloré por mis sueños rotos. Supe que nunca viviría las noches idílicas que deseaba. Ni siquiera podría volver a mi vida de antes; había secuestrado y golpeado a una mujer. Me meterían en la cárcel, perdería el trabajo. Mi asquerosa vida empeoraría sin remedio.
      Tuve mucho miedo, el futuro era tan negro que se negaba a mostrárseme. Sólo fui consciente de mi sexo duro hasta el dolor.
      —¡Quítate la ropa! — le ordené, frío.

5 comentarios:

  1. Como siempre digo, yo no puedo criticar las formas porque no soy técnica, pero por sobre todo, porque soy una transgresora (y me gusta).

    Por eso solo voy a decir lo que siento al leer este cuento de Pedro. Sin dudas escribe como nadie, sus descripciones son tan reales y a la vez tienen toda la magia, el encanto y la sutileza de la poesía; yo las disfruto tanto como a las de García Márquez.

    Por otra parte, hace su personaje tan querible por lo desvalido, que hasta le comprendería la violación. Me gustó mucho: ¡quiero más Pedro!

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  2. Una historia donde el protagonista nos cuenta su infierno, su desesperanza, su tragedia.
    Yo creo –CREO- que el lado más flojo de este texto es que está escrito en primera. No encuentro coherencia entre lo que el tipo dice acerca de sí mismo y el cómo lo dice. Entonces me digo, este señor miente descaradamente. Habría que ver si esa fue la intención del autor. Una especie de “confesión” en primera, que no fuese creíble. Podría ser interesante “jugar” con eso.
    Y, es que si un señor nos dice que vive encerrado en una fábrica, que no habla con nadie, ni siquiera con él mismo –y acá no puedo evitar preguntarme quién es el destinatario de su verborrea súbita- , al punto de que su propia voz le es “desconocida a sus oídos”, un tipo que ni se mira en el espejo; que llega cansadísimo de su jornada de laburo, sin lugar para el esparcimiento, la televisión o la lectura... un tipo tan huraño y taciturno, me pregunto, ¿cómo logra de pronto contarnos su historia con un vocabulario rico, casi diría sofisticado?
    Un hombre así, ¿no usaría sólo palabras esenciales, adjetivación mínima o nula?
    En cambio, si se contara en tercera, la cosa cambiaría. Igual podríamos ver –mejor, mucho mejor- el caminar encorvado del pobre tipo, la espalda empujándolo hacia el piso; presentir su cansancio, su angustia.
    En lugar de que el hombre diga “Soy un tipo gris, de esos que pasan por vuestro lado siendo contornos difusos, de los que no dejan huella (¿cómo lo sabe?¿Y si es otra la sensación que produce? ¿Si en vez de gris es negro o incoloro, por ejemplo?) Antes de cruzarme con vosotros, los pulmones os avisan de mi presencia soplando fuerte a través de unos bronquios enfermos” (capaz que no, capaz que ni se oye el soplido... ¿no? Si no habla con nadie, ¿cómo lo sabe?), creo (CREO) que funcionaría mejor hacer la descripción desde afuera, narrador testigo o cuasi omnisciente u omnisciente, y mostrar al tipo en su andar, en sus actitudes, en sus silencios toscos.
    Encuentro un problema con los tiempos y el espacio. ¿Está en la fábrica el hombre mientras nos cuenta? Lo pensé cuando leí: “Día tras día entro en esta fábrica antes del amanecer”
    Pero después me dije que no, que está en su casa: "...la traje a mi cama".
    Los tiempos: cuando describe a la chica lo hace en presente. Puede ser, sí. Pero se refiere a momentos que se suponen previos al impulso de la violación. En los días previos quiero decir. Esa descripción culmina:“Cuesta levantarse si el mundo de los sueños es más atractivo que la vida real”. (Y esta frase sirve de paso para volver a ilustrar eso de que un tipo con cierta limitación en su vocabulario no puede expresar por escrito esta idea. La puede pensar, la puede sentir, pero a la hora de verbalizarla le cuesta horrores). Vuelvo a la frase; tenemos al hombre con semejante reflexión. Mas adelante cuenta en pretérito, como hecho ya consumado, el asalto a la chica y su encierro.
    “Yo también, aunque ella no lo viera, lloré por mis sueños rotos” (pretérito) ¿O sea que esto pasó antes que lo anterior que se cuenta en presente?
    “...sombras tan alargadas que ni forma tienen” (cómo es eso, si son alargadas tienen forma...)
    “Había lavado las sábanas y estas (éstas), acusadoras...”
    “Las seguí con la mirada caer sobre sus pechos.” (No sé, suena feo)
    “—¿Qué quieres de mí?
    —Yo te quiero —repetí, buscando el significado perdido. Queriendo retomar el plan por donde quiera que se hubiera...”

    Pedro, leí otros textos tuyos y sé que sos bueno. Me gusta cómo escribís, sí, sí. Y repito, quizá convenga probar con este cuento desde otro narrador.

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  3. Me ha fascinado cómo narras lo que siente, cómo te metes en la piel del protagonista... ¡me das miedo!

    Pese a ello, y como estamos aquí para mejorar, debo decirte que hay algunas incoherencias. Por ejemplo, empiezas con una frase elocuente en primera persona que nos sugiere un tipo medianamente culto, quizá un bibliotecario o un contable... Tengo la sensación que según avanzabas en la historia necesitabas que tu personaje fuera más primitivo, le fuiste despojando de cualidades y sin darte cuenta, ya no coincidía con el protagonista que empezaba el cuento. O quizá te enamoraste de esa frase y te negaste a cambiarla... Sea, lo que sea, el conjunto falla y es una lástima porque el protagonista, la trama, el ritmo y el tono enganchan.

    Tere ya te ha indicado el resto de puntos donde cojea, sólo voy a añadir que hay un par de “memorizada” muy próximos.

    El título ¿significa algo?

    Insisto, porque vale la pena, en que le hagas caso a Tere y pruebes de reescribirlo en tercera persona.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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  4. Como el autor me ha advertido que al texto le falta la consabida revisión, no me cebaré con él, pero voy a apuntar varias cosas, sin haber leído antes lo que otros han comentado, así le ofrezco mis impresiones frescas.

    1/ Para mi gusto, mejor el ritmo del final que el del principio. La descripción, además de ralentizar la narración, en este caso hace disminuir el interés, porque el protagonista tiene una vida tan, tan triste, que no anima a profundizar en ella. Siempre he pensado que, cuando se centra un relato en alguien, este debe ser un personaje que capture la atención.

    2/ No veo la relación del título con el texto, pero esto siempre se puede corregir.

    3/ Daría más desarrollo a los pensamientos de amor platónico del protagonista, para que así resulte mucho más crudo el contraste. Esa segunda parte la extendería más.

    4/ Aunque el principio es muy bueno, una vez leído el relato hasta el final, ya no le veo tanta relación con lo que sucede después. Me queda la idea de equilibrio, cuando lo que el tema apunta es a un tipo tímido, gris y desilusionado, al que es muy difícil salir de esa rueda en la que se ha convertido su existencia apocada. Por eso mismo, enfocaría de otro modo el comienzo.

    Espero haberte dado alguna pista.

    ¡Ah! Lo más importante: me ha gustado, y mucho.

    Un beso.

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  5. Dos veces volví a la página, pensando que me había quedado algo de este cuento sin copiar, o se habrían perdido los últimos párrafos durante la secuencia de copiar y pegar y algún desliz involuntario de mis deditos. Pero no, esto era todo.
    Bueno, el tema es denso, y el final tan cortante que sigo pensando que no puede terminar así, tan de repente.
    Lo primero que me llama la atención, es la narración en primera, sobre todo porque hay muchos detalles que el relator cuenta sobre sí mismo, y así no me gusta, es como si tuviera más valor lo que narra sobre sí, que la historia que se cuenta. Demasiado egocéntrico. Esta situación sería distinta con un narrador en tercera.

    Siento que es demasiado ambigua la ambigüedad planteada. No sé bien cómo explicar esto, porque no sé si esa ambigüedad fue buscada a propósito por el autor, o quedó de casualidad.

    Cuesta levantarse si el mundo de los sueños es más atractivo que la vida real. Por eso la traje a mi cama
    Esta frase significa que, como soñar le atrae más que la realidad, él la sueña en su cama y entonces lo que sigue es parte de su ensueño.
    O bien lo contrario, como el mundo de los sueños es más atractivo que la realidad, él decide traerla a su cama para contradecir el dicho y vivir la realidad.
    Creo que habría que trabajar esto, sea una u otra la intención del autor, faltan en el relato indicios que refuercen la intención. A mí no me queda claro qué se me está contando. Son válidas cualquiera de las dos posturas, pero habría que trabajarlo en ese sentido. Es una cosa, es la otra, pueden ser los dos. No lo siento como un efecto buscado, si no como algo que surge por sí solo, y distrae.

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