jueves, 16 de abril de 2009

Mitre, ramal Tigre-Retiro (ejercicio)

Mirta Leis

Las luces mortecinas dibujan la ciudad desde las ventanillas del tren. El día comienza en Buenos Aires.


El traqueteo suave mece los cuerpos casi dormidos de los pasajeros. Las miradas se cruzan y se pierden, zambulléndose en la nada.


Con los brazos cruzados sobre el pecho, la figura menuda y pálida de Belén se mimetiza con el tapizado de los asientos. Sus grandes ojos parecen ahora dos líneas que apenas dejan pasar la luz. La música resuena en sus oídos desde un pequeño auricular que se adivina entre el cabello rubio.


Estación La Lucila. La gente ocupa casi todo el vagón. Un jovencito insiste en encontrar los ojos de Belén, pero se le escapan indiferentes por los cristales fríos del otoño.


La marcha acompasada del tren imprime una imagen de continuo y rítmico bamboleo de los cuerpos que se hamacan en extraña danza.


Estación Vicente López. La gente se amontona en los pasillos, traen su presencia de rutinas y de hastío. Un vendedor ambulante ofrece lapiceras, turrones y despertadores que saca de un bolso verde

— Despertadores— piensa Belén, — ¡Cómo si aquellos minúsculos aparatos pudieran hacer algo por sacudir la modorra que se instala al amanecer!— Y entorna los ojos mientras inclina hacia atrás la cabeza. El jovencito insiste, los ojos vuelven a escaparse, se corre un poco y encuentra un lugar a su lado.


Tercera estación. Algunos bajan. Sergio se sienta junto a Belén. Muchos suben. El aire se enrarece, las voces se mezclan y se vuelven insistentes, molestas, impertinentes.


Sergio se acerca, puede oler su perfume, — The evil that men do, también me gusta Maiden— le dice provocando su interés. Belén sonríe, el viaje comienza a ser diferente. Ya no cierra los ojos, sonríe mientras dice— y Metállica ¿te gusta?


Sergio se dispone a contestar cuando una voz grave se alza sobre el murmullo hablando sobre la moral y las buenas costumbres, sobre el amor y el respeto. Es un hombre mayor, bien vestido, de cabello cano, que luego de arengar a los pasajeros, toma un acordeón y canta un tango. Cuando el tren se detiene en la estación, el curioso personaje saluda con cortesía y antes de bajar dice a viva voz: — Sólo el amor salvará al mundo— Algunos aplauden.


La gente continúa con sus pensamientos, los vendedores con sus ofertas, el tren con su traqueteo.


Ellos hablan, se miran, se descubren, tal vez, mañana volverán a encontrarse

2 comentarios:

  1. Amanecer de un día corriente. La escena transcurre en un tren que podría ser cualquiera. La historia nos cuenta sobre un primer encuentro entre un chico y una chica.

    Le falta algo a la descripción. O quizá le sobre, no sé.

    “El traqueteo suave mece los cuerpos...”; un poco más adelante, la escena recurrente: “La marcha acompasada del tren imprime una imagen de continuo y rítmico bamboleo de los cuerpos que se hamacan en extraña danza.”

    O quizá lo que no me termine de gustar sean las palabras: las encuentro artificiosas, empalagosas, demasiado adornadas.

    “La música resuena en sus oídos desde un pequeño auricular que se adivina entre el cabello rubio.” ¿Se adivina? ¿Alguien oye que resuena la música en sus oídos? ¿O es que resuena en otros lados?

    “Un jovencito insiste en encontrar los ojos de Belén, pero se le escapan indiferentes por

    los cristales fríos del otoño.” (Más adelante el jovencito es “Sergio”, no sé por qué no es Sergio de entrada. Me dejó pensando eso de “los cristales fríos del otoño”, no sé bien a qué se refiere).

    Finalmente hay un acercamiento. Un vaivén de sonrisas. Algo puede empezar. O no.

    Un adjetivo demasiado usado acompaña al “curioso personaje” que irrumpe con un tango y cierta proclama acerca del amor y la salvación del mundo. Esta proclama no me gusta así planteada. Quizá me recuerde al fantasma de la “literatura didáctica”, que solía colarse (¿solía, dije?) especialmente en los cuentos “para chicos”; algo así como “y entonces el conejito comprendió que tenía que ser buen amigo y prestar sus juguetes” o cosas por el estilo, donde una voz sabia aprovechaba para pasar algún “aviso”.



    Falta el punto final luego de “encontrarse”.

    No sé. Creo que cuando se cuenta una historia que no es original –un primer encuentro entre un hombre y una mujer no lo es- hay que trabajar mucho más la forma, el lenguaje. Las palabras.

    Buscar hasta encontrar lo contundente.

    Todo esto lo digo pensando en el lector. No podemos olvidarnos del lector. Y creo que debemos pensar en un lector que devora y crece, se vuelve más protagónico y ya no le alcanza con el argumento sino que más bien degusta y paladea. Un lector más inquieto, más astuto, hasta feroz a veces. Un lector dispuesto a desviarse si el texto promete un descubrimiento.

    Que el desafío sea esa búsqueda. Creo que debemos animarnos a cortar amarras y alejarnos de la costa. Posiblemente nunca encontremos lo que buscamos (y ahora se me da por recordar aquella piedra del cuento de Dani) pero que, por eso mismo, debemos seguir buscando.



    Mirta, buen ejercicio. Estamos acá precisamente para seguir en esa búsqueda, así que ¡vamos todavía!

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  2. Una anécdota simpática, simplota pero bien contada. Con un ritmo pausado que la autora logra a través de frases cortas que se van acumulando para describir lentamente toda la situación, con mucho nivel de detalle, en un lenguaje neutro, sin ninguna intromisión del narrador, nada más los hechos y las escasas voces. Un recorte de la realidad.

    Me gusta que el cuento termine ahí donde termina. La historia queda abierta, sigue.

    Mirta, un buen ejercicio. De paso te cuento que un amigo mío está escribiendo una novela que se compone de capítulos aparentemente aislados, con anécdotas como la tuya, que suceden en un tren.



    Creo que el cuento se merece una revisión y algunos ajustes. Agrego algunas cosas más sobre el texto.



    Mitre, ramal Tigre-Retiro (ejercicio)

    Mirta Leis

    Las luces mortecinas dibujan la ciudad desde ¿desde?, me da la sensación de que desde las ventanas surge la luz que dibuja la ciudad las ventanillas del tren. El día comienza en Buenos Aires.



    El traqueteo suave mece los cuerpos casi dormidos de los pasajeros. Las miradas se cruzan y se pierden, zambulléndose en la nada. me parece que queda mejor sin esto



    Con los brazos cruzados sobre el pecho, la figura menuda y pálida de Belén se mimetiza con el tapizado de los asientos. Sus grandes ojos parecen ahora dos líneas que apenas dejan pasar la luz. La música resuena en sus oídos desde un pequeño auricular que se adivina entre el cabello rubio.



    Estación La Lucila. La gente ocupa casi todo el vagón. Un jovencito insiste en encontrar los ojos de Belén, pero se le escapan indiferentes por los cristales fríos del otoño. no se entiende esta imagen, ¿el joven está afuera y la mira por la ventanilla, o acaso buscó encontrarla en el reflejo de la ventanilla, desde el lado interior?, me recuerda ésto a una escena así en un cuento maravilloso de cortázar



    La marcha acompasada del tren imprime una imagen de continuo y rítmico bamboleo de los cuerpos que se hamacan en extraña danza.



    Estación Vicente López. La gente se amontona en los pasillos, traen su presencia de rutinas y de hastío. Un vendedor ambulante ofrece lapiceras, turrones y despertadores que saca de un bolso verde

    — Despertadores— piensa Belén, — aquí la coma debe ir después del guión ¡Cómo si aquellos se supone que esta frase la está diciendo Belén, no diría aquellos, más bien diría estos o esos minúsculos aparatos pudieran hacer algo por sacudir la modorra que se instala al amanecer!— y aquí falta un punto Y entorna los ojos mientras inclina hacia atrás la cabeza. El jovencito insiste, los ojos vuelven a escaparse, se corre un poco y encuentra un lugar a su lado.



    Tercera estación. habría que pensar un poco en esta tercera, ¿es realmente la tercera estación?, yo creo que es la tercera nombrada en el texto y para Belén quién sabe, ya se encontraba en el vagón al comenzar el cuento, yo evitaría este tercera porque se vuelve confusa su interpretación, pondría siguiente o el nombre que le corresponda; a todo esto, hay errores en el orden descripto de las estaciones, el orden correlativo correcto es: La Lucila – Olivos – Vicente López - Rivadavia Algunos bajan. Sergio se sienta junto a Belén. Muchos suben. El aire se enrarece, las voces se mezclan y se vuelven insistentes, molestas, impertinentes.



    Sergio se acerca, puede oler su perfume, hasta aquí, los diálogos comienzan después de un punto y aparte, convendría seguir el mismo criterio — The evil that men do, también me gusta Maiden espacio — le dice provocando su interés. Belén sonríe, el viaje comienza a ser diferente. Ya no cierra los ojos, sonríe mientras dice siguiendo el mismo criterio, dos puntos y aparte — y mayúscula Metállica coma ¿te gusta?



    Sergio se dispone a contestar cuando una voz grave se alza sobre el murmullo hablando sobre la moral y las buenas costumbres, sobre el amor y el respeto. Es un hombre mayor, bien vestido, de cabello cano, que luego de arengar a los pasajeros, toma un acordeón y canta un tango. Cuando el tren se detiene en la estación, el curioso personaje saluda con cortesía debería ser un marciano, que no exige la limosna y antes de bajar dice a viva voz: aparte — sin espacio Sólo el amor salvará al mundo— punto Algunos aplauden.



    La gente continúa con sus pensamientos, los vendedores con sus ofertas, el tren con su traqueteo.



    Ellos hablan, se miran, se descubren, tal vez, mañana volverán a encontrarse

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