martes, 1 de septiembre de 2009

Homo

César Gómez

      Su vergüenza es llevada en volandas por una algarabía de salves, insultos y escupitajos. En el trayecto de su pasión, levanta un instante la vista con la intuición del que se siente observado, y pierde una mirada buscando algo de recíproca compasión. Con la mente tan cosida como su vagina, permanece inmóvil tapada con una tela de saco cara al terror, hasta que un estruendo la revienta la sien abriéndole la cabeza en dos como a un coco.
      Esperaba las noticias de la bolsa en el canal de noticias y se coló la historia de Jadiya. Le dedicó un breve instante de indiferencia y, más molesta por la ausencia de información bursátil que por la lapidación, apagó el televisor. Al hacerlo, el dedo se impregnó de polvo haciéndole caer en la cuenta que necesitaba otra asistenta. Se enfundó en el abrigo rojo que le confería distinción, y tras un último vistazo al espejo de la entrada, enfiló el camino a la empresa proyectando seguridad en sí misma.
      En el proceso de selección solo se discrimina cuando optan a cargos directivos. Jamás había pensado en ello hasta que Beatriz, su secretaria y única amiga, le puso en alerta. Su autosuficiencia hereditaria le alejaba de cualquier preocupación; para ella era una suerte de trámites que habrían de sucederse, sabía que era la mejor preparada y que el Consejo de Dirección se tendría que rendir a la evidencia de los resultados. Educada desde pequeña para prescindir de los asuntos superfluos, su vida, regida por una moral estoica, era consecuencia de una desmedida ambición que hacía que su mente fuera cruzada constantemente por diagramas de flujo y gráficas en tiempo real.
      Avanzaba con paso resuelto y casi chulesco, tiñendo de carmín el gris de la ciudad. Absorta en un mundo de índices, valores y cotizaciones aterrizó forzosamente al toparse de cara con el olor a henna de una chica con rastas que le animaba a unirse a una espontanea manifestación pro derechos humanos. Una mirada desdeñosa y un despectivo balbuceo es lo que dio a cambio, mientras cruzaba a la otra acera pensando que no hacía falta un perfume exclusivo como el suyo, sino que bastaba con uno de supermercado para que aquella chica no resultara tan nauseabunda. Se giró para contemplar el tumulto con perspectiva, y se sintió despreciable por unos segundos al reconocer la foto de Jadiya en una pancarta.
      El forzado silencio que salía de la mesa ovalada le puso en alerta. Un par de miradas huidizas, y el hecho de llegar la última a la reunión, le hicieron darse cuenta que allí se estaba fraguando su sacrificio. Apenas unas cuantas frases que salían de la cabecera corroboraron su intuición; el Consejo de Administración en pleno había decidido que el puesto no iba a ser para ella: Juan de Gil, iba a ser el nuevo y flamante directivo. Le imaginó delante de los amigos de empresa, presumiendo con su fina ironía al igual que cuando se acostó con ella y tuvo que hacer un esfuerzo para contener su vómito. Se excusó con una risa de catálogo y tomó conciencia de la situación cuando Beatriz la encontró con la cabeza metida en el wáter purgando su odio.
      Al entierro de Yolanda Leis no asistió ningún ser querido. Dos semanas más tarde de la espantada de la reunión fue encontrada tendida en el suelo del salón de su casa. Su secretaria había dado la voz de alerta al no poder comunicarse con ella. A Yolanda se le paró el corazón un lunes por la mañana tras haber ingerido una mezcla de antidepresivos y helado de stracciatella. Ni siquiera Beatriz, que contemplaba la ceremonia en la distancia por miedo a las represalias, acudió aquella tarde; solo algún vecino y la mayor parte del Consejo de Administración entre los que se encontraba su recién nombrado Director Ejecutivo, aún con las secuelas del desprecio en el rostro.
      Por lo menos tuvo una muerte dulce, fue lo último coherente que pronunció Juan de Gil aquella mañana antes de que le café hirviendo le abrasara la cara.

4 comentarios:

  1. Se me hace muy difícil entender esta historia. Ya desde el primer párrafo se me hace ininteligible. ¿Busca, con la cabeza cubierta por una tela, una mirada de recíproca compasión? Siente ella compasión por sus verdugos? Entonces, ¿por qué la vergüenza?

    Hay algunas… palabras que me parecen mal utilizados: ¿salves?, hereditaria por heredada, moral ¿estoica?



    Una historia llena de incongruencias que seguro desaparecerían con algo más de detalle de los personajes, de sus relaciones, y abandonando un poco el lenguaje… excesivamente literario.)

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  2. Se me hace muy difícil entender esta historia. Ya desde el primer párrafo se me hace ininteligible. ¿Busca, con la cabeza cubierta por una tela, una mirada de recíproca compasión? Siente ella compasión por sus verdugos? Entonces, ¿por qué la vergüenza?

    Hay algunas… palabras que me parecen mal utilizados: ¿salves?, hereditaria por heredada, moral ¿estoica?



    Una historia llena de incongruencias que seguro desaparecerían con algo más de detalle de los personajes, de sus relaciones, y abandonando un poco el lenguaje… excesivamente literario.)

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  3. Pues ya lo habré dicho antes: me gustan muy poco los textos cortos. No he leído apenas nada de César, pero me agrada imaginar que no es uno de esos chavales que escriben una simple redacción de blog para los amiguetes y se fuman un puro mirando complacientes las volutas y los párrafos.
    Hay en el texto algunos tics juveniles, de esos que a un autor con pocos años le parecen irrenunciables, pero que producen escepticismo a un lector con muchos. Por ejemplo esa chica con rastas, que no sé muy bien qué pinta en la historia, o ese ácido desprecio que se adivina en las palabras, esa violencia poco contenida que planea sobre la redacción, y que no está directamente relacionada con la trama. El autor pierde un poquito la continencia que se le supone a alguien cuya historia debemos creer, en la labor de fustigar con verbo acerado a la hipócrita sociedad de los ejecutivos, en oposición a la espontánea naturalidad de las chicas con rastas y de los manifestantes con pancartas. Este antagonismo puede parecerle absolutamente natural a un adolescente, pero más allá de la juventud no es tan meridiano, revela más bien cierta dosis de maniqueísmo.
    El cuento comienza con la escena de una lapidación que aparece, imagino, en un telediario. La elección de esta escena suelta para comenzar el cuento mueve a pensar que el autor desea establecer algún tipo de paralelismo entre ese linchamiento y el que luego le sobreviene a la protagonista de la historia. No sé si me estoy imaginando esta equivalencia de puro chalado que estoy, pero sería arriesgado que esa intención estuviera en la cabeza del autor porque la comparación es sencillamente odiosa; que le pregunten a la lapidada, una mujer a la que la turba mata de un modo bárbaro, por un hecho considerado trivial en Occidente, si se siente semejante a una ejecutiva bien pagada, bien educada, comida y vestida, a la que acaban de despedir de su trabajo con una indemnización suponemos que jugosa, y la suficiente formación y contactos para encontrar otro empleo similar en breve. Claro que yo puedo estar equivocado, y la intención del autor ser ajena a esa analogía, pero, entonces, ¿por qué se ha arrancado con esa lapidación?, y ¿por qué se insiste con la manifestación callejera de protesta?
    El estilo me parece bueno, aunque tal vez la exposición es demasiado contundente, como decía antes. A mí me parece que César escribe bien, tiene sentido del ritmo y de la fuerza de las palabras. Probablemente, si tenemos ocasión de leer más narraciones suyas, vamos a ver cosas muy bien hechas en el futuro.
    el lector lamenta la parquedad del autor que le deja sin saber cómo es un coito sonriendo con fina ironía. Y se queda también sin saber por qué se acostó Yolanda Leis con Juan de Gil, venciendo el inmenso asco, si Juan de Gil era hasta entonces, según entiendo, un igual que aspiraba al mismo puesto que ella. Queda descartado, según veo, el afán de medrar en la empresa.
    Finalmente tampoco se nos explica quién tiró el café a la cara de Juan de Gil (¿Beatriz?, ¿después de haber tenido miedo de asistir al entierro?), ni cómo es que se suicida una supuesta triunfadora por tan poca cosa. En fin que la historia daba para mucho más que un folio.

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  4. No sé qué tanto ha escrito Carlos. A mí me parece que escribe bien pero como "corta y pega". No piensa en el lector y el armado confunde. No entiendo ´qué es lo que se quiere contar. Lo lamento

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