jueves, 16 de abril de 2009

Grasa y el tren y la señorita

Carlos

Nuestro hombre se va en el tren a trabajar. Lleva consigo un libro de Ismael Grasa, Días en China, de difícil catalogación, ¿un libro de viajes? Grasa es un aragonés que pasó un año como profesor de castellano en China. En él cuenta, en tercera persona, las vicisitudes, pocas y deslavazadas, de un español que viaja a Xian para hacerse cargo de su plaza de enseñante. Tiene una prosa simpática. El amigo pequinés hace sonar en el magnetofón una cinta de música iberoamericana. Aquí el profesor trae clara ventaja, así que saca a bailar a la mujer. Ella tiene unos pechos brincones, unas caderas hospitalarias, unos ojos jacarandosos de los que el profesor tarda en apartar la mirada. Enfrente viaja una mujer bellísima, lleva unas gafas pequeñas de miope, unos pendientes largos que pendulean suavecito, los hombros desnudos, los labios pálidos. Él reconoce que está tardando en apartar la mirada de ella; y ella también se da cuenta de eso mismo. Por un instante nuestro hombre se pregunta si la mujer sabrá leer del revés el libro de Grasa, desde su asiento; si ambos están por eso al tanto de lo del amigo pequinés, su mujer y el colega español invitado en su casa durante su escala en Pekín; luego aparta su mirada, porque ya está bien y da vergüenza.

Regresan sus ojos al libro, pero de reojo ve que la señorita de los pendientes largos le está mirando. Terminan de beber, sentados, la botella. Se crea un vivo silencio; tras él, el amigo pequinés cambia de genio: acaba con la música de un manotazo y pronuncia por lo bajo unas palabras en lengua china. Ella clava la vista en el suelo, tensa su falda, recoge los vasos y se retira. Nuestro hombre se pregunta si su vecina de tren llevará sujetador debajo de esa camiseta desbocadísima de algodón. Levanta los ojos y sorprende a la señorita vigilando. Sí, supone, llevará uno de esos sujetadores sin hombreras. La señorita ha enviado distraídamente sus ojos hacia la ventanilla negra de túnel; él, avergonzado de mirar tan fijo, deja vagar los suyos por encima de los hombros de la mujer, por el mundo mañanero y ferroviario. Ella aprovecha entonces para espiarle una vez más, fugazmente. A partir de ese instante se produce un ejercicio de evasión: cuando uno mira al otro, el otro mira a la ventana, así cinco, seis veces. Finalmente él decide mantener la mirada con la esperanza de no parecer un patoso. Así que se tienen por unos segundos. Entonces ella levanta del regazo unas manos blancas, de dedos larguísimos, y se los lleva a la mejilla; hace ademán de limpiarse una mancha de hollín dos veces, manteniendo la mirada y la sonrisa. El hombre siente que una dulce decepción le está refaccionando la cara, agradece con la más tierna de sus sonrisas, se mira en el espejo negro de la ventana, y se descubre un tiznajo negro en su mejilla. Vuelve a ponerse, por debajo del libro, el anillo que se estaba quitando.



Al rato se levanta el profesor; desenrolla el estrecho jergón en el que ha de pasar la noche. El amigo pequinés tarda por lo menos dos o tres horas en irse a la cama y apagar la bombilla. La amable señorita se pone en pie como se levantan las semidiosas, con una litúrgica majestad, y se baja en Embajadores para ir a sus desconocidos quehaceres. Nuestro hombre no puede evitar despedirse de sus pechos brincones y de sus caderas hospitalarias. Ay. La sigue con la vista mientras camina elegantísima por el andén, hasta que desaparece.

2 comentarios:

  1. ?... la palabra literaria no es un ?punto? ?no tiene un sentido fijo? sino que es un ?entrecruzamiento de superficies textuales?, un diálogo entre muchas escrituras: la del escritor, la del destinatario, la del contexto cultural actual o anterior (...). Todo texto se construye como ?mosaico de citas?, todo texto es la absorción y transformación de otro texto...? (Julia Kristeva)



    ?...una lectura abre a nuevas lecturas que son, sucesivamente, alimento de las que vendrán: saber incesante e incesantemente perfeccionado, que sabe de la provisoriedad de su forma y aspira a una perfección situada en el más allá de una cultura en permanente conversión.? (Noé Jitrik)



    Me permití comenzar mi comentario citando a gente que sabe, porque la ?miscelánea? de Carlos (así la llamó él, ¿no?) viene bárbaro para reflexionar acerca de las redes de ficciones, de los límites del texto.

    Antes el mismo Carlos había dicho que aquello no era un cuento, y de lo bien que lo pasaba en su época de inventar mentiras. Algo así.

    Cuestión vieja, nunca saldada, siempre abierta y caliente, es la que tiene que ver con los cuentos, con la ficción en general. Con cómo se va construyendo el territorio del imaginario. Cómo de pronto, en medio de la vida cotidiana y sus complicaciones, se levantan las ilusiones de un cuento. Cómo y para qué. Cuál es el sentido de ese andar sobre la irrealidad.

    Carácter doble del arte, pisar apenas el filo de lo real, indisoluble cualidad de ficción y de verdad.

    ¿Qué elegimos? ¿Vamos a defender a ?la verdad?? ¿Contamos sólo biografías y sucesos históricos?

    ¿Nos quedamos en el extremo opuesto, la liviandad de inventar cualquiercosacadarato con el peligro de caer en las malas copias, las series, la especulación de un mercado que de pronto ordena cuentos de cementerios porque se venden como café con leche?

    Una cosa es indiscutible: los que andamos por acá creemos en la ficción.

    Y nos consta que construir ese artefacto que es un cuento ?u otra obra? en el vacío, es tarea de enorme esfuerzo, de muchísima responsabilidad. Y de libertad, ¡cómo no!

    Es que la literatura no es un artificio para pasar un rato agradable; un pasatiempo intrascendente y divertido.

    No, no.

    Implica algo más de riesgo, de menos inofensivo.

    Para el autor y para el lector. Sobre todo para el lector.

    No porque los cuentos ?digan de otra manera? o expliquen con ejemplos lo que nos pasa sino por las consecuencias que trae habitarlos, aceptar el juego. ?Por esa manera de horadar que tiene la ficción. De levantar cosas tapadas. Mirar el otro lado. Fisurar lo que parece liso. Ofrecer grietas por donde colarse. Abonar las desmesuras. Explorar los territorios de frontera, entrar en los caracoles que esconden las personas, los vínculos, las ideas.

    Y todo eso, una vez más, no con discursos sino con poiesis, es decir con ficción, a partir de un artificio.

    Claro que no alcanza con juntar disparates para hacer un ?Alicia en el país de las maravillas?, hay que comprometer además cierta pasión en atrapar, como sea, la confusa vida.? (Graciela Montes)



    Los autores de cuentos empujamos la cruda realidad, la desplazamos y le hacemos sitio a ese otro territorio del mundo imaginario.



    Los lectores agradecemos.



    Buenísimas tus mentiras, Carlos.

    Nada más fijate por dónde anduve hasta ahora, por dónde me llevó el tren de tu historia. El efecto. No su contenido o lo que el cuento significa, sino lo que me sucedió cuando anduve adentro del cuento. El efecto.

    Alguien ya dijo también, que la literatura es una cuestión de efectos.



    Me gustó mucho el juego intertextual. Ese lector que de pronto es protagonista de otra historia que otro lector ?nosotros? estamos leyendo. El ensamble es perfecto. Los paralelismos entre las escenas geniales.

    Agradezco haberlo recuperado, y te invito a que lo trabajes un poco más. A ver si deja de ser miscelánea de mentiras y se convierte en un verdadero cuento. Que te convenza, digo. (Mientras, trataré de conseguir el libro de Grasa).

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  2. Buen relato,lástima tan corto y yo sin leer el libro de referencia.

    He perdido la práctica en comentar,espero volverla a retomar

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