viernes, 6 de marzo de 2009

Cuarenta y seis euros

Alicia

–Por favor, un billete de ida para el autobús a Lisboa.
–Son Cuarenta y seis Euros.
–¿Cuarenta y seis?
El hombre ante la ventanilla, sudoroso, rebusca en sus bolsillos. Él sabe que tiene sólo cuarenta Euros, pero busca por si acaso ha mirado mal, o por si no ha contado bien. O por si existen los milagros.
Pero ha mirado bien, no ha contado mal y los milagros, no existen. Tiene cuarenta Euros.
–Mire… Sé que le sonará extraño, pero tengo que coger ese autobús, ¿Entiende? Tengo que salir de aquí. Es muy importante…
–De acuerdo, si yo le entiendo. Son cuarenta y seis Euros.
–Pero es lo que quería decirle, espere, es lo que le digo… Sólo tengo cuarenta. Y necesito coger ese autobús. Si usted pudiera darme el billete yo le…
–Escuche amigo –dijo el hombre tras la ventanilla– aquí todos tenemos problemas. Yo no voy a pagarle el billete. Son cuarenta y seis Euros. ¿Los tiene? Yo le doy el billete. ¿No los tiene? No se lo doy. Es sencillo. ¿Comprende?
–Pero…
–¿Comprende?
El hombre sudoroso se da cuenta que es imposible enternecer el corazón de alguien que trabaja tras una ventanilla. Se aparta y deja el sitio libre. Parece abatido.
Seis Euros, le faltan seis euros. Seis Euros le separan de su libertad. Seis cochinos euros.
El hombre guarda sus cuarenta euros en el bolsillo y comienza a pensar cómo encontrar el dinero que le falta. Podría pedirlo. Pero pedir, de algún modo, le parece humillante. Sale a la calle principal, la Gran Vía. Por allí pasa mucha gente, todos con prisa. Con bolsas, sin bolsas. Con maletines, hablando por teléfono móvil. Señoras bien vestidas… Un joven vende lotería de la Cruz Roja. Otro reparte octavillas. También está el de la ONCE, y los del «Top-manta», que vigilan antes de decidirse a plantar su puesto callejero en el suelo.
El hombre sudoroso se anima y se pone con la mano extendida en el camino de una mujer que pasa.
–Por favor…
La mujer le evita con un gesto de disgusto y sigue caminando.
El hombre sudoroso lo intenta otro par de veces más con idéntico resultado. El último le da diez céntimos.
«Que roñica». Piensa el hombre. Y luego sigue pensando. Él no sabe pedir. No conseguirá así el dinero que le falta y se le agota el tiempo. El autobús sale en quince minutos. El hombre mira a su alrededor buscando una tabla de auxilio y ve el termómetro en luz roja que cuelga de una fachada, una farmacia, una tienda de gafas y… un bar.
Entra en el bar. Allí hay una máquina tragaperras, tal vez tenga suerte. Él no ha jugado nunca pero lo ha visto hacer, es sencillo. El hombre mete una moneda por la ranura y las luces se mueven frenéticas. Una musiquita que asemeja una triunfal melodía de trompeta le anuncia que ha ganado un euro. Esto marcha.
Sigue metiendo monedas. Ahora pierde dos. Gana cuatro. Le faltan tres. Sigue metiendo. Un destello de ambición se atreve a asomar en su mirada.
Cuando el hombre sale del bar, ha perdido cuatro Euros. Ahora necesita diez. Y le quedan diez minutos.
La desesperación se apodera de él. Se pone a gritar, a suplicar. Pide a todo el mundo que se encuentra por la calle, ya sin ningún pudor.
Una chica que hace de estatua se baja de su pedestal y le pregunta si le ocurre algo. El hombre sudoroso, desesperado, balbucea explicando su angustia, tiene que marcharse. Le cogerán. Necesita tomar un autobús, necesita dinero. «¿Cuanto dinero?» «Diez Euros, diez malditos euros. Si no me atraparán. Me encerrarán. Me están buscando. Mi padre quiere encarcelarme, me ha costado mucho salir de casa, llevo encerrado más de cinco años, estoy muerto de hambre, no me deja salir, tengo que salir, tengo que coger ese autobús. Tienes que ayudarme. Alguien tiene que ayudarme. Me dejarán ahí preso hasta morir. Me moriré ahí dentro. Alguien…»
La chica mete la mano debajo de su disfraz y saca un billete de diez euros.
El hombre la abraza, la besa, se deshace en agradecimientos. La chica procura quitárselo de encima diciéndole que le queda poco tiempo para que salga el autobús.
El hombre sudoroso va a la ventanilla pero está cerrada. No hay nadie detrás. Un cartel dice que volverá en cinco minutos. El hombre grita desesperado. Nada.
Entonces va al andén donde el autobús ya ha arrancado el motor.
–¡Espere! ¡Espere! Déjeme entrar. Tengo el dinero. Tengo los cuarenta y seis euros pero no está el de la ventanilla. Tengo que coger el autobús. Déjeme entrar. Tengo el diner..
Alguien, por detrás, le sujeta por los hombros. De forma delicada, no hay violencia. Pero cuando el hombre sudoroso vuelve la vista, grita.
–Discúlpenlo, por favor. No es peligroso. Normalmente se queda siempre sentado, mirando revistas. Pero hoy se ha levantado algo violento y se nos ha escapado. No pasa nada, le llevaré a casa. No pasa nada, continúen como si no hubiera pasado nada. Vamos, Pedro. Vamos a casa. Allí estarás bien, ya lo verás.
Pedro no habla. Sólo mira con los ojos muy abiertos y una expresión de terror en la cara. Sumisamente, sigue a su celador. El miedo no le deja seguir hablando. Tiembla.
En el suelo quedan cuarenta y seis euros desperdigados a las puertas del autobús.
Ésta vez sí que ha estado cerca.

4 comentarios:

  1. Alicia, guapa, tienes que usar sangrías para que se vea bonito y prolijo. El hombre sudoroso necesita seis euros y se da cuenta de que pedir no es fácil, que hay que tener un estilo y un mensaje que llegue certero y enternezca en pocos segundos al transeúnte.Yo agruparía los muchos párrafos para que sean menos.Ya me figuraba que estaba medio sollado este personaje, cuando habla con la chica-estatua.Encuentro que le falta más tensión, quizás en la parte de la tragaperras o en otro intento distinto de conseguir dinero se pueda añadir.Al final me confundo un poco: dice el que lo atrapa que se queda “en casa” pero luego pones “celador”. Entonces… ¿está en su casa este loquito, o en un instituto?

    –Por favor, un billete de ida para el autobús a Lisboa. (Esto se le dice más al lector que al taquillero; obviamente el segundo sabe que vende billetes de autobús)
    –Son Cuarenta y seis Euros.
    –¿Cuarenta y seis?
    El hombre ante la ventanilla, sudoroso, rebusca en sus bolsillos. Él sabe que tiene sólo cuarenta Euros, pero busca por si acaso ha mirado mal, o por si no ha contado bien. O por si existen los milagros.
    Pero ha mirado bien, no ha contado mal y los milagros, no existen. Tiene cuarenta Euros.

    «Que no estoy segura pero creo que lleva acento y además creo que el punto final va dentro de las comillas roñica». Piensa el hombre.
    Esto marcha. Sigue metiendo monedas. Ahora pierde dos. Gana cuatro. Le faltan tres. Sigue metiendo. Un destello de ambición se atreve a asomar en su mirada. Esto no suena real: las tragaperras (por algo se llaman así) no “sueltan” el dinero con tanta frecuencia, ni en tan poca cantidad. Al menos las que yo he visto.


    El hombre sudoroso va a la ventanilla pero está cerrada. No hay nadie detrás. Un cartel dice que volverá en cinco minutos. El hombre grita desesperado. Nada. Quitaría esto
    Pero cuando el hombre sudoroso vuelve la vista, grita.
    –Discúlpenlo, por favor. No es peligroso. Normalmente se queda siempre sentado, mirando revistas. Pero hoy se ha levantado algo violento cambiaría esta palabra por otra cosa, inquieto o así, porque violento y algo no conjugan bien y se nos ha escapado.


    En el suelo quedan cuarenta y seis euros desperdigados a las puertas del autobús.¡Anda! ¿Y el celador los deja allí?

    ResponderEliminar
  2. El mejor cuento de Alicia, de los que presentó hasta ahora.
    Tal vez a mí me hubiera gustado darle un poco más de tensión, de densidad y extensión, pero nada, funciona, y bien. A puro ritmo, y a un ritmo vertiginoso, que tiene que ver con el apuro del personaje, con el tiempo escaso que le queda para lograr lo que quiere. Un tiempo que se le acaba y nos envuelve en su vértigo. Perfectos los diálogos y el tono del relato, que nos va llevando a su recorrida y nos contagia su apuro.
    Yo no les hubiera permitido decir nada a quienes finalmente lo vienen a buscar, no hubiera dejado tan en claro que se trata de un internado en algún centro psiquiátrico. Pero bueno, no digo que esté mal.
    Bien, Alicia, un gusto que hayas regresado.

    ResponderEliminar
  3. Muy bien, la verdad es que arranca quemando gomas y sigue así hasta el final, con frases cortas, mucho dinamismo, uno no puede desprenderse de la lectura. Los diálogos, totalmente verosímiles. Hay dos o tres detalles que te marqué, nada relevante. Lo que no me gusta tanto del cuento es el hecho de que se trate de un tipo que se escapó del loquero, hubiera preferido que quedase solapada la aclaración, que no se supiera bien quién lo buscaba, podrían ser gente de la mafia, del psiquiátrico, que lo ponga el lector.
    Esta parte, la reduciría drásticamente para beneficiar al conjunto: “Diez malditos euros. Si no me atraparán. Me encerrarán. Me están buscando. Mi padre quiere encarcelarme, me ha costado mucho salir de casa, llevo encerrado más de cinco años, estoy muerto de hambre, no me deja salir, tengo que salir, tengo que coger ese autobús. Tienes que ayudarme. Alguien tiene que ayudarme. Me dejarán ahí preso hasta morir. Me moriré ahí dentro. Alguien…”
    Y a la explicación del final también le metería tijera. Nos quedaría una elipsis interesante. Sería cuestión de probar. Tal vez el cuento quede reducido a una escena, a una situación intensa, a un momento de tensión, pero así y todo me cierra mejor que el caso del loquito que se escapa y que luego vienen a buscar, ya que tiende a ser una resolución algo caricaturesca.
    Gracias, Alicia.

    D.



    Cuarenta y seis euros
    Alicia

    Pero ha mirado bien, no ha contado mal y los milagros, [esta coma se puede ir] no existen.

    El hombre sudoroso se da cuenta [de] que es imposible enternecer el corazón de alguien...

    El hombre sudoroso lo intenta otro par de veces más [otro par de veces ya nos indica que son dos veces más] con idéntico resultado. El último le da diez céntimos.
    «Que roñica». Piensa el hombre. [“Qué roñica”, piensa el hombre. Sugiero no separar el parlamento y la acotación con un punto, sino una coma] Y luego sigue pensando.

    La desesperación se apodera de él. [Esta frase no me gusta, muy común] Se pone a gritar, a suplicar. Pide a todo el mundo que se encuentra por la calle, ya sin ningún pudor.

    –¡Espere! ¡Espere! Déjeme entrar. Tengo el dinero. Tengo los cuarenta y seis euros pero no está el de la ventanilla. Tengo que coger el autobús. Déjeme entrar. Tengo el diner.. [los puntos suspensivos son tres]

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno. La verdad que el título no me hizo hipotetizar lo que vendría. Coincido en recortar el final y dejarlo abierto. Hubiera preferido que lo tuviera encerrado el padre y no que fuera un loco pero son sólo pareceres.
    Me tuvo con ansiedad hasta el final, la sintaxis logra transmitir ese clima.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.