viernes, 15 de mayo de 2009

Crónica del veinticuatro (ejercicio)

Mirta Leis

      El reloj destella las tres de la mañana con una tenue luz sobre la cuna blanca: Bárbara llora.
      El timbre se eterniza en el sonido. Golpes, que parecen patadas, acompañan voces que ordenan abrir de inmediato.
      Saltar del lecho, alzar la niña, prender las luces, buscar los zapatos debajo de la cama y correr hacia la entrada a medio vestir.
      La puerta se abre y ellos entran. Corren por la casa en filas verdes, lo llenan todo, como las hormigas cuando avanzan voraces sobre el azúcar. Lo revisan todo: cocina, baño, patio, sillones, placares, biblioteca…
      Acurrucada en un rincón con la niña en brazos veo caer libros, discos, cuadros, leer cartas, guardar agendas, dar vuelta cada uno de los cajones de la cómoda ¿qué buscan?
      Entre aquellos hombres de verde, irrumpe un rostro conocido con uniforme azul: el policía lugareño se acerca, toma de un brazo a mi esposo y se dirige a su madre, le asegura que lo traerá más tarde — cuando todo se aclarare.
      Ella llora. También la niña…cómo si entendiera.
      Atónita, los veo irse calle abajo.
      Algunas hormigas siguen metiéndose por los rincones, hojean textos, revisan documentos y se llevan algunos objetos de la casa: un catalejo de bronce, un índice telefónico, algunos libros de política y economía. Nada me importa, solo él.
      Salen tan rápidamente como entraron: disciplinados, mirando al frente, impersonales. Sostienen firmes las armas y hacen sonar sus borceguíes marrones sobre los escalones del frente de la casa.
      El camión los espera en la esquina. La fila avanza al trote despertando al pueblo dormido.
      Ahora, el silencio se hace eterno y vacío. Lentamente, caminamos hacia la cocina para derrumbarnos en las sillas que recogemos del piso.
      Las preguntas… y las suposiciones que no conforman. La espera. El reloj que no avanza, el tiempo que pesa sobre la esperanza del regreso.
      Amanece. Por décima vez me asomo a la vereda: no hay nadie en las calles. Un gato salta sobre los techos; de tanto en tanto pasa algún vehículo militar repleto de soldados.
      El mate, compañía fiel, calienta la angustia de las horas. Es 24 de Marzo de 1976, al son de marchas militares la radio despeja la incógnita: —Comunicado número uno…dice una voz casi solemne. Es un golpe de Estado.
      Con la niña en su cuna y el dolor en los brazos comienzo a ordenar el caos.
      Otro mate, las miradas, las palabras que no salen, la tarea de esperar.
      A media mañana mi padre trae noticias: —Lo llevaron a Paraná, junto con el intendente, dos o tres militantes de la JP, uno de la juventud radical y un abogado que quiso oponerse a que se lleven su hija.
      Oscurece. Aún no vuelve.
      Duermo junto a mi hija con la radio encendida: acunada por marchas militares…, esas mismas que escuché en casa cuando era niña, pero esta vez suenan distinto, será tal vez, porque la vida me hace oírlas desde el otro lado, justo, desde la vereda de enfrente.

6 comentarios:

  1. Que me sigue doliendo este tema. Pero bueno, me parece que Mirta lo narra de una forma aceptable, con cierta distancia, sin intromisiones, nada más los hechos que hablan por sí solos. Y ya duelen bastante.



    Golpes, que parecen patadas, acompañan voces que ordenan abrir de inmediato

    Hay dos que demasiado juntos, encima también se repite la estructura. Lo reescribiría, por ejemplo:

    Golpes y patadas acompañan o se superponen a voces que ordenan abrir de inmediato

    O algo así.



    el policía lugareño

    Aquí me suena forzado este adjetivo, pensándolo desde quién narra. Para la narradora no sería el lugareño ni un extraño, como para identificarlo con ese adjetivo, sería nada más el policía. Pero también reconozco que es necesario brindar este dato, para ubicar aproximadamente el lugar geográfico donde transcurre, en las grandes ciudades ningún policía hubiera tenido ese trato. Así que habría que darle una vuelta de tuerca, contándolo de otra manera.



    despertando al pueblo dormido

    Pueblo me parece incorrecto. Por el simple significado de las palabras, en realidad tendría que decir barrio o vecindades. En el otro sentido, en el de que el pueblo estaba dormido, tal vez me resultaría chocante en este cuento. Lo desmerecería.



    Es un golpe de Estado.

    Otra vez, como siempre, sobra.

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  2. Si se me permite terciar en el diálogo entre Mirta y Daniel, a propósito de su breve historia del veinticuatro, yo diría que Daniel tiene razón en eso de que el tema ha sido abordado sobradamente. Esto no quiere decir (él también lo apunta) que ya no se deba incidir en el tema; naturalmente que sí, pero llegar tan tarde obliga al autor a contar algo distinto de lo que el lector sabe y espera. O hacerlo de una manera que resulte singular. Y se recuerde.

    Se me viene ahora a la memoria un cuento que Marta Iris nos trajo, hace ahora justo un año, relativo a la Noche de los Bastones Largos. Era el desalojo de una facultad universitaria, algo que muchos hemos leído y vivido varias veces. Sin embargo recuerdo con fuerza ese cuento por un detalle escatológico: las bostas de los caballos en las escaleras y los pasillos de la facultad. Quiero decir con esto que muchas veces la fuerza expresiva de un relato no está en el argumento, ni en la bondad o maldad de las ideas que allí se manejan, ni en la fidelidad a los recuerdos del autor, sino en detalles aparentemente bobos, pero que encierran una impresión viva, un mazazo. De ahí que la insistencia de Dani, en lo referente a los soldados/hormiga no sea baladí. Es probable que, ante lo repetido de la escena del allanamiento, el cuento realmente se la esté jugando en esa fila de hormigas que entran en la casa, que sea lo único que el lector recordará dentro de un año.

    A mí tampoco me golpea la comparación con las hormigas. Es más, no creo que sea bueno para el cuento descansar en una historia muy leída, con una comparación más o menos afortunada. Es necesario meter más cosas en esa historia, más detalles, más ambiente, más arbitrariedad, más impotencia. Cosas que la hagan única.

    Mirta nos dice que ella ha vivido esa escena, aunque sea desde la acera de enfrente. Y añade al final de su mensaje algo que me da que pensar: «Tal vez el texto no esté correcto, pero es lo mejor que pude hacer desde lo objetivo», dice. El problema es que el texto tiene la obligación de ser bueno, y más si Mirta es capaz de hacer cosas estupendas, como ya ha demostrado sobradamente. ¿Y quién nos dice que la autora o la narradora deben ser objetivas? ¿Y quién espera que se nos cuente una historia real y fiel a la verdad?

    Miren, yo creo que nuestro camino tiene que ir por un lado distinto de la memoria. La memoria sólo debe servir para iniciar el ambiente en el que se va a desarrollar la historia, pero a partir de ahí hay que inventar. A mí realmente me han pasado muy pocas cosas fascinantes en la vida; pero un lector espera que se le cuenten cosas distintas de las que a él mismo le son dadas vivir. De manera que escribir un cuento tiene que ser un agotador ejercicio de imaginación, y un subir y bajar cosas de la balanza, hasta que todo cuadre y golpee. Esos soldados medio derriban la puerta, entran como una fila de hormigas y se van como una fila de hormigas. Todo es tan mecánico que no recuerdo a ninguno de ellos, ni sé cómo tienen las caras ni cómo suena la voz; ni sé si alguno se ha detenido ante qué libro, lo ha ojeado y dejado de nuevo en la estantería.

    La redacción me parece buena, pero me faltan cosas. Para empezar, me pone triste ver que menudean en el taller los cuentos de un folio; nos estamos convirtiendo en un taller de fogonazos. Hagan el favor de jugársela con historias de cinco, diez folios; expongan su saber hacer a la prueba del algodón. En un folio no da tiempo más que para contar un chiste, un chiste gracioso o un chiste triste. Pero hemos venido aquí para aprender, para crear personajes, para alargar los diálogos inteligentes, para complicar las cosas, para demorarse con aplomo, como un torero sujeta la muleta. Anden, sean buenos.

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  3. Mirta, la crónica viene como desnuda, muy llana. Tenemos la metáfora de las hormigas, pero me parece débil, sería mejor buscar otra clase de insecto, más desagradable, peligroso y voraz. El texto podría ser más literario, en el buen sentido de la palabra, si solapáramos las referencias militares, si las diluyéramos en capas metafóricas que nos dieran a entender lo mismo pero además otra cosa, me refiero a una especie de texto anfibológico. El que quiera ver hormigas, que vea hormigas; el que quiera ver milicos, que vea milicos. La fecha delata demasiado. El año 76 ya nos remite a esa etapa macabra que todos conocemos o de la que oímos hablar. En ese entonces yo era un purrete de 3 añitos de edad. Ay, este bendito país nuestro. Me da la impresión de que la crónica pretende conmover, pero estás tocando un tema muy explotado, ya leído de mil formas. Habría que buscar una mirada nueva, una manera más fresca de contar lo mismo. Espero que se entienda lo que quiero decir.




    El reloj destella las tres de la mañana con una tenue luz sobre la cuna blanca: Bárbara llora. (El destello no se condice con la luz tenue)
    El timbre se eterniza en el sonido. (Me parece que encierra una redundancia)

    Golpes, que parecen patadas, acompañan voces que ordenan abrir de inmediato.
    Saltar del lecho, alzar (a) la niña, prender las luces, buscar los zapatos debajo de la cama y correr hacia la entrada a medio vestir.





    Te mando un saludo desde Río Grande, Tierra del Fuego, culo del planeta. A tres mil kilómetros de Buenos Aires, el aire se respira distinto. Mejor dicho, acá sí se respira. Hoy hubo sol y la temperatura, en el momento más cálido del día, alcanzó los tres grados centígrados. Fresquito, ¿no? Estoy pasando unos días en la casa de mi cuñado. Al despegar el avión de Aeroparque y dejar atrás la ciudad, sentí como una liberación. Saludé por la ventanilla, como si mandara todo al carajo. Claro que he de volver. Y volveré como dice el tango de Carlitos (Gardel, se entiende).

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  4. He leído la crónica de Mirta y en líneas generales estoy de acuerdo con lo dicho en los comentarios ya hecho.
    Sin embargo, creo que el tema es aun de actualidad sobretodo para aquellos que sufrieron en carne propia las exacciones de los militares. Recuerdo haber escuchado a varios sobrevivientes de los campos de concentración nazi que durante décadas permanecieron en silencio porque tenían la impresión que nadie les iba a creer lo que ellos habían vivido en esos campos nazis o por querer proteger a los suyos, evitándoles sufrimientos inútiles.
    Algo parecido debe suceder con aquellos que fueron victimas de maltratos innobles, violaciones, torturas...
    En cuanto a la comparación entre hormigas, es una injusticia para las hormigas, que tienen mas bien una cierta “popularidad” y no son agresivas o repugnantes como las cucarachas o las ratas.

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  5. A ver si sale mi comentario. Estoy de acuerdo con todos sus pareceres. No me sumo a eso de que el cuento es corto o que la metáfora de las hormigas no va. Sí, eligió bien el bicho. Esos seres anónimos tenían todas sus características.Busquen hormigas en un diccionario bichófilo y verán que no podía poner mamboretá. Ese 24 de marzo mi madre en un ataque paranoico hizo una fogata con mis libros . Muchos se salvaron porque los escondí. Pero aún no me trago la mala leche.
    Podría sí decir que pasado el tiempo en que los lectores recuerden el episodio, el cuento pierde elementos contextuales que lo sostenan a menos que se lo quiera tomar como un tema universal. En ese caso habría que cambiarle alugunas cositas como el título.

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  6. Vamos a remitirnos intertextualmente a "A un olmo seco " de Machado. La memoria no me acompaña. "Ejército de hormigas en hilera , van subiendo por él..."
    Las palabras en la literatura tienen también una historia según se hayan utilizado. Dejen hormigas u "ni me nuembren otro bicho" como dice en Martín Fierro.

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