jueves, 7 de mayo de 2009

Movida a dúo

Pedro Carriere

      Es improbable que dos personas con rasgos físicos tan similares no tengan, al menos, un progenitor en común. Esta entramada suposición se evidenciaba en cuchicheos y miradas de reojo de profesores y de padres hacia las respectivas madres, cuando estas esperaban a sus hijos a la salida de la escuela. Pero esta silenciosa condena social jamás influyó en la excelente relación que, desde muy pequeños, tuvieron el Pichi y el Colo, o “los geme”, como los habían apodado cariñosamente por su parecido, hace años, los compañeros de segundo grado sumidos en sus inocentes períodos freudianos de latencia.
      Los dos tenían dieciséis años y, a primera vista, parecían hermanos: en ambos un flequillo rubio y desprolijo disimulaba un avanzado acné en la frente y caía sobre unos ojos empequeñecidos por el grosor de los lentes de sus anteojos; caminaban arrastrando los zapatos con las puntas de los pies hacia afuera, como las agujas de un reloj que marca las diez y diez. Eran flacos, desgarbados y hasta compartían el tic de sacarse los mocos y hacerlos bolitas, cuando estaban concentrados.
      A “los geme” se los consideraba los “genios de la escuela” y eran los favoritos para ganar el torneo intercolegial de matemáticas por parejas. Para “la Fernández”, su profesora, el hecho de tener a estos dos adolescentes en la competencia, no sólo era motivo de orgullo, sino que también en caso de que ganaran, se vería beneficiada con el reconocimiento monetario que el cura director daba a los profesores de los alumnos que promocionaban la institución al triunfar en este tipo de certámenes.
      No sólo su parecido físico llamaba la atención: eran dos personas comunicadas por una sintonía psíquica particular que resultaba hasta palpable cada vez que, sin hablarse, se proponían hacer algo entre ambos. Parecían movidos por una misma voluntad y un mismo cerebro, como si un titiritero omnipresente y ambidiestro moviera hilos invisibles controlando cada una de sus acciones. Dicen algunos, aunque resulta difícil de comprobar, que esas habilidades fueron adquiridas por jugar innumerables partidas de ajedrez mirándose a los ojos, sin fichas ni tablero. Es probable que con dicho juego, al tratar de predecir las estrategias y los futuros movimientos del contrincante, se llegue a conocer en profundidad la lógica de su razonamiento; y seguramente, en este caso en particular la ausencia del tablero y de fichas, haya contribuido a que se llegue a interpretar en el semblante, en el movimiento de los ojos y en imperceptibles muecas del rostro, pistas que denoten detalles de sus pensamientos como también de los procesos intelectuales que les dan origen. Era con esas habilidades que lograban un total reconocimiento y admiración por parte de sus compañeros, sobre todo cuando las usaban con fines siniestros, si es que se puede usar el adjetivo de siniestro para denotar una capacidad innata de dirigir con precisión matemática y una pizca de maldad cuanta picardía inteligente se cometía en su curso. Y hacía meses que venían planeando lo que para ellos era un plan perfecto.
      Varias semanas atrás el Pichi había robado los planos constructivos del establecimiento que el plomero había olvidado en el depósito de herramientas, con el fin de observar cuidadosamente dónde estaban embutidas las cañerías que llevaban agua al baño de las profesoras, y el mejor ángulo en que se tendría, desde el baño del los varones, una buena vista de los “paisajes docentes” correspondientes.
      El Colo llevó a la escuela una agujereadora en la mochila, el Pichi consiguió las mechas. Tomaron cuidadosamente las medidas y rompieron el caño en diez segundos, justo esos diez segundos en que el timbre suena furioso, sobre todo en los baños, invitando a sus ocupantes, que salen con las palmas sobre sus oídos, a dirigirse a las aulas.
      Luego, todo aconteció en base a lo planeado: inundación, plomero, rotura de pared, caño nuevo y una nueva jugada arriesgada. El Pichi ya conocía de vista al plomero, el mismo que se había olvidado los planos en el baño y el que siempre realizaba algún trabajo en la escuela, de verlo en el ciber casi todas las tardecitas en la misma máquina escondida en el rincón, donde van esos que miran páginas pornos. Ellos supusieron, sin temor a equivocarse, que si al plomero le gustaba ver mujeres desnudas en la computadora con más razón le interesaría espiar a las profesoras, y sobre todo a “la Fernández”. Además, el Pichi lo había escuchado decirle a unos transeúntes eventuales, en la plaza de su barrio mientras todos miraban de reojo a la Fernández que caminaba por la vereda del frente“¡que culo tiene esa mina! ¿no les parece?” .
      El plomero, una vez terminado el trabajo, dejó el agujero en la pared desde donde no sólo se podía ver a las “profes” durante toda su estadía en el baño, sino también sacarles fotos, claro que sin flash, para no delatar su presencia. El Pichi y el Colo para ser los dueños del agujero lo taparon con una pequeña tapa de metal, asegurada con dos candados, ubicada detrás de un viejo tablero de básquet en desuso cerca de un inodoro fuera de servicio y clausurado.
      El plan fue perfecto, hasta previeron que el curso tenía veinte pares de ojos masculinos para mirar por un mismo agujero, por lo cual se “vendían” los segundos que cotizaban según la profesora que entraba al baño. Los más caros, obviamente, eran los de “la Fernández” que, además de hacer las cosas normales que pueden hacerse en los baños, se sacaba la camisa y la pollera o el pantalón, o a veces se desnudaba totalmente y de esa manera hacía sus necesidades o se acomodaba el pelo o se pintaba los labios. Así, los “geme” se aseguraron, además de dinero, también cigarrillos, chocolates, favores y hasta “tranza con hermanas”. Sólo el plomero tenía unos segundos gratis, que generalmente donaba a los menos “pudientes”.
      Fue entonces cuando decidieron dar el golpe final, el jaque mate de esa partida inolvidable. La movida, que les daría el triunfo total y los catapultaría como genios indiscutidos entre sus compañeros, era llegar a tener “algo” con “la Fernández”, se conformaban con un “algo” moderado: unas caricias, unos besos; sin perder las esperanzas que la profesora, sorprendida por la originalidad y la fuerza de su estrategia, cayera excitada y gustosa en la trampa. Aunque, más allá del mero acercamiento sexual, que como a todo adolescente lo consterna y lo ilusiona, el objetivo final era demostrar cómo sus mentes juntas se potenciaban al límite de lo impensado, de lo imposible.
      Cotejaron opciones: una era amenazarla con no ir a las olimpíadas, y sabiendo lo importante que era para “la Fernández” su reputación y su deseo de viajar, había buenas posibilidades que aceptara la propuesta; y otra era lograr su cometido intimándola con publicar las fotos que le habían sacado en el baño. Estuvieron un día evaluando las alternativas hasta que llegaron a la conclusión que lo de las fotos era más fuerte.
      Ya no había vuelta atrás, como una piedra que acaba de ser arrojada o una palabra que se aleja de la boca, el proceso era irreversible, esta vez no sólo se trataba de demostrar sus capacidades para formular estrategias exitosas sino también estaba en juego su valor y reputación frente a sus compañeros.
      Sin mirarla a los ojos, con los lentes semiempañados y un cosquilleo paralizante en las piernas, el mismo que se siente en las ocasiones que se tiene mucho miedo o cuando, asustado, se intenta correr en sueños, se acercaron a ella en la entrada de la escuela. No se animaron a hablarle; llevaban un sobre con una carta, en donde explicaban sus intenciones cuasi-sexuales, y unas copias de las fotos:
      -Tome, esto es para usted señorita -dijeron a dúo con tono respetuoso, evitando su mirada, al momento que estiraban ambas manos derechas con las que asían el sobre, en un movimiento ridículo pero sincronizado.
      Ella asintió con su cabeza sin emitir ni una palabra, apretó sus labios como si aseveraba una duda o se escondiera una sonrisa, y bajo un instante sus párpados. Tomó el sobre rozando con sus uñas largas y rojas las palmas de las manos transpiradas y temblorosas de los adolescentes, e ingresó al colegio.
      Dos idénticas sonrisas forzadas se dibujaron en sus caras, de esas que se realizan con la mitad inferior del rostro, mientras los pómulos y los ojos permanecen inexpresivos, típica de cajera de local de comidas rápidas, y en silencio se fueron caminaron lento hacia el sótano, sus piernas se iban entumeciendo y no les permitían apurar el paso. Los invadió una rara mezcla de orgullo y terror; las probabilidades de que el plan fallase, hasta ahora insignificantes, empezaron a aumentar de repente, parecía que el titiritero bajaba por sus hilos descargas eléctricas que sacudían sus estructuras lógicas: se preguntaban por qué lo hicieron, qué pasaría si ella se animaba a mostrar las fotos al director, el cura seguro llamaría a los padres, sería un desastre. El sótano les pareció frío. Unas repentinas ganas de orinar los invadió, como cuando se juega a las escondidas. El cosquilleo ya no se limitaba a las piernas, avanzó hacia la espalda y la nuca. Esa noche ninguno de los dos comió; el Colo no pudo dormir.
      A la otra mañana, desde media cuadra antes de llegar a la escuela ya vieron a “la Fernández” que, con un traje negro bien al cuerpo, un rodete prolijo y unos anteojos redondos que le daban un aspecto de secretaria agria, los esperaba en la puerta. Se acercaron caminando muy juntos, rozándose los hombros. Al Pichi le dolía el pecho, la saliva había desaparecido de su boca y no podía hablar, y el Colo, para que no se note el castañeo de sus dientes, mordía fuerte una goma de mascar agotada por el insomnio.
      –Buenas fotos aunque hay mejores –les dijo con una sonrisa neutra, giocondina, mientras les entregaba un sobre, para luego dar media vuelta y dirigirse al curso.
      –Los espero en el aula, no tarden– agregó.
      Tardaron en reaccionar. Qué les quería decir “la Fernández” con eso de que “hay mejores”, además no se la vio ofendida, quizá aceptó la propuesta. El miedo fue dejando paso a la exaltación. Abrieron confiados el sobre; la carta decía:

      Hay mejores fotos mías en www.exibicionistas.com. Busquen las de una pareja llamada: La profe y el plomero.
      No era tan difícil imaginarlo. Los consideraba mejores.
      Creo que no ganaremos las olimpíadas.
      Ah, me olvidaba. No se molesten en denunciarme a las autoridades de la escuela; hay un agujero mucho más viejo que el de ustedes en otra pared del baño, y que da a la bodega privada de los curas.
            Prof. Fernández


      El Pichi y el Colo quedaron con sus bocas entreabiertas un buen rato, mientras sus ojos sin pestañar permanecían clavados en la carta que, como una lámpara de Aladino inversa, fue convirtiendo a los genios en humo.

1 comentario:

  1. La historia me parece bien escrita. Tiene algunos detalles sin corregir que habría que retocar. También es deseable sustituir los guiones normales por rayas. Pero, bien, funciona: una historia de pillines vaternarios escrita con corrección y eficacia.

    Algunas sugerencias:

    Se repite en dos ocasiones, muy cerca una de la otra, "esas habilidades".

    Cuando se dice «pistas que denoten detalles de sus pensamientos [aquí no vendría mal una coma] como también de los procesos intelectuales que les dan origen», yo pienso que sería mejor decir «de los procesos intelectuales que están en su origen»; no estoy seguro de que los procesos intelectuales den un origen a los pensamientos.

    Hay un galicismo en la frase «Era con esas habilidades que lograban». En castellano se diría «era con esas habilidades como lograban». Quitemos un poco de lastre y se comprenderá mejor: ¿Se dice «era que lograban», o se dice «era como lograban»?

    Hay una rima fea en «los "paisajes docentes" correspondientes».

    Y una complicación en la frase: «El Pichi ya conocía de vista al plomero el mismo que se había olvidado los planos en el baño y el que siempre realizaba algún trabajo en la escuela». La ausencia de comas lo hace difícil de digerir, pero además podría hacerse más corta y precisa si se escribe así: «El Pichi ya conocía de vista al plomero habitual de la escuela, el que se había olvidado los planos en el baño».

    Cuando se cita una frase, aunque sea detrás de dos puntos, hay que comenzar con mayúscula, para reproducir la frase como se dijo. Es decir: «... decirle a unos transeúntes eventuales [...]: "¡Qué culo tiene esa mina!"»

    Faltan algunas comas, por ejemplo en «ubicada detrás de un viejo tablero de básquet en desuso [coma] cerca de un inodoro fuera de servicio», o también en «por lo cual se "vendían" los segundos [coma] que cotizaban según la profesora que entraba al baño».

    Hay un error mecanográfico en «apretó sus labios como si aseveraba una duda». Imagino que se quiere decir "aseverara". En cualquier caso es una expresión que me desconcierta. No sé cómo se aseveran las dudas. Es un raro oxímoron. Ambas palabras son opuestas: la duda y la afirmación. pero la afirmación de una duda parece la persistencia de la duda.

    Hay otro error mecanográfico en «en silencio se fueron caminaron». Supongo que seria «caminando».

    No entiendo la expresión: «...ya vieron a "la Fernández" que, con un traje negro bien al cuerpo». "Bien al cuerpo", supongo lo que quiere decir, pero nunca la he oído.

    La frase «Buenas fotos aunque hay mejores», me parece que debería escribirse así: «Buenas fotos, aunque las hay mejores».

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