viernes, 9 de julio de 2010

El cielo alrededor

Diógenes

      Itharus quedó quieto, un pie delante del otro, apoyados ambos en un precario equilibrio sobre la liana del destino. Cada una de las mil partes en que se divide un segundo le gritaban advirtiéndole del peligro cada vez más cierto. Pero Itharus quedó quieto y se puso a pensar.
      Se hallaba a medio camino de conseguirlo. Sólo diez pasos más sobre esa tensa cuerda que conectaba las dos paredes rocosas del cañón del río, y cruzaría el profundo abismo. Sólo diez movimientos para alcanzar el otro lado, donde se hallaba su tribu, callada, sellando con sus cuerpos la salida del túnel de la oscuridad. En medio de ellos blandiendo en alto un cetro de cristal, el mago —su padre—, lo esperaba, con un mudo reto que debería haber sido anhelo.
      Quedó quieto, porque quería pensar…
      Itharus sintió vértigo cuando una lengua de brisa le empujó desde la espalda. Pero quiso parar y mirar alrededor. Llevaba toda su vida subido en esa difícil realidad, atravesando este camino trazado en una sola línea. No era posible alzar la vista para mirar el cielo; mientras avanzaba debía estar tan concentrado en no desviarse del trayecto permitido que todos sus sentidos se dedicaban a la tarea de mantenerlo en vilo. Nunca había podido ver el cielo.
      Toda una vida vigilando sus pasos…
      Aquellos que lo esperaban sobrevivieron a esta prueba que la vida imponía con irónico sarcasmo.
      Su recompensa, si cruzaba, sería ser como ellos, ciegos devotos de la segura oscuridad de sus cuevas. Muertos, en la negrura de un mundo sin luz.
      Y quiso vivir, aunque sólo fuera un segundo.
      Itharus sintió un dulce vértigo cuando levantó sus brazos hacia atrás y se dejó caer, zambulléndose en un cielo visto por primera vez y que le acarició suavemente, acogiéndolo, mientras caía.

3 comentarios:

  1. Bienvenida, de nuevo, Dio. Me alegro de que estés entre nosotros y me encantaría que fuera para mucho tiempo.

    Confieso que no me gustan los micros, así que no me hagas mucho caso si mi crítica te parece poco halagüeña. Será la fuerza de la antipatía hacia ese tipo de textos que, me da la impresión, condenan a muchos autores a instalarse en ese género para siempre. Tienen algo de adictivo para el autor.

    Tu texto es un fugaz instante muy bien escrito (insisto en lo de muy bien escrito), pero que me deja más dudas que aclaraciones. Entiendo que un joven funámbulo cruza un estrecho cañón (¿no serán muy poco los veinte pasos que tiene la cuerda?), ante la expectación de su pueblo. Y, en el último momento, decide dejarse caer para no ser como sus compatriotas, que viven en una gruta.

    Fuera de ese destello (volvemos a lo mismo: los micros no dan tiempo más que para ver un fogonazo), todo es confuso; o lo que es peor: todo es ignorado y sospechoso de carecer de consistencia.

    No sé si será de mal gusto que yo me pregunte qué hacía el funámbulo en la cuerda; de dónde venía (cómo había cruzado al otro lado del cañón); qué pretendía demostrar; qué quiere decir que «llevaba toda su vida […] atravesando este camino». Pero, si, como parece, esa prueba ya la habían realizado los demás miembros de la tribu, cómo habían podido cruzar los demás, en esa especie de prueba colectiva (¿las mujeres y los niños y los viejos también habían cruzado?); si el resto de su tribu ya había cruzado y se había instalado en la gruta, ¿por qué él era el último?, de dónde venían todos y por qué se guarecían en la gruta; quién y cómo había tendido la cuerda de un lado al otro del cañón…


    __._,_.___

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  2. Bien, me gusta la idea, aunque mi impresión es que falta trabajarla más. Es cierto que uno se ve obligado a preguntarse algunas cosas, y no son el tipo de preguntas que se desprenden de una elipsis bien manejada, sino más bien producto de ciertas incongruencias o falta de datos.

    Leemos: “Nunca había podido ver el cielo”. Pero tengo entendido que la liana no era muy extensa, ya que el muchacho estaba a medio camino hacia la boca del túnel, a solo diez pasos de la misma. ¿Cómo es, entonces, que se pasó toda su vida sobre esa cuerda? Tiendo a pensar que atravesaba la liana ocasionalmente, o sea que el cielo, mientras los pies estuvieran en tierra, podía ser apreciado por el personaje. Puede que no haya entendido bien y la expresión se refiera a que nunca había podido contemplar el cielo mientras caminaba sobre la liana. En este caso mi pregunta es cuál sería la diferencia entre contemplarlo desde tierra o sobre una cuerda.

    Luego hay una redundancia: “Itharus quedó quieto y se puso a pensar”. Después dice el narrador: “Quedó quieto, porque quería pensar”. Y más adelante: “Quiso parar y mirar alrededor”.

    También uno se pregunta por qué la tribu buscaba la oscuridad, y por qué el muchacho estaba afuera. Aquí creo que no es necesario el desarrollo de una justificación, con mencionar cierto ritual sería, a mi modo de ver, suficiente.

    Se me hace que Itharus, más que sentir la necesidad de ver el cielo, se negaba, aunque no quisiera admitirlo, a ser como ellos, los de su tribu, en fin, a vivir en la oscuridad. Y por eso su decisión. Pero esto, desde luego, me lo estoy inventando.

    Leemos: “Cada una de las mil partes en que se divide un segundo le gritaban advirtiéndole del peligro cada vez más cierto”. Yo no sé si el peligro es más cierto, o mayor, digamos, en un punto del trayecto que en otro. Habría que aclarar eso, ¿no?

    Leemos: “cruzaría el profundo abismo”. Si un adjetivo no da vida, mata. La palabra abismo ya contiene el sentido de lo profundo”.

    Leemos: “…mientras avanzaba debía estar tan concentrado en no desviarse del trayecto permitido…”. No sé, no le veo sentido a esta frase, puesto que no había modo de desviarse del trayecto. ¿Y por qué permitido? ¿Acaso había alguno no permitido?

    Leemos: “Y quiso vivir, aunque sólo fuera un segundo”. ¿No había vivido hasta entonces? A lo mejor no consideraba vida a sus años de vida, valga la redundancia. En este caso habría que explicar por qué.

    Leemos: “…se dejó caer, zambulléndose en un cielo visto por primera vez y que le acarició suavemente, acogiéndolo, mientras caía”. Hay algo contradictorio en la frase. Al dejarse caer, se zambulle en el cielo. ¿En el cielo o en el abismo? Y eso de que el cielo lo acoge es, si no entendí mal, lo más sobrenatural del relato, y a la vez lo más hermoso. El cielo lo acoge, lo protege, mientras cae. Pero… ¿de qué manera lo protege? ¿Haciendo que su descenso sea en cámara lenta, para evitar que se lastime? Me quedan dudas, no sé si interpreté bien, y es una lástima porque este final tiende a gustarme. Me hizo recordar un cuento de Agutagawa: Senin.

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  3. Hola, Dio.

    Cuando leí tu cuento por primera vez me recordó a Juan Salvador Gaviota. Pero condensado, claro, y sin esa magia que tiene el de Bach (es que no te cabe).

    ¿Individualidad con su correspondiente soledad y rechazo?, ¿El abrigo del grupo a costa de la libertad? En este tipo de cuentos creo que la libertad está sobrevalorada, pero si fueran más realistas dejarían de tener su atractivo.

    Un poquito abstracto para mi gusto, pero es que mi mente abandonó hace poco los dibujos animados y no está preparada para cosas con más sustancia.

    Espero que te animes y escribas cosas más largas en este sitio. No creo que me defraudes.

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