lunes, 1 de octubre de 2007

Petición

Rubén Padula
Estimado Sr. Palazo:

      Sepa usted disculpar mi atrevimiento al escribirle esta carta, pero sé que el motivo de la misma lo justifica, y conociendo su don de bien estoy seguro de que no desoirá mi petición. En los interregnos frecuentes de mis servicios en su casa o en el country hemos tenido la ocasión de intercambiar algunas palabras, sin que ello fuese óbice para desatender mi labor o faltarle el respeto. He tenido a bien que usted me haya dispensado su atención en esas oportunidades, interesándose por mis inquietudes literarias, ofreciéndose a darme su opinión acerca de mis veleidades poéticas (nunca más apropiado que hablar de cosas pedestres) e incluso hacer uso de sus contactos en las esferas oficiales y en el campo de la industria editorial para procurar una edición de mis escritos. A lo que yo me he negado sistemáticamente por cuestiones de principios que usted supo aceptar, aún cuando le ha parecido una insensatez. No estoy arrepentido por haber rechazado sus buenos oficios y no es de este asunto la razón de esta misiva.

      Bien sabe que nunca he aceptado sus atenciones. Me bastó la paga del precio estipulado para cada una de las tareas encomendadas, sea como "caddie" exclusivo en sus tardes de golf, jardinero de sus plantíos, sereno cuando sus vacaciones habituales, o pintor o albañil, chofer para las frecuentes salidas de compras de su respetable esposa, o, como acordábamos entre risas: “para lo que gustare mandar”, y tantas otras ocupaciones que el decoro y la prudencia me invitan al silencio. Agradezco que siempre haya respetado mis condiciones de trabajo. Nunca he querido ser un dependiente, ni vivir de un salario, lo sabe; por eso, aunque parezca gracioso le hemos llamado, no sin cierta picardía: “Trabajos contractuales con pago definido”. Creo, con humildad, haber cumplido siempre con sus expectativas. Y le reitero lo dicho en tantas ocasiones: el pago contractual fue en tiempo y forma, he de reconocerlo siempre.

      Cuando usted me ha dispensado su atención, amen de las cuestiones literarias, pudo saber de mi familia, le he hablado largamente de mi hija Alejandra, la luz de mis ojos, como se dice comúnmente. Sabe que lleva ese nombre como un homenaje a la eximia poetiza Alejandra Pizarnik, de quien también le he hablado y le he dado a leer algunos de sus poemas, respetando el silencio con que usted me los devolvió. Bien, el caso es que Alejandra finaliza sus estudios secundarios y la fiesta de egresados se hará el próximo sábado en el salón del Golf Club, tan bien conocido por usted y su familia. Tuve el honor de trasponer el umbral por única vez por su amabilidad en invitarme a la entrega de premios de aquella “Copa Challenger” que ganamos. Discúlpeme el atrevimiento, pero ese triunfo también lo viví y lo sentí como mío, aunque el respeto me lo haya hecho callar hasta ahora.

      Aunque usted lo sepa, debo decirle que jamás toqué algo que no me perteneciera. Fue durante la última semana que estuve en su casa, en mi tarea de acomodar el depósito de los trastos viejos. Su indicación fue explícita: Fijate en lo que haya, lo dejo a tu criterio, Miguel, lo que no sirva sacalo en bolsas de residuos para que se lo lleve Gamsur. Lo que aún pueda tener utilidad, separalo, regaláselo a quien quieras o dejátelo para vos (Ya sabe usted que no lo tomo como ofensa, pero no puedo dejarme nada para mí. Estaba en eso cuando los vi. Un vuelco en el corazón, una emoción inenarrable me sacudió. Los tomé, con la manga de mi camisa les saqué el polvo que el abandono había depositado sobre ellos; recordé cuando fue la primera vez que se los vi, tan elegante los lucía, en la fiesta del Golf, precisamente. Y reconozco que esa vez me corrió como una envidia, como la que se siente por el poseedor de una mujer admirable. Sabía que eran sus preferidos y después empezó a usarlos a diario. Alguna vez pensé que sería capaz de ir a jugar al golf con ellos. Pero pudo más su ubicuidad que mi imaginación.

      Aún cuando sabía que no estaría faltando a mi palabra empeñada, confieso que me sentí como un delincuente, cuando descalcé mis zapatillas, baratas pero limpias, y me los probé. No podía ser de otra manera: me calzaron perfectos, como si toda la vida me hubieran estado esperando. Ruborizado, me los saqué con vehemencia, maldiciéndome por mi debilidad. No pude tirarlos, no supe qué hacer con ellos, a quién regalárselos ni faltar a mi palabra y quedármelos. Lo dejé en un rincón del estante metálico, envueltos en papel de diario. No me pregunte por qué lo hice. Ni yo sé qué me movió a no tirarlos o regalarlos sin más ni más.



      Puedo ahora decirle el motivo de mi carta y relacionado con la fiesta que el próximo sábado tendré en ocasión del egreso de Alejandra. Le pido me permita lucir esa noche, solo esa noche, los zapatos naranjas, con tachas metalizadas, me sentiré el hombre más feliz de la tierra. Después volveré a dejarlos en el estante y acepte mi pedido de dejarlos ahí, sin darles otro destino que el de ser un permanente testimonio de mi admiración por usted. Basta una llamada telefónica suya para ir a buscarlos. Alejandra y yo le estaremos eternamente agradecidos.

Atte. Ramón Contalejo

1 comentario:

  1. Comento : Petición.

    ¡Bárbaro! Admiro la habilidad de Norberto para crear la intriga por unos zapatos naranjas.
    Durante la carta nos desgrana la vida del autor de la carta y la relación con su jefe mostrándonos lo que realmente le importaba. ¿Qué mejor manera de describirlo?

    El único comentario negativo es la primera frase:

    Sepa usted disculpar mi atrevimiento al escribirle esta carta, pero sé que el motivo de la misma lo justifica

    Crea más expectación de la que luego nos ofrece por lo que puede defraudar. Y digo puede porque a mí me ha hecho sonreir y al final ya no recordaba la primera frase aunque sí que me preguntaba ¿porqué te esperabas algo más importante? y al releerlo me he dado cuenta de la primera frase que resulta ser una falsa promesa.

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