domingo, 1 de marzo de 2009

Hagan conmigo lo que quieran

Pilar Dublé

      ─¡Hagan conmigo lo que quieran, yo no me pertenezco! ¡Mi vida ya la viví hace siglos! ¡Regresé del infierno y ahora soy El Pueblo!
La tarima verbenera trepida bajo la voz de un Júpiter tonante, de rostro abotagado y lustroso de sudor. Detrás suyo, los reflectores dibujan las sombras obesas y sumisas de pálidos funcionarios henchidos de orgullo. Son los poderes del Estado que cabecean sonrientes como muñecos de feria en el pimpampum.
      La Gran Avenida de cuarenta y dos carriles aparece desierta. Sólo una tropilla de adolescentes, casi niños y algunos viejitos cansados escuchan la arenga del salvador de la patria, perdidos como minúsculas hormiguitas rojas atemorizadas por el oso que se las va a comer. Por la avenida y las veredas hay desperdigadas camisas rojas, boinas rojas, pañuelos rojos: compran en los tarantines, conversan, se rascan la entrepierna ostensiblemente. Nadie atiende al mandón que se desgañita en la tarima. Más lejos, en los prados, se marchitan las flores y se agosta el pasto.
      Esa inmensa muchedumbre fue traída en autobuses desde todo el país; a la mitad del discurso ya los vuelven a abordar para asumir el regreso. Con los motores bufando y tosiendo toman camino hacia Mérida, hacia Coro, hacia Upata, antes de que la noche se cierre. Muchos llegarán a su casa en la madrugada. Todos son empleados públicos. Todos recibieron órdenes, o dinero, o amenazas. O las tres cosas.
      Una cámara está ubicada en algún sitio en las alturas. Puede verse que es un balcón. El balcón de un apartamento que al menos debe estar en un piso quince. La vista abarca completamente la avenida, desde la tarima hasta el acceso a la autopista. Veinte cuadras en total. Y está casi vacía.
      Las imágenes aparecen en el único canal de televisión que no es rojo, en todo el país. El comentarista insiste en que no hay casi nadie que esté atento a lo que dice el Candidato-Presidente-Comandante. “¡Esto es inédito!”, exclama.
      Alguien que no va de rojo sino de camuflaje gris y negro recibe un aviso telefónico. Dos corren hacia un vehículo oscuro. Tres más lo siguen en motocicletas. Se dirigen a la zona donde debe estar la cámara y avistan los balcones. Uno de ellos señala hacia lo alto con la mano abierta. Cuentan los balcones desde arriba hacia abajo: dieciséis, piso dieciséis. Llega otro vehículo, de donde se apean cuatro funcionarios más.
      —Chamo, mira esos tipos…
      —¿Dónde?
      —Ahí abajo, en la acera de enfrente, junto al kiosco.
      —Coño, son como muchos, ¿no?
      —Están mirando para acá.
      Los tres jóvenes, un camarógrafo, un periodista y un ayudante de cámara se miran. “Vámonos ya”, piensan dos de ellos.
      —Bueno, se acabó el reportaje.
      —No se acabó: yo no creo que puedan ubicar el apartamento, este edificio es una colmena —dice el periodista.
      —¡Ah!, ¿no? Entiende que no van a preguntar nada, ni a llamar a las puertas: van a derribarlas hasta que nos encuentren. Son muchos, lo pueden hacer rápido. Ya captamos lo más importante, además. Tenemos apenas minutos para salir de aquí.
      El periodista baja la cabeza, asiente y mira hacia la calle. Los tipos ya no están, quedaron solamente los vehículos.
      —Ya entraron, ¡vámonos pal´carajo! Se dirigen hacia la puerta. El camarógrafo porta la cámara calzada en el hombro.
      —Pero, pana, deja eso aquí… ¿Qué? ¿La vas a llevar de bandera?
      —Coño. Verdad.
      La cámara queda donde la dejan caer, en el suelo, encendida. Desde muchos hogares, en otros apartamentos, de esa y otras ciudades, se puede ver en un ángulo absurdo que se cierra una puerta, con sigilo. Luego se oyen voces broncas y esa misma puerta se abre con violencia y rebota contra la pared contigua. Entran botas, hay más gritos, varios recorren la vivienda. ¡Negativo!, ¡negativo!, vociferan. Regresan en tropel hacia el corredor externo.
Después de haber bajado las escaleras de incendio con los zapatos en la mano, los tres muchachos respiran pesadamente en un cuarto para basura, oscuro y lleno de chiripas. Permanecen de pie, callados, hasta que el día se cuela bajo la puerta.

4 comentarios:

  1. ¿Qué sería de los dictadores sin una buena propaganda?

    Hola Pilar.

    El cuento, quitando un par de detalles que te diré ahora, me parece estupendo. Muy bueno.

    Los detalles son:

    Entiendo que la historia transcurre durante la noche. El único apunte al respecto y que me dice eso es la última frase. Por eso se me hace difícil aceptar (aunque no es imposible) que en los prados se marchiten las flores y se agoste el pasto. Estas acciones son más normales bajo el sol. De hecho en la primera lectura, por el dato de las flores y el pasto, creí que era durante el día que daba el discurso y al llegar al final tropecé con que se había hecho de noche y no sabía cómo.

    La Gran Avenida aparece desierta primero, en la siguiente frase hay sólo una tropilla de adolescentes y algunos viejitos. Van apareciendo camisas rojas, boinas rojas, pañuelos rojos… y al principio del siguiente párrafo se habla de "Inmensa muchedumbre" . Imagino, al acabar de leer el cuento que eso es ironía. Pero tengo que llegar al final para saberlo y creo que no debería de ser así. Yo lo cambiaría, aclararía ese par de párrafos que enturbian el resto.

    Hay una imagen que no consigo verla y es que "Uno de ellos señala hacia lo alto con la mano abierta". No es imposible, ni mucho menos, pero lo veo señalando con el dedo extendido. Deben de ser manías mías.

    Un placer leerte, aunque sea muy de vez en cuando.

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  2. Pertenece a ese conjunto de cuentos de la Dublé que rebosan simpatía hacia Chávez y su régimen. Cuentos comprometidos políticamente, porque no en vano el marido de Amparitxu escribió aquello de "la poesía es un arma cargada de futuro", y esta venezolana usa ese arma con contundencia, lo mismo cuando se trata de atacar al régimen (o a los más cerriles de sus contrarios) que a determinados señores que no le cedieron el paso en un ascensor. La Dublé es temible para estas cosas, y nadie está a salvo de su atrabiliaria prosa cuando ella quiere. En otras ocasiones su prosa poética se olvida de la Misión, para describirnos esos paisajes, comidas, colores y negrazas caribeñas que maravillan a un patán como yo. Entonces es cuando más la quiero, aunque nunca me dé el número de teléfono de sus personajes femeninos.

    Unos pobres periodistas han cometido la falta de delicadeza de mostrar con sus cámaras que al Jefe pocos le prestan la atención, y que hasta los militantes traídos gratis desde las canteras proletarias, andan haciendo el ganso por los aledaños de la concentración, sin concentrarse en el mensaje sagrado que se les confía desde la tarima. De manera que vienen los de las furgonetas de tintadas ventanillas, a buscarlos, a terminar de aclararles los conceptos, coño, qué rabia da que estos hijos de papá al servicio de la Contra tengan la mollera tan refractaria a la Verdad. «Llega otro vehículo, de donde se apean cuatro funcionarios más». Esto de "apean" me sorprende, llegué a pensar que no se decía esa palabra en Sudamérica; me ha recordado un pasaje muy gracioso de la novela "Historia de Mayta", de Vargas Llosa. Hay un momento en que los revolucionarios van en coches a apoyar un levantamiento militar de cuatro monos en un cuartel perdido en la geografía peruana. Y un viejo español, que vive en aquel pueblo desde tiempo inmemorial, se les cruza en el camino, con una escopeta con la que ni siquiera les apunta: «¡Comunistas de mierda! —grita— ¡Apeaos si tenéis cojones, coño!» Los rojos le apuntan con las metralletas, pero no disparan. «Siga, no pare —ordenó Mayta al chófer, dándole un golpe en el hombro. Menos mal que nadie le clavó un tiro a este cascarrabias. «Es el español», se rió Felicio Tapia. «¿Qué querrá decir apeaos?»

    Y ahí acaba el cuento, demasiado pronto para mis expectativas, aunque el mensaje ya esté lanzado y en realidad sirva. Sin embargo, puestos a entrenar, que de eso se trata, la vigilanta podría haber continuado un ratito más narrando. Qué bonito eso de «rostro abotagado y lustroso de sudor», y eso de «Más lejos, en los prados, se marchitan las flores y se agosta el pasto».

    Qué decir del cuento. Está bien hecho, aunque un poco descompensado por las prisas. Pasará de moda cuando caiga el régimen. Estamos con el dilema de siempre: ¿hay que comprometerse? Pues yo confío en que Pilar escriba sobre todo de otras cosas (y que nos las mande aquí), cosas que trasciendan esta época que, es inevitable, se acabará en unos cuantos años. Lo malo es que ahora es lo que más la golpea y le revuelve las bilis. Deseemos que Chávez no dure mucho en el poder, por el bien de la poesía.

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  3. Algo, voy a decir algo, aunque sea breve.

    Curioso el texto, no me imaginaba que acabaría así esta historia, lo que le concede más puntos en mi opinión.

    Muchos adjetivos al principio, tuve que releer las líneas y eso no está bien. “Obesas y sumisas” contienen demasiadas “S” para sólo dos palabras tan próximas. Mucha metáfora por línea, aunque me encandilen. Creo que Pilar tiene muy buena mano para la descripción.

    Sí, yo vi toda la escena a plena luz solar. Tampoco me enteré de cuándo se hizo de noche. Hay un sentimiento de precipitación muy logrado en el final, pero que se transmite al resto de la historia. ¿A que tanta prisa? No te vayas, déjanos seguir disfrutando de la lectura.

    Me he quedado con ganas de más. Voy a esperar otro texto tuyo con mucho interés.

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  4. Me olvidé que Pilar era anti-Chávez, así que leí el cuento con más inocencia que Carlos. No me pareció un cuento comprometido. No se trata de "la literatura es un arma cargada de futuro". Más bien me parece un personaje chaplinesco o ezco, muy bien logrado.
    Voy a posicionarme desde su ideología y lo volveré a leer si no me muero de dengue. Tal vez sea otra mi lectura.

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