domingo, 20 de enero de 2013

Chamanta



Había una vez una familia que vivía en una población pequeña, con la naturaleza invadiéndolo todo. 
Y como en todo pueblo que se precie, en él habitaba una chiquillada que explotaba en tardes de siesta, cuando los grandes dormían y los duendes andaban en puntillas por las polvorientas sendas que ardían de sol.
Demetrio, o el gallego, como lo llamaban, era un chico alto para sus diez años, los ojos oscuros y vivaces, movedizos, siempre atentos.  Era inquieto por naturaleza y no se perdía siestas durmiendo; simplemente vivía esas horas bañado de sol y de ilusiones. 
Él no lo sabia pero estaba enamorado de la picara Mailen.
 Ella si lo intuía y esto la hacia feliz; después de todo, él era todo un personaje en el lugar y era su amigo. 
La chica tenia el cabello recogido en dos colas castañas que destacaban su rostro, dos hoyuelos cómplices le iluminaban la cara.  Tenía la sonrisa amplia y la alegría escapándose por los ojos, por la boca, por la piel… No sé si era linda, pero si sé que en esa época era feliz.
Nada especial pasaba, solo la vida que se traducía en tiempo y los dos crecían mas rápido de lo que suponían, con su vieja Chamanta sobre la cual charlaban y reían sin preocupaciones.
Un día como tantos otros, de pronto se nubló de una manera rara y algo en el aire presagiaba que no sería como otros. 
Mailen esperó inútilmente que él volviera de su excursión.  Decían algunos que se había ido a pescar  con los chicos grandes.  Ella explotaba en angustia.  Sabía que no lo volvería a ver.  El río se lo trago, dijeron, y nadie nunca lo volvió a ver.


Dicen que dicen los que siempre dicen algo que a pesar del tiempo transcurrido que es mucho que en tardes de verano, cuando la siesta se duerme ardiente en las calles, ella se transforma  y se le forman dos simpáticas colas que dejan ver su sonrisa y sus hoyuelos; y siendo niña, otra vez suele charlar con su amigo sobre su colorida y misteriosa Chamanta.
“Los fantasmitas de la tarde” gritan los chicos que juegan en las siestas, aunque las calles ya no sean de tierra.  Corren entre ansiosos y sorprendidos de que aquellos chicos de hace tiempo quieran jugar con ellos.
Es que no se sabe que pasa cuando los fantasmas juegan con uno.
Dicen que no es ella sino la chica que fue, dicen que son los misterios del viejo poncho aborigen, ese que llaman Chamanta. Dicen, solo dicen, pues yo no lo sé.  Yo solo sé que si cierro los ojos los vuelvo a ver y puedo contar lo que siento, pero no sé que pasa en las siestas cuando duermo, porque ahora duermo, aunque no sé si son siestas.


Yo soy Mailen  y él a menudo me viene a ver, aunque no sé como lo hace; y pasa la vida que siempre pasa por todos lados sin dejar huecos, y yo sigo sin saber si estoy viviendo un sueño.  Algunos me ven y otros no.
Y ahora que lo pienso, me parece ver claro que, cuando nos encontramos, los chicos corren y estoy segura que sí nos ven.

Susana Palacios®

1 comentario:

  1. Hola Susana.
    Creo que en tu cabeza hay una linda historia pero yo no pude meterme en ella. No sé si por las repeticiones de palabras, el caso es que gustándome tu texto no pude disfrutarlo. Seguro que es culpa mía.
    Un abrazo
    félix

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