lunes, 1 de octubre de 2007

Confesión roja

Teresa Prost
      Al fin encuentro la oportunidad de confesar cómo sucedieron las cosas. La verdad es que no he vuelto a tener paz desde aquél día, si apenas cierro los ojos y se me viene la imagen de Lobo suplicando justicia. Seguro ustedes se enteraron, pero nada ocurrió como se cuenta. Fíjense que asegurar que Lobo, mi Lobo, es el malo de la historia.
      Él solía visitarme durante las tardes, cuando era más difícil que la manada notara su ausencia. Disponía de poderes olfativos que le hacían adivinar mis intenciones y necesidades, y se acercaba no bien presentía que le abriría la puerta para jugar. Puede que los parámetros culturales nos acusen, pero lo importante es que no hacíamos daño a nadie. Yo me transformaba en su loba y él se disfrazaba de abuela; bueno, jugábamos un poco, pero eso era todo. Después comíamos pastel de manzana con buñuelitos de acelga. Le gustaban tanto mis comidas que se hizo vegetariano por mí. Se retiraba al oír los primeros aullidos de sus parientes, dejándome exhausta pero feliz.

      Lo malo fue el día en que nos sorprendió mi nieta. Todo porque a mi nuera se le ocurrió la idiotez de enviarme la famosa canastita con dulces y rosquitas de almendra. Yo sabía que esa tarde vendría mi Lobo, así que por la mañana me había encargado de hacerle llegar una notita a mi nuera, diciéndole: “ando con gripe contagiosa, mejor no vengan a casa hoy”. Tampoco es que me visitaran con frecuencia, pero yo necesitaba asegurar mi “soledad” esa tarde.
      No sirvió. En realidad, ahora sospecho que la intención de mi nuera, ese día, fue sacarse a la nena de encima; no por nada se comentaba que el cazador... bueno, esas cosas. Es más, la nena se parecía mucho más al cazador que a mi hijo, pero dejemos eso para otra vez. Y que en paz descanse el santo de mi hijo, un guardabosques de ley, que nunca tuvo vela en ningún cuento porque ya el pobre estaba tocando el arpa cuando ocurrió todo.
      Era inaguantable, la nena. Se entretenía arrancando las flores más bonitas. Además cantaba, qué digo cantaba, chirriaba como un mono histérico mientras corría por los senderos, espantando a los pajaritos que sufrían la desgracia de cruzársele en el camino. Más de uno debe de haber muerto del susto nada más oírla llegar.
      Mi lobo era un lobo que vivía sin molestar a nadie. Es cierto, le fastidiaba la gente por eso que ya sabemos; si todavía hoy, cada vez que llegan excursionistas al bosque dejan todo lleno de mugre, latas, envases y cáscaras de naranja; pero de ahí a comerse a las personas, hay una gran diferencia.
      La cuestión es que esa tarde, mientras Lobo venía hacia mi casa, descubrió a la nena cortando tulipanes a destajo. Iba vestida de una manera muy extraña, toda de rojo con una capucha puntiaguda.
      Lobo la vio y pretendió hablar con ella, convencerla de que volviese a su casa. Pero la caprichosa insistía con el regalo para la abuelita y esas pavadas que todos saben. Y no sólo no le llevó el apunte a mi pobre Lobo, sino que hasta se dio el gusto de tomarle el pelo con el tema del caminito. Porque él le propuso con amabilidad que eligiera el más corto, pero ella respondió alzándose de hombros: “Y a mí que me importa, eso ya lo sé. Además mi mamá me dice lo que tengo que hacer, aunque yo no lo haga. Y para que sepas, en el camino corto no hay flores. ¡Mejor calláte, lobo estúpido!”
      Él resopló de rabia y salió corriendo, quería avisarme, pero yo ni siquiera intenté escucharlo. Esa es la verdad. Tanta era la pasión que se me había juntado en el cuerpo después de algunos días sin verlo. Comencé a sacarme la cofia y el camisón. Mientras le usaba el hocico de perchero, yo advertía sus ojos de súplica y sus patas frenéticas pero creí que estaba desbordado de ansias, como yo. Bueno, supongo que no es necesario ser tan detallista, sólo diré que disfrutábamos del paraíso terrenal cuando oí ese chirrido inconfundible acercándose.
En un santiamén me encerré en el ropero, y mi pobre Lobo se acomodó la cofia lo mejor que pudo y se tapó hasta la nariz. Justo a tiempo. Porque nada de toc,toc. No, señor. la maleducada entró sin golpear, como siempre. Y ahí me di cuenta que había que mandarla urgente al oculista, porque confundió a Lobo conmigo. ¡Conmigo! Y empezó con los malditos porqués que todos conocemos. Al principio él se lo aguantó bien, con paciencia heroica. Le siguió el jueguito, digamos. Pero se puso como loco cuando ella se interesó por la boca y los dientes. Es que mi pobre Lobo toda su vida tuvo complejo con eso, no por nada los otros animales le habían puesto Bocaza de sobrenombre. Venía de soportar una infancia de burlas y ahora esta aguafiestas clavando el aguijón justamente ahí: “¿por qué tenés la boca tan grande?”
Y les juro, él no la quiso lastimar. Apenas saltó de la cama y gruñó: “¡calláte de una buena vez!”; y les aseguro, eso otro que dicen que dijo: “¡para comerte mejor!” sólo me lo decía a mí y a nadie más que a mí.
      La histérica de mi nieta empezó a gritar como loca: “¡un lobo! ¡un lobo!”, y corría por la habitación mientras él trataba de tranquilizarla. Lo peor es que yo intenté salir para calmar a la nena con cualquier verdura, pero la puerta del ropero se trabó y no tuve más remedio que golpear con todo para que me escucharan. Claro, se armó un barullo tan grande que apareció uno de esos cazadores que nunca faltan en los bosques. Con rifle, por supuesto.
      El resto ya lo saben. Mi Lobo escapó por la ventana y jamás volví a verlo. Los hombres se encargaron de extinguir a los únicos ejemplares que quedaban en la zona. Tengo la esperanza de que hayan emigrado a otro bosque, pero ya no espero el regreso de él, mi querido Lobo.
      Sé que mi peor pecado fue no decir la verdad. Me sentí acorralada y expliqué lo que me vino en mente para zafar del papelón. Vieron que fácil es echarle las culpas a los que no están.
      Nunca sospeché que la historia recorrería el mundo. Pero siento que llegó el momento de contar la verdad. Les pido, no guarden el secreto. Divúlguenlo, aunque me muera de vergüenza. Sólo así encontraré la paz, al fin.

4 comentarios:

  1. Hay que reconocerle a la autora valor para elegir un cuento del que se han escrito tantas versiones y hacer su propia historia. Desde Perrault hasta nuestros días hemos visto pasar ante nuestros ojos caperucitas cándidas, pícaras, desobedientes, ingenuas..., pero viene Tere, se fija en la abuela, y nos la destapa en todos los sentidos: quién nos iba a decir que esta señora, bajo su cofia y su largo camisón, guardaba todo ese caudal de erotismo que solo el lobo supo descubrir.
    Lo que más me gusta de esta versión es que Tere no se anda con tapujos. Nada de camuflarnos el derecho al roce tras una falsa historia de amor. Sí señor, ellos jugaban, unos buñuelitos después, y hasta pronto mi lobo feroz, ya me olerás cuando desee jugar de nuevo contigo. Reconozco que lo de "disponía de poderes olfativos que le hacían adivinar mis intenciones y necesidades" me hizo reír ante su representación. ¿No es un poco exagerado, Tere?
    "...Tanta era la pasión que se me había juntado en el cuerpo después de algunos días sin verlo. Comencé a quitarme la cofia y el camisón. Mientras le usaba el hocico de perchero, yo advertía sus ojos de súplica y sus patas frenéticas, pero creí que estaba desbordado de ansias, como yo".
    Qué bueno todo el párrafo. Qué bien reflejado el cruce entre la pasión de ella y la ansiedad del otro. ¿Y han visto que tenemos un estriptis en directo?
    Allá por el siglo dieciocho, nuestra Caperucita hace uno en toda regla: "Desvístete, mi niña, y métete en la cama junto a mí". No era bobo el lobo, no. Ella, inocente (quién soy yo para pensar lo contrario), se va desnudando, y tras prenda que se quita...: "Abuelita, ¿dónde pongo el delantal..., dónde el vestido..., las enaguas..., etc.?" Y se mete después en la cama con ese ser tan peludo y que tenía la boca tan grande. Sí, la boca, qué se piensan, es un cuento infantil. O al menos eso proclamaron los Grimm despojando a Caperucita de todo elemento erótico anterior.
    Pero a lo que voy, entre un estriptis y otro, me quedo con el de Tere, no hay color; en el primero nos cuentan, en una secuencia de acciones repetitivas, lo que hacen, no interviene la emoción; en el de Tere, apenas nos cuenta lo que hacen, pero vaya si sabemos de emociones, parece que gana la pasión de la abuela sobre la ansiedad que trae el lobo.
    Volvamos un poco más atrás. La nena era inaguantable. Eso es lo que nos dice la abuela. "Se entretenía arrancando las flores más bonitas". No sé, está dicho de tal manera que no me parece tan grave, además, si solo son las más bonitas... qué niño no se siente atraído por hacerlo, para mí que la niña no le cae bien ni quiere que nos caiga bien a nosotros. Si es inaguantable conviene que el lector lo vea por sí mismo. Dos párrafos más abajo el lobo se la encontrará "cortando tulipanes a destajo", esto sí es una buena imagen, por tanto eliminaría la anterior. Que chirriara como un mono histérico no me suena bien, yo prefiero chillido, se me asemeja más a lo que hace el mono. En general este párrafo lo aligeraría un poco, fuera diminutivos, flores bonitas y la idea del victimismo de los pobres pajaritos, dejaría el párrafo más austero para hacerlo parecer más objetivo ante los ojos del lector. Algo así: "Era inaguantable la nena. Además cantaba... qué digo cantaba, chillaba como un mono histérico mientras corría por los senderos. Más de un pájaro debe de haber muerto del susto nada más oírla llegar".
    Ocurre un párrafo más abajo algo parecido a lo de las flores: "Iba vestida de una manera muy extraña, toda de rojo con una capucha puntiaguda". Haznos ver, sin decírnoslo, que su manera de vestir era, a los ojos de la abuela, ridícula, que en realidad es lo que pretendes. Utiliza por ejemplo la ironía, el relato se presta a ello y tenemos la oralidad presente al estar escrito en primera persona. "Iba vestida toda de rojo con una capucha puntiaguda. Para no ver a la nena..."
    (Tanto esta redacción como la anterior son solo sugerencias, por supuesto.)
    Y ya para terminar hablemos de la boca del lobo. Está bien que Caperucita se interese por la boca, por los dientes ya no es tan necesario, con nombrar uno es suficiente, y tampoco es necesaria la explicación que viene a continuación "Es que mi pobre lobo toda su vida [...] Bocaza de sobrenombre", queda mejor explicado con lo que viene a continuación ("Venía de soportar una infancia de burlas...") y lo de Bocaza despista, el sobrenombre por el que todos lo conocemos es Feroz.
    Me gusta la frescura que tiene y las pizcas de humor que aparecen a lo largo del texto, y, sobre todo, lo inesperado de tu propuesta.
    Un abrazo, Tere.

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  2. ¡Que buena vuelta de tuerca a la remanida historia! Un verdadero hallazgo. Me ha divertido tanto como seguramente Tere se ha reído mientras lo escribía. Se que hay múltiples versiones en diversos tonos. Es una versión para hacerle caso a la narradora y divulgarla. Está impecable. Con mensajes subyacentes: revisar las historias, no culpar a los ausentes, desmistificar el rol paciente y bondadoso de las abuelas. Esos nietos insoportables, esas nueras jodidas, esa abuela que aún sueña y siente. Mucha ironía, mucha pasión y un oficio de contar excelente. Todo cierra bien y se la puede tener como la versión del revisionismo histórico para exponerla en un simposio internacional sobre Caperucita y el papel jugado por los lobos.
    Un beso

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  3. Me gustó muchísimo. Lo llevé a un taller literario para que lo leyeran. Se maravillaron de la abuela desfachatada, zoofílica. Es buenísimo que haya elegido ese punto de vista. En sí nada falta ni nada sobra. Es bueno esto de tener en cuenta al lector y de desacralizar lo tradicional. En el fondo, ideológicamente, es una mirada transversal, una deconstrucción. Además saca el estereotipo de la dulce tercera edad y de la asexualidad del abuelazgo.
    Mierda, pobre lobo

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  4. A mi tambien me ha cautivado la abuelita zoofílica que se anima a
    confesarse tantos años después de aguantar el mismo cuento. Me ha
    parecido muy divertido y muy bien contado. Creo que es buena la idea de
    remover todas las piedras y rincones antes de dar por terminada una
    historia con el clásico final. Ahora tal vez, haya que esperar la
    propia versión del lobo, que seguro que si se pone a contar, también
    tiene lo suyo. Un abrazo, Tere.

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