lunes, 15 de octubre de 2007

Crepúsculo (Ejercicio)

Pilar Dublé
      —¡MANOLO, nos siguen! —sacude sus hombros— ¡Manolo!
      El murmullo de los durmientes había hecho cabecear a Hilda, que finalmente se recostó sobre el hombro laxo de su esposo. Minutos más tarde, despertó de sopetón, gritando.
      —¡MANOLO!
      —gshgshgshmmsssííí?
      —¡Manolo, despierta!
      —Umjúmmmquequé?jjjjzzzzzzzzzzz.
      El marido abre los ojos y la mira, legañoso e incrédulo, y se limpia la baba que le escurría por una comisura cuando estaba dormido.
      —Hilda, ¿pero qué dices?
      —¿Te acuerdas de los dos turcos que nos miraban en la estación? ¡Sé que subieron al tren!
      —Mi amor… no seas tonta. Suponiendo que sea cierto, que no lo es y lo sabes porque los vimos quedarse en el andén cuando partimos, ¿qué podrían hacernos aquí? Además, eso es en Estados Unidos que los árabes son de Al Qaeda. Nuestros turcos son laboriosos y simpáticos y tienen tiendas de muebles y electrodomésticos, o zapaterías.

      —¿Y porqué nos miraban?
      —Porque eres muy linda.
      —Bueno, está bien.
      —Anda, duerme que nos faltan tres horas de viaje.
      Hilda vuelve a recostarse en el hombro de Manolo, pero ya sus ojos no se cierran de nuevo hasta llegar a su destino, El Tocuyo, donde van a comprar una hacienda.
      Vicente Corao, el dueño, los espera en la estación. Con la tez curtida y un blanco bigote en manubrio de bicicleta que sonríe bajo el sombrero pelo´eguama, el hombrazo es un espectáculo. Nada de apretones de mano: un abrazo a cada uno y un vehículo rústico enorme y amarillo reciben a Hilda y Manolo.
      El viaje es corto y al rato ya están en los terrenos del ganadero. Diez mil millones pide por la hacienda, y está barata: potreros, campos de maíz y sorgo, un estero monumental lleno de garzas y chigüires, vías de penetración con alumbrado, reses gordas… un emporio. Los dos hombres conversan acerca de la propiedad, mientras Hilda guarda silencio.
      Llegan a la casa grande y Vicente ofrece a Hilda oportunidad de refrescarse en la habitación destinada a la pernocta de la pareja. Los hombres se sientan en la sala mientras la mujer, precedida por una criada, se adentra en la umbrosa y fresca casona. La habitación tiene una enorme cama con un cobertor a cuadros. Hilda se recuesta por un momento, para despertar sobresaltada de nuevo, sin saber dónde se encuentra. En la mesa de noche alguien muy silencioso ha puesto un vaso de jugo de guayaba con hielo. Se lo bebe ávida, hasta el fondo y toma luego una ducha. Se pone unos jeans y camisa blanca.
      Los hombres ríen en la sala, achispados por el whisky que han estado consumiendo.
      —Hilda, menos mal que volviste a tiempo. ¿Quieres un whiskicito? Anda, tómate uno y nos acompañas a recorrer la hacienda.
      La mujer asiente. Toma dos sorbos apenas de su vaso, pues está mareada desde que empezó a vestirse. Mientras bebe, nota un par de miradas indiscretas de Vicente, que le recorren el cuerpo mientras Manolo recarga su vaso.
      —Bueno, queridos, vámonos que les voy a presentar a Lucy.
Lejos de lo que pensaron, Lucy no es la esposa de Vicente, sino una estupenda yegua castaña. En sendas monturas se adentran por uno de los caminos que parten de la casa; los hombres siguen conversando cuando, de golpe, alguien que parece ser un peón cruza a toda velocidad frente a la montura de Manolo, quien casi cae del caballo. Una mirada siniestra envuelve a Hilda desde los matorrales. Vicente grita una maldición y algo más algo que ella no comprende, pues desde hace rato siente un zumbido en los oídos. Manolo pregunta algo y recibe la respuesta de Vicente entre carcajeos que parecen forzados.
El sol comienza a picarles en la espalda. Vicente reta a Manolo a una carrera, y los dos hombres salen raudos hacia una casita lejana. Hilda se queda atrás, muy atrás, mareada. Manolo llega primero a la casa. O más bien llega solo: Vicente no viene detrás de él.
Sudoroso y jadeante, hace girar al caballo en círculos. Escucha el crepúsculo. Las garzas cruzan hacia el río, chilla un gavilán.
Hilda grita.

Pilar Duble, Octubre 2007

4 comentarios:

  1. Pilar, otra vez un gusto leer un cuento tuyo. Y tan seguido del gusanito.

    Un comienzo bárbaro, prometedor, casi delirante, que nos dispara por mil caminos y que se desarrolla perfecto hasta el final de la cabalgata.
    Con un marcado halo de misterio que crece despacito y nos va envolviendo casi sin que nos demos cuenta.

    Hay por ahí unos turcos que los persiguen o ella los sueña.
    Está también el mareo de Hilda después de su paso por la habitación y del baño, y de haber bebido un fresco y sospechoso brebaje que le acercara algún invisible habitante.
    Y también anda por ahí su marido bebiendo whiskey con Vicente.

    Sin más datos, podemos suponer la posibilidad de que Vicente no sea un simple hacendado a punto de vender sus terrenos a esta incauta pareja que viajó en tren desde quién sabe dónde. Y se puede presumir entonces la posibilidad también de una posible estafa, drogas o tranquilizantes mediante, un doble asesinato, un entierro común en medio de ese vasto campo. El crimen perfecto.

    Ese peón extraño que para qué se cruza frente al caballo de Manolo, o será el Hombre Araña que viene a defenderlos y aún no es el momento para que lleve a cabo su buena acción.
    Esa mirada, ¿d e quién?, siniestra que sigue a Hilda desde los matorrales, ¿aparece ahora un cuarto personaje, quinto si contamos al Hombre Araña, que se oculta como probable asesino a la espera de su oportunidad?
    La carrera hacia la casita, Manolo que llega solo, su mujer que sigue mareada. Vicente que no continuó cabalgando y ahora da vueltas en círculos (obvia la asociación con aquel final de película antológico, 16 mm en blanco y negro, con un viejo colectivo sin conductor que lleva el volante atado y un peso sobre el acelerador, y no cesa de dar vueltas en círculo durante una escena interminable).
    Hilda que grita.
    Cortante, terriblemente cortante. Buenísimo finalizar así, me encanta, pero...
    ¿Y…?

    Están todos los elementos planteados como para que se desarrolle el drama. Que salgan unos peones morrocotudos de la casita lejana y le den la paliza a Manolo y después lo entierren en el pajonal. Que Hilda caiga desmayada y corran esos u otros peones a violarla, mientras Vicente se hace cargo de sus valijas y cuenta el dinerillo que llevaban para la compra, o que Manolo resultara el cómplice. O quizá quien se oculta entre los matorrales es un policía que está esperando que se concrete la estafa. ¿Y si no se trata de una estafa, pero si de un policía? Entonces podría resultar que se va a llevar a cabo una venta de drogas, y el asunto está en saber si la pareja podrá huir en una avioneta que los aguarda cerca con el motor en marcha. O en una de esas las garzas las garzas descubren al Hombre Araña y… O…, o…
    Pero no, todo esto es mío, y me parece que es demasiado lo que pongo.

    Pilar, ¿estás segura que lo has terminado, no se te quedó colgado en el Word alguna cuarentena de palabras?
    Está bien que se trate de un ejercicio, me parece excelente lo que lograste respondiendo a una consigna impuesta por otro y en tan escaso tiempo. Lo siento un relato muy muy bien abierto y que te produce placer el lenguaje, los diálogos, las secuencias, el a rmado progresivo de la trama, pero…, ¿no te parece que le faltan unos poquititos renglones, un cierre distinto y no tan tan tan tan tan abierto?

    No me hagas demasiado caso, tal vez todo esto te lo digo -en tono de reproche amistoso- porque en realidad a mí me hubiera gustado seguir leyendo.
    Un beso.

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  2. Sentía curiosidad por ver cómo desarrollaba este ejercicio Pilar desde que supe que de las dos opciones había elegido la de Manolo para trabajar su cuento. No sabría explicar muy bien el porqué, tiene que ver con su manera de escribir, y en este ejercicio había que partir de una frase (y con ella, un nombre), que no reconocería en la voz de Pilar.
    El resultado, muy bueno, y me disgusta tener que hablar de peros.
    No me gusta el comienzo: los gritos, las mayúsculas, los sonidos ininteligibles del marido, tan largos, excesivos; la repetición de tantos "Manolo"; el "murmullo de los durmientes" (me desconcierta al pensar que se habla de personas); que a Manolo le cueste tanto despertarse a pesar de los gritos de Hilda, porque pienso que en un viaje no suele uno dormir muy profundamente y que debería haber pegado un bote en el asiento, del susto, cuando su mujer le despierta con esa premura, gritando.
    Son solamente esas primeras líneas que no las veo en el mismo tono del resto del cuento, en seguida aparece Pilar, la que reconozco, y esas palabras vivas que solo de pensar en pronunciarlas parece que la boca se nos llenará de frutas o paraísos inalcanzables: Tocuyo, Corao, chigüires, guayaba... Pilar tiene la habilidad de dar relieve a todo lo que escribe, de convertirlo en una explosión de vida.
    Genial la descripción de Vicente, pinceladas magistrales, no un simple abrazo ni un simple bigote ni un simple sombrero; no un simple hombre, tampoco.
    Son un gusto las imágenes que crea Pilar, y un gusto perderse en su lenguaje.
    La cautela entra con nosotros en la hacienda, la autora ha dejado medio sueltos a dos turcos, basta con "alguien muy silencioso" y "un par de miradas indiscretas" de Vicente para ver una posible trama hilada entre la hacienda y aquellos dos personajes, pero no entiendo muy bien cuál es la relación, ni siquiera sé con certeza si hay alguna y los turcos sólo son algo aislado que Pilar utiliza para que los lectores tengamos los ojos abiertos, para ponernos en situación.
    El hecho de darles ciudadanía a unos personajes (y a otros no) hace más difícil relacionarles en una trama común, o más bien abre demasiadas incógnitas, como apuntaba Norberto, y es quizá la visión de la probable trampa en la que se han metido Hilda y Manolo lo que hace que gane más tensión el cuento. Creo que sería mejor no saber que son turcos, sino dos sujetos anónimos, y así poder unirlo a lo que más tarde sucede en la hacienda.
    El final me dejó desconcertada porque pensé que era Vicente el que daba vueltas con el caballo y no entendía el significado. Me costó ver lo que para muchos puede haber sido obvio: que es Manolo el que hace girar el caballo en círculos. Norberto en su comentario, a no ser que se equivocase, también cree que es Vicente, y quizá eso contribuya a que viera ese final tan abierto o que piense que puede faltar alguna línea.
    Si le sucede a más lectores tal vez convendría hacer un cambio en la puntuación desde que Manolo llega a la casa hasta que hace girar al caballo en círculos, aunque es correcto el punto que antecede a la frase.
    ¿Le ha pasado a más gente o hemos sido Norberto y yo los únicos en cometer este error de comprensión? Le dí tantas vueltas a la frase intentando encontrarle sentido y estaba tan obcecada en mi equívoco que ahora aunque lo intente no puedo ser objetiva para valorar si la frase esta clara y soy yo la espesa, o sí existe riesgo de equívoco. Yo, por si acaso, sugiero un cambio de puntuación a Pilar que es quien en último caso tomará la decisión de hacerlo o no.
    "Manolo llega primero a la casa, o más bien llega solo: Vicente no viene detrás de él; sudoroso y jadeante hace girar al caballo en círculos."
    Un abrazo, Pilar.

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  3. Me gusta el ejercicio de Pilar y me hace ilusión pensar que fue una propuesta mía la que inició el proceso mental que degeneró en esto.
    Hay una entradilla para cumplir con la frase de marras; ahora que está todo terminado habrá que volver atrás y sacar esa frase, y todo el primer folio, porque el resultado ha sido algo bueno, algo válido, y el Manolo nos siguen es ahora un lastre innecesario.
    El asunto de los turcos no tiene ni pie ni cabeza, pero sí se podría empezar con algo así, con una pesadilla durante el viaje, que puede entenderse luego como una premonición.
    No me gusta ese primer medio folio. Odio las onomatopeyas. No me gusta la alusión a Al Qaeda, a los turcos y a lo laboriosos que son. Empecemos en Hilda vuelve a recostarse etcétera, pero consideremos la posibilidad, ya dije, de comenzar un poco antes, cuando ella se despierta sobresaltada de un mal sueño.
    Es raro que una pareja que va a comprar una hacienda de diez mil millones viaje en tren, en un vagón lleno de durmientes. Podría ir en automóvil, o en tren pero en coche cama.
    Me gusta el modo en que se va sugiriendo el peligro. Y me gusta mucho el final. Magnífico final.
    De todos modos Pilar tiene aquí las mismas cochinas prisas que tiene siempre. Me parece que el lector le daría a esta chica en cualquier cuento un crédito ilimitado, para que se tome las cosas con calma y le deleite con más detalles. Deliciosa esa puesta en escena que glosaba Leticia. Pilar siempre es de un colorido apabullante. Pero yo pienso que merece la pena que se siente a pensar más, a dibujar en un cuaderno esta historia con más detalles, cimentándola con datos que nunca revelará, que formarán la parte sumergida de la historia, esa parte que el lector adivinará densa, coherente, sólida, resistente, vislumbrable en los pequeños detalles. Hay que sugerir si se conocían de antes o no; hay que progresar en la atracción morbosa que ejerce la mujer sobre el hacendado; hay que hacer aparecer al peón, y mostrar tal vez una sumisión capaz de llevar a la complicidad en el crimen; hay que ponerse en la cabeza del hacendado, tratar de inventar una salida, qué hacer con el hombre, qué hacer para que la policía no venga. Y dar todas esas cosas de un modo subterráneo, sin enunciarlas, pero dejando que el lector se las pregunte y se las conteste con las impresiones que le han dejado sobre la mesa.
    Pero antes de meterse en faena, grabar el cuento, tal como está. Lo digo porque he visto demasiadas segundas versiones que no hacen más que empeorar las cosas.

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  4. Estoy de acuerdo contigo en algunos comentarios. Mis compañeros se han vuelto muy elípticos y no le tiran un hilo a los pobres lectores como yo. Ya se lo dije a Rubén pero no sé si le llegó.
    A mí me gusta lo de los turcos y sus calificativos. La mitad de la raza me tira. Viva Pili. Magnífico final

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