domingo, 15 de mayo de 2011

Fin del camino (Ejercicio)

Pandora

Mi madre siempre ha sido una mujer activa. Cuando cumplí la mayoridad, abrimos una tienda de ropas y calzados para señoras y niños. Y la verdad, las cosas nos fueron muy bien. Compramos una casita y a lo largo de muchos años la reformamos a nuestro gusto.
Mi padre trabajaba como transportista y casi nunca estaba en casa, pero esto no impidió a mi madre y a mí levantar nuestro pequeño imperio. Éramos más que madre e hija, éramos amigas, compañeras y cómplices. No teníamos secreto alguno.
Todo comenzó cuando mi madre cumplió los cincuenta y ocho años. Empecé a notar que algo raro le pasaba. Se caía con facilidad y olvidaba de las cosas más simples. En un principio, pensé que era cosa de la edad, pero, un cierto día, estando en la tienda, me llamaran diciendo que mi madre había sufrido un accidente.

Marché a casa lo más rápido que pude y encontré a los bomberos y policías en mi domicilio. Me informaron de que mi madre, había colocado una satén en el fuego y se había ido al servicio, donde sufrió una caída. El resultado fue catastrófico. La sartén acabó pegando fuego e incendiando la cocina. La suerte fue que mi madre no sufrió nada grave, solamente el moratón del golpe. Mismo así, asustada, la acompañé al médico. Una vez allí, aproveché para explicar lo que pasaba a mi madre desde hacía algunos meses.
El médico decidió que sería importante hacerle algunos estudios. Y así lo ha hecho. Después de quince días de exhaustivos analices y estudios, el médico dio el diagnóstico.
― Tu madre padece de EP.
― ¿Qué es EP? – indagué inocentemente.
Me dijo que era la forma abreviada de la Enfermedad de Parkinson. Yo no daba crédito a lo que oía. No sabía nada de esta enfermedad, ni como actuar con un familiar que la padeciera.
El médico me dio varias direcciones para que yo pudiera informarme mejor. También dio un tratamiento a mi madre y aconsejó no dejarla sola, para que no se olvidara de tomar la medicación.
Aquél día, salimos del consultorio y fuimos a nuestra casa, que ya había sido arreglada por el seguro. Entre el incendio, la reforma de la cocina y ahora el diagnóstico de mi madre, yo veía el mundo caerme encima.
Los primeros días, estuve con mi madre, veinticuatro horas, pero sabía que debería comenzar a moverme. Saber más de esta enfermedad y como curar a mi madre. Fui a una asociación que se dedicaba especialmente a esta enfermedad. Allí, conocí a Marta, psicóloga, quien me explicó que se trataba de una enfermedad neuronal degenerativa del sistema nervioso central.
― ¿A que se debe? – quise saber.
― Verás, en nuestro cerebro, tenemos varios tipos de líquidos y células diferentes. Entre ellas, las neuronas y esta enfermedad es la muerte progresiva de estas neuronas, debido a la disminución de la dopamina, sustancia sintetizada por estas células o neuronas.
En aquél momento, comencé a llorar. Estaba asustada, con miedo de lo que podría pasar a mi madre, o con mi futuro, en fin, con todo lo nuevo y desconocido que me estaba pasando.
― ¿Cuándo comenzaste a notar que a tu madre le pasaba algo?
Le conté todo, desde que cumplió los cincuenta y ocho años, aun que antes ya notaba algo raro, pero no había dado mayor importancia. Al final, ¿quién no se olvida de algo, as veces?
― Tu madre empezaría perdiendo el control del movimiento. Aun que hay determinados agentes tóxicos que son capaces de provocar algunos cuadros clínicos similares a la EP. – hizo una pausa – Pero, creo que este no es el caso de tu madre, ya que el médico le ha hecho todas las pruebas pertinentes y se ha confirmado la enfermedad. Pregunté por las causas que podrían causar esta enfermedad. Marta se levantó y cogió uno de los muchos libros de la estantería. Abrió en una página y la leyó en silencio, luego me dijo que recientemente se habían descubierto la existencia de anomalías genéticas en algunas familias, otras veces la enfermedad era transmitida de generación a generación.
― Marta, mi madre es hija única y mis abuelos murieron en un accidente
automovilístico cuando ella tenía cinco años. Fue criada en un orfanato… ― dije yo desolada.
― De esta manera no podemos saber con seguridad si uno de tus abuelos padecía la enfermedad.
Marta volvió a sentarse y cruzó las manos sobre la mesa.
― Tienes que adquirir un nuevo hábito. – dijo muy seria – Debes prestar mucha atención en los síntomas, tales como trastorno progresivo del sistema motor, torpeza en los movimientos, trastorno y temblores estando dormida o rigidez de las extremidades. Anótalo todo en un cuaderno. Desde ahora, el camino es largo y duro, muy duro. Deberás ser fuerte, positiva y paciente. No la dejes sola, nunca. Comprueba si toma la medicación correctamente.
Cuando salí del consultorio de Marta, estaba segura de que mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados, pero sería fuerte.
Desde la muerte de mi padre, en el accidente múltiple, donde su camión había explotado antes que él pudiera salir, mi madre había dedicado toda su vida a mí. Ahora tocaba a mí dedicar mi vida a ella.
Contraté una persona capacitada para estar con ella, durante el día y por la noche, la cuidaba yo.
Comenzamos a frecuentar grupos de apoyo, donde aprendí aun más sobre la EP. Supe que el tratamiento de mi madre era para reponer la dopamina cerebral. Supe también de un tratamiento quirúrgico, mediante lesión o estimulación de las estructuras cerebrales, aun que, mi madre no necesitaba de estetratamiento, aun no, pues estaba al principio de un largo camino degenerativo.
Entre Marta, el médico, los grupos de apoyo y yo misma, desarrollamos unas tablas de nuevos hábitos a mi madre, entre los cuales, estaban muchas actividades en grupos.
Yo intentaba mantenerla activa siempre. Desenvolvimos ejercicios de relajación y respiración. Los cuales hacíamos juntas, como casi todo. Yo pensaba día a día que yo también pasaría por esto. La EP en la mayor parte de las veces, es una enfermedad hereditaria. Más valía que me mantuviera al día para no tener sorpresas desagradables en el día de mañana.
Fue entonces que, mi madre tuvo una gripe muy fuerte. Tuve que hospitalizarla.
La EP tuvo un avance enorme en este período y mi madre fue a peor. La gripe se transformó en una neumonía y ella no aguantó.
Ya hace cinco años que mi madre me dejó, pero yo no he perdido la esperanza. Al contrario, me dediqué al estudio de la enfermedad de Parkinson.
Hoy, soy un de los principales miembros de apoyo de la Asociación Nacional de Parkinson. Ayudo a los enfermos y también a sus familias. Participo de grupos de ejercicios, apoyo psicológico y aun no presento síntomas de la enfermedad, mismo haciendo los estudios anuales.
La verdad es que, espero que se retrase en presentarse por que de esta forma, puedo ayudar un número mayor de personas.
Sé que esto era lo que deseaba mi madre y también mi padre en lo más hondo de sus corazones. Que yo dejara huella en las personas que ayudara a lo largo de mi camino.

2 comentarios:

  1. No me siento cómoda al escribir esto; además solamente una persona comentó el texto de Pandora. Entiendo el planteo, puedo compartir la angustia de la narradora por el mal que aqueja a la madre, pero creo que el escrito no responde al tema ni la anciana( la protagonista tiene 58 años) guarda semejanza con la mujer de la fotografía. Tal vez cuando Daniel colocó la imagen y dijo que podría andar algún cuento que tratara sobre ancianos, Pandora mandó éste que ya tenía escrito. Estoy hipotetizando, pero debiera haber hecho en ese caso algunos arreglos como para que cuadrara con la consigna.
    Quizá otros lo vean distinto; sobre todo quiero que sepas, Pandora, que si el texto responde a una experiencia de vida, entiendo que vuelques en palabras esa experiencia, pero hablaríamos desde otro lugar que no fuera la crítica.
    Te mando cariños yn un hasta pronto.

    Lila R. Daviña
    1ra Junta 2948 2do Piso
    Santa Fe - La Capital

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  2. Me pareció un texto muy sentido, diría que basada quizás en alguna experiencia real(¿propia?), pero que no guarda la estructura de un cuento ni sigue la consigna. Entiendo que un taller sirve ademas para "disparar" emociones y por que no, si te brindó la posibilidad al narrarlo de sentir un alivio, un consuelo, me alegra.

    Un beso

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