domingo, 15 de marzo de 2009

Cenicienta, ejercicio

Mirta Leis


      Estiró la pierna y lo miró satisfecha. El zapato le gusta y le queda bien.
      —No será de cristal—dijo, alcanzándoselo a Paco, —Pero sirve para tu cenicienta.
      Una ruidosa carcajada se escucha mientras Paco se acerca feliz y le rodea la cintura.
      —Ahora, cenicienta, quiero mi pago—susurra mordiéndole la oreja derecha.
      — ¡Ah no! Primero quiero tener los dos, ¡No pretenderás que ande con un solo zapato!
      —Está bien, esta noche te traeré el que falta— dice mientras la suelta y escupe el palillo que mordisquea desde hace rato.
      Quiere besarla como anticipo, pero Lucía se marcha calle abajo moviendo las caderas mientras sonríe maliciosamente y le sopla besos desde lejos.
      La tarde calurosa y húmeda levanta un olor nauseabundo de las bolsas de basura que se amontonan en el callejón. Las moscas pululan posándose insidiosas en la cara de Paco, que ahora intenta dormir en un rincón.
      No tiene casa. Deambula por la ciudad y duerme en cualquier agujero.
      Conoció a su princesa hace ya cuatro meses, desde entonces, aquél volquete al fondo de la cortada marca los límites de su palacio. Allí, a su sombra, amontona desperdicios de otros para su uso personal. Un trozo de lona encerada, que fuera cobertor de un camión, le ofrece guarida para la lluvia, el sol y la noche. Lo extiende desde los extremos, atándolo, por el otro lado, al alambre tejido que limita la calzada sin salida. Un cajón de cerveza hace las veces de mesa o de asiento, según convenga a la ocasión. Completa el mobiliario un viejo colchón con el forro rasgado y una frazada, doblada a manera de almohada.
      Trata de recordar cuándo la conoció: fue en la plaza a pocas cuadras de allí. Su cabello oscuro colgaba hasta rozarle las nalgas— ¡Ah! Las nalgas de Lucía— dice chasqueando la lengua mientras pone los ojos en blanco.
      Vende ramilletes de flores a las señoras cuando termina la misa de once en la catedral. Su figura pequeña se cubre con un vestido rojo de tela raída, lleva una canasta y los pies descalzos, reparte flores y sonrisas a cambio de unas monedas.
      De un manotazo espanta la mosca que se posa una y otra vez en su nariz aguileña. Tendría que volver al muelle—La muchacha se lo merece—balbucea levantándose y sacudiendo las migas de su chaqueta oscura. Se despereza igual que un gato. Se acerca al alambrado que marca el final de la cortada y orina sobre el pasto que crece del otro lado.
      Emprende la marcha casi con desgano; pasa junto al perro y le dice guiñando un ojo: —Cuídame la casa Sultán.
      Cojea un poco, le duelen las piernas, tal vez por sufrir tantos inviernos a la intemperie. Todavía es joven y fuerte, aunque algunas canas asoman entre la mata de pelo claro. Una barba tupida y desprolija le cubre el rostro. Sus ojos, increíblemente azules, semejan dos lagos hundidos en las huesudas cuencas.
      Alguna vez conoció una vida mejor, pero fue hace tiempo, cuando Sara no lo había abandonado. La soledad y el alcohol lo llevaron de la mano por el camino de la mendicidad. Ahora, en sus ratos de lucidez sólo piensa en la mocosa, en su risa divertida, en sus gestos caprichosos, en sus insistentes pedidos entre mohines dulzones.
      Nunca lo reprende cuando llega abotagado por el ron: —Ven a dormir viejo— le dice mientras hace un hueco con su brazo suave y desnudo.
      A veces pasa tiempo sin verla. Ella tiene sus asuntos, pero cuando regresa le trae siempre un rayito de sol.
      Entretenido en sus pensamientos llega casi sin darse cuenta a destino. Como aún está claro, mira hacia todos lados para ver si alguien lo observa. En el nuevo muelle de pesca se reúnen varios aficionados y preparan con esmero sus enceres para el torneo. Nadie parece prestarle atención. Con rapidez, salta la valla de contención que exhibe el cartel de PROHIBIDO AVANZAR-PELIGRO. Desciende ágil por la escalera de piedra. Se encharca los pies con la marea que ya comienza a subir. Debe apurarse. Trepa por el talud que termina en un oscuro hueco entre las maderas y el piso. Avanza gateando mientras busca, casi a tientas el otro zapato de Cenicienta. Cuando lo encuentra, con ligeros movimientos lo saca del pie menudo, de cuyo tobillo pende una cadena con piedritas de colores y caracoles. También se la lleva. Revisa las muñecas y el cuello; solo toma las pulseras: el collar se ha cortado en el forcejeo.— ¡Vaya si dio trabajo esta niña!
      Coloca el botín en el bolsillo de la vieja chaqueta, y guarda con cuidado los guantes de cuero, recuerdos de su pasado, en el bolsillo interior.
      Debe regresar antes de que suba la marea. En dos zancadas está en el muelle y se acerca a ver como va la pesca.
      Cuando Lucía llega, el reloj da las doce campanadas. Hora de que su Cenicienta se transforme en Princesa. El par de zapatos blancos luce bajo el foco sobre el cajón de cerveza. Sus ojos brillan y la alegría se escapa en risas, bailes y reverencias cuando se los pone. Paco piensa en su premio.
      Esa noche, casi al amanecer, se duerme borracho de besos, aturdido y exhausto de tanto amar.
      Las moscas lo despiertan, cargosas bajo el sol del mediodía. El perfume de su piel ya no cubre los olores del volquete. Cenicienta ya se ha ido, también Sultán buscó un sitio más fresco.
      Corre a la plaza para verla vendiendo sus flores de domingo.
      Una princesa de vestido rojo camina entre las señoras haciendo sonar sus tacones blancos. El cabello oscuro se ata en una coleta adornada con flores. En el brazo que no lleva la canasta brillan pulseras con caracoles y piedras rojas. — ¡Está mas hermosa que nunca!—se dice mientras camina hasta el puesto de revistas, para hablar con el canillita que le presta un ratito los diarios, a cambio de que le ayude con los números que le son tan complicados.
      Desde allí la observa mientras ella lo saluda con ampulosos ademanes.
      Toma uno de los diarios. Los titulares hablan del nuevo cadáver encontrado en la mañana.
      Los peritos no descartan que se trate de una nueva víctima del Loco de los Zapatos, temido asesino, que ha estrangulado a ocho mujeres en los últimos cuatro meses, aunque en esta ocasión, a la mujer le falten los dos tacones.

5 comentarios:

  1. Hola Mirta,
    He leído con atención esas dos primeras frases. Hay algo que no cuadra. Por otro lado, y a tenor del resto del cuento pienso: "Igual es que intenta apartar la acción de la narración". Me hago un lío y acabo pensando que te has líado ahí con los tiempos. Hay algo que tampoco entiendo. Y es esto:
    "...susurra mordiéndole la oreja derecha..."
    "...dice mientras la suelta y escupe el palillo que mordisquea desde hace rato..."
    Ese Paco es un fenómeno: susurra, muerde, y a la vez mordisquea un palillo. Aparte, de estas pequeñas tonterias, el cuento está bien resuelto. De hecho, no esperaba el final y eso es bueno, muy bueno. Eso significa que no es predecible. Pero creo que deberías revisar el tema ese de los tiempos.
    Los personajes están bien conseguidos. Se pueden imaginar y son creíbles. Espero haber aportado un poco.

    ResponderEliminar
  2. El cuento me parece a mí muy bueno, un cuento popular que va rolando hacia un relato policiaco. Confieso que me molestó la primera frase, por mezclar pasado y presente. Me pareció un mal comienzo. El pretérito indefinido (¿se diche cosí?) expresa un tiempo cerrado, sin retorno; no veo posible decir: «Estiró la pierna […] El zapato le gusta». Sé que Mirta coquetea con ese juego, y que se le antoja cargado de fuerza expresiva y de posibilidades; a mí me parece simplemente un error de concordancia, pero animo a Mirta a continuar por esa senda hasta el final, lo mismo descubre algo que yo no atino a vislumbrar.

    Menos mal que el pretérito queda como algo testimonial (tampoco tiene sentido esto), y el resto se narra en un presente que lo hace creíble.

    Apenas podría decir algo que ayude a Mirta a mejorar el cuento. Si acaso yo apuntaría que no aporta nada decir que le susurra mientras le muerde la oreja derecha. ¿Tiene importancia que sea la derecha, la izquierda o la del centro? No parece, luego la localización de la oreja no se vuelve importante. Quedaría mejor decir que le muerde una oreja.

    El párrafo que comienza con "Vende ramilletes" podría subirse al de arriba, separado de este por un punto y seguido. Como se estaba viendo todo desde el punto de vista de Paco, he tardado casi dos líneas en comprender que se seguía hablando de Lucía. El punto y aparte me despistó.

    Yo creo que queda feo introducir un diálogo con una raya, en un párrafo que no comenzó como diálogo:

    «Emprende la marcha casi con desgano; pasa junto al perro y le dice guiñando un ojo: —Cuídame la casa Sultán»,

    Creo que quedaría mejor así:

    «Emprende la marcha casi con desgano; pasa junto al perro y le dice guiñando un ojo:

    »—Cuídame la casa Sultán».

    O bien así:

    «Emprende la marcha casi con desgano; pasa junto al perro y le dice guiñando un ojo: "Cuídame la casa Sultán"».

    La comparación de los ojos con dos lagos hundidos ya la he leído por otros sitios. A lo mejor merece la pena buscar otra imagen.

    No sé qué cosa puede ser "enceres". A lo mejor es un término usado en Argentina. O tal vez es un error de tipeo, y quería decir "enseres".

    Falta una tilde en «¡Está mas [más] hermosa que nunca!»

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado esta nueva versión de la cenicienta, por lo inesperada y carroñeramente real.

    Las dos primeras frases no se entienden, confunden., obligan a una relectura que pone en guardia al lector.

    Primero por lo de estiró la pierna, que no sé si por aquéllas latitudes tiene la misma connotación que por aquí, pero a mí me ha recordado lo de “palmarla” o “jiñarla”o sea, irse al otro barrio. Le sigue un “lo miró satisfecha” que no lo aclara. Podría haberlo matado ¿pero a quién o qué? A continuación aclara que se trata del zapato, por lo que pienso... no, hombre, no va a ir de asesinatos.

    Segundo por la frase en boca de la protagonista “Pero sirve para tu cenicienta” refiriéndose a ella pero sin que el lector lo deduzca ya que aún no conoce a los protagonistas, podría tratarse de una tercera persona.

    A continuación la escena del mordisqueo y el palillo es poco clara. Me he imaginado al hombre con un palillo en la comisura de la boca ¿cómo puede mordisquearla con el palillo? Releo la frase y pieso, será que lo tenía en la mano en eses momento... Pero está poco claro.

    Aún no sabemos nada de los personajes, podrían ser dos novios, creo que ella es joven por como se aleja y la escena del palillo me repugna porque imagino se trata de alguien de avanzada edad. Enseguida, la escena de la peste y la calor, es la que me sitúa. A partir de ahí todo lo leído tiene sentido. La descripción de su rincón, es muy visual. Sólo he encontrado una asociación poco clara entre el momento que conoció a su princesa y el momento en que encontró el rincón. ¿Qué relación tiene una cosa con la otra si no la lleva allí? Miento. Perdón. Al releer para buscar donde se encuentra con Lucía me doy cuenta de mi error. Sí, ella acude a su rincón (por la caja de cervezas).

    El detalle de los guantes, no sé si es necesario.

    Hacia el final una i por una a supongo, en “canillita” por “canallita”. Si no es así, desconozco su significado.

    En definitiva, te aconsejaría limar algunas frases para no crear confusión ya que el lector, en general, no va a releer el texto para entenderlo. De tus cuentos, es el que más me ha gustado.

    Espero seguir leyéndote,
    Un abrazo,
    Montse

    ResponderEliminar
  4. Me parece que este es el mejor relato de Mirta.
    Muy bien construido, creíble, duro, capcioso en el buen sentido de escondernos una verdad que termina cambiándole el sentido a la historia, sin aparecer como una solución mágica, si no que se trataba de una opción posible.
    Encima de todo, un lenguaje del que se podría decir hasta que es poético, con toques de magia debido a la alusión a Cenicienta.
    Excelentes descripciones, muy logrado el entorno de estos seres marginales.

    Una sola observación: debería llamarse el Loco del zapato, así podría suponerse que tras cada asesinato se lleva un zapato, por eso la extrañeza esta vez, que se ha llevado los dos.

    Hay por ahí un error en enceres, que va con ese, un acento que le falta a un más, y otro acento que le falta a un cómo.

    Lo de los tiempos verbales, es demasiado coloquial como ha sido empleado y, es cierto, confunde un poco.

    ResponderEliminar
  5. Me gusta. Canillita es el que vende diarios. El final está bien logrado. El pretérito perfecto simple, ex indefinido,no cuaja con el presente, si lo relees , sientes el desajuste.
    Me encanta la sorpresa, engañas al lector que espera un relato maravilloso posmoderno y termina con un un policial negro

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.