lunes, 1 de septiembre de 2008

El mar

Pedro Conde

      La playa de Las Canteras está orientada al oeste, y su paseo en forma de media luna, con los edificios de apartamentos escalonados, asemeja un anfiteatro en el que se representa a diario la puesta de sol. La barrera natural que se encuentra como a cien metros de la orilla, frena las olas y mantiene el ruido y la espuma alejados. Hasta el filo de la arena, el agua quieta, forma un escenario de cristal que remeda, rompiéndolos en mil pedazos, los colores del cielo.
      Yo soy de tierra adentro. El mar para mí, fue siempre una barrera, un muro infranqueable. Pero cuando fui a vivir cerca de la playa, me aficioné a pasear por ella al atardecer. Me gustaba ver la transformación que sufría en esas horas cuando dejaba de ser una exposición de estáticos cuerpos tostándose al sol, y empezaba a bullir con la variada actividad de una maraña de gente que encontraba en ella el marco ideal para acabar el día. Jóvenes que juegan al fútbol; gente haciendo footing; cometas que vuelan; bañistas perezosos que apuran los últimos momentos; y los más, que como yo, dan paseos junto al agua, disfrutando del contacto de la arena bajo los pies descalzos.
      Aquella tarde me llamó la atención la figura de una chica, que sentada en la arena, se abrazaba a sus rodillas como quien se agarra a un salvavidas. Tenía los ojos perdidos en el horizonte. La brisa cargada de salitre despejaba de su cara la abundante cabellera negra, y el atardecer rojo, teñía su piel morena, y convertía en ríos de lava las lágrimas que corrían a perderse en el mar. Quise acercarme pero no tuve valor. Su imagen se quedó grabada en mi retina y en mi recuerdo. Aquella noche me dormí pensando en ella. Al día siguiente estaba en el mismo sitio, y tampoco encontré el valor necesario para hablarle. Una tarde, tal vez cansado de que fuera mi imaginación la que me contara el motivo de su llanto, tal vez deseoso de parar de una vez esa tristeza, o temeroso de que el mar terminara desbordándose por el vertido de sus saladas lágrimas, me acerqué con determinación y miedo a partes iguales.
      —Hola,… me llamo Pedro,… te… ¿Te importa que me siente?
      Ayudé a Rita a volver a reír, ella a cambio me enseñó a hacerlo, e hicimos de la playa nuestra casa por mucho tiempo. Las barcas de pescadores se convirtieron en nuestro techo. La arena nuestra mesa y nuestra cama. Por las noches contábamos las estrellas marcándolas con besos y en el fresco de la noche disfrazamos los motivos para los abrazos. Bailamos con las mareas. Hicimos hervir el agua. Buceamos el uno en el otro, y nos ahogamos para resucitarnos en un eterno boca a boca. Le dimos lecciones al sol de cómo calentar un cuerpo, y nos pescamos cada día en nuestras redes. Su olor era el del mar, su piel de sal era mi azúcar morena y mi pecho fue la almohada en la que cambió llantos por sueños. Cuando quería vida le miraba a los ojos. Ella era todo, y mi mundo era ella.
      Un día, me llamaron al trabajo y me contaron que Rita se había lanzado a salvar a un hombre que se ahogaba y no pudo sacarlo, el hombre, presa del pánico la ahogó y se ahogó él. Yo sé que fue el mar celoso.
      Cada tarde, me acerco a la playa, me dejo caer en la arena como pájaro abatido por un disparo, y contemplo el brillo de sus ojos en la superficie del agua junto al horizonte. El tono rojo de su piel imitado por el sol que se esconde, da paso a la negrura de su cabello, que envuelve el cielo y me muestra los besos inalcanzables que nos dimos. La brisa de salitre me trae el sabor de su piel recién mojada. Mientras, odio y maldigo el océano. A la vez que caigo en el profundo abismo del dolor, de la añoranza, a la vez que mis tripas se volatilizan de rabia, me abrazo a mis rodillas como a un triste salvavidas. Puede que el mar se haya arrepentido, o que sienta lástima, o que tenga miedo de desbordarse al recibir mi llanto salado, pero una voz corta mis pensamientos negros
      —Hola, ¿Te importa que me siente?,… me llamo Elena.

6 comentarios:

  1. Pedro insiste con su manera particular de ubicar las comas. A mí me gustaría oír un cuento de Pedro leído por él, seguramente así entenderé alguno de esos casos.

    Un cuento redondo, cíclico, la silueta al lado del mar abrazándose las rodillas, y alguien que se acerca, la misma imagen para el principio y para el final. Parco, ni nos enteramos si esa repetición tiene que ver con el inicio de algo nuevo…, o con la obsesión por el pasado. No lo digo en tono de queja, nada más otro dato del cuento, de este cuento con un final totalmente abierto.

    Justas las descripciones, tal vez poco creíble la timidez de Pedro, suena como un poco exagerada para esta época. Pienso que habría que revisar algo la descripción de la chica, suena al principio como muy joven, como si se tratara de una niña.

    Una historia de amor con final no feliz. O más o menos, ya que por lo abierto podrían suponerse varias situaciones.

    El Pedro personaje se enamora de Rita, un atardecer, una playa. Son felices, pero un día ella se ahoga, probablemente en esa misma playa que ejercían sus amores. Pedro está triste, desconsolado, todas las tardes se acerca a la orilla a rememorar su pasado, a llorar como ella lloraba cuando se conocieron. Y, mágicamente, de la nada brota Elena, como para hacer el papel de Pedro cuando la conoció a Rita. Y como finaliza el relato, el resto debemos ponerlo nosotros los lectores. Y está bien. No me gusta casi nada la historia, pero creo que funciona. En una de esas Elena y Pedro llegan a ser más felices que la otra pareja. En una de esas el ciclo vuelve a repetirse y otra vez Pedro llorará en la orilla hasta que otra Elena se acerque. O al revés, le tocará ahora a Elena cumplir esa tarea, hasta que otro hombre o mujer llegue a consolarla.

    Sin embargo, este final sorpresivo, casi absurdo, es lo que más me gusta del relato. Me hizo recordar a un viejo poema de Blaistein –creo- que se llamaba la balada del boludo, en el que venían distintos personajes a ver a otro, y cada uno le llamaba boludo, así se va repitiendo por unas dos páginas, hasta que al final llega una mina de ojos azules y le dice te quiero.



    rompiéndolos en mil pedazos, los colores del cielo
    lo podría entender como un giro muy coloquial, de alguien que no conjuga bien, pero no me parece que sea este el caso
    podría ser: rompiendo en mil pedazos los colores del cielo

    En el último párrafo hay cuatro su en cuatro renglones, alguno podría obviarse.

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  2. Me ha gustado el cuento. La narración avanza suavemente y el final es lo que le da fuerza al cuento.

    Alguna cosilla para mejorar es que, quizás porque no encuentras la palabra justa o para darle más fuerza, tiendes a acompañar complementos similares: en mi retina y en mi recuerdo, del dolor, de la añoranza.

    Hicimos hervir el agua (aquí te has pasao).
    mis tripas se volatilizan de rabia (esto no me gusta)

    Ya ves, muy poquita cosa para un cuento de 3 páginas.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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  3. Me parece un cuento en la línea de otros que nos ha presentado últimamente Pedro; sin embargo tengo la impresión de que no es de los últimos que ha escrito. Un relato íntimo, escrito en primera persona, contado por un narrador tímido que acaba conquistando a una mujer. Una historia parecida, por ejemplo, a la que nos narró en Mi ventana, y también en El disfraz.

    Pedro sabe, porque tiene olfato de sobra, que es difícil construir algo memorable con una conquista contada en primera, es decir, con eso que Adoum llamaría "un amorcito, asinomás". Es difícil, como lo es siempre interesar al lector contándole una historia que le ha ocurrido a él y a todos sus antepasados y todos sus vecinos, pues el primer encuentro entre dos amantes es, por fortuna, algo cotidiano en el mundo. Por esa razón, su cuento necesita de una vuelta de tuerca para poder ser considerado medianamente distinto al apunte de un adolescente en su diario. Esa vuelta de tuerca es aquí el final circular: la chica de la que se enamora nuestro protagonista se abrazaba las piernas sentada en la playa, y, cuando muere, ese protagonista se abraza las piernas sentado en la playa. Así que aparece una segunda mujer que parece reiniciar la primera conversación, con lo que se nos persuade de que nuestro protagonista pronto se tirará al mar, y veremos a su segunda amiga esperar su turno en la playa.

    Bueno, este final circular me parece traído por los pelos. No me convence, ni veo que pueda arraigar en la historia, como el devenir cíclico de un vigilante de playa de un solo uso. No lo veo sensato, ni tampoco mágico; incluso la magia debe tener cierta lógica maravillosa que nos haga concluir que cierra bien.

    Esta vez mi teoría falla, porque el primer párrafo me parece inmejorable. Bueno, exagero, le sobra una coma: «el agua quieta forma un escenario de cristal» (no tiene sentido poner una coma después de "agua" y separar así sujeto y verbo sin motivo). Los fallos que solemos cometer en ese primer párrafo se trasladan en esta ocasión al segundo, donde hay un par de lugares comunes ("un muro infranqueable" y "el marco ideal" [94.000 referencias en Google], que, junto con "grabada en mi retina" forman una tríada de tópicos). También hay un "footing" que iría mejor en cursiva.

    Y un par de comas para las que propongo otra localización: «Me gustaba ver la transformación que sufría en esas horas [,] cuando dejaba de ser una exposición de estáticos cuerpos tostándose al sol», y «y los más, que como yo, [y los más que, como yo, ] dan paseos junto al agua». En esto de las comas yo no suelo ser muy doctrinario, así que lo indico sólo como una sugerencia. Me parece, de todos modos, que no deben separarse el sujeto del verbo, a no ser que haya entre ellos un paréntesis necesario, cosa que no ocurre tampoco en «y el atardecer rojo, teñía su piel morena» [el atardecer rojo teñía su piel morena].

    Hay un doble uso del verbo hacer que "hace" un poco feo: «me enseñó a hacerlo, e hicimos de la playa»

    Finalmente, (pero esto ya es muy discutible) hay un par de frases que comienzan con unos nexos desteñidos (por llamarlos de alguna manera). Me refiero a que ambos tendrían más fuerza si no arrancasen detrás de un punto y seguido, o incluso si no existieran. Y es que así, enlazando precariamente con una frase que dábamos por acabada, pierden una gran parte de su poder vinculante. «Mientras, odio y maldigo el océano. A la vez que caigo en el profundo abismo del dolor». A mí me dan la impresión de esos tipos que hablan muy despacio, y reabren con una frase, cuando nosotros ya dábamos por terminado el tema. De manera que me parecería más suave si todo quedase así: «La brisa de salitre me trae el sabor de su piel recién mojada, mientras odio y maldigo el océano, y caigo en el profundo abismo del dolor».

    Muy poético ese párrafo que comienza en «Ayudé a Rita a volver a reír»; me pierdo un poco en algunas metáforas cuya exacta traducción se me escapa, pero no cabe duda de que resulta poético. Eso sí, me da la impresión de que rompe, contrasta, con el resto del relato, y, sobre todo, con lo que le sigue, eso de «Un día, me llamaron al trabajo»: parece mentira que un hombre que hace hervir el océano tenga que ir a trabajar cada mañana. Mientras leía ese párrafo me acordé de la canción de los hermanos Krahe "nos ocupamos del mar y tenemos dividida la tarea"); es hermosa la conjunción del amor y el mar; ¿cómo puede ser que haya gente que utilice el mar para organizar batallas navales o vertidos tóxicos?

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  4. Me gustó muchísimo. El final circular es esperanzador. Las descripciones son muy buenas. El romance no cae en la cursilería.Escuché a muchas personas de las sierras decir que el mar era una barrera. Hay formas muy distintas de ver el paisaje, para otros las montañas son barreras y el mar los libera.
    El título está bien porque el mar es protagonista y antagonista.
    Dura el tiempo necesario.

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  5. Lo vi de otra manera. Me pareció que su antagonista era el mar. No me molestó la circularidad pero no recuerdo su narrativa anterior para profundizar como vos. No te olvides que tanta coma corta el aliento. El final que le sugerís de acuerdo con nuestro canon literario es muy Alfonsino y el mar.

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  6. Pedro, tu cuento adolece de romanticismo, en el sentido meloso del término. Hay imágenes que no llegan a escapar lo que suele llamarse lugar común, a pesar de que se nota que te has esmerado en construir cada metáfora. Podríamos decir, a favor, que el cuento goza de cierta inocencia y frescura. Es poco.
    No veo el conflicto, o lo veo recién al final. El personaje es un tipo hecho para el amor, un hombre feliz, o al menos no desdichado, que alcanza otra dimensión, el éxtasis, al conocer a una chica en la playa. Nada demasiado trascendente sucede, mejor dicho, nada trascendente le sucede al lector al ver a los amantes, hasta que la chica se muere. Entonces, el drama. La historia podría cerrarse ahí, con esa imagen repetida, esa postura en la que él se sienta (así fue como descubrió a su amada), pero de pronto surge el remate esperanzador: ¿te importaría que me siente?
    Yo creo que a la historia le falta vuelo, no vuelo poético, sino otra cosa, vuelo imaginativo, tal vez, algún condimento que venga a reventar los esquemas tantas veces vistos. ¿Qué sucedería, por ejemplo, si la chica que aparece al final del cuento fuera la mismísima Rita, la muerta? Ahí sí te puedo asegurar que me enderezaría en la silla y seguiría leyendo con el interés que despierta en uno las historias extrañas.

    Un abrazo,

    Dani

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