domingo, 15 de mayo de 2011

Guacanic, que quiere decir estrella (Ejercicio)

Norberto

      Ella se llama Guacanic, que quiere decir estrella. No usa documento de identidad, nunca se lo han querido otorgar las autoridades provinciales, a menos que lo hiciera a través de los punteros políticos, quienes los conservan en su poder hasta luego de las elecciones para obligarlos a votar a candidatos predeterminados. A ella no le importa nada esa tarjeta insulsa que no la representa, nunca hay elecciones en su comunidad, y tampoco tiene apellido como exigen los gendarmes. Lleva a cuestas la traza de arrugas del rostro y de las manos, la piel curtida y cetrina, los ojos entrecerrados que parecieran sufrir historias de un ancestral desamparo. Su abuelo fue uno de los pocos sobrevivientes de la Masacre de Napalpí. Su padre fue acribillado en Rincón Bomba, ametrallado por la Gendarmería Nacional. Ella sufre la misma persecución que los va evacuando de las mejores tierras y del acceso al agua, a la salud, a la educación. Perdió a su hombre a fines del año pasado, cuando habían decidido cortar la ruta ya que nadie prestaba atención a los reclamos. De su cuello cuelgan coloridos colaq, y en sus muñecas danzan con seco tintineo los dientes y uñas de animales que lleva ensamblados en los onguaghachik. Casi nunca habla, sobre todo desde que las balas asesinas de los policías acabaran con la vida del Checho, que agonizó en sus brazos pidiéndole que no se fuera de la ruta, que era preferible morir así antes que vivir sometido y humillado.

     El que lleva la voz cantante es Lisandro Orozco, Tayabekel en su lengua nativa, cacique y chamán. Es el que la comunidad eligió para representarlos, hablar con los funcionarios y con los periodistas, salir en todas las notas y en todas las fotos y contarles del algodón y de la zafra y del maltrato y las exclusiones a que los someten. Es un chamán y a él nada le van a hacer los flashes ni los micrófonos ni el atropello de las voces de esta gente que pareciera únicamente escucharse a sí misma. Él usa un chaleco de cuerina gastada sobre una camisa leñadora, y un gorro pasamontañas con relleno de piel que alguna vez habrá sido blanca y ahora apenas se diferencia del oliva del rostro. Lo escogieron porque es el sanador, el que mejor se desenvuelve, el sabio capaz de aguantar la bronca y hablar pausado para explicar las injurias, repitiendo a unos y a otros por qué el gobernador y los hacendados los despojaron de sus tierras, de las pertenencias de los antepasados que ocupan desde siempre todos aquellos que sobrevivieron al exterminio, primero de los españoles, después de los militares, los terratenientes, y ahora de los políticos que defienden oscuros negociados de empresarios despiadados e inescrupulosos.

      El niño es otro de los tantos que corretean por el campamento sin terminar de entender por qué están ahí, para ellos es una fiesta, ni siquiera en su léxico figura la palabra vacaciones, muchísimo menos piquete. Es uno de los nietos del cacique, la quiere mucho a Guacanic que siempre lo está protegiendo. Su tío era el Checho, que perdió la vida durante el enfrentamiento con los policías y los gendarmes cuando estaban ocupando la ruta en reclamo de las tierras. Se llama Nicanor, es uno más de los catorce menores que acompañan a sus padres, recién cumplió los cinco años, pero no importa el nombre, ni los ojos tristes, ni la desnutrición avanzada ni la ropita harapienta y deshilachada que ni lo cubre del clima o del pudor; Nicanor apenas tendrá una azarosa participación en esta historia de reclamos inútiles y desidia.

      Lisandro Stein es periodista, trabaja para el diario Tiempo Argentino. Se encuentra en la Avenida 9 de Julio cubriendo el acto de la CGT. Aburrido, esperando que termine de una vez la concentración para ir a encontrarse con la notera de TN que lo había invitado a comer pizza. En el palco está hablando Moyano, no le presta atención a lo que dice, nada más registra las pausas que el sindicalista hace para que sus adeptos lo aplaudan, repitiendo el mismo recurso de todos los políticos. Lisandro camina entre la multitud, llega a pocos metros del piquete de los Qom, ve elevarse sobre ellos la negra imagen del Quijote brotando de la piedra blanca como en un acto de magia de los propios duendes indígenas. Está por regresar, no le interesa para nada esta protesta de los indios, se lo dijeron bien claro en la Redacción, vos nada más te ocupás del sentir de la gente que concurrió al acto, qué hacen, qué dicen, sobre todo los que hablan a favor, ya sabés, tomá nota, que no se te escape nada, olvidate del resto. Y claro, qué carajo le importa a él ese piquete, él nada más acata las órdenes, considera su puesto en el periódico apenas como un paso absolutamente necesario antes de pasar a la pantalla de la televisión. Ni loco iba a apartarse de la consigna, con los propios objetivos no se jode. Pero Lisandro, a pesar de su escasa experiencia en la profesión y del decidido afán de no discutir y mucho menos exponerse, no deja de percibir ahora ciertos movimientos especiales entre las fuerzas del orden que no le resultan del todo claros.

      El Cucaracha es uno de los principales integrantes de la barra brava de Boca, tiene el acceso prohibido a los estadios, y tres causas abiertas por venta de estupefacientes, extorsión, y asesinato con intento de robo, se encontraba en libertad condicional hasta hace dos meses, cuando dejó de presentarse a las audiencias y lo declararon prófugo. Trabaja a destajo en lo que sea, como guardaespaldas, como soplón, chorro, secuestrador, asesino, de acuerdo a los distintos niveles de demanda en las oportunidades que se le presentan. Además de mantener excelentes relaciones con los servicios y con importantes punteros políticos, tiene una impecable puntería con las pistolas; esta vez lo contrataron por esta razón, desde una fuerza de seguridad que debe mantener el anonimato. Le indicaron la esquina de Salta e Hipólito Irigoyen. Justo en medio de la concentración. Cuando llega caminando, distingue a su contacto al costado de una Trafic de la Federal. Le hace una seña y se acerca, el otro desplaza la puerta y ambos ingresan. Todos los vidrios del vehículo tienen un polarizado oscuro. El capitán Santoro le entrega un sobre del que sobresalen las puntas de un grueso fajo de billetes. El Cucaracha lo introduce en el bolsillo de la camisa. El acuerdo ya está sellado, ahora le van a explicar qué pretenden de él, no tiene apuro, siente el peso del dinero sobre la tetilla izquierda.

      Guacanic está obnubilada. Desde que llegaron hace más de siete meses, no deja de sorprenderla el parpadeo de las luces sobre las altas fachadas de los edificios, con letras y palabras que ella es incapaz de leer y no comprende. Extraña el chillido de la hateguera que vuela anunciando la muerte de un gobernante. Y al sirirí negro pronosticando la niebla o la lluvia. No hay en este lugar de tierra dura y sin vegetación, ni un tetaxañe, ni un pioq, ni un huareguerec, en este paisaje de vértigo y caos por dónde circulan carros extraños que emiten olores repulsivos y sonidos que lastiman. Todavía no se acostumbra ella a ir a hacer sus necesidades dentro de esa caja de plástico, pequeña, incómoda, sin una rama de la cual agarrarse, y con un olor nauseabundo que parece de intestinos en descomposición y le hace arder las fosas nasales. Acepta la comida que les alcanzan en unas cajas y en latas que se abren con unos cuchillos especiales, pero extraña los bollitos de algarrobo, el sabor pegajoso de la mandioca y el placer calentito del añapá durante las noches frías como ésta. Les prohibieron las fogatas, y les trajeron unos bidones de metal que se pueden prender y sueltan llamas mucho más pequeñas que las de sus hogueras, donde calientan agua para el mate. Vino gente que les habló de los derechos humanos, de justicia, de solidaridad. Nunca comprendió qué le decían, nada más le pareció que estaban de su parte.

      El abogado que los representa en Buenos Aires, el doctor Cortés Perenti, se abre paso entre los periodistas de Clarín y La Nación, acechantes a la espera de cualquier elemento que pudiera servirles para profundizar su especial lucha contra el gobierno. Lo lleva aparte a Orozco, bien rodeado de la propia gente, y le comunica la mala noticia de que la Policía Federal acaba de recibir la orden de desalojarlos. ¿Pero cuándo…?, tartamudea el chamán, aturdido por la sorpresa. Ahora mismo, le responde Cortés Perenti en el idéntico tono compungido que utilizan los abogados y los médicos para comunicar las malas noticias, se están preparando para desarmar todo y trasladarlos a otro lado, ya llegaron las ambulancias, los camiones y los asistentes sociales. No puede ser, se resiste Lisandro desde la impotencia y el desánimo, no podemos irnos, otra vez no, de aquí tampoco, no podemos, somos seres humanos, ¿qué se creen?, nos tienen que escuchar. Ahí están sus cámaras de televisión, sus reporteros, todos estos trabajadores de los sindicatos, voy a hablar con ellos, es nuestra tierra desde antes que llegaran, desde siempre. Déjeme, doctor, su justicia nada tiene que ver con lo que nos pasa, yo voy a ir a contarles.

      Junto a los demás niños, aturdidos por el griterío y los tambores de tanta gente en la manifestación, Nicanor presiente cosas que no comprende. Igual que en el monte cuando se detiene el viento y se hace el silencio, y uno sabe que algo va a pasar. Ahí nomás lo ve a Tayabekel y esos hombres de la ciudad que lo quieren convencer de algo, y a Guacanic que se les acerca y abraza al cacique, y todos los demás mayores que los rodean y cuchichean, mientras el griterío a su alrededor continúa y se vuelve cada vez más ensordecedor. Pero sobre todo ese infierno de la gran ciudad que tienen como escenario de fondo, de repente es como si se hubiera partido la cuerda del kuyvike y la última nota del violín se fuera apagando en un alargado sollozo.

      Y ahí está Lisandro ahora, le bastó mostrar la credencial y darle veinte pesos al agente para que le permitiera acceder al andamio que sostiene la batería de parlantes. Justamente él, a quién catalogan de conspirador cuando plantea que hasta Bin Laden no era más que un enemigo imaginario producido por los mismos que inventaron su descenso en la Luna. Ni qué hablar cuando estableció las relaciones entre los atentados a la Amia y a la embajada de Israel con los incumplimientos de Menen después de los aportes iraníes a su campaña. O cuando aseguró que el acampe de los Qom estaba promovido por ciertos intereses indescifrables que buscaban atentar contra la credibilidad del gobierno. O al afirmar que las últimas apariciones de ovnis en Victoria y en Cachi se tratan nada más que un desvío de la opinión pública sobre otros temas. Todo ello entra en el terreno de las probabilidades, Lisandro es adicto a conjeturar. Y a él no lo iba a engañar este inusual desplazarse de un pequeño contingente de efectivos -menos de una docena- atravesando al resto de la formación, se nota un evidente accionar programado, que trata de ocultarse. Aquí no le sirven las notas, extrae el celular Nokia N 97, busca el modo cámara y alza el brazo para obtener tomas desde una perspectiva más elevada. Como no le convencen, trepa por las diagonales y los largueros hasta alcanzar los ocho o diez metros. A esa distancia está todo claro, no se había equivocado. A ver qué dirán ahora sus detractores.

      Santoro le señala una pila de ropas que se encuentra sobre el asiento lateral. Sin una palabra, Cucaracha comienza a desvestirse y luego a calzarse el uniforme de policía que resulta de su talla exacta, tal como los borceguíes y el casco. Por último, le alcanzan la pistola. Él se da cuenta de que el oficial lleva guantes para evitar dejar huellas sobre el arma, lo mismo había hecho el capitán cuando le entregó el dinero. Son las reglas del juego. La sopesa en la palma y sabe que el cargador está completo; orgulloso él, que es fanático de las armas y de sus modelos preferidos se bajó todas las fichas técnicas de Internet. Se trata de una Walther P 99 con mira laser. Revisa el accionamiento, verifica la carga y comprueba su anterior apreciación. Es una seda. Huele a metal, a aceite, a vacío, los sabores le llegan al paladar. Se imagina la cara de sus compinches cuando les cuente. Un sueño, y le aseguraron que podía quedársela. Santoro le está indicando el objetivo. Percibe la frialdad en la mano que sostiene la pistola. Es una caricia, un placer perverso ese frío liviano subiéndole por los poros y provocándole un ligero espasmo.

      Las apesadumbradas palabras del longevo salarnek la acongojan en cuanto llega a su lado para abrazarle y preguntar lo que el lenguaje gestual le ha transmitido ya mejor que las palabras. Guacanic no puede creer que otra vez vayan a echarlos como si fuesen animales apestados, ni eso, que los patrones bien cuidan mejor a su ganado o a sus cosechas porque les producen cuantiosos dividendos. Los hermanos se agrupan, no es necesario un debate, son siglos de soportar la tiranía de quienes se niegan a oírlos y reconocerlos, pocos meses van desde la decisión tomada y del largo viaje para intentar presentar su reclamo a las autoridades nacionales. A escasos metros, una nutrida y exagerada columna de uniformados con sus escudos de plástico los va encerrando. Y entonces se abrazan, forman una ancha fila y caminan hacia ellos, con expresiones apáticas y retraídas, con pasos lentos de tanto arrastrar el peso y los sinsabores de la propia historia. Lisandro Orozco en el medio, tomada de su brazo avanza orgullosa de su estirpe y muy contrita, Guacanic, mientras intenta acomodar al pequeño Nicanor que se le está enredando una vez más entre las piernas.

      Nicanor ha caído presa de un miedo atávico, como durante esas noches oscuras de mucho viento cuando se oye llorar a los duendes. Desesperado, la busca a Guacanic que camina allá delante junto a todos los mayores. La alcanza y le toma las piernas en un intento de que lo aupe y lo proteja.

      Aún permanece sobre el andamio Lisandro Stein, oscuro e sórdido periodista de Tiempo Argentino. Ahora está grabando con su celular al grupo de policías que llega por detrás y se filtran como una cuña entre los uniformados de la retaguardia. Son seis, siete exactamente, y un octavo que avanza agazapado entre todos ellos. Están pegados a los de la primera fila que portan sus altos protectores de vidrio. El octavo apoya una rodilla en el piso, los otros siete se aprietan entre sí para ocultarlo. A través de la pantalla del celular, le parece distinguir un resplandor. Hay un remolino entre los indígenas, corridas, gritos que apenas se oyen debido al ronquido de la manifestación. Los ocho se retiran rápidamente, y los ve alejarse hacia una Trafic policial estacionada casi en la esquina de Irigoyen.

      Los poli que vienen protegiéndolo le avisan a Cucaracha que llegaron al objetivo. Se encuentran detrás de los primeros escudos, a través de los cuales se perciben en forma difusa las siluetas de los que avanzan. A Cucaracha le indicaron claramente que su víctima lleva un gorro viejo con piel que sobresale. Alza el arma. Respondiendo a una maniobra premeditada, se abren apenas los dos escudos que tiene delante. Inconfundible el gorro estrafalario. Apunta al corazón, y dispara. Casi ni se sacude la pistola. Se cierran los escudos. A través de ellos alcanza a distinguir la forma borrosa de alguien que cae. Lo toman de los brazos y lo empujan fuera del cerco. Es Santoro, que con un seco movimiento de ojos le señala hacia la Trafic.

      Guacanic está preocupada por el niño, intenta alzarlo para pasárselo a alguien que lo proteja. Pero Nicanor siente una garra que le estrangula el habla y al intentar trepar por ella le hace perder el equilibrio y resbalarse hacia el cacique. Su brazo alcanza a colgarse del cuello del anciano, pero la fuerza del niño la lleva a escurrirse sobre la chaqueta de cuerina gastada que huele a humo y a campo y a lluvia y a algarrobo y es áspera y se aleja. Es lo último que piensa antes de caer al suelo frío de la gran ciudad. La sangre sobre el asfalto pasa rápidamente de roja a negra, y sigue brillando.

      Cucaracha está por llegar a la camioneta cuando lo oye gritar a Santoro, ¿qué le pasará ahora a este tipo?, seguramente ni quiere que entre a cambiarse. Se está dando vuelta para averiguar qué sucede cuando la primera bala le entra por la axila, la segunda perfora el fajo de billetes, las siguientes ya no es capaz de percibirlas.

Tayabekel, sosteniendo entre sus brazos el cuerpo aún tibio pero ya inerte, alza los ojos a este insípido cielo, tal vez buscando el vuelo de algún carau arrastrando su lamento para indicar la muerte de un anciano. Pero una neblina espesa le impide ver las estrellas. Guacanic enfriándose aquí abajo, otra Guacanic que comienza a brillar allí arriba, aunque estos malos aires le impidan divisarla.

      Ni siquiera alcanzan a pasar dos horas de estos sucesos, cuando Lisandro Stein, el periodista trepador, se retira de las oficinas del Director sin poder disimular una expresión de júbilo. Tampoco se vio obligado a exponer algún planteo. Claro que la negociación lo comprometió al silencio y a la entrega de su celular personal con todas las grabaciones, pero se llevó agendada la cita con la Producción de 6, 7, 8, junto a la promesa de que inmediatamente pasaría a integrar el staff de ese programa.

Glosario de voces indígenas:

Calac: collar
Onguaghachik: pulsera
Hateguera, Sirirí negro, Carau: aves
Tetaxañé, pioq, huarequerec: arbustos
Kuyvike: instrumento musical similar al violín
Salarnek: cacique sanador

4 comentarios:

  1. Antes que nada me gustaría aclarar que comentaré bajo el supuesto de que se trata de un texto ejercicio, una primera versión que el autor (y yo misma en el escrito respectivo) ha hecho y que está sujeta a revisión.
    En ese sentido el cuento de Norberto es muy bueno y el 1° mérito es haber trasladado a los personajes a la Capital en un extrañamiento verosímil-
    Otro mérito es la estructura explicativa del relato: presentación de cada personaje, qué función cumple en la historia. También me ha gustado la presencia del doble: dos Lisandros (Orozco y Stein) vencido y ¿vencedor?) que el lector debe desentrañar.Y cómo se siente la anciana en ese lugar de cemento, en el baño químico, con la comida etc. está muy logrado.
    Un uso adecuado del estilo indirecto libre al referirse a Lisandro Stein y decir que con los propios objetivos no se jode.
    Las debilidades que encuentro son las explicaciones excesivas: "Ella sufre la misma persecución que los va evacuando de las mejores tierras, y del acceso al agua, a la salud y a la educación. Creo que lo que está en cursiva sobra, parece un slogan de campaña política y ya se torna un lugar común..
    "Oscuro negociado de empresarios despiadados e inescrupulosos". Demasiados adjetivos ¿no?
    Buen final-
    Es el germen de una buena historia a la que hay que pulir y podar. Felicitaciones.
    Lila

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  2. Primero que nada quiero felicitarte por el esfuerzo de escribir este cuento. No conozco otros textos tuyos pero me parece que aquí hay trabajo.
    El cuento me emocionó y me angustió; misión lograda.
    Cerrado el capítulo de los merecidos halagos, quiero decirte que hay ciertos elementos que hacen que por momentos, el cuento pierda fuerza: primero, la cantidad de personajes. En cada uno de los cinco primeros párrafos se introduce a uno nuevo: Guacanic, Lisandro Orozco, Tayabekel, El niño (Nicanor), Lisandro Stein (Confunde además que hayas llamado al chamán con el mismo nombre del periodista corrupto.), y el Cucaracha. No estoy incluyendo aquí ni al policía jefe de la operación, ni al abogado (que en mi opinión debieron ser presentados así, como personajes innominados). Lisandro Stein y el Cucaracha ocupan tanto espacio con sus propias historias y conflictos que por momentos me pregunté ¿Cuál era la historia que querías contar? ya que el cuento, como género, sólo aguanta una. Está también el pequeño Nicanor, tan conmovedor que merecería su propio cuento, (Por momentos parece que el autor fue de la misma idea).
    Hay también frases, informaciones innecesarias que no suman nada y que también le restan fuerza a la historia; te anoté una a modo de ejemplo pero hay varias otras. La narración también me ofreció problemas pareciéndome confusa por momentos.
    Pienso en dos posibilidades: sea, reduces el cuento concetrándolo en la historia que quieres contar y quitando los elementos que desvían al lector y debilitan la historia; o, la agrandas transformándola en una nouvelle que te permita así, desarrollar y entrecruzar conflictos paralelos al vertebral.
    Aquí abajo te hago una o dos observaciones más.

    Eduarda

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  3. Por fin puedo sentarme a redactar este comentario. Para empezar, quiero decir que la historia es muy potable, está para aprovecharla al máximo, no tengo nada en contra de ella. El problema es la manera en que está contada. Por más que se tome como base un hecho real y que huela, por momentos, a crónica periodística, estamos ante una ficción. Y, considerando que se trata de un cuento, debo decir que se nota la intromisión del autor en algunas partes. Quien nos habla de la injusticia social, de la desidia de los gobernantes, de los exterminios del pasado, no es el narrador, sino el autor, a mi modo de ver. El relato está escrito con fervor, con indignación y acaso con bronca. Por momentos se vuelve una descarga emotiva, sobre todo en los primeros bloques, donde se hace referencia a los aborígenes.

    Cierta adjetivación también molesta. Por ejemplo: “las balas asesinas de los policías”. Si son asesinas o no, quedará en evidencia con las acciones de los personajes, con las circunstancias por las que atraviesan. Quiero que me muestren, no que me aclaren y me induzcan a pensar igual que el narrador. Hay como una insistencia en separar las aguas, en dejar en claro quiénes son los malos de la película y quiénes los buenos. No hace falta. El lector se da cuenta de cómo viene la mano y sabrá de qué lado ponerse. Además la vida no es blanco y negro. El lector sabe que siempre las minorías son marginadas, sabe de la injusticia social, etc., etc. Creo que ciertos temas como los conflictos sociales, las masacres, las catástrofes, las guerras, los exterminios, e incluso las enfermedades terminales, debieran ser narrados desde una aparente objetividad, para no caer en lo tendencioso y lo sentimentalista, que termina por fastidiar.

    A partir de la aparición de Lisandro Stein, el periodista, la narración se torna, afortunadamente, menos tendenciosa. El narrador (¿el autor?) se nota menos, se hace invisible. Mejor. Si narramos con una prosa seca, sin mucha adjetivación, el fondo y la forma crearán una cohesión que funciona y, paradójicamente, sensibiliza. Cuando uno escribe, lo emocional debe quedar de lado. Mejor dicho, cuando uno escribe, debe volcar en la pantalla todo lo que uno tiene adentro, los fantasmas y blablabla, pero al día siguiente o a la semana, hay que empezar a corregir con la frialdad de un cirujano, para decirlo con un lugar común. Con esto no quiero dar clases de nada, estoy pensando en voz alta, y el que no comparta estas cosas bienvenido sea a este taller.

    Norberto: vos sos un escritor de puta madre, te respeto y te admiro como persona y como cuentista, pero confieso que el trabajo en cuestión es algo flojillo. Lo que estoy olvidando (recién ahora lo recuerdo) es que se trata de un ejercicio, y que es muy difícil escribir bajo consigna, tan es así que yo no me animé a participar. Por lo tanto esta crítica es injusta. Además, si vamos al caso, los excesos del relato se solucionan con tijera. No hay que trabajar mucho para convertirlo en una buena historia, sólo unos cortes aquí y allá.

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  4. Quinto cuento que leo y ya estoy asustado para cuando me toque.
    Este relato tiene un trasfondo tan políticamente argentino que muchas cosas se les deben escapar a quienes no lo son.
    No siento que le sobre nada a la trama, aunque los hilos conductores me parecen débiles por momentos. Como dice Daniel, puede que le falte tijera y corrección. Una versión mas compacta y mejor ensamblada. El final por lo que entiendo, Guacanic se encima al chamán en el envión de pasar al niño, recibe la bala y los tres caen. Si es así, no está muy claro.
    Creo que tendrías que resaltar la figura de la protagonista y los demás personajes hacerlos más difusos... si se pierden algunos nombres y aclaraciones sobre ellos tendría más contundencia la historia.

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