lunes, 20 de abril de 2009

El regreso

Alicia

      La estación estaba llena de gente que se movía a saltitos, como en una de esas películas en blanco y negro, donde la chica va a buscar al soldado que viene de la guerra. Eso fue lo que a Julia le vino a la mente aquella tarde en que –por fin– llegaría Alberto. Su Alberto.
      Quería que el encuentro fuera especial, romántico. Uno de esos encuentros que uno no olvida nunca. Esos en los que el momento es tan intenso, que hasta parece detenerse el reloj de la Estación Central. Y suena música, y la gente baila. Y la luz es dorada y todo es hermoso.
Julia no pedía música. Sólo quería volverle a ver.
      Caminaba rápido, a pasitos cortos. Los altísimos tacones que se había puesto no la ayudaban a ser ágil, y el pantalón le apretaba demasiado en las caderas.
Había engordado.
      «Claro! –se auto justificaba Julia– ¡Claro que he engordado! Pensaba en ti. Tú no estabas, tenía que beber para olvidarme de eso. Tu ausencia es la culpable de todo. De mi tristeza, de mis angustias, de mi nostalgia... de mis kilos de más... ¡Por el amor de Dios! Si por poco me convierto en alcohólica esperándote. Cuando pienso en todas las noches de soledad que he pasado...»
      Julia juntó sus labios en una especie de beso de pez para comprobar que le faltaba carmín. Tenía que retocarse. Necesitaba un baño. ¿Dónde está el baño? ¡Ah! ¡Ahí!
En el baño, blanco, blanquísimo, recubierto de pequeñas baldosas blancas de estación de tren, una señora desgreñada y con cara de aburrida vigilaba unos rollos de papel higiénico. A su lado, una cesta de mimbre, vestida con un descolorido tapete de flores, custodiaba unas monedas de 50 céntimos.
      Por lo visto, era lo que se cobraba por usar el retrete. La mujer no dijo nada. Julia murmuró un "hola" ininteligible. Ella no buscaba el retrete, solamente un espejo. Encuadró su cara en el espejo y se afanó en repintarse la cara. Después se ajustó la ropa. Sí, había engordado, pero a pesar de eso no era malo lo que ella tenía que ofrecer.
      Una campanita anunció la llegada del tren.
      ¡Oh!
      Julia salió a la estación sin despedirse de la inmóvil señora del baño. Se le antojó que debía estar pagando por alguna maldad cometida en vidas anteriores. Luego, dejó de pensar en ella.
      Se apresuró a pasitos cortos por el andén.
      «¡No sabes lo larga que se me ha hecho la espera! –pensaba– en todo este tiempo, no he recibido ni una carta tuya. Apenas un par de correos electrónicos, sí, pero eso… es tan frío… Sé que has estado fuera, ocupado, que tenías mil cosas en la cabeza. Tu trabajo es muy importante, tú eres muy importante, sé que no podías ocuparte de mí. Siempre he sabido que volverías. Pero te he echado tanto de menos... he sufrido tanto... Sin noticias, no tenía noticias, no hay nada peor que no tener noticias. Me desesperaba...
      Ni una sola carta.
      Y ahora...»
      El tren resoplaba cansado escupiendo aceite y quejidos al entrar en la estación. Sí. Allí estaba.
      Se había levantado. Podía verle a través de una ventana.
      Estaba más delgado, más demacrado. Y con canas. Se acercaba a la puerta del vagón, con un maletín en la mano.
      El corazón de Julia parecía un tren desbocado.
      El tren de Alberto, se detenía gimiendo.
      Alberto se acercaba a la puerta del vagón sorteando viajeros.
      Julia se abría paso entre la multitud, para acercarse a la puerta del vagón.
      El tren se detuvo con un último estertor.
      Julia continuó andando a pasitos cortos entre la gente. Y medio corriendo, medio caminando, pasó de largo la puerta de Alberto. Fingió no verle, como si esperase a otra persona. Como buscando a otra persona.
      Y ese día, se escapó de él.

2 comentarios:

  1. Alicia nos trae un cuento con el doble sentido del nombre, aludiendo a su bienvenido regreso, nuevo regreso. Y nosotros que nos quedamos anclados en su último cuento de los no sé cuántos euros, seguimos esperándola en la misma estación a la que ahora viene Julia con otra historia debajo del brazo.

    A pesar de estar bien escrito, el relato no me convence. Lo salva el recurso del final, recurso que se hubiera revalorizado si se preparaba un poco más toda la situación desde el principio, para que el contraste resultara mayor. Pienso que se debería insistir en el discurso y las acciones de Julia, y tal vez acentuar esa especie de contrapunto que le dedica una frase a cada uno hacia el final,

    Estaba más delgado, más demacrado… El corazón de Julia… El tren de Alberto… Alberto se acercaba… Julia se abría… El tren se detuvo…Julia continuó…

    Hay también algunas reiteraciones de terminaciones verbales, aba, ía, fácilmente corregibles.



    Esos en los que el momento es tan intenso, que hasta parece detenerse el reloj de la Estación Central. Y suena música, y la gente baila. ¿El pescador de ilusiones?

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  2. Alicia, me gusta el cuento, y sobre todo me gusta el final, no pensé que fuera ella la que terminaría escapando. Imaginé que él no aparecería.

    Creo que le está sobrando la última línea. Quedaría más sugerente si el final fuera este: “Fingió no verlo, como si esperase a otra persona. Como buscando a otra persona”. Hay un cuento de Patricia Highsmith que tiene un final parecido, trata sobre dos personas que se buscan en una parada de tren, no recuerdo bien, pero es un final magnífico, veré si lo encuentro y te lo mando.

    Ahora bien, Julia está acomplejada (qué palabra horrible) por sus kilitos de más, lo que significa que, de un tiempo a esta parte, su figuraha cambiado. Y él también ha cambiado, pero parece que Julia no admite que se rompa la imagen que ella retiene de Alberto.

    Muy bien lo de la vieja inmóvil en el baño, yo pensé que estas criaturas solamente estaban en los baños de las estaciones de trenes Buenos Aires, cómo se nota que no soy un hombre de mundo. La vieja le da un toque extraño al cuento, es como un personaje simbólico que va más allá de lo pintoresco, forma parte del escenario y a la vez es como una señal agorera. Quizá le estoy buscando un significado que en realidad no tiene. Como sea, fijate que el cuento funcionaría igual si no estuviera la vieja, pero perdería mucho de su esencia.

    Lo del beso de pez también me gustó, no se me hubiera ocurrido.

    Me molesta un poco tantos pasitos cortos, si bien contribuyen a que el cuento sea simpático, se repite mucho.



    Saludos,



    Daniel

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