domingo, 1 de marzo de 2009

Nieve

Pedro Conde

      Yo deseaba a Margarita, y cuando era puta, no podía tenerla porque yo era pobre. Por eso desde la otra acera, con las manos metidas en los bolsillos buscando y rebuscando el dinero que no tenía para pagarle por su amor, la miraba pescar clientes utilizando de cebo el balanceo de sus caderas y apretadas minifaldas. Primero, como era más fácil que conseguir la plata para comprarla, mendigué sus favores.
      —¡Déjame en paz, chaval! —me alejó con un gesto de su mano, espantándome.
      Busqué un trabajo en una obra pero, tras un día agotador, la paga no me alcanzaba ni para un beso. Por la noche, después de una paja poco satisfactoria y antes del sueño reparador, concebí un plan que me daría lo que tanto deseaba. Por la mañana temprano, de la cocina cogí el cuchillo de mango marrón que en contraste con mi mano blanca de apretarlo, parecía negro. Salí rápido e hice una parada en la tienda de la esquina que da al parque, la de Marisa. No hubo muchos problemas, sólo gritos histéricos que tuve que acallar; o cortar. Esperé escondido hasta la hora en que las chicas con nombres de flores salían a trabajar. En todo el rato no dejé de contar el dinero y deshojar mentalmente a Margarita, primero una pierna, luego la otra; me quiere, no me quiere... Cuando la calle floreció avancé hacia ella con el estómago encogido por la cercanía de ver cumplido mi sueño. Se me cruzó en la calle un coche de la policía. Saltaron sobre mí cuatro uniformados a los que mis gritos no hicieron mella, se limitaron a callarlos, a golpearlos con sus porras. Me encerraron. Por lo visto le dio por morirse a Marisa, la de la tienda.
      Pasaron algunos años. Al regresar al barrio pregunté por ella.
      —Ya no es puta —me dijeron—, un viejo con dinero la retiró de la calle y al morirse le dejó una fortuna.
      Aunque llevaba otro peinado y no tenía minifalda, la reconocí por el balanceo de sus caderas. Me atusé el pelo con las manos y fui a ella con cara de hombre serio, limpio y domesticado.
      —Una mujer como yo no conviene a un buen chico como tú —me rechazó con una risa y un gesto, alejándose.
      Con el filo cortante de la señal de stop en la esquina en la que ella trabajaba antaño, por aquello de la poesía, golpeé mi ceja con fuerza hasta cortarla. No me afeité en días ni me lavé, con un cigarrillo colgando de mi boca y la cicatriz recién estrenada fui a ella. Cansada de la persecución, vocalizó claramente.
      —¡Niño! —me dijo— Me acostaré contigo cuando nieve en el infierno.
      Me refugié en las pajas que, aunque no me satisfacían más que unos segundos, no dejaban resaca como el licor. Con la mente lúcida pues, recé a Dios mañana, tarde y noche. Perdí casi una semana hasta darme cuenta del error. En la escuela me enseñaron que el viejo de blanco era un maldito puritano que no atendería peticiones del tipo de las que yo estaba haciendo, pero se me había olvidado. Perdido y desesperado vi como única salida invocar al diablo. Apareció en medio de una llamarada roja y algo de humo. Olía a azufre; o a sudor. Impaciente le ofrecí mi alma si me ayudaba, si apagaba por un día las calderas y hacía nevar en el infierno.
      —Ja, ja, ja —reía estrepitosamente—, tu alma ya me pertenece —enarcó las cejas en un gesto muy teatral y con una leve reverencia añadió— Pero te ayudaré.
      Justo antes de irse, por curiosidad, quise saber el motivo.
      —¿Por qué lo haces entonces?
      —Ja, ja, ja —volvió a reír y desapareció en una implosión.
      El día fijado nevó en el infierno, algunas almas me miraron agradecidas antes de romperse como frágiles espejos por el cambio brusco de temperatura. Margarita cumplió su palabra y entre los dos derretimos el hielo ocasional del inframundo.
      Satanás vino a verme la tarde siguiente mientras, completo, paseaba por el Retiro.
      —¿Qué tal? — inquirió.
      —Bien, bien —contesté satisfecho—, gracias. Oye —exclamé—, no me respondiste a la pregunta, ¿por qué me ayudaste?
      En ese momento, desentendido de mis dudas, el Demonio cogió su tridente a modo de jabalina y lo lanzó directo al corazón de un cura que hablaba con una señora de edad avanzada y vestimenta gris. El cura empezó a salivar mientras miraba fijamente el busto generoso y algo bajo de la mujer.
      —Creo que ya lo he entendido— le dije.
      —¿Sí?
      —Sí. En el fondo eres un jodido romántico.
      —Ja, ja, ja. Guárdame el secreto, tengo una reputación que mantener —desapareció en un chasquido y dejó, suspendido a mi alrededor, el eco de sus carcajadas y un fuerte olor a azufre; o a sudor.
      Continué mi paseo con los ojos cerrados para recordar de forma más nítida la noche anterior, y cada tanto, pasaba la lengua por mis labios recuperando así en la boca el sabor del coño de Margarita.

5 comentarios:

  1. Sigue creciendo Pedro, y ahora no sólamente se atreve con el diablo, sino que hasta hace nevar en el infierno.
    Buen cuento, pulido, despojado, ágil, claro.
    Un comienzo perfecto, en una frase ya sabemos que Margarita fue puta, pero también que dejó de serlo, un renglón para esconder toda una historia que ya esperamos conocer.
    Y la historia viene pegada ahí mismo, a continuación, el narrador no para de narrar, y no se repite y avanza, a pesar de los cambios, de las idas y vueltas y un asesinato y la cárcel y el crecer y el regreso con las mismas ganas a pesar del cambio en Margarita, y hasta un trato con el diablo, tan natural, y lo gracioso y simpático de la nieve en el infierno.
    Me parece que es uno de los mejores cuentos de Pedro.
    Lo único que no me gusta, es la intromisión de dios en dos o tres frases por ahí. Siento que no aporta nada, para mí sobra, hay como una especie de culpa latente del autor en el hecho de nombrarlo, en la búsqueda de algún equilibrio que –por el tipo de historia- no es necesario.

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  2. El cuento está bien escrito y es muy ameno. A mí me parece que en algunos momentos resulta algo procaz, pero es que yo soy bastante estrecho.

    Le encuentro cierto aire inconsistente, como si fuera una broma a la que el propio autor no le da demasiada entidad. Sólo un lector benévolo puede terminar el cuento sin hacerse preguntas, preguntas como, por ejemplo, ¿de qué manera se entera Margarita de que ha nevado en el infierno?, es decir, ¿cómo constata que debe pagar su deuda?

    Supongo que llamar a Dios maldito será un detalle que desagradará a una parte de los lectores, ¿le merece la pena al autor? Por otra parte, no puedo imaginar el mañana (o el esta tarde) del cura baboso atravesado por un tridente. ¿Cómo explicará la señora, toda salpicada de sangre, que estaba charlando tan tranquila con el cura y, de pronto, lo mató un tenedor gigante? ¿Cómo lo explicará la prensa? ¿O será que la señora y el cura se desintegrarán sin dejar huella y aquí no ha pasado nada? Pero, si no ha pasado nada, ¿cuáles son las posibilidades de los personajes, entre qué límites se mueven? Creo que esa escena, violenta y disparatada, puede pensarse más despacio, y, tal vez, reformarse. Tal como la da el autor parece una venganza personal, y no parece justo utilizar la posición de fuerza que supone ser el que tiene el lápiz en la mano, para ajustar cuentas.

    Por último, hay dos alusiones a cortar los gritos que tal vez sean demasiadas.

    En resumen, bien, pero demasiado corto, y demasiado loco. Lo de la corta extensión yo creo que está en el origen de todo. Es difícil contar una historia cuando se dispone de folio y medio. Apenas da tiempo para un croquis que prepare el final. Si uno se pone a escribir un cuento largo, pienso que la disposición de ánimo es distinta, y el autor tiende a hilar más fino.

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  3. Sé que al autor de este relato le costó muy poco esfuerzo escribirlo y que, por ésta y otras razones, lo tiene entre sus preferidos. Así que es difícil buscarle objeciones a un texto cuando uno tiene la íntima convicción de que algo está bien a pesar de lo que digan otros. Eso me ha pasado a mí con historias que no han funcionado y supongo que a todos, en algún momento.

    La historia está bien escrita y engancha hasta llegar a la invocación al diablo. A partir de ese momento dejamos de movernos en una atmósfera realista y damos paso a cierto surrealismo bromista que a mí no me termina de hacer gracia. Hay una transición del relato al chiste sin solución de continuidad, sin ninguna intención de justificar el cambio.

    Al jugar en sentido literal con la frase: “cuando nieve en el infierno” me vino a la cabeza Monterroso, que hacía parecidos ejercicios en sus microrrelatos. Busca el de la fe y las montañas y verás qué cómico resulta. Pero claro, eso lo hace de principio a fin, y creo que eso es, lo que en el fondo, le reprocho a esta historia, que no avise de su toque humorístico desde las primeras líneas.

    Un beso, encanto.

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  4. A mí me ha divertido el cuento. Las palabras paja y coño me han incomodado en la lectura pero supongo que el ritmo rápido de la historia, no te ha permitido buscar otras maneras de decir lo mismo.

    Esta frase es algo confusa: “Salí rápido e hice una parada en la tienda de la esquina que da al parque, la de Marisa.” No creo que sea incorrecta, quizás un punto y coma ante el último complemento pero “que da al parque” no creo que aporte nada y si lo suprimes se entiende mejor. Y a continuación en : No hubo muchos problemas, sólo gritos histéricos que tuve que acallar; o cortar. Elije una forma de decirlo, con acallar es suficiente, pero si prefieres cortar, tú mismo, pero los dos alentecen la velocidad lectora.

    Me ha gustado lo de deshojar la margarita y sus miembros, por un momento nos haces creer que la iba a matar. Lo que me desagrada es tanto olor a azufre. Quiero resaltar “la calle floreció “ que completas cuando le otorgas nombres de flores a las putas. No tengo mucha experiencia en ese campo pero, por los anuncios en diarios, puedo asegurar que, por aquí tienen nombres más anglófonos o de estrellas del celuloide.

    Entiendo lo del tridente como algo figurado, le lanza su arma como Cupido sus flechas, para hacer llegar la lujuria al corazón del cura, no para matarle. Lo de que nieve en el infierno, al principio leí invierno y pensé que querías decir Agosto, osea un imposible, por estas latitudes. Después se congelan las almas y consigue su deseo. En la primera lectura me lo tragué por el ritmo y por la buena redacción que te conduce a una lectura urgente. Si te lo paras a pensar, efectivamente te preguntarías ¿Cómo lo supieron que había nevado en el infierno? pero en un relato donde se aparece el diablo, es irrelevante.

    Sin duda, un buen cuento.

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  5. Pobre cura. Es un buen cuento, estructuralmente hablando, pero cuando
    uno se pone Almodóvar así porque sí sin que el lector lo espere habría
    que agregar algunos condimentos.
    Me parece que el pasaje del realismo al surrealismo necesitó la
    creación de cierta atmósfera aunque se trate de un cuento
    dicharachero.


    __._,_.___

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