sábado, 20 de diciembre de 2008

Deseos (ejercicio "Permítame insistir")

Mirta Leis

      Levantó los ojos y la vio: morena, voluptuosa, con la suavidad resbalándose sobre la piel de ébano.
      —La quiero –le dijo a Carlos con decisión—. No esperó respuestas, giró la cabeza y se puso a mirarla con arrobo. A su lado, el amigo aflojaba con displicencia el nudo de su corbata beige y se hundía en el cuero oscuro del sillón.
      Trabajaban en la misma clínica, compartían largas horas de labor y algunas confidencias; tenían la costumbre de terminar la jornada en el pequeño bar de la esquina, igual que muchos de sus colegas.
      —La quiero, no voy a poder estar sin ella, la quiero—remarcó insistente—. Con la mano, Carlos gesticuló una negativa.
      Ella, en tanto, desde un extremo de la barra, exhibía indiferente, su hermosura morena. Estaba allí, provocando con su encanto, desconociendo de qué manera la deseaba. A su lado una rubia regordeta sonreía indiscreta mientras murmuraba algo al oído de su acompañante, que de tanto en tanto la miraba también.
      El desfile incesante de clientes entre las mesas, la barra y la puerta impedía a Luis la visión de su deseo, tanto, que abandonó el sillón junto a Carlos y se sentó en una mesita de madera oscura lo más cerca posible. Con la copa entre las manos el amigo lo siguió obediente.
      —Quiero acercarme, la quiero oler, creo que su perfume va a emborracharme, muero por rozarla con mis labios —dijo con pasión. ¡Déjame ir!
      Carlos trató de distraer a su amigo y entre copa y copa, le mostró dos bellezas que asistieron hoy a su consulta. Las niñas en cuestión estaban en el bar, eran menudas, de sonrisa franca y agradable, el psicólogo estaba muy impresionado por la de ojos claros.
      El rostro de Luis estaba cubierto de sudor, la conversación amena no conseguía desviar su atención de la morena, aquello era casi una obsesión. Ella estaba justo debajo de una luz, atraía aún más por el brillo especial que le otorgaba a su oscura piel. Brillaba, obscena e indiferente como un faro en la marea. Decidido, se acercó lo más que pudo a su interlocutor y le dijo: — La quiero. Permíteme insistir, la quiero, ya no puedo más, —entornó los ojos y se puso de pie— Voy a tomarla. —Se paró mirándola fijamente mientras avanzaba—oyó apenas la voz de Carlos que moviendo la cabeza hacia los lados repetía: — No creo que la torta de chocolate sea buena para nuestra dieta pero, por favor, tráeme también una porción.

4 comentarios:

  1. Uno se la veía venir. “Algo raro pasa acá”, me dije. “¿Será una mujer? ¿Será un(a) travesti?”. No, era una porción de torta. Una lástima. Porque el final no sólo defrauda, sino que molesta. La sorpresa es más bien desconcierto, y se construye sobre la base de algún dato elidido, alguna información que se le esconde al amable lector, hasta último momento, cuando ya no se puede estirar más la cosa, cuando ya el lector está impaciente de tanta vacilación y deseo.

    Que el colega sea psicólogo llama la atención. Uno tiende a pensar que Luis tiene algún trastorno. Pero no, sólo son colegas en la clínica. ¿Por qué trata su amigo de distraerlo? ¿Por qué gesticula una negativa? Para que esta actitud tenga sentido y no parezca un dúo formado por paciente y analista, habría que agregar un detalle que justifique la tentación de Luis (y finalmente la de Carlos) y el esfuerzo de ambos para no caer en dicha tentación. Por ejemplo, que los dos sean obesos y se hayan anotado en un programa para adelgazar. Entonces sí sería coherente la actitud de estos muchachos. En esta versión, el narrador debería revelar de entrada que el objeto del deseo es una porción de torta de chocolate. Podría salir una buena historia, o una historia sin trampas, al menos.

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  2. Buen ejercicio de Mirta, que cumple con la consigna.

    Como cuento, funciona como si se tratara de un chiste. Toda la preparación para un malentendido, que se deschava al final, como debe ser. Sólo que en textos cortos corre el peligro de no ser más que eso, un chiste. Que funciona gracias a lo que se le viene ocultando a los lectores.

    De todas formas, me parece uno de los mejores textos que presenta Mirta, el más prolijo y estudiado.

    Sigue habiendo algunos errores de forma, muy fáciles de corregir.

    Los guiones, en los diálogos, se usan para la apertura, y para encerrar las palabras del narrador. No hace falta usar guiones entre cada frase de narrador, basta con punto y seguido. Y nuevo guión para cerrar esta entrada.

    Hay un salpicado de sus, que si se hace una pasada corrigiendo quedan menos de la mitad.

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  3. No me gusta la historia, pero me gusta que se adapte al lema de la quincena, que el cuento haya venido bien presentado, y que esté escrito en tercera. Si esta vez la tarta hubiera sido la narradora, la cosa habría adquirido tintes sicalípticos que habrían turbado al lector.

    Confieso que estos cuentos con sorpresita me molestan un poco, y me llenan de desolación. La persona que resulta ser tarta o pelota o perro o pared. Son las tentaciones, los peligros indeseados de los relatos breves; uno no podría hacer este numerito (la mesa sobre la cabra) en un relato de seis o siete folios, no podría mantener la mentira tanto rato, y, desde luego, si la mantuviera con éxito, redimiría al cuento.

    Me alegra tener a Mirta con nosotros. Creo que es una de esos autores a los que vemos evolucionar ante nuestros ojos, y eso siempre es agradable. Lo que me parece a mí es que ahora Mirta debe centrarse en redactar, y dejar de momento un poco eso de los finales impactantes. Lo importante ahora es el camino, alargar el número de páginas, profundizar en los personajes, en los diálogos, en las descripciones; sentirse bien escribiendo, demorando, organizando. El final ya vendrá, y se colocará generalmente hacia lo último, en su sitio; pero no puede construirse un cuento-relámpago al servicio de un final estrella, como se hace con un chiste.

    Por lo demás, Mirta escribe bien, creo que nos va a deleitar a todos con sus próximos textos.

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  4. Coincido con mis compañeros en casi todo lo que dicen. No creo que se deba de huir de un final impactante, pero sí de un final de chiste (y yo también los tengo, aunque hace mucho que no los escribo).
    El cuento se adapta a la consigna aunque de una manera forzada. No me gusta el que se le haya dado a la tarta la capacidad de provocar, de exhibir. Lo admitiría en un texto en el que no se esté ocultando la naturaleza del personaje que hace eso.
    Coincido con Norberto en que es el mejor relato que hasta ahora ha presentado Mirta, y con Carlos en que en ella veremos una evolución clara en su forma de escribir. Tiene madera.

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