lunes, 1 de octubre de 2007

Gusanito

Pilar Dublé

      Primero debes comprar un espejo de aumento: sí, de aumento. No de los que adornan tu moderno hogar, y donde usualmente te miras: no; uno que te refleje con ese tamaño que crees tener.
      Sé que lo tuyo comenzó por una circunstancia insalvable. Un abuso infantil. Andresito, golpeado casi a diario por una madre fuera de sí. Hiciste lo correcto: recopilar datos concretos de la situación, para que ella no pudiera desmentirte, y denunciarla. Salvaste la vida de ese niño y lo que le quedaba de mente.
      Pero luego vimos un par de películas, crueles, que te cayeron en mal momento, y me parece que alteraron tu percepción del mundo. Crees ahora que La Humanidad está llena de perversos. No sé si tienes razón, pero desde luego, derecho no tienes. Te lo digo como lo veo. Por Dios… pero, ¿cómo pudiste espiar a tus allegados? ¿De dónde te arrogaste el derecho de irrumpir como una bestia en el delicadísimo equilibrio de la frágil intimidad ajena?

Primero compraste cámaras de video, de las que se activan con el movimiento. Eso te sirvió para delatar ante sus padres a Gladys, con su gama de amoríos fugaces. Luego enviaste a todos unas fotos del señor Subero, que gustaba de deambular desvestido por su casa. Además, cazaste al padre Esteban fumando mariguana: dos pataditas muy de vez en cuando, un pecadillo mínimo. Pero lo supo la grey, el padre perdió el respeto de sus fieles, lo trasladaron y no se supo más de él. ¿Y entonces, Iraida? ¿Resolviste algún problema con esos descubrimientos? Por supuesto, la gente no es tonta, y ya no se ponen a tiro de tu fachada ni de tu azotea. Tampoco te hablan, ni Subero, ni Gladys, ni sus padres, ni nadie.
      Debe de haberte picado un gusanito muy tóxico, porque no te quedaste contenta. Entonces compraste ese programa, keylogger se llama, ¿no?, y lo encubriste en una bonita presentación con fotos de las islas griegas. Mi computadora lo detectó, pero otros no tuvieron esa suerte. Todos los demás cayeron en tus garras.
      Jorge fue pillado mil veces apostando en casinos virtuales y su mujer lo supo, por supuesto. El pequeño y silencioso Jorge, el escuálido Jorge, era apabullado a diario y sin motivo por esa mastodonte lenguaraz que le ocupaba tres cuartas partes de la cama, de la vida social, del oxígeno y de los presupuestos. Ahora ella pudo engullirlo de un todo, cuando —al fin— le encontró un pecado. Y al pobre escuálido no le quedó más remedio que salirse de la vida, que ya no era tal.
      Manuel tampoco escapó. Sí, el tipo miraba pornografía y se grababa en el acto de satisfacerse. Eso te molestaba, parece, y te aseguraste de que lo supieran sus empleados, que ahora se ríen de él a sus espaldas todo el día. ¿Contenta?
      Luego está Silvia, tu prima. La pobre tenía un inocente romance por Internet con un tipo que vive ¡en Var-so-via! ¿Me quieres decir quién te invistió de autoridad como para enviar los ardientes correos que se intercambiaban a su marido? Tus cámaras captaron las trifulcas que tuvieron, los gritos de él, los llantos de ella, el portazo final, la carrera precipitada hacia el carro, la salida intempestiva. Y tú no sientes remordimiento. Increíble.
¡      Ah! y Rubén. El que vendía sin permiso sanitario unas pastillas para adelgazar. Con diecinueve añitos, ya era un empresario medianamente exitoso, y tenía una feliz y delgada clientela. Ahora tiene un proceso abierto por violaciones a la Ley Orgánica de Sanidad. ¿Quién lo denunció? ¡Tú!
      Ahora que compraste el espejo, veo que conservo cierto ascendiente y puedo proseguir. Supongo que me harás caso con lo demás que te diré, porque visto ya dos veces tu cabeza asentir al final de los largos párrafos de estas conversaciones, donde me lo cuentas todo con esa sonrisilla maliciosa. Dos veces, después de haberla visto negar durante semanas. Así que —pienso— comienzas a prestarme atención. Un poco tarde.
      ¿Ves tu cara? ¿Recuerdas, Iraida, que eras agraciada, con una frescura tersa de manzana? ¿Recuerdas que cuando sonreías tus ojos eran estrellas? Y ahora, después de un año, ¿qué ves? Ese entrecejo. Ese gesto de la boca, asimétrica, que apunta hacia abajo, esa mirada que no enfoca bien, ensombrecida… ¿lo ves? Estoy seguro que sí. Ya que te has aficionado a la electrónica, te recomiendo que te tomes una foto digital y la compares con una vieja. Usa el paint: trata de borrar las arrugas y el gesto, y verás que quedas como un mamarracho maquillado, un drag queen de la moralina. Lástima de tu padre, ¡si te viera!, ese arquitecto preciosista que construyó esta urbanización, y que te dejó tanto dinero.
      Mira, ¿sabes qué? Que te vas a ir a mirar el alma esa que tienes con este psiquiatra. Vamos, toma el papel, no te quedes tan pasmada, que es tu solución y nada más. Lo tuyo debe ser un delirio, o voyeurismo, o yo qué sé. Pero irás. Hoy. Y yo te llevaré.

5 comentarios:

  1. Este es uno de esos cuentos en los que Pilar crucifica a una persona. Generalmente lo hace con un hombre machista y jactancioso, pero en esta ocasión le ha tocado el turno a una dama, una vez Iraida. Hay un narrador-fiscal que abronca a la víctima propiciatoria, le lee en voz alta el sumario y, de paso, nos pone a nosotros al corriente de sus fechorías. Esta chica, la acusada, es una espía y una chivata; intentó incluso espiar el ordenador del señor narrador, con poco éxito, todo hay que decirlo. Pero no todos tuvieron la misma suerte que él: la nena ha destruido la reputación de todo bicho viviente a su alrededor.

    El narrador le aconseja que compre un espejo y, un poco más tarde, comprueba que la recomendación ha sido atendida. Sabemos también que el narrador ve a la chica mientras la está hablando, y que vive en una urbanización que construyó el padre de ella, dato este de poca relevancia en la marcha pasada y futura del cuento, y que tal vez tenga que ver con el universo personal de la autora, más que con la trama de lo que estamos leyendo. Podemos suponer entonces que lo que parece una narración en segunda es un diálogo, probablemente por chat, entre fiscal y acusada; un diálogo en el que la chica no dice ni mu, pobrecita.

    Hasta aquí la narración de las felonías de Iradia es amena, está bien traída y muy bien escrita. Me gusta mucho esa prosa, su ritmo, su belleza. Pero se acerca el final del cuento y nos preguntamos cómo irá a terminar esto tan incorpóreo. El párrafo final echa un cierre abrupto que nos deja en bragas: mira, chica, vete a un psiquiatra, concluye y se fuma un puro la autora. Hum. Mal, muy mal.

    Pero dejemos el final para el final y hagamos alguna sugerencia sobre lo precedente.

    Hay una pregunta que está repetida, aunque tenga una formulación ligeramente distinta: «¿De dónde te arrogaste el derecho de irrumpir…?» y «¿quién te invistió de autoridad…» En dos folios me parece que es mucho preguntar lo mismo dos veces.

    La frase «Supongo que me harás caso con lo demás que te diré, porque visto ya dos veces…» me suena rara. Creo que sonaría mejor: «Supongo que me harás caso con lo que te voy a decir ahora, porque [he] visto ya dos veces…»

    La foto vieja podría sustituirse por una foto antigua. Una foto vieja puede ser una foto mal conservada.

    El final, como digo, no nos lo merecemos: Iradia es una miserable y le falta un tornillo. Eso no es una historia, es el fundamento de una simple opinión. Hay que darle una vuelta de tuerca a ese tornillo. Tal como yo veo la acción, un tipo está chateando con Iradia, y la trata con una evidente percepción de superioridad, debido a lo mucho que la conoce. Bien, pues hagamos un quiebro. Hagamos que Iradia no sea tan tonta ni el tipo tan listo. Hagamos que él sea, por ejemplo, un profesor de instituto e Iradia una alumna menor de edad. Hagamos que Iradia le haya jugado al tipo también una mala pasada, y que sea ahora, a lo largo de su engolado parlamento censor, cuando el narrador se dé cuenta (pero sobre todo el lector se dé cuenta antes si posible fuera) de que ha caído también él en una trampa. Y que Iradia, joder con la canalla, le ha colgado en Youtube, por ejemplo, un vídeo íntimo de ambos. ¿No?

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  2. Cuando lo empecé a leer se me cruzó “Recomendaciones a Sebastián para la compra de un espejo”, de Eduardo Gudiño Kieffer. No es la misma historia, claro que no, pero también es en segunda y tal cual reza el título, habla de un espejo.
    Pero vamos al tuyo, Pilar.
    Creo que no termino de entender quién es el narrador. Sé que está enojado, que sermonea, pero no termino de darme cuenta si se trata de una voz interior de la voyeurista... no sé, su espíritu bueno, el angelito de la guarda; o la mamá, un novio, la tía o qué.
    Está claro que su influencia sobre el accionar de la chica es contundente y que conoce absolutamente todo de ella, incluso detalles minuciosos. Que compró esto, que hizo aquello. O“...vimos un par de películas...”; “compraste el espejo, veo que conservo cierto ascendiente...” Entonces se me ocurrió pensar que podría ser su conciencia, por ejemplo. O su sombra, una cosa de esas. Algo o alguien que es tá muy, muy cerca. Adherida.
    Sin embargo, esta idea se desmoronó cuando leí: “Mi computadora lo detectó, pero otros no tuvieron esa suerte. Todos los demás cayeron en tus garras.” No, no. La verdad es que aún no me di cuenta quién es el narrador. Más adelante me percataré de su masculinidad: “estoy seguro que sí” ; así que ni sombra ni conciencia, me diré.
    Quizá alguien opine que en realidad no es importante si el narrador es amigo, amiga, amante, madre, etc. Pero es que, me parece, el narrador está tan perturbado como la pobre chica. Tampoco vive su vida sino la de otro, en este caso la protagonista, que se convierte en un espía espiado. Y descubierto. ¿De qué le sirve?, pregunto yo, lectora; y sin querer, con la pregunta ingreso en el juego. Un nuevo eslabón, otra categoría de espía. Y en este sentido, el entramado me resulta ingenioso.

    Parece que la acción de vivir la vida ajena se inició a partir de un hecho circunstancial. Y luego la protagonista ya no pudo desprenderse de ese vicio. No sólo espiaba, sino que registraba lo que veía y luego encendía la mecha. El segundo espía –si consideramos esta posibilidad de ensamble— se dedica a espiar, sermonear y dirigir al primero. No para que espíe, sino para que sea buena gente, se porte bien y le cambie la cara. “Debes comprar un espejo de aumento”.

    En cuanto a la forma encuentro algunos líos con los tiempos. No sé. Al principio “debes comprar un espejo” y más adelante: “Ahora que compraste el espejo...”
    Tampoco entiendo bien cómo el narrador se entera de los hechos. Si los vio —es lo que parece en un primer momento— o si se los contó la protagonista. O ambas cosas. En todo caso, no está claro.
    Sí es evidente que el narrador ejerce autoridad sobre la espía, incluso le ordena —así termina —ir al psiquiatra. “Pero irás. Hoy. Y yo te llevaré.”
    Antes hay una frase que tampoco entiendo: “toma el papel”. No sé si se refiere a un papel donde constan los datos del psiq uiatra; o a un papel para que la protagonista escriba y cuente su realidad.
    Leí lo que dice Carlos con respecto al final. Sí, sí. Interesante esa “vuelta de tuerca” que él sugiere.

    Me gustó leerte, Pilar. Como siempre.

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  3. Otro cuento de Pilar, muy bien escrito, tal como acostumbra, armado matemáticamente con paciencia al ir enumerando hechos que caracterizan a un personaje, Iraida, a quien el relator se dirige en segunda persona, con todo el atractivo de este tipo de enfoque que nos involucra más como lectores, porque parece que nos hablan directamente a nosotros.
    Le encuentro una contradicción, y no me cierra a pesar del buen desarrollo.
    Por un lado, Iraida, la destinataria del discurso, se esfuerza en descubrir hipocresías.
    El abuso a Andresito, niñito golpeado por la madre.
    Los amoríos fugaces de Gladys.
    Los desnudos del señor Subero.
    El pecado del padre Esteban.
    Jorge y sus apuestas.
    Manuel y la pornografía.
    La prima Silvia. Rubén.
    Y los demás que podemos suponer.
    Hasta aquí todo bien. Pero de repente al narrador le ataca el prurito y se plantea que no está del todo bien lo que hace Ira ida, que ella no es quién para ir deschavando al prójimo y revelando sus cuitas y perversiones.
    Y me preguntó, ¿por qué no?
    ¿Está bien lo de Andresito y no lo del cura?
    ¿Cuál es el límite moral en el razonamiento del relator?
    No me queda claro, pienso que habría que rever este asunto para que no existan dudas en el planteo.
    De todas formas, Pilar, otro buen cuento tuyo, ¿para festejar el cumple?

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  4. Tu cuento me recuerda en alguna forma al espejo de
    Dorian Grey. Un encontrarse más que frente a nuestro
    yo, con todo lo que pueda arrastrar una obsesión. con
    la gamna de hechos que acarrean situaciones
    enconchadas en nuestro cerebro. El perjudicar o no a
    otros pasa a un segundo plano. El vernos como nos
    afecta la bipolariad en nuesto cerebro es otra cosa
    que nos conlleva a flagelarnos con un segundo yo. Ese
    juez ejecutor que vemos al otro lado del espejo o al
    otro lado de nuestro pensamiento.
    No se si estoy bien lejos de tu proyección pero esta
    es mi percepción de curandero de pueblo y de aspirante
    a lector, fuera de prática y de condiciones físicas.
    Saludos
    Marcos

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  5. Puesto a reiniciar los comentarios del mes antes que octubre se vaya, me ha picado la curiosidad el gusanito de PIlar. La tal Iraida, joven, rica, altrísta, por culpa de un par de películas digeridas en mal momento, comienza a proveerse de artefactos electrónicos (cámara de videos, programas sofisticados) y emprende el "escrache" de quien caiga en su visor, una justiciera de las debilidades humanas que rompe el "delicadísimo equilibrio de la frágil intimidad ajena".
    La narradora le reprocha tales actos, la manda a comprarse un espejo de aumento para que se vea como cree que es, y ya con él, le muestra en qué se ha transformado. Envalentonada por su ascendencia, le señala un psiquiatra para que vaya a verlo y ella la acompañará. Punto.
    Un final mezquino frente a tantos personajes delineados con trazos precisos. La galería humana enfocada por la cámara de Iraida es una muestra exquisita de las comunes debilidades y comportamientos humanos: El amor errático, el nudista reprimido, el cura dual, el marido sometido, jugador, el pornográfico masturbador, los amores del chat, el embaucador ilegal(los legales ofrecen sus productos por tv o internet).
    Me quedan pinceladas de prosa genial, de fina ironía:
    "Y al pobre escuálido no le quedó más remedio que salirse de la vida, que ya no era tal"
    "Con una frescura tersa de manzana"
    "Cuando sonreías tus ojos eran estrellas"
    "Ocupaba tres cuartas partes de la cama, de la vida social, del oxígeno y de los presupuestos"
    "ya no se ponen a tiro de tu fachada ni de tu azotea"
    "Tenía una feliz y delgada clientela".
    Una mirada distinta sería si el narador/a fuera una especie de voz de la conciencia de Iraida. El narador sabe demasiado del personaje, que hasta parece un desdoble de la personalidad. El relato funcionaría mejor, por la presencia del espejo que nos permite hablarnos y mirarnos. No resuelve el problema del final, pero nos pondría frente al cuestionamiento de nuestros actos y la búsqueda de una salida. El único detalle que estaría de más en una versión del estilo sería: "mi computadora lo detectó, pero otros no tuvieron la misma suerte".-
    Obviando este párrafo, el diálogo con el otro yo queda sugerido.

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