jueves, 19 de junio de 2008

El fin del mundo, según Majo (ejercicio)

Majo López Tavani

      Comen. Comen hasta morir. Cualquier alimento les sirve. He visto hombres reventar con pan duro, polenta cruda, chocolate, harina. He visto ancianos masticar sin dientes, tragar sin abrir los ojos, sin un espasmo que indique el paso lento de la muerte.
      Se dice que siempre hubo casos, pero hace unos meses las muertes se multiplicaron hasta dejar desiertos los campos, las ciudades. Sobreviven los niños y algunos adultos. Pocos adultos, que se esconden en sus casas, vacías de comida, y salen obligados por el hambre y dejan el cuerpo en algún rincón maldito.
      Comen. Comen hasta morir.

5 comentarios:

  1. Nos asomamos al principio del fin de un mundo que podría ser este mundo o cualquier otro. Tal vez se trata sólo de una región, y la noticia nos llega a través de un testigo que pudo escapar de la zona del desastre que viene expandiéndose.

    La gente come hasta reventar. ¿Una enfermedad? No sabemos. Tampoco importa. Lo curioso es que, al parecer, comida no falta: pan duro, polenta, chocolate, harina. Sin embargo, se dice que los campos y ciudades han quedado desiertos. “Las muertes se multiplicaron hasta dejar desiertos los campos, las ciudades”. No son las muertes lo que devasta esos territorios, sino la voracidad.

    “Cualquier alimento les sirve”. Yo diría que cualquier alimento les viene bien. Porque “servir” da la idea de utilidad, de algo que sirve para determinado propósito.

    “He visto ancianos masticar sin dientes, tragar sin abrir los ojos, sin un espasmo que indique el paso lento de la muerte”. Suena lindo, pero el paso de la muerte no puede ser lento cuando uno, desesperado, se llena las tripas hasta reventar.

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  2. Hola, Dani.

    Coincido con Adorno, y muchos otros, respecto de entrar en la obra sin ideas previas. Cuando escribí el microrelato, lo escribí desde la bronca, sin pensar en nada. Estaba en la oficina, miré para un lado, miré para el otro, y me salió mi fin del mundo. Entré en la obra y me convertí en un material más. Ahora, cuando lo leo, cuando lo interpreto, pienso que es mi manera de expresar que el mundo va a terminarse por la avaricia del hombre, este comer, comer, comer, hasta reventarse las tripas. Por eso sobreviven solamente los nenes, por eso los pocos adultos que quedan terminarán sucumbiendo al gérmen del individualismo y de la avaricia.


    Tenía imágenes. Como la del anciano que traga harina, más parecido a una máquina que a una persona. Cada vez que traga, cada vez se muere un poquito más. De ahí lo de la muerte lenta.

    Imágenes, imágenes, los nenes solos, asustados. Los grandes que quedan en sus casas, hasta que salen ojerosos, pálidos, y entran en una despensa, en un super, y se tragan lo que encuentran y quedan tendidos entre góndolas.


    Gracias por los comentarios.

    Saludos para todos,
    Majo L.T.

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  3. Estos se mueren de un atracón. Nos preguntamos quiénes son. ¿El mundo que conocemos? El narrador no padece (parece) esta frenética pulsión ¿todavía? Nos cuenta o le cuenta a alguien lo que ha visto, lo que está ocurriendo. No le explica a su interlocutor por qué ocurre, sólo desde cuándo: desde hace unos meses. Poco sabemos, por lo tanto, unas frases captadas al vuelo.

    Hay una contradicción: sobreviven algunos adultos que se esconden en sus casas y salen a morir en cualquier rincón. Entonces, ¿para qué se esconden en sus casas?, ¿para qué decir que sobreviven si dejan de sobrevivir a continuación?

    Lo demás claro, bien expuesto. Tanto que la única duda que queda es qué pasa con el narrador, por qué razón él parece firme, inmutable, un simple cronista de la hecatombe.

    Me parece que leeremos con mucho gusto los próximos trabajos de Majo.

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  4. Majo, sirve este cuentito como tu presentación. A pesar de que a mí me da la sensación de que fue escrito muy a las apuradas, que le faltó un tiempo de cocina y de masticarlo un poco más. Tal vez hayas caído vos en el esquema planteado, que te lo hayas creído tanto que decidiste escapar, terminándolo así rápido, antes de que el cuento o el hambre acabaran contigo.
    Me gusta la idea de esta obsesión que crece y se devora a los hombres, mientras ellos no dejan de comer. Que seguirá creciendo hasta acabar con el último comilón, con toda la hambrienta e insaciable raza humana.
    Me acuerdo del uruguayo Viglietti cantando me matan si no trabajo, y si trabajo me matan, siempre me matan me matan, siempre me matan. Me muero si no como, y si como me muero.
    Todo culpa del hambre. El hambre es esta peste de la que habla el cuento. El hambre y la insatisfacción permanente, esa insatisfacción incapaz de saciarse, aunque se coma, porque no se puede parar de comer, o de buscar la comida que los lleva a la muerte.
    Y le das una especie de respuesta al eterno dilema, ¿qué está antes, el hambre, o la saciedad? Lo último será el hambre, ya no hay saciedad.
    Lo hubiera estirado un poquito, muy poco, apenas para agregar otro párrafo entre el primero y el segundo, con más personajes muriendo de otros modos apropiados a esta peste tan particular y que cargue un poco más al relato. Qué sé yo, algún gordo reventando como el gordo de El sentido de la vida. Otros, quizá no tan gordos, ahogándose en una torta de crema con duraznos, como los personajes de La gran comilona. Me vienen a la cabeza sólo ejemplos traídos del cine, a vos seguramente se te ocurrirán otros mejores.
    Bienvenida, Majito, espero que te sirva.

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  5. A mi me encantó, duro, consiso, descarnado. Como será, seguramente, el fin del mundo. No me imagino un fin del mundo de agonías largas, más vale de imágenes poderosas y terribles, como las del Apocalipsis. Las imágenes de Majo no llegan a tanto, por comparación es recatado, pero eficiente.

    La del viejo me pareció atinada, porque los viejos que tragan poco a poco su alimento, del mismo modo tragan su muerte.

    En fin, seguramente se podrá pulir este relato, no demasiado, por favor, que cuando se pule mucho, por seguir consejos atinados de los colegas, se pierde la esencia.

    Besos


    Marta Iris Díaz Gioffrè

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