martes, 16 de diciembre de 2008

No insista más, señor. Ejercicio

Pilar Dublé

      —Seguramente usted no va a llegar a viejo, ¿verdad?
      El joven, de unos treinta años, bajó la cabeza, luego miró al techo con cara de impaciencia.
      —Ese no es el problema: simplemente estoy sumamente apurado y no puedo estar cediendo el puesto en la fila.
      —¡Usted no está cediendo nada! Es una norma bancaria: ¡los de la tercera edad no hacen cola! —La discusión se alargaba y la mujer comenzaba a perder paciencia y compostura: la saliva saltó de su boca al hablar y tenía la cara fruncida, mientras la mano que sostenía por el brazo a su madre se convertía en un nudo de piel brillante y tensa.
      —¡Lo que pasa es que eres una viva y te traes a la viejita para hacer tus trámites sin pasar por la cola!
      —Además de abusador, grosero, ¿verdad? ¡Mire! —arrancó una libreta que sostenía la viejita y la batió frente al joven—. ¿Lo ve? ¿Ve el nombre? Mamá, ¿cómo te llamas tú?
      —Herminia Ma…
      —¿Usted ve el nombre en la libreta? ¡Es el nombre de ella! —interrumpió la mujer.
      —¿Y no será que tú tienes el mismo nombre?
      —Pues no, no es así, ¡y no me tutee, tarado!
      —¡ Y usted, no ofenda! Ya van varios insultos.
      —¡Huy¡ Qué delicado, el muchacho.


      Algunos clientes de la interminable fila se fastidiaron más de lo que ya estaban y pasaron a revisar la pantalla del móvil a escondidas del vigilante; otros se interesaron en el pleito con variadas actitudes, entre la pena ajena a la risa contenida. Un señor muy negro, de piel brillante, con cabello rizado y blanco como una nubecita, había llegado a la taquilla de la otra fila. Iba a retirar dinero y llevaba la planilla y libreta en ristre cuando el espectáculo distrajo su mirada. Se acercó a la mujer que discutía.
      —Por favor, tomen mi lugar allá —dijo, señalando.
      —No. La gente tiene que aprender a respetar. A nosotras nos toca aquí. Y ahora.
      Ahora, ¿entiendes? —le espetó al joven con los ojos muy abierto. El muchacho rió con sorna.
      —Permítame insistir, señora, por favor: su mamá está asustándose con tantos gritos. No vale la pena.
      —¡No! estoy harta de estos tipos, que se creen dueños del mundo. ¡Yo no sé qué pasa en este país! Caminan por la calle y parece que no ven a los demás: si no te apartas te derriban. Son confianzudos y groseros; tutean a todos, manosean todo. Si llegan a un sitio lleno, usan sus corpulencias y sus vozarrones para que los atiendan primero. La viveza es su arma favorita, si te descuidas te estafan, creen que se la están comiendo cuando abusan y atropellan. Tienen que ser los primeros siempre, ganarlas todas, transar a diario. Viven del sablazo, de la marrullería, de la falta de respeto. Yo no sé si es que en sus casas les enseñaron cómo atropellar más y mejor ¡Ah! Pero si se topan con un Lotario, entonces sí saben ser decentes, ¿no? Se ríen de todo y de todos. ¡ES UNA MIERDA! ¡ESTE PAÍS ES UNA MIERDA!
      Súbitamente, el banco completo se centró en la diatriba. Las miradas se levantaron de las pantallas de computadoras y celulares y de los monitores de las cámaras, y el sub-gerente asomó desde el piso de arriba, protagonizando una arriesgada cabriola sobre la baranda de la escalera espiral.
      —¡Vigilante! —gritó— ¿usted no puede manejar eso?
      —¡Ah, no! ¡Yo no me meto! —contestó una voz de pito a través de los vidrios opacos de la cabina blindada. Algo metálico sonó, como una tuerca que gira para ajustarse al máximo.
      El negro, sonriendo a la fuerza y asintiendo despacio trató de llevar a las dos mujeres con suavidad hacia la taquilla libre, poniendo sendas manos en los brazos de ellas, cuando la hija explotó del todo.
      —¿Ve lo que pasa? ¡No me toque, estúpido! ¡ESTÚPIDO!
Y       se fue del banco. Trató de dar un portazo pero el brazo hidráulico detuvo el impulso de la puerta, que se cerró suavemente. La viejita miró desconcertada al negro, con un par de ojitos muy brillantes tras los lentes bifocales. Trató de sonreír y explicar.
      —Es que, es que ella está muy nerviosa, muy nerviosa, últimamente —parpadeó rápido.
      —Eso me pareció desde el principio. Pero no importa: seguramente volverá en un rato y mientras, yo la ayudo a usted. ¿Va a actualizar la libreta, a hacer un depósito, un retiro?
      —Bueno, en realidad, no. Creo que no. Es usted muy amable, pero no.
      —¿No? ¿Cómo que no? ¿No qué?
      — Es que... Bueno, verá —bajó la voz e hizo señas con un dedo índice seco y corto— es que, verá usted: lo que pasa es que la libreta… ¡Ay! –suspiró— es que la libreta es de ella.



Jardinzen, diciembre 2008

4 comentarios:

  1. Bien, una anécdota urbana, bancaria, intergeneracional. El lector se queda un poco dubitativo, no sabe cómo opinar, cómo ser justo. Porque se trata de eso, de tener claro quién tenía razón. La señora se lleva a la vieja para no esperar cola; el chaval no deja que se pongan delante de él porque se conoce el truco. Pero no podía estar seguro de que fuera un truco y, de todos modos, habría sido fácil ceder un puesto, total sólo un puesto.
    Todavía se queja la vigilanta: su país es un lugar civilizado; en España los viejos esperan cola como todo el mundo. Hasta ahí podríamos llegar. Una población con un porcentaje que se aproxima al 25% de mayores de 60 años, jubilados que tienen todo el tiempo del mundo para esperar colas. ¡Que esperen!
    Pilar ha cumplido con el ejercicio, no ha hecho una obra de arte, pero ha ejercitado los dedos y eso debe satisfacerla a ella y satisfacernos a nosotros.
    Nada que objetar a la redacción, salvo un par de comas que no veo lógicas. Aquí: «!—¡ Y usted, no ofenda!», y aquí: «volverá en un rato y mientras, yo la ayudo a usted».

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  2. Nada tengo que decir de la forma en que está escrito. Yo no podría hacerlo mejor. Siento perfectamente el enfado de la protagonista, y hasta me pitan los oídos por sus gritos. Pero no puedo decir lo mismo de la historia. Hay cosas que no me convencen. No es, como bien apunta Carlos, que aquí sería impensable ceder el puesto a quien tiene más tiempo que los demás. La Herminia hija, sabe desde el principio, antes que nosotros, que miente, que el señor contra el que descarga su furia tiene razón, por eso el armar tanto escándalo me parece un poco increíble, pero puedo aceptarlo. Me cuesta mucho más hacerlo con el hecho de que hace la trampa para no perder tiempo haciendo cola, y cuando le ofrece la oportunidad el otro señor, pasa olímpicamente. Puedo aceptar que está cabreada, borracha de soberbia y por eso actúa así. Pero luego hay otra cosa, se va y deja a la madre atrás. No me resulta creíble, igual que la actitud de la anciana, yo, en su caso, me habría muerto vergüenza.
    Una pregunta: ¿Qué es un Lotario?
    —¡Huy¡ Qué delicado, el muchacho. (Se repite el signo de apertura de exclamación)

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  3. Es muy agradable de leer este cuento. Moviliza, te incita a tomar partido. Asimismo, no se si será que soy incrédulo por naturaleza, pero a la mitad entreveía el desenlace. Y en este estilo de narración es fundamental la sorpresa final. No termina de cerrar, de lograrse del todo.
    La idea es muy buena, le falta un ajuste a mi gusto.
    Como esta oración, que es una imagen maravillosa... hasta que la explica:

    "Trató de dar un portazo pero el brazo hidráulico detuvo el impulso de la puerta, que se cerró suavemente."

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  4. Me gustó el ritmo, me desconcertó pensar que los trámites en España pueden ser asi. Sentí que describía un hecho en Argentina. Me agradó

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