sábado, 6 de diciembre de 2008

Fotografías

Montse Villares

—Don Julián ¿me oye? le preguntaba que dónde quiere ir. Si prefiere la residencia de las Hermanas del Perpetuo Socorro o la de María Auxiliadora.

Tardó en contestar. En la cama contigua había una señora conversando con una joven. A su lado dos desconocidas. Una enfermera que le tomaba el pulso y una señora que le hablaba de papeles, de opciones, de lo que el futuro le deparaba... En unos instantes iba a cambiar su vida. Como comercial de una empresa de camisería viajó continuamente hasta su jubilación. Iba de ciudad en ciudad, de flor en flor y en ese momento le iban a encerrar.

—María Auxiliadora -se oyó decir, como mínimo tiene nombre de mujer, pensó. Y la decisión estuvo tomada.

De camino, acompañado por la asistenta social, recordaba lo sucedido lo últimos días. A su más que tabernero, amigo, Tomás. ¿Cuántas veces le había aconsejado tomar mujer? Pa que te cuide… que no pasan los años en balde -le repetía en tantas sobremesas compartidas-. Y él lisonjeando a la camarera colombiana: Hombre… si esta zagala se prestara…

Acababan con unas risotadas y hasta otro día. Hasta aquél fatal día en que sufrió una embolia. Suerte que le pilló donde Tomás y él llamó a los sanitarios…

Y llegó el momento. Ya no había marcha atrás. Él estaba ahí, frente a la puerta de la residencia. Una última exhalación de aire libre salió por su boca antes de atravesarla.

—¿Es usted…?
—Julián Cortés Expósito.
—¿Tienen los papeles? Firmen aquí.
—Sor Teresa le acompañará. Nosotros nos ocupamos -dijo finalmente dirigiéndose a la asistenta y cogiéndole la maleta.

Sus pies siguieron a la hermana pesadamente por unos interminables pasillos hasta una sala en la que había dispuestas cuatro camas alineadas con una mesita a un lado, enfrente una hilera de armarios de una puerta. Varios hombres le miraron fijamente, compasivos.

—Ésta es su cama. Tras aquélla puerta, al fondo, están las duchas. Quítese la ropa y la deje fuera. Luego pasaré a buscarla. Lávese bien y aféitese. Mañana le verá el doctor.

Julián asentía ante las miradas clavadas en él. Antes de irse Sor Teresa, divisó la caja que llevaba bajo el brazo.

—¿Y esa caja?
—¡No! -podían obligarle a desnudarse ante desconocidos, a compartir la habitación con quien les viniese en gana, a desprenderse de su ropa, pero la caja no. No se la iban a quitar.
—No se pueden tener trastos aquí. Así que démela que ya me ocupo yo…
—Es todo lo que me queda para pasar una vejez digna -afirmó con aplomo buscando la compasión que se le supone a una alma cristiana.
—He dicho que me la dé —asiéndola por un lado mientras Julián se aferraba a ella más que al brazo de cualquier mujer.

Sus recuerdos le distrajeron y ella forcejeó.

Esa caja que él conservó durante tantos años…. desde que le regaló a Adela aquel par de zapatos rojos, con un tacón de vértigo… se rompió. Y cayeron las fotos que guardaba en su interior cubriendo el suelo de amores y olvidos, de alegrías y fracasos, de trozos de una vida de solitario don Juan. Era la que había decidido vivir. Sin darse cuenta lo hizo el día en que no aceptó casarse con Irene. Quería conocer otras mozas... estar seguro de que era la mujer de su vida antes de atarse… y ella le dejó volar.

Así saltó de cama en cama, de ciudad en ciudad gozando otros cuerpos y comparándolos con el de ella. Y acumuló con el tiempo todas aquellas fotografías. Ellas estaban allí aunque nadie las pudiera ver. Sólo las camas vacías que compartieron, su esencia. Siempre se consideró un caballero y no quiso que nadie las viera a ellas. Sólo él las sabía. Cogió la foto de una cama con cabezal de hierro forjado, sábanas de hilo y enseguida inspiró los besos sabor a aceitunas de Mariluz la cordobesa. Y después la cama enorme de madera con sábanas de un blanco inmaculado de Asunción. Y la de Carmela con su aroma de azahar. Y la de Concha con una virgencita en su mesita. Y la de Rocío… Ninguna de ellas era como su Irene.

Las abrazó a todas, arrodillado en el suelo, desolado, llorándolas como nunca.

7 comentarios:

  1. Mi impresión es la de un cuento escrito de manera algo confusa, apresurada. El hombre está de últimas y se arrepiente de su pasado. Cosa natural. Lo que pasa es que juzgamos nuestra vida, nuestro pasado, desde el hoy patético, y olvidamos que, en su momento, las decisiones que tomamos nos parecieron correctas. Quién le quita lo bailado a don Julián. Pero resulta que ahora ve negro su futuro, el presente acaso le da miedo, y el pasado no lo atormenta pero siente que las mujeres lo han llevado a la perdición, o mejor dicho, que ha desperdiciado su vida saltando de cama en cama, yendo de una ciudad a otra. Se arrepiente de no haberse quedado con Irene. Está bien lo que hizo, se ha quedado con la mejor imagen de Irene, un amor al que renunció y que durará para siempre. Si se hubiese casado con ella, tal vez ahora estaría al lado de una vieja con ruleros, rezongona, llena de mañas y mal humor. Las personas cambian. O tal vez es uno el que cambia la percepción de las cosas y las personas.



    —Don Julián ¿me oye? le preguntaba que dónde quiere ir. Si prefiere la residencia de las Hermanas del Perpetuo Socorro o la de María Auxiliadora.

    El comienzo es rebuscado. Nos llega la segunda pregunta (“¿me oye?”) y en la acotación nos enteramos de que hubo una primera. Sugiero:

    Una mujer le preguntó dónde quería ir. Si prefería la residencia de las Hermanas del Perpetuo Socorro o la de María Auxiliadora.

    —Don Julián ¿me oye?

    Tardó en contestar. En la cama contigua había una señora conversando con una joven. A su lado[,] dos desconocidas. Una enfermera que le tomaba el pulso y una [esa] señora que le hablaba de papeles, de opciones, de lo que el futuro le deparaba... [depararía] En unos instantes [el viejo] iba a cambiar su vida. [Su vida cambió desde el momento en que sufrió la embolia] Como comercial de una empresa de camisería viajó [había viajado] continuamente hasta su jubilación. Iba de ciudad en ciudad, de flor en flor y en ese momento le iban a encerrar.


    —María Auxiliadora -se oyó decir [el viejo], como mínimo tiene nombre de mujer, pensó Y la decisión estuvo tomada.
    De camino, acompañado por la asistenta social, recordaba lo sucedido lo últimos días. A su más que tabernero, amigo, Tomás. ¿Cuántas veces le había aconsejado tomar mujer? Pa que te cuide… que no pasan los años en balde -le repetía en tantas sobremesas compartidas-. Y él lisonjeando a la camarera colombiana: Hombre… si esta zagala se prestara…
    Acababan con unas risotadas y hasta otro día. Hasta aquél fatal día en que sufrió una embolia. Suerte que le pilló donde Tomás y él llamó a los sanitarios…
    Y llegó el momento. Ya no había marcha atrás. Él estaba ahí, frente a la puerta de la residencia. Una última exhalación de aire libre salió por su boca antes de atravesarla.
    —¿Es usted…? [―dijo un hombre vestido con delantal blanco.]
    —Julián Cortés Expósito.
    —¿Tienen los papeles? Firmen aquí.
    —Sor Teresa le acompañará. Nosotros nos ocupamos -dijo finalmente [el hombre] dirigiéndose a la asistenta y cogiéndole la maleta.
    Sus pies siguieron [los pies del viejo Julián] a la hermana pesadamente por unos interminables pasillos hasta una sala en la que había dispuestas cuatro camas alineadas con una mesita a un lado, enfrente una hilera de armarios de una puerta. Varios hombres le miraron fijamente, compasivos.
    —Ésta es su cama. Tras aquélla puerta, al fondo, están las duchas. Quítese la ropa y la deje fuera. [déjela fuera] Luego pasaré a buscarla. Lávese bien y aféitese. Mañana le verá el doctor.
    Julián asentía ante las miradas clavadas en él. [metáfora gastada, pobretona] Antes de irse Sor Teresa, divisó la caja que llevaba bajo el brazo.
    —¿Y esa caja?

    —¡No! -podían obligarle a desnudarse ante desconocidos, a compartir la habitación con quien les viniese en gana, a desprenderse de su ropa, pero la caja no. No se la iban a quitar.
    —No se pueden tener trastos aquí. Así que démela que ya me ocupo yo…
    —Es todo lo que me queda para pasar una vejez digna -afirmó con aplomo buscando la compasión que se le supone a una alma cristiana. [Es un discurso poco creíble, un viejo desesperado no sé si hablaría así. Se aferra a la caja porque sí, porque es suya, porque los viejos son tercos y punto. Es más natural si dice: “no quiero”]
    —He dicho que me la dé —asiéndola por un lado mientras Julián se aferraba a ella más que al brazo de cualquier mujer. [Buen detalle]
    Sus recuerdos le distrajeron y ella forcejeó. [Bien]
    Esa caja que él conservó durante tantos años…. desde que le regaló a Adela aquel par de zapatos rojos, con un tacón de vértigo… se rompió. Y cayeron las fotos que guardaba en su interior cubriendo el suelo de amores y olvidos, de alegrías y fracasos, de trozos de una vida de solitario don Juan. [Bien] Era la que había decidido vivir. Sin darse cuenta lo hizo el día en que no aceptó casarse con Irene. [¿No hizo qué cosa? Hay que ajustar la idea] Quería conocer otras mozas... estar seguro de que era la mujer de su vida antes de atarse… y ella le dejó volar.
    Así saltó de cama en cama, de ciudad en ciudad gozando otros cuerpos y comparándolos con el de ella. Y acumuló con el tiempo todas aquellas fotografías. Ellas estaban allí aunque nadie las pudiera ver. Sólo las camas vacías que compartieron, su esencia. Siempre se consideró un caballero y no quiso que nadie las viera a ellas. Sólo él las sabía. Cogió la foto de una cama con cabezal de hierro forjado, sábanas de hilo y enseguida inspiró los besos sabor a aceitunas de Mariluz la cordobesa. Y después la cama enorme de madera con sábanas de un blanco inmaculado de Asunción. Y la de Carmela con su aroma de azahar. Y la de Concha con una virgencita en su mesita. Y la de Rocío… Ninguna de ellas era como su Irene.
    Las abrazó a todas, arrodillado en el suelo, desolado, llorándolas como nunca.

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  2. Inevitablemente, el título me llevó a otros cuentos presentados anteriormente, con nombres parecidos, diapos y fotogramas, pero no, éste es otro relato.

    Este cuento me parece incompleto. Sobre todo porque creo saber quién es su autor, y si no me equivoco este autor es capaz de darle un final más coherente.

    Hay un anciano que sufre una embolia y lo internan, él lleva una caja consigo, de la que no quiere desprenderse. Son sus recuerdos, las fotos de sus amantes, esto es muy lindo. Pareciera que se arrepiente de algunas relaciones, alguna de esas mujeres resultaron más importantes que otras, pero todo queda ahí, en el planteo. Me parece que el cuento podría dar para más, que el autor sintió apuro por terminarlo y así lo dejó. Centrando todo en la indignación del anciano que entra en los últimos días de su vida.

    Este autor, español.

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  3. Como ya he dicho no puedo comentar, en cambio me juego a atribuir este bonito cuento a Pedro Conde.

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  4. En cuanto a la forma, las correcciones de Dani me parecen muy acertadas.
    Fotografías es un ejercicio del mes pasado que llega con retraso, y como ya se ha apuntado, precipitado.
    La historia no me convence mucho, algo rebuscado lo de las fotos de camas vacías para guardar la intimidad de sus conquistas. Pero claro, lo digo yo, que hace unos días, haciendo un balance raro de los que hago de vez en cuando, me sorprendía por la gente extraña que había conocido a lo largo de mi vida.
    Me resultaría más creíble si el protagonista, en su juventud, hubiera dejado a Irene más por miedo que por probar otras mozas.
    Cruel me parece que no le permitan, en la residencia, ni siquiera tener una caja con unos recuerdos, otra cosa sería un piano de cola.
    No obstante, la idea de un anciano que hace balance de su vida, me parece atractiva. Será por la coincidencia de gustos. Incluso la idea de las fotos me parece buena, pero sólo una de ellas debía de ser una cama vacía. Aquella mujer, pudorosa o casada, tal vez las dos cosas, no quiso posar para él.
    Con una pequeña restauración, quedará un cuento interesante.
    Un abrazo.

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  5. Escrito por un español/a. Que no ha participado mucho del taller o es una de sus primeras aportaciones.

    La historia del Don Juan terminan indefectiblemente de un modo parecido: en el ostracismo de su soledad, con un puñado de recuerdos y una María (en este caso, Irene) que debió ser y no fue.

    El despojo de su único tesoro es un dato muy fuerte; puede merecer la demanda de las cofradías samaritanas. Que el autor/a se atenga a las consecuencias.

    La narración está desordenada. Va y viene en el tiempo como agregando datos que se quedaron en el tintero. Habría que ordenar está cuestión para ver si gana en intensidad. En el segundo párrafo, al menos eliminaría la referencia a la otra cama y al pasado de don Julián.

    En el párrafo cuando habla de la caja, llegaría hasta: de trozos de una vida de solitario don Juan. El resto lo eliminaría.

    La puntuación refleja descuido o desconocimiento y la sintaxis falla en varios pasajes. Esto es lo que saco de una primera lectura, a modo de detalles:

    Acababan con unas risotadas y hasta otro día. Hasta aquel fatal día en que sufrió una embolia.

    Como comercial de una empresa de camisería viajó continuamente(,) hasta su jubilación.

    Sus pies siguieron a la hermana pesadamente por unos interminables pasillos hasta una sala en la que había dispuestas cuatro camas alineadas con una mesita a un lado, enfrente una hilera de armarios de una puerta. Varios hombres le miraron fijamente, compasivos.

    —Ésta es su cama. Tras aquella puerta, al fondo, están las duchas. Quítese la ropa y la deje fuera déjelas afuera.
    Julián asentía ante las miradas clavadas en él. Antes de irse Sor Teresa, Antes de irse, Sor Teresa divisó la caja que llevaba bajo el brazo.

    Me gustó: se aferraba a ella (la caja) más que al brazo de cualquier mujer.

    Lo más lindo:

    Cogió la foto de una cama con cabezal de hierro forjado, sábanas de hilo y enseguida inspiró los besos sabor a aceitunas de Mariluz la cordobesa. Y después la cama enorme de madera con sábanas de un blanco inmaculado de Asunción. Y la de Carmela con su aroma de azahar. Y la de Concha con una virgencita en su mesita. Y la de Rocío… Ninguna de ellas era como su Irene.

    Por ahora, esto
    Rubén

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  6. Un cuento con final triste de un hombre de vida alegre, escrito deprisa y con problemas de puntuación, como ya han apuntado otros compañeros.

    En el primer párrafo entiendo que el protagonista se encuentra en un hospital pero a su lado hay una mujer en cama; esto es irreal. Tampoco me creo que en la residencia le quitaran la caja; más bien parece que el autor necesitara que se rompiera y lo hace, así, apresurado.

    En el primer párrafo queda poco claro a quién hace referencia con “a su lado”.
    En el segundo párrafo, la frase del amigo tabernero cuesta de leer, probablemente por un problema de puntuación.
    A su, más que tabernero, amigo (,) Tomás.
    También he encontrado demasiados gerundios.

    Me ha hecho sonreír cuando decide su futuro por el nombre de la residencia y cuando nos muestra sus dotes de caballero en las fotos de camas sin damas.

    Un cuento francamente mejorable, de un autor español.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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  7. Pues yo creo que este cuento tiene dos conflictos, y eso, que ya suele ser mucho para un cuento cualquiera, lo es aún más para uno de dos folios.

    Primer conflicto: un hombre, ante la dificultad de elegir, se plantea la vida como una cata continua de mujeres. No se une a quien debió unirse y, en cambio, comienza a hacer colección de recuerdos de las mujeres que va poseyendo (vaya palabrita): fotografía las camas donde hizo el amor con ellas. La colección de fotografías las lleva en una caja de zapatos, los zapatos que regaló un día a una de sus amantes (pintoresco amante que regala los zapatos pero pide que le devuelvan la caja).

    Segundo conflicto: un hombre (el mismo de antes) termina su vida solo, y una asistenta social consigue que lo metan en una residencia de ancianos, cosa que desgraciadamente no se consigue tan fácilmente. El hombre se presenta en la residencia, lugar donde su vida va a dar un vuelco; empieza a comprobarlo: a partir de ahora, y hasta su muerte, tiene que dormir en un dormitorio con otros cuatro hombres, y no se le permite llevar más que una maleta con sus objetos personales. El punto de giro, el umbral de esa nueva vida se escenifica con la ruptura con el pasado, la ruptura (nunca mejor dicho) de la caja donde guarda los recuerdos de toda una vida.

    Bueno, pues a mí me parece que cualquiera de estos conflictos, densos por sí mismos, da para escribir un cuento. Pero que juntos se estorban uno al otro, se restan protagonismo. Y todavía está la historia del tabernero Tomás, al que le dio una embolia, y suerte que estaba Julián allí para llamar a los sanitarios.

    Algunos detalles menores:

    Faltan una o dos comas. La frase: «—Don Julián ¿me oye? le preguntaba que dónde quiere ir», creo que se podría escribir mejor así: «—Don Julián, ¿me oye?, le preguntaba que dónde quiere ir». También se podía sustituir “dónde” por adónde”, para darle una dirección a la cosa.

    Falta una coma y tal vez sobra un punto: «recordaba lo sucedido lo [los] últimos días. A su más que tabernero, amigo, Tomás. [resulta lejana la relación de esta frase con el verbo (supongo que “recordar”). En cualquier caso, creo que la redacción debería ser esta: «A su [coma] más que tabernero, amigo [sobra esta coma] Tomás.. ¿Cuántas veces le había aconsejado tomar mujer? Pa que te cuide… que no pasan los años en balde –le [guión largo] repetía en tantas sobremesas compartidas- [guión largo].

    Un verbo mal conjugado: «Quítese la ropa y la deje [deja] fuera». Esto me recuerda aquel inefable: «¡Se sienten, coño!» Pero, creo, la frase ganaría si se escribiera simplemente así: «Quítese la ropa y [déjela] fuera».

    Una coma en el lugar equivocado. Julián asentía ante las miradas clavadas [eso de clavar la mirada es un lugar muy común] en él. Antes de irse Sor Teresa, divisó la caja que llevaba bajo el brazo. [presiento que es sor Teresa la que “divisa” la caja; pero tal como está escrito parece que es Julián. No se debe separar el sujeto y el verbo con una coma. Sería mejor: «Antes de irse, Sor Teresa divisó la caja que llevaba bajo el brazo. Por cierto, “divisar” se emplea prácticamente siempre cuando el objeto está lejos.]

    Ay, esos guiones sencillos. «—¡No! -podían [guión largo] obligarle a desnudarse ante desconocidos».

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