lunes, 1 de octubre de 2007

Ella y ella

Montse Villares


      - Antonio, despierta, abrázame.
      -¿Qué te pasa?
      - He tenido un sueño muy raro. Creo que voy a morir.
      - ¿Y eso?
      - No sé. No sabría explicártelo. Todavía me late el corazón a cien por hora. Pon la mano aquí. ¿Ves?
      - Sí. El corazón está acelerado. Es normal si estás asustada. ¿Quieres contármelo?
      - ¿El sueño? No sé. Es difícil de… No sé muy bien como empieza, sólo sé que estoy conduciendo y una mariposa negra se mete entre mis ruedas y yo paro el coche y me bajo y en vez de la mariposa, he atropellado un cuervo y…
      -¡Ves como no es para tanto! Sólo has visto un pájaro muerto.
      - No Antonio. Lo más raro es que yo era esa mariposa y ese cuervo. Se que voy a morir. Por favor Antonio, tengo miedo, no quiero conducir. ¿Te importa si hoy conduces tú?
      - No. No me importa

      Un poco más tranquila se metió en la ducha mientras Antonio preparaba el café y las tostadas. Se intercambiaron un beso en la mejilla al cruzarse. Ella cubierta con una toalla se dirigió a su cuarto para vestirse mientras era el turno de Antonio. Tras una ducha y un afeitado rápido, la vio envuelta en un vestido de gasa negro.

      - ¡Qué guapa te has puesto ¡ ¿Ese vestido es nuevo?
      - No hombre. Es el de la boda de Fermín.
      - Y te has pintado ¿tienes alguna visita importante?
      - He pensado que ¿para qué lo quiero en el armario?

      Tras el desayuno se dirigieron al parking. Marisa le entregó las llaves a él.

      - Conduciré si tú quieres. Pero créeme, es mejor que te enfrentes hoy a tus miedos. Sino mañana tampoco querrás, ni pasado, ni al otro. Además yo me apeo antes.
      - Tienes razón. Como siempre.

      Ella aquél día sacó el coche del parking con sumo cuidado. Despacio miró a ambos lados antes de salir y siguió conduciendo con precaución. No se pasó ningún semáforo en ámbar. Cedió el paso a los peatones en todos los pasos cebra. No hubiera tenido problemas aquél día para sacarse de nuevo el carnet de conducir pensó Antonio pero no dijo nada. Sabía lo aprensiva que era y si le pasaba cualquier cosa conduciendo era capaz de no coger el coche nunca más.

      -Antonio ¡un coche fúnebre¡
      -También tendrán que circular ¿no?
      - Viene para acá. ¿Qué hace ese loco? ¡Se me echa encima¡-ella se arrimó a la derecha todo lo que pudo mientras el conductor del coche fúnebre dio un volantazo a la izquierda. No se detuvo. Marisa sí. Se ahogaba. Había cogido mucho oxígeno de golpe.
      - Marisa ¿estás bien? –Ella no podía contestar, ahora sólo tosía.- No ha sido nada. No nos ha dado. Ahora respira hondo. Despacio. Otra vez.
      Los coches parados detrás de nosotros empezaron a adelantarnos por el otro carril. Al pasar curioseaban, y luego seguían.

      -Marisa ¿di algo?
      -¿Dónde estoy?
      -Aquí. Conmigo.
      -¿Qué hago aquí? ¿Y tú…? Yo seguía al coche…-Encendió el contacto e hizo un cambio de sentido.
      -¿Dónde vas?
      - Sigo el coche.
      -Déjalo. Vamos a llegar tarde.

      Ella siguió conduciendo sin oírle. Se dirigió al cementerio. Allí paró y se bajó.

      -Marisa ¿dónde vas?

      Ella no le escuchaba. Se mezcló entre los familiares que acompañaban el ataúd. Los miraba a la cara. Los saludaba. Algunos le devolvían un cortés saludo. Otros no, molestos que una desconocida les interrumpiera en aquél momento de dolor y volvían la mirada húmeda al suelo. Llegó el ataúd al nicho donde fue colocado y los operarios lo tapiaron y colocaron una gran corona de rosas rojas. Y los lloros se elevaron y Marisa, de pronto, se plantó delante de todos y dijo ¿No me veis? Estoy aquí. Soy yo, la Jessy.

      Un operario se acercó a la madre de la difunta y le preguntó ¿la conoce? Ella negó entre sollozos. El operario la cogió del brazo y le pidió que la acompañara a la puerta. Ella se soltó y salió corriendo. Antonio la siguió y la encontró, acurrucada en un rincón, llorando.

      - Marisa ¿qué te pasa? No entiendo nada. ¿Les conoces?
      - ¿Me conoces tú?
      - Claro Marisa. Te has llevado un buen susto. ¿Sabes que vamos a hacer? Vamos para casa y te acuestas un rato. Yo llamaré al trabajo y diré que hemos tenido un accidente. ¿De acuerdo? Pero ahora conduzco yo ¿eh?

      Ella, desmoronada, se dejó hacer. Le ayudó a subir al coche. Le puso el cinturón. Se dejó llevar y en casa se acostó tal cual, sin quitarse el vestido. Antonio no la quiso incomodar. La dejó descansar. Durmió todo el día. Era casi de noche cuando despertó.

      -¿Dónde estoy?
      -Estás en casa.
      -Ésta no es mi casa.
      -Es nuestra casa.
      -¿Dónde está el baño?
      -Aquí, saliendo a la izquierda.

      Antonio empezó a preocuparse. Quizás tendría que haberla llevado al hospital. Igual se había dado un golpe en la cabeza. Un agudo y estridente chillido le sobresaltó y de un brinco alcanzó al lavabo.

      -Marisa, ¿qué te pasa? ¿qué tienes?
      - ¡Ésta no soy yo¡ ¡Ésta no soy yo¡ ¡Ésta no soy yo¡
      - Marisa, por favor. Me estás empezando a asustar.

      Era ella la que estaba aterrorizada, pálida.

      -Voy a por un vaso de agua.

      ¿Cómo voy a ser yo ésta? ¡Tan vieja! Si ayer yo estaba de fiesta con…fue ayer ¿no? no sé, ¿qué me ha pasado? ¿me he despertado de un coma profundo en un coche? ¿quién es este viejo y porqué me llama Marisa? ¿por qué los míos no me conocen? ¿cómo me van a conocer con estas pintas? A ver, Jessy, piensa… si tú tuvieras la edad que tiene la del espejo… ¿Cuántos años tendrá?...

      - Oye ¿cómo te llamabas?
      - Antonio.
      - Pues, eso, Antonio ¿cuántos años tengo?
      - Cuarenta y seis. ¿Por qué me haces éstas preguntas? No recuerdas mi nombre ni tu edad. Mañana vamos al médico y que te mire bien.
      - Sí, Antonio, lo que tú digas. ¿Tengo algún tejano?
      - Sí pero tú no te lo pones nunca.
      - ¿Dónde?
      - En el armario, abajo. Doblado junto a los jerséis de invierno.

      Entonces fue cuando se confirmaron sus sospechas. Esa seguro que NO era su habitación. Dejando de lado la colcha en tonos rosas y los angelitos que le sonreían desde un cuadro colgado en la pared, fue al abrir el armario cuando lo supo. Ése orden no era propio de ella. Aquellas columnas del mismo tamaño, esas camisas tan bien planchadas y colgadas cada una en su percha. Eso no lo había hecho yo. Aunque quizás fuera él. Y la ropa… aquélla ropa no se la pondría ni de coña.

      Encontró los tejanos y una camiseta azul; negra no había ninguna. Iba a preguntarle a Antonio donde guardaba los sujetadores pero la expresión que se había instalado en sus ojos de no entiendo nada le hizo buscar entre los cajones. Acertó. Los sujetadores en el primero y las bragas en el segundo. Iba a quitarse el vestido pero Antonio seguía sentado en la cama, con la mirada perdida, sin entender que ella no era Marisa, que no podía comportarse como ella. Empezó a desabrocharse la cremallera y se la habría quitado, sentía que no le importaba que la vieran desnuda, pero ¡es que podría ser su padre!. Así que agarró la ropa y se metió en el baño. Sí una ducha le sentaría bien. Al salir Antonio seguía con la mirada clavada en el mismo punto.

      -¿Y las llaves del coche?
      - En el bolso, en la entrada, como siempre. ¿Es que piensas ir a algún sitio?
      - Sí. Necesito que me dé el aire.- dirigiéndome a la puerta.
      - Conduzco yo, entonces. Sabes la amnesia se puede curar…

      Jessy ya no le oyó, había cerrado la puerta.

      En el portal abrió el bolso. Encontró un DNI en el monedero. Lo leyó y releyó.

Nombre: Maria Isabel
Primer apellido: Benítez
Segundo apellido: Lara
Nació en: Barcelona el: 22-08-1961
Provincia: Barcelona sexo: M-F
Hijo/a de: Ramiro y Carmela
Domicilio: Crer. Santa Teresa 29 3 1
Localidad: Barcelona
Provincia: Barcelona

-No soy yo, no soy yo.


      Se giró y comprobó el número del portal: 29. Sí. Esa era la dirección. Siguió indagando: había 70 Euros. ¡Bien! Los sacó y se los metió en el bolsillo. Acto seguido buscó las llaves del coche… y el coche ¿dónde estará? ¿qué modelo era? Era blanco, viejo y tenía colgado del retrovisor un ángel. No podía estar muy lejos. En efecto, a la vuelta de la esquina lo encontró. Metió la llave, abrió y se sentó dentro. Buscó un cigarro pero no lo encontró. El cenicero estaba vacío y se rió. Rió con ganas, cada vez más fuerte. Era otra prueba de que ella no era Marisa, pero ¿quién le iba a creer? Necesitaba más pruebas. Arrancó el coche y se dejó llevar por su instinto. Salió de la ciudad y cogió la autopista. Tomó una salida, sin saber porqué. Paró, era en un polígono industrial. Parecía que no había nadie. Recordaba aquél sitio pero lleno de gente, con música a todo trapo, muchas voces y risas amortiguadas por el volumen de los altavoces de lo coches abiertos. Podía verlos… pero allí había silencio. ¿Qué hacía ella allí? Se esforzaba en ver las caras, pero se le mezclaban.

      El petardeo de un Peugeot trucado rompió el hilo de sus pensamientos. Del coche salió un chico que impregnó el aire de música máquina. Subió la persiana de una nave y se coló dentro. Le siguió. Él podría ayudarle. Sus pasos no se notaron bajo los decibelios y él se asustó; no esperaba a nadie aún. Su aspecto externo tampoco ayudaba, - pensó ella mientras se le acercaba.

- ¿Qué buscas?
- ¿Me conoces?
- No. ¿Debería?
- No, claro, a mí no, pero quizás conozcas a la Jessy.
- Quizás.
- Venía por aquí. Hace días que no la veo.
- …

Ella improvisaba mientras él llenaba las neveras:


      - Unos veinte tacos. Así de alta; pelo negro, flequillo corto, ojos verdes y un piercing aquí -señalando el labio.
-       Hay muchas tías así. No puedo ayudarte. Y ahora es mejor que te marches.

      Regresó al coche abatida. Apoyada sobre la puerta intentó tragarse la rabia que sentía. No se iba a dar por vencida. Quería recuperar su vida.

      Al cabo de un rato empezaron a llegar coches. Ninguno le era familiar. No quería que la tomaran por loca así que esperó una señal. No sabía exactamente el qué, pero esperó. Sentía que estaba en el lugar adecuado.

      Por fin supo qué hacer. Vio aparecer, a Tania y Eva junto con Jona, Christian y Dani. Sí los conocía a todos. Las ganas le pudieron más que la cabeza y se acercó irreflexiblemente al grupo. Afortunadamente ellos estaban discutiendo sobre la potencia de los amplis…

      - Hola.

      Por respuesta un ligero movimiento de cabeza hacia arriba.

      -¿Qué tal?
      - ….
      - Eva ¿no me contestas?
      - ¿Yo a ti te conozco?
      - Tía, sí, ¿es la del cementerio?-y dirigiéndose a la recién llegada- ¿qué haces aquí? ¿nos sigues o qué?
      - No. No. – No sabía qué decir. No se había preparado para esa reacción. Entonces intentó ganar tiempo.- Sí soy amiga de Jessy.

      -¿Tú? Y ¿cómo te llamas?
      - Marisa- mintió.
      -Pues a mí no me ha hablado nunca de ti. ¿Y a ti?- dijo dirigiéndose a Tania.
      -No, a mí tampoco.

      Se estaba metiendo en un berenjenal del cual no sabía salirse. ¿Cómo iban a creer sus amigas que aquélla vieja fuera amiga suya? Además ellas lo hacían todo juntas.

      - Coincidimos en un chat… hace unos días que no se conecta, ni responde mis mails… y… leí lo de su muerte, sí eso fue lo que pasó,… – sus caras pasaban del desconcierto al asombro- no sabía a quien acudir… quien pudiera explicarme qué le había pasado.

      -¿Y cómo nos has localizado?
      - Una foto. Jessy me mandó una foto en la que salís las tres, una en la playa…
      -¡Jo! ¡Qué fuerte!
      -También me contaba dónde salíais…- ahora con más aplomo.

      -¿Quién es esta pava? ¿os molesta o qué?
      -No. Ya se va.

      - Es mejor que te vayas. Aquí cantas…- le susurró Eva.

      Regresó a su coche esquivando gente y peleas. Se hundió en el asiento. Veía ahora aquello como algo lejano y sin sentido. Alguien se le acercó y repiqueteó en la ventana para que abriera. Lo hizo. Era el Manu, que le ofrecía pirulas. Dos por cincuenta.

      Tragó las dos pastillas a la vez. En cuanto empezó a notar el subidón, salió del coche y empezó a moverse como una peonza tropezando con unos y otros. Alguien la hizo parar. Vislumbró al fondo a sus amigas.

      - ¡Eh! ¡Tania! ¡Eva! –gritaba mientras deambulaba en su dirección- dejad esos memos y vamos a bailar.
      - ¡Vete¡-chilló ésta vez Eva.
      - No. Vámonos. Deja a ese imbécil de una vez. Se lo hace con todas.
      - ¡Que te abras!- la Tania intentó alejarla.
      - Se lo montó con la Desi la semana pasada.
      -¿Qué te inventas?
      -Eres sorda o ¿qué? ¡Largo de aquí, vieja¡
      - Te llevó a casa y volvió a por la Desi. Les vi en el parking.
      -¿Cómo sabes tú eso? ¿También conoces a la Desi?
      - ¿No te digo? Yo estaba con el Fran. Y el cabrón del Kevin zuuummmm derrapando… montando el número, como siempre… Y le ví, se lo hizo con la Desi.
      - Pero ¿tú quien eres?
      - ¿Quien voy a ser?… la Je…

      Cayó redonda. Cuando llegó la ambulancia la encontraron tumbada. Su cuerpo se convulsionaba.

      Antonio, frente al médico de urgencias, seguía sin entender nada.

      - ¿Qué Marisa ha tomado drogas? ¿Están ustedes seguros? Repitan las pruebas, tiene que haber un error.
      - Las pruebas están bien.
      - La habrán engañado, seguro. ¿Quién habrá podido ser capaz…?
Cuando despertó le vio a su lado, sentado, cabizbajo, sus manos sostenían la cabeza que parecía pesarle mucho.
      - ¿Dónde estamos?
      - Marisa, ¡has despertado! ¿Estás bien? Espera voy a buscar una enfermera. ¡Enfermera! Venga, por favor, se ha despertado. Mi mujer se ha despertado.
      - Antonio, no armes tanto alboroto. Ya vendrá.
      -¿Estás bien?
      - Sí. Me duele la cabeza de tanto dormir, creo yo. ¿Ya es tarde no?
      El la miraba con asombro.
      -¿Seguro?
      -Sí, claro. Sólo me duele la cabeza.
      - Y a ti ¿qué te pasa?
      - Nada.
      - No me mientas.
      -¡Buenos días Marisa!, ¿Cómo se encuentra?- Preguntó mecánicamente el doctor mientras leía los papeles que le facilitaba la enfermera.
      - Muy bien. Ahora se lo comentaba a mi marido. Estoy como si hubiera dormido una semana o más.
      - ¿Qué es lo último que recuerda? – preguntó el doctor mientras le examinaba las pupilas, primero una, luego la otra.
      - El accidente. Bueno no fue un accidente del todo. En fin, cuéntaselo tú, Antonio. Aquél coche casi se nos echa encima, aunque al final no fue nada. ¿Tú no te hiciste nada? Cuéntale. ¿Cómo se puede conducir así un coche fúnebre? Antonio, ¿a que fue así?
      - Eso fue el jueves.
      - Marisa, ¿no recuerda usted nada de lo que pasó después?
      - No. Sólo la sensación de que me faltaba el aire. Y después, supongo que debí desmayarme. Por eso estoy aquí ¿no?
      - Los resultados de la resonancia magnética no son concluyentes. Las imágenes son borrosas. Se ha debido estropear –comentó mientras anotaba algo en una hoja que le dio a la enfermera y añadió antes de salir- Lo más probable es que no sea nada y que recupere la memoria cuando haya pasado el shock, pero haremos un Tac, prefiero descartar cualquier lesión oculta.
      - ¿Qué ha querido decir el doctor? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
      - Tres días.
      -¿Qué?
      - Y eso no es todo. Te despertaste al día siguiente y te comportabas de una manera muy rara. Como si no fueras tú.
      -¿A qué te refieres?
      - Sí. No me reconocías. No parabas de repetir ¡esta no soy yo! o algo así.
      -¿Qué dices?
      - Me preguntabas dónde tenías la ropa, las llaves, todo….
      - No me lo puedo creer. Lo habrás soñado. ¿Te diste algún golpe?
      - Yo tampoco me lo creería, pero es verdad.
      -¿Cómo va a ser verdad? ¿Cómo no iba a conocer yo donde guardo mi ropa?
      - Eso, tu ropa, mira ahí. Me pediste unos tejanos ¿los ves?
      - ¿qué hago yo con tejanos? ¿y mi vestido negro?
      - Y hablabas distinto. No sé… como si fueras otra persona.
      - Me estás asustando.
      - Los médicos seguro que encuentran alguna explicación. Algún término médico larguísimo, de esos que sólo ellos entienden. Ya verás. Ahora que has vuelto todo irá bien.

      Decidió no contarle lo de las drogas. Al menos de momento.

3 comentarios:

  1. Comento “Ella y ella”, de Montse

    Hay una chica joven, moderna, jobá-tú-tía, que se muere y, cuando la llevan en el coche fúnebre, se cruza en la vida de una señora casada y seria como dios manda. Digamos que ocurre entonces una transferencia de su ¿alma?, pero es una transferencia con fecha de caducidad, una experiencia de tres días, poca cosa.
    Hay también eso tan socorrido de la amnesia.
    A mí me da verdadero pavor decir que se nota que este cuento lo ha escrito una persona muy joven. Menudo lío se armó en el pasado a propósito de los años que yo pensaba que tenía determinado autor, a la vista de los temas que abordaba y las maneras de contarlo. Pero, sí, lo cierto es que este cuento me parece escrito por una persona casi adolescente. Y es una impresión que me apetece señalar con la misma frivolidad con que hablamos aquí de la mar y de los peces, porque la edad que tiene un autor condiciona, para bien o para mal, todo lo que escribe, me parece a mí.
    Tengo que confesar que no me gusta. No es por la trama que, naturalmente, se parece a otras que hemos visto. Es por la manera en que está escrita.
    Antes que nada, quiero resaltar la buena señal que supone escribir un cuento de ocho folios con un tema tan poco cotidiano. Es una promesa para el futuro que hay que poner en un tiesto y regar con agua todas las semanas. Este es un buen sitio para que veamos cómo evoluciona en los próximos meses la prosa de Montse. Será un bello espectáculo. También tendremos que vigilar de cerca los libros que lee, porque es en los libros donde se aprende a escribir
    Para empezar, yo le diría a la autora que los diálogos se escriben con guiones largos. Y que no se hace ningún espacio entre el guión largo y la primera letra de la palabra que sigue. También es necesario poner sangrías, tanto en el comienzo de cada párrafo, como delante de cada guión largo cuando comienza el parlamento de un personaje. De cómo hacer rutinaria la inclusión de todas estas cosas se le podrá informar a Montse en petit comité, por no estorbar la marcha del foro. Pero es necesario que las incorpore en el próximo cuento. Y en todos los siguientes y en los que tenga escritos en el disco duro de su ordenador, si quiere tenerlos bien presentaditos.
    Yo no sé si la manera en que está escrito este cuento triunfará o no entre la gente joven. A lo mejor, eso de sentirse retratado en el habla de los personajes y del narrador les mola un puñao. A lo mejor a esos lectores jóvenes (a los que la industria editorial mima desde hace años) les basta con eso, con sentirse retratados. Bueno. Pero a mí, que soy un carrozón, no me gusta que alguien escriba como habla. No me parece apropiado. Incluso los grandes escritores charlatanes, como Bryce, demuestran su talento redactando de una manera que parece oral, pero no lo es, qué coño va a serlo. Nadie hablaría con una belleza tan alocada como la de Bryce.
    En el cuento Ella y ella (feísimo el título, por cierto) no hay una sola frase memorable. Y eso es malo, muy malo. Sólo hay un contar y contar, como lo haría una persona sin ninguna pretensión estética ni estilística. Y no se trata de eso. Bueno, los diálogos podrían ser un poco pedestres, si se quiere recoger la manera de hablar de un grupo de personajes no demasiado cultivados, pero denota cierta pobreza narrativa que el narrador diga: «se estaba metiendo en un berenjenal», o «cayó redonda», o «en sus ojos de no entiendo nada». Eso es hacerle partícipe, también al narrador, de la misma ausencia de recursos que viene arrastrando el diálogo.
    Aparte de este asunto, encuentro un cierto desconcierto en cuanto a quién debe narrar. Creo que habría que ponerse de acuerdo con uno mismo sobre este punto, antes de tomar el teclado. Casi todo el cuento está narrado en tercera, pero hay tres o cuatro ocasiones en que un yo se ha tirado al coso, a modo de espontáneo.
    Algunas cositas aburridas, pero necesarias:
    Después de cerrar una interrogación, si se abre otra, esa segunda pregunta comienza por mayúscula, porque el cierre de la primera vale por un punto; a no ser que se ponga una coma, después del cierre. (Ahora vendrá Leticia, que sabe de esto mucho más que yo, y dirá que eso ya no se estila).
    Donde dice «Marisa ¿di algo?» debería decir: «Marisa, di algo» (si se quiere, con admiraciones, pero no interrogaciones.
    Después de la afirmación iría una coma en: «Sí una ducha le sentaría bien».

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  2. El tema de Montse aunque trillado es propio de quien
    comienza a escribir. La felicito por el esfuerzo y por
    tratar de llevar a cabo una serie de diálogos. Sobre
    ellos, debe mejorar ya que puede aburrir a quien los
    lee. Demasiado diàlogo empalaga. En el caso de ella,
    como ejercicio y desarrollo debe resultar bien hasta
    que logre la maduración.
    Como leí de Carlos, Montse cambia en un momento al
    narrador creo que sin darse cuenta:
    "Los coches parados detrás de nosotros empezaron a
    adelantarnos por el otro carril. Al pasar curioseaban,
    y luego seguían"
    Pese a todo, me gustó mucho el cierre de su cuento que
    me hace ver que aunque la temática está un tanto sosa,
    ella tiene calidad para ir mejorando a buenos pasos.
    Saludos Mon y felicidades
    Marcos

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  3. No me gustó. La idea es buena aunque sea un tema literario de larga trayectoria, pero falla la resolución. Es sólo mi parecer. No te enojes

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