martes, 1 de septiembre de 2009

El verano aplazado

Pedro Conde

      Sabíamos que era el último verano. Los padres de Jesús estaban preparando su traslado a la capital. A Manolo le habían aceptado la solicitud en el Colegio de los Salesianos y yo iría al instituto público de Antequera. Nos pesaba el cercano desarraigo como el calor plomizo del verano que empezaba. Huíamos del sol en el salón del bar de la calle siete y evitábamos el futuro no hablando de él, como si el hacerlo lo conjurara. A veces, cuando la sombra de la separación era muy oscura, en lugar de decirnos lo que nos echaríamos de menos y ayudados por la testosterona que hervía en nuestras venas, iniciábamos peleas por lo más nimio y nos gritábamos tensando los cuellos.
      —Eres un estúpido inútil —chillaba Manolo y me empujaba quitándome los mandos de la portería del futbolín—, déjame a mí, que tú no sabes —parecía que le iba la vida en la partida y yo me apartaba esperando ansioso que le metieran un gol para reparar mi orgullo herido.
      Descubrimos en ese tiempo el ajedrez y los refrescos de manzana para las tardes largas. Y cuando el Sol se acercaba al horizonte y las nubes confiadas se quemaban entre todos los rojos posibles, íbamos a buscar nidos y a comernos las almendras tardías que no habían madurado. Algunas noches poníamos mantas sobre la paja de la era y hablábamos hasta la madrugada mirando hipnotizados el cielo.
      —El lunes nos vamos a Málaga y no volvemos hasta el viernes —anunció Jesús aquella noche de final de Julio—, dice mi padre que tenemos que ayudar todos a arreglar el piso.
      —Yo también me voy, a Teba, a pasar unos días en casa de mi tía —dije yo—, vuelvo el sábado, creo.
      —¿Y yo? —se quejaba Manolo— ¿Tengo que aguantar solo los chistes de Jorge? ¡Dios me odia! —Jorge inició una risa de hiena que se le escapó por entre los labios apretados y que acabamos coreando a pleno pulmón entre una batalla de manojos de paja.
      La semana se me hizo larga conviviendo entre primos mayores. Y lo peor era que para evitar posibles males y ahogada por la responsabilidad de cuidarme de todo daño, mi tía me trataba como si fuera un prisionero. Pero la condena se acabó y por fin llegó el sábado. Tras un cansado viaje, apretado en la parte de atrás de un ochocientos cincuenta, la ansiedad comenzó a invadirme el estómago al reconocer los lugares de nuestras tropelías y las primeras calles del pueblo.
      En mi casa me recibieron con miradas expectantes y con caras de cera cuya intención no lograba adivinar. Se murmuraba en la cocina, y en el salón y en cualquier lugar en el que yo no estuviera.
      —¿Qué pasa? —pregunté. Mi madre lloró y mi padre bajando hasta la altura de mis ojos me dijo lo más incomprensible que se le puede decir a un chaval de catorce años.
      —Jesús ha muerto.
      Corrí a su casa para decirle la estupidez de mi padre, y desde el principio de la calle, el tremendo gentío que se agolpaba en la puerta frenó mi marcha con el peso de la tragedia que se hacía consistente. Cuando quise entrar un adulto me lo impidió, me empujó "¡Vete a casa", dijo. Por entre los hombros alcancé a ver que sacaban un cuerpo desnudo de la piscina del patio. "Los están lavando" comentó alguien.
      Por primera vez el sueño se llevó las pesadillas y al día siguiente mi madre preguntó:
      —¿Quieres ir al entierro? —asentí y puso sobre mi cama ropa limpia.
      Me acompañaba hasta la iglesia de la mano, como si fuera un niño chico, y no solo no la solté si no que me aferraba a ella con aterradora fuerza. Los vi de lejos, a Jorge, a Manolo, y a muchos de los compañeros de clase, limpios y con el pelo engominado, todos con gesto de amortajados. Aflojé el paso y ella volvió a preguntarme:
      —¿Estás seguro?
      —No —dije, y huí. Me perdí entre callejuelas y luego, corriendo sin rumbo, entre los olivos. Solté como pude la rabia que me abrasaba el pecho y empecé a odiar a Dios sin ningún tipo de pudor. Asistí al entierro desde lo alto del cerro de La Villeta. Desde allí se domina el valle. La carretera que baja al cementerio, el arroyo que a trozos se esconde entre cañaverales, los huertos con sus construcciones de cañas y los olivos que alfombran las suaves lomas hasta el lejano horizonte donde el Sol, antes de ponerse, quema a las nubes confiadas en una orgía de tonos rojos.

5 comentarios:

  1. Me encanta, como siempre, tu cuento.



    Es cierto que el final parece que se te escapa, que huyes entre esas nubes. Y ahora que sé que es una experiencia personal, llego hasta a captar la congoja que hay tras esa evasión de la escena final que no te atreves a pintar.



    En cuanto a la piscina, a mí no me ha sorprendido, ya que lo he situado en una época en la que la guardia civil podía haberlo ordenado. Ahora bien, debo decir que carezco, por fortuna, de experiencia de esa índole. Pero vamos, no es un dato imprescindible para la historia. Podrías haber visto cómo vestían los cuerpos desde alguna ventana de la casa, y ya está. La impresión hubiera sido similar.



    Alguna piedrecilla que he encontrado en el camino:



    “Descubrimos en ese tiempo el ajedrez” La expresión “ese tiempo” es ambigua. En el párrafo anterior te refieres al último verano pero imagino que no te refieres sólo a aquel mes de Julio sino a aquella época, a la infancia o preadolescencia ¿no?



    “La semana se me hizo larga conviviendo entre primos mayores. Y lo peor era que para evitar posibles males y ahogada por la responsabilidad de cuidarme de todo daño, mi tía me trataba como si fuera un prisionero” Hay un salto de una escena a otra, de jugar con sus amigos a llegar a casa de su tía, con primos de por medio, que me ha costado situar. Luego el “ahogada” antes de llegar a la tía me ha confundido y por un momento pensaba que te referías al protagonista y había un error de concordancia en el género. Releído el párrafo veo que la redacción es correcta, sólo que no esperaba hablaras de la tía. Quizás un cambio de orden en la frase podría solucionarlo, aunque si los demás no lo notan, igual sea sólo cosa mía.



    Por otro lado me ha sorprendido que fuera solo a casa de su tía.



    Bueno, no me hagas demasiado caso ya que son apreciaciones personales.



    Un abrazo y sigue escribiendo.

    ResponderEliminar
  2. Las historias de Pedro tienen siempre esa nostalgia dulce que a las mujeres nos encanta. Como siempre, descubro algunas formas de redacción que podrían mejorarse sólo después de que otros me la muestran.Por supuesto que yo capitalizo las críticas y llevo agua para mi molino.je-je
    Sin embargo, el párrafo final me parece adecuado al proceder de un adolescente, que quiere ver pero a la vez no quiere salir lastimado, y vuela por el paisaje del atardecer para suavizar un poquito la pena del último adiós.

    ResponderEliminar
  3. Pedro, es una historia que fluye como el agua, si me permitís el lugar común, con una voz narrativa muy natural que evoca los hechos sin sentimentalismo, con una gota de nostalgia. Por los comentarios de los compañeros me enteré de que la historia la viviste, lo cual hace comprensible la verosimilitud de la serie de anécdotas, pero eso no le quita méritos al texto, o al autor, más exactamente, porque una cosa es vivir y otra contar. Me gustó mucho. Y comparto lo que dijeron los demás. Me llamó la atención el hecho de que lavaran el cuerpo en la piscina. ¿Quiénes lo lavaban? Pensé que lo hacían los pobladores, para borrar las pruebas del delito, qué sé yo. ¿Y la policía, no había llegado? Es una escena muy fuerte, muy llamativa, y luego no se explica nada. El lector queda esperando otro tipo de desenlace, aun cuando la historia esté impregnada de una respiración poética. Te diría que en este cuento no se cumple lo que se promete. Tirás una bomba que no explota, o que sólo produce fuegos de artificio. Falta información. Acepto que no se explique mucho más, que la historia tenga un final más bien poético, pero en ese caso hay que diluir esa carga de misterio y buscarle un final más redondito. Esas franjas sanguinolentas en el cielo deberían relacionarse con la muerte de Jesús, por ahí debería ir la cosa, a mi modo de ver.

    Algunas cositas:



    “Nos pesaba el cercano desarraigo”. Más que cercano yo diría inminente.



    “Evitábamos el futuro no hablando de él, como si el hacerlo lo conjurara”. Me confunde un poco la idea, porque tengo entendido que el futuro no existe. Yo diría que evitábamos hablar del futuro, y que, de alguna manera, ignorándolo, lo conjurábamos.



    “A veces, cuando la sombra de la separación era muy oscura”. No creo está lograda la metáfora. Por el contexto, tiendo a pensar que por momentos les molestaba la sombra de la separación, “como si se volviera más oscura y esa oscuridad nos inquietara”. Algo así. Falta precisión.



    “Y cuando el sol se acercaba al horizonte y las nubes confiadas se quemaban entre todos los rojos posibles”. Es muy hermoso, y lo bueno es que lo decís sin lujo, sin pomposidad.



    “Noche de final de Julio”. Los meses van en minúscula. Noches del final de julio. A menos que sea una fecha patria o algo por el estilo.

    ResponderEliminar
  4. El cuento de Pedro tiene la suave intimidad a la que ya nos tiene acostumbrados el andaluz. Es bueno y no carece de momentos de una fuerte emotividad y belleza. Me gusta.

    Pero, como nos paga para ponerle pegas le confiaré las mías:

    En primer lugar echo de menos un plan previo. El cuento no parece tener claro adónde se dirige. Citaré dos momentos.

    Se nos presenta en el primer párrafo una encrucijada que tiene tensos a nuestros protagonistas . Por primera vez en su vida, un grupo (de chavales que han sido amigos desde pequeños) va a disgregarse: la vida hay un momento en que nos manda a hacer los deberes fuera. Esa tensión por la separación inminente es muy clara y está muy bien reflejada por el narrador. Tanto es así que el lector percibe que la separación que se prepara será ella misma la protagonista de la historia. Sin embargo no es así. Se diluye y no deja rastro. Hay sí, una separación, pero de unos días, que no tiene que ver son esa tan notoria que se nos anunciaba. Estarán ustedes pensando en la escopeta de Chejov. Bien, en un cuento tan corto, si se nos presenta con fuerza un elemento, cabe esperar que tenga un papel importante en la historia. Pero no es así, la historia derrota, parece olvidarse de cómo empezó.

    Algo así ocurre con la última escena. El narrador sube a una atalaya para ver y narrarnos un entierro, pero nos narra una puesta de sol. Y no estoy contra los atardeceres; es una cuestión de impertinencia: no es pertinente este final de la descripción del entierro, en el que el narrador pierde inmediatamente el hilo de lo que estaba contando para adentrarse en una senda bucólica que anula la tensión del rito. Es probable que el cuento deba terminar como termina, con una puesta de sol, pero sería interesante que se fusionasen ambas cosas, para que no parezca un despiste.

    ResponderEliminar
  5. Bueno, llegué tarde. Después de que habla , Carlos, no crece el pasto, como dice mi vieja o mi mamá.¿ Se dice tan así es o tanto es así?. No puedo dejar de lado el impacto emotivo. Trabajo con adolescentes y asisto al duelo de la separación. A mí me pareció bueno ese final en que se mira el rito desde lo alto, es una especie de crecimiento simbólico. El atardecer lo enmarca. Para mi gusto han quedado muchas elipsis. Tal vez soy una lectora bruta y no logro reponerlas.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.