martes, 1 de julio de 2008

La otra mirada

4 comentarios:

  1. Mauro vuelve a la casa paterna, cuando ya Dalmiro ha fallecido. Entra para enfrentarse a uno de los momentos más duros que tiene la muerte de un ser querido, volver al escenario en el que el muerto vivía y encontrarlo vacío, sentir la opresión pastosa de su ausencia, descolgar las perchas con la ropa, sacar los zapatos, las corbatas, hacer un pequeño montón con lo que el vivo va a conservar como recuerdo, y desalojar todo lo otro, echarlo para siempre de la propia vida.

    Nuevamente tengo la impresión de que este texto de Dani puede formar parte de una novela, y nuevamente me gusta ver que puede sobrevivir por sí mismo, como un relato cerrado.

    La prosa de Dani tiene una fría intimidad, un detallado realismo. Es delicioso cómo escribe, no sólo porque es maniático en la búsqueda de la palabra y del ritmo adecuados, sino porque es atractiva esa manera de narrar, hecha de impresiones y de pequeños detalles que son más elocuentes que todas las explicaciones que pueda dar el narrador. Tengo muchos recuerdos visuales, insisto en lo de visuales, de distintos cuentos suyos (es que lo conozco desde hace muchos años), incluso cuando no me acuerdo bien de qué iba el cuento o en qué terminaba.

    Dos folios y un cachito me parece poco, esta vez el cuento se me hace corto, yo creo que la cosa da para más. Hay dos partes, el antes y el después de Villalba, y ambas partes me parece que pueden y deben ser ampliadas. Primero porque la ausencia del muerto en la casa no ha encontrado toda su fuerza en el relato, ahí hay tajo, hay para rato; un tipo de la calidad de Dani tiene la obligación de sacar de esa escena petróleo. Segundo porque el personaje del viejo Villalba, con su pastelito envuelto en papel, también da más juego.

    Naturalmente esto no quiere decir que no me guste el cuento como está, lo escrito está muy bien hecho, pero faltan cosas, faltan objetos, silencios, sensaciones; el mundo pasa despacio para quien entra en una casa que está anegada de recuerdos, una casa sola en la que probablemente el protagonista ha vivido de pequeño. Villalba llega demasiado pronto, hay que mirar a Mauro largo rato antes de que llegue el viejo. Y en la conversación con Villalba también faltan cosas. Se ha corrido un velo, luego del espacio activo, con la frase «La charla se ha vuelto rara, casi mística», se ha querido resumir ahí detalles de una conversación que se nos ha hurtado, pero a mí me parece que esa frase atropella la acción, y eso me disgusta. Además, el personaje del viejo me parece poco definido, el retrato es bueno, pero insuficiente. Yo creo que Dani debe sentarse a crear más profundidad para ese personaje, quizás pensar un poco desde la cabeza de Villalba, dotarle de más entidad, más aplomo, más aristas, más personalidad; no es sólo un interlocutor del protagonista, es otro personaje al que hay que enriquecer. Francamente me molesta que diga dos veces "vive en nuestros corazones", eso me irrita, porque es poco y es una renuncia.

    Me gusta el final, excepción hecha de la palabra "zampa" que, al menos en España, tiene que ver con la comida, pero no con la bebida. Es bueno el final, sí. Y me gusta, aunque de otra manera más indefinida, la escena de las manos; Mauro le toma la mano al viejo y Villalba la retira; es uno de esos recursos de la Molestia que convierte en memorable para todos la escena. Dependiendo del lector este detalle se valorará de una manera u otra, es, por decirlo de algún modo, un gesto turbador entre dos hombres solos.

    Algunas cosas:

    Hay que ahorrarse algunas eses en la frase «La casa ya no es la misma sin los latidos, las toses, la respiración rumorosa, sin los pausados movimientos de su dueño».

    No sé si en Argentina se dice así: «Lo impresiona el hueco en el colchón». A mí me suena mejor "Le impresiona" (el pronombre "le" puede hacer oficio de acusativo, por lo tanto de complemento directo, para el género masculino). Pero, vamos, si en Argentina se usa de esa otra manera no tengo nada que decir.

    Sobra una a en «Villalba, una amigo de tu padre».

    Me gusta la reflexión: «Qué cruel es la vida con algunas personas». Jeje, un poco cabrona, pero espléndida.

    «Se quedan mirándose». Hum. Un poco raro eso de quedarse mirándose.

    Me gusta lo del leve temblor que trepa hasta el coñac.

    No me gusta lo de la inhalación y exhalación. Es una manera mecánica de desmenuzar algo tan elemental como es la respiración.

    Y ya. Muy bueno. Es un placer siempre leer a este tipo por el que siento desde antiguo una fría ternura, algo muy parecido a lo que sentiría uno de sus personajes.

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  2. A ti tampoco puedo aportarte gran cosa con mis comentarios, Dani. Impecable, como siempre. No sé la facilidad con la que te salen estos textos tan brillantes, pero da la sensación de que lo has trabajado una y otra vez, hasta quedar convencido. Siempre siento que, como lectora, tengo mucho que agradecerte.



    Tropecé muy levemente en estas frases:

    · Hubiera preferido tenerlo cerca, verlo más seguido, pero ha respetado su voluntad. Supongo que se trata de una un regionalismo, pero a mí me choca el pretérito perfecto ahí.

    · El saco a cuadros, en dos tonos de marrón, le da un aire de hombre quedado en el tiempo.

    · De la mano le cuelga un paquete que, por la envoltura, debe tratarse de masas o algún postre.

    · Están opacos, como cubiertos por una finísima capa de escarcha. ¿O es la luz cenital de la lámpara la que le confiere ese matiz? Si se refiere a los ojos, debe ir en plural : « les ».

    · Frunciendo el entrecejo, mira alrededor como si despertara de un sueño turbio. Al principio ya ha arrugado el entrecejo, demasiado para un texto tan corto.



    Por contra, excelentes los siguientes pasajes:


    · Algo le pesa en la garganta, un sedimento agrio, barroso.
    · Los rayos del otoño se cuelan por los intersticios de la persiana, traspasan la delgada cortina, minan su cuerpo de lunares encendidos

    · Descubre monedas —algunas ya fuera de circulación—, estampitas de la Virgen, remedios, la radio Panasonic que él le regaló cuando el padre cumplió setenta, la pipa y el encendedor. Qué bien elegidos los objetos, ¿será de verdad que todas las mesillas de noche de los muertos tienen el mismo contenido ? Más bien creo que es la mirada de la literatura, la mirada de un autor capaz de encontrar lo universal en los pequeños detalles.

    · Le tiemblan los dedos enganchados en la cinta dorada del paquete, quizá por la conmoción de la noticia, quizá por la vejez.

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  3. Es innegable la calidad del cuento. Lo único que te puedo criticar es que me ha sabido a poco. Cuando lo acabé me dije ¿ya está? Y busqué si había perdido alguna página. Quizás es porque a mí los finales abiertos no me van.

    En algunos momentos he tenido la sensación de que ibas demasiado rápido. Por ejemplo, cuando describes el hueco de la cama. No me puedo creer que acabando de enterrar al padre, quede aún el hueco en la cama (bueno, a no ser que el colchón sea de lana) y que lo vea y no se emocione, simplemente se gire para abrir la puerta del ropero.
    También me chocaron algunas palabras que imagino serán variantes del otro lado como: bombita (bombilla), manda un trago (echa), zampa hasta la última gota (ingiere, bebe, vacía el vaso).

    Hay muchas frases buenas, pero yo en particular me quedo con: “Un auto pasa rugiéndole al silencio.”

    Bravo Dani. Sigue deleitándonos con tus cuentos.
    Un abrazo,
    Montse Villares

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  4. comento la otra mirada
    de daniel




    Otro cuento de Dani, escrito como él sabe. Justo, preciso, redondo.

    Un desarrollo, completo desde el principio al final, en un estilo firme, del que no se sale nunca. Un perfecto manejo de los tiempos, sobre todo en la cantidad de cosas que se narra mientras avanza el relato. No hay sectores o párrafos más cargados que otros. La información pareciera distribuida casi matemáticamente. Se nota el trabajo de relectura y corrección e insistir hasta encontrar la frase que más le convenza.

    Mauro visita la casa del padre, cuando éste acaba de morir. Aquí me pongo en guardia, se me hace que se tratará de una historia densa, deprimente. Pero el narrador nos va metiendo en el tema sin golpes bajos, sin melancolismos gratuitos, y así Mauro recorre esos vacíos de la ausencia del padre lejos del melodrama. Y en el momento justo, digo justo porque si no hubiera sonado el timbre ya se estaba concentrando demasiado la carga emotiva, suena el timbre y aparece el otro personaje, que viene a aliviar o desconcentrar tensiones desde su aureola de extraño, de amigo desconocido. A pesar de ello, queda abierta la puerta a que no lo sea, a que tan sólo se trate de algún anciano que se siente solo y viene en busca de un poco de compañía y charla, diciéndose amigo del difunto.

    De todas formas, ya está aquí este anciano, y entabla con Mauro una conversación que se va mechando con silencios, totalmente realista, esperable, que no termina, como este cuento que queda abierto después del último trago zampado o bebido.

    Y como ya dijo alguien, creo que Carlos, en otra oportunidad, pareciera éste otro capítulo de una posible novela o selección de cuentos que siempre está escribiendo Dani, con la misma cuidada temática, y el Gardel de siempre quejándose por las mismas sombras.

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