domingo, 1 de mayo de 2011

Vengándome de la tristeza

por Eduarda
    Al despertar, el aroma de la tierra húmeda aún me exaltaba los sentidos. Aquella noche había sido Diana, la reina de los bosques. Durante las largas horas de mi sueño me había sumergido en lo salvaje y secreto de mí misma, pero a mi alrededor nada había cambiado. La brava cazadora había despertado en el cuerpo de una mujer desgastada. Y como ya me era habitual, sentí el despropósito elevarse amenazante. Sacudí la cabeza, era necesario espantar los asomos de amargura. De un impulso salí de la cama pero al hacerlo, volví a sentir bajo mis pies los cascajos y la hojarasca que cubrían el bosque de mi sueño.
    Así fue como comenzó la mañana del día más largo de mi vida.
    No fueron sólo mis pies maltratados, también hubo una hoja de cedro que recuperé de mi pelo con manos temblorosas. Sin duda podría haberme explicado todas estas rarezas de manera racional, pero ya era muy tarde para eso. Simplemente acepté lo que hacía tiempo sabía: que no se puede eludir toda la vida un llamado. Hoy entiendo que ignorar es morir, que aún cuando se nieguen aquellas voces que permanecen en lo secreto, ellas jamás dejan de insistir. Nadie cambia abruptamente en un día, en algún lugar que no conocemos, nuestras almas ya decidieron.
    De pie, con una maleta a cada costado de mi cuerpo, miré por última vez aquella habitación que había compartido con Vicente. Luego bajé dejándome invadir por la asfixia que aquella casa me producía. ¡No fuera a ser que un día olvidara! Al llegar al salón y comprobar el esmero con que había dispuesto cada cosa, me sentí aplastada. Yo era la mujer –una más– que había entregado sus sueños a un hombre demasiado voraz para saber guardarlos. En ese momento quise aferrarme a aquellas paredes, disculparme ante el esqueleto de ese hogar por todo lo que no pudo ser preservado. Yo la culpable. Pero la otra Diana se impuso y me ordenó levantar las maletas. ¿No has sufrido ya bastante? No alcancé sin embargo a caminar más de dos pasos cuando escuché la llave de Vicente entrando en el cerrojo. ¿Qué hacía en casa a las tres de la tarde? La gran cobarde en que me había convertido quiso gritar, esconder las valijas, desaparecer tras las cortinas. Pero ya no había forma de ocultarme ni de encubrirme. Las absurdas palabras de Vicente parecieron rasgar un papel delicado.
    –¿Qué, te vas de viaje con alguna amiga? –Preguntó con sorna.
    ¿Qué podía decirle? ¿Cómo se responde a la ironía? Réplicas comenzaron a sonar en mi cabeza: voy al viaje más largo que haya emprendido un ser humano, al único que de verdad cuenta, voy a deshacerme de esta mujer ridícula en que me he convertido, a bailar sobre sus cenizas. Pero una vez más el exceso de emociones se convirtió en una mordaza. Vicente que me daba la espalda en ese momento, se quitó la corbata y se preparó una copa
    –¿Me estás dejando, verdad? –Agregó con la misma naturalidad con que diría:–. Vas a devolver los libros a la biblioteca me supongo.
    Las lágrimas comenzaron a brotar sin ningún gesto, gotas de agua desconectadas de mí y de mi cuerpo. Las miraba con indiferencia ir a estrellarse una tras otra contra la alfombra. Sentía que la nariz se me congestionaba más a cada segundo. Pronto no podré respirar –pensé– necesitaré un pañuelo. Pero ningún estremecimiento de emoción lograba traspasarme. Era como si ya hubiese partido.
    –¿Por qué? –Entonces algo pareció quebrarse.
    ¿Vicente? ¿Podría ser Vicente? Esta vez su pregunta no era retórica, tampoco había en ella ironía. Sentí una bola de fuego en la cabeza y sin ningún esfuerzo las palabras se precipitaron fuera de mi boca.
    –¿Por qué? –Lo miré incrédula. Entonces ocurrió, la Diana reina de los bosques se levantó. Lentamente le dije: porque me cansé de morirme junto a ti. Porque he olvidado mi nombre, porque ya no sé quien soy. Porque yo ardía y creí que tú serías la calma. Por aquella primera noche en que besaste mis párpados y sostuviste mis manos. Por la belleza de aquella única noche que creí podría alimentar todas las otras.
    –¿Y por qué nunca me hablaste de todo eso?
    –Es como si nunca hubieses estado conmigo –le dije mirándolo–. Podría contestar de tantas formas a tu pregunta, pero la única respuesta válida es la tuya. Tú partiste, simplemente un día abrí los ojos y te habías vuelto inalcanzable.
    –Estás histérica Diana, es imposible sostener una conversación racional de esta manera –Y luego continuó en tono amenazante:– Diana te advierto...
    –Sí Vicente, Diana, ese es mi nombre, el nombre de una cazadora ¿Lo olvidaste? El nombre de una mujer salvaje. Yo no quiero ser más esta sumisa, yo no quiero parecerme a las mujeres que esperan. Quiero volver a ser Diana, severa, vengativa, quiero volver a correr flecha en mano detrás de lo que es mío. Y tú no eres mío Vicente y esta vida dejó de interesarme desde hace mucho.
    Mientras le hablaba, Vicente se había dejado caer sobre un sofá con un gesto de cansancio. Lo observé con el mismo desapego con que observaría un objeto exótico en alguna tienda. Su rostro se había crispado en una mueca difícil de definir, ¿Miedo? No, Vicente era un gigante incapaz de conocer el miedo. Pero entonces ocurrió que sus hombros comenzaron a sacudirse, Vicente lloraba, aquel titán que creí incapaz de flaqueza, lloraba. No obstante una reina está inhabilitada para la compasión, y yo, ya me había calzado mi corona. Algunos días atrás ver la arrogancia de Vicente quebrarse pudo haberme hecho dudar, hoy no. Ver crispado este rostro que ayer no supo inclinarse sobre el mío en un gesto de ternura, no me produce nada.

   Llora Vicente, llora por las noches de amor que me negaste, llora por la lujuria que ignoraste.
    Vicente levanta un rostro desconocido hacia mí.
    –Diana recapacita, no todo está perdido–. Me dice con una voz que me paraliza ¡Hasta tal punto me es desconocida!–. Es una vida entera la que quieres tirar a la basura. Podemos pedir...
    –Detente ahí, no más ayuda, no más plazos. Se acabó.
Vicente vacía la copa de un trago y desde otro lugar me responde.
    –Eres una asquerosa egoísta.
    Me doy cuenta de que Vicente ya se ha restablecido. Mejor, lo prefiero así. El gigante avanza hasta situarse a algunos centímetros de mi cuerpo:
    –¡Vete y no vuelvas, vete de una vez y olvídate de mi, lárgate! –Me dice con un gesto que indica la puerta–¡Lárgate!
    –Gracias Vicente, le digo levantando mis maletas. Antes de dirigirme hacia la puerta busco una última vez sus ojos, aquellos ojos que tanto quise. Pero no encontré nada, dos órbitas vacías ciegas de soberbia. No recuerdo cuántos pasos pude dar antes de que mis piernas flaquearan; el vértigo se había apoderado de mí.

    En ese momento tuve la certeza de que si caía, ya no sería capaz de levantarme. Desde algún lugar brotó un viento que me calmó en algo, aunque a mi alrededor todo seguía difuso. Me detuve y cerré los ojos, al sonido del viento se unieron los crujidos de los troncos, el olor de la tierra húmeda. ¡El bosque se había despertado! Puedo hacerlo –me dije– e imaginé que caminaba a través de los árboles, un paso tras otro ya casi había llegado al corredor. Entonces sin presentirla, la otra, la que permaneció durante años junto a un hombre sólo por miedo, susurró languideciente: no puedo. No la escucho –me dije– los grillos cantan y el sol calienta mi cabeza. Al distinguir la puerta quise correr pero una de mis rodillas cedió, y fui a dar al piso arrastrando conmigo la mesita del teléfono. Mi rostro se contrajo de dolor: estoy derrotada. Sobre la mesita había una foto mía y de Vicente que cayó junto a mi mano. En ella estábamos a bordo de un crucero, ambos sonreíamos. Me vi, vi mi sonrisa amaestrada, vi ese rostro vacío de mirada. De un salto me puse de pie: nunca más Diana, nunca más.
    Afuera el día estaba luminoso, los ojos me cosquillearon y tuve que parpadear repetidamente antes de poder abrirlos del todo. Ya me acostumbraré me dije, y comencé a caminar.
    Desde la acera una mujer un poco encorvada y con la mirada triste, mira a aquella otra de paso seguro, alejarse.

6 comentarios:

  1. Me ha impactado tu relato. No te puedo aportar mucho, solo confirmarte que me ha llegado. El momento en que tropieza y casi se rinde, sublime.

    Creo que es un relato que cala hondo. Consigues materializar ese “no se qué” intangible que hace que muchas relaciones y muchas vidas fracasen. Y los momentos de tensión los veo justos, es decir sin faltar y sin pasarse. Y como esa tensión va aumentando progresivamente. Y que bien cerrado está.

    No se qué más decirte que te pueda aportar. Me parece un relato genial.

    ResponderEliminar
  2. Vengándome de la tristeza

    Si bien el cuento trata sobre el doble, un tópico de la literatura, está muy bien escrito y se hace placentera la lectura. Y también se habla de una separación, o de dos. Diana, la salvaje, quiere separarse de Vicente, y eso le cuesta un desdoblamiento que es a la vez una liberación. Pero algo se pierde en ese desdoblarse, o algo debería perderse, quedar en el camino. Sería más dramático si tanto las dos Dianas como Vicente salieran afectados. Cuando digo más dramático me refiero a más rico literariamente. De todos modos el final es satisfactorio, aunque se advierte un cambio en la voz narrativa y en el punto de vista, lo cual me parece brusco. Se puede decir lo mismo, o casi lo mismo, sin ese salto de registro. Propuesta: “Desde la acera, una mujer encorvada y con la mirada triste, me mira alejarme con paso seguro”.

    Hay otros detalles que quisiera señalar. El comienzo dice así: “Al despertar, el aroma de la tierra húmeda aún me exaltaba los sentidos”. Se advierte una incongruencia en esta frase. El aroma puede exaltar el sentido del olfato y también, si exageramos, el del gusto. Pero el aroma no entra por los ojos, ni se oye, ni se percibe por el tacto. Todos los sentidos, en este caso, ¿será una hipérbole?

    “Así fue como comenzó la mañana del día más largo de mi vida”. Esta frase nos prepara para un día largo que no se desarrolla. Está bien que la narradora se refiera a ese día como largo, puesto que ella irá más allá de la región de los sueños, entrará en la realidad, etc., pero también es cierto que vendrán luego otros días tan largos como aquel. Creo que debería referirse a ese día como al primero de los días largos de su vida. No sé si se entiende lo que quiero decir. De todos modos, me parece una frase un poco efectista, nos predispone a una aventura que apenas vislumbramos, porque el final del cuento llega antes.

    “…voy a deshacerme de esta mujer ridícula en que me he convertido” Me pregunto por qué ridícula. Es una pobre mujer, en todo caso.

    “Las miraba con indiferencia ir a estrellarse una tras otra contra la alfombra”. Podría verlas estrellarse, pero no “ir a estrellarse”, es decir, uno no puede ver el recorrido de las lágrimas sobre las mejillas. Puede, eso sí, verlas caer. Caer y estrellarse me parece mejor. Pero mejor que eso es “estrellarse” a secas

    Sentía que La nariz se me congestionaba más a cada segundo.

    “Pero ningún estremecimiento de emoción lograba traspasarme.”. Sugiero: ninguna emoción lograba…

    “Vicente se había dejado caer sobre un [el] sofá con un gesto de cansancio.

    “Lo observé con el mismo desapego con que observaría un objeto exótico”. Me parece que un objeto exótico no se mira con desapego, sino con curiosidad, con interés.

    “Susurró languideciente”. No estoy seguro de que exista esta palabra.

    El título no me convence. ¿Cuál es la venganza?



    Saludos,

    D.

    ResponderEliminar
  3. Recuperar el nombre, volver a lo salvaje, dejar atrás la mujer domesticada. El sueño obró de llamador y apenas se hace eco de una decisión del alma, desconocida.
    La siempre dramática, traumática separación: “la mañana del día más largo de mi vida.” El clima se mantiene, crece la tensión, engancha.
    Una narradora protagonista nos cuenta desde un hoy la mañana más larga de su vida ¿Cuándo fue? A juzgar por lo que nos dice, fue hace tiempo. Expresiones como: miré por última vez aquella habitación, …me dejé invadir por la asfixia de aquella casa… en ese momento quise aferrarme a aquellas paredes
    Pero más adelante nos sorprende con: Algunos días atrás, ver la arrogancia de Vicente quebrarse, pudo haberme hecho dudar, hoy no. Y sigue: no me produce nada…Vicente levanta me dice
    Este cambio del tiempo de la narración sigue hasta su retorno al pasado: el vértigo se había apoderado de mí.
    Al final, vuelve al presente.
    No le encuentro razón; creo que la historia se sostiene mejor en el pasado o, en otra instancia, traer todo al presente. Ya habrá otras miradas para dilucidarlo.
    Hay demasiados pero( casi diez) seguramente suprimibles
    La puntuación es buena aunque podría revisarse
    “nadie cambia abruptamente en un día; en algún lugar
    Sí, Vicente, Diana es…
    Gracias, Vicente
    Diana, te advierto
    Estás histérica, Diana
    Sus hombros comenzaron a sacudirse. Vicente lloraba; aquel titán…
    Una coma que me parece esencial: nunca más, Diana, nunca más
    Ya me acostumbraré, me dije, y… En otro párrafo el me dije está puesto entre paréntesis.
    Después de un parlamento, va con minúscula
    Alguna otra minucia se me escapa.
    Revisar los guiones de diálogo.
    Destaco algunas expresiones:
    Bailar sobre sus cenizas
    Gotas de agua desconectadas de mí y de mi cuerpo
    Yo no quiero parecerme a las mujeres que esperan
    Mi sonrisa amaestrada
    Por ahora esto. Bienvenida Eduarda
    Rubén

    ResponderEliminar
  4. Relato fabuloso.
    La recuperacón de la identidad perdida, el independizarse.
    Consigues expresar la decadencia que callan muchas relaciones.
    Cuando comencé a leerlo no pude parar, y de verdad, sentí toda y cada una de las sensaciones descritas.
    Siempre esta lo de revisar la puntuación, algún que otro verbo, pero la narrativa esta muy bien plateada, no te pierdes en la historia.
    Sólo quiero hacer una referencia, cuando dices que una gota contra otra, se supone que, algo que va contra estan en movimiento conttrario, así que podrías colocar, "una gota a juntarse con otra en la alfombra"

    ResponderEliminar
  5. comento vengándome de la tristeza
    de eduarda


    Es difícil este cuento tal cómo está relatado. Uno puede comprender, poner voluntad y adivinar, compartir los sentimientos sobre los que trata, invertir bastante de uno mismo para facilitar el sentido, para interpretar al relator. Debido a que hay razonamientos confusos que ponen trabas a la lectura.

    Bueno, hay dos Diana en este relato.
    La humana y la reina de los bosques.
    La humana se despierta sabiendo que durante el sueño se había transformado en la cazadora. Pero también sabe que la cazadora se despertó dentro de su propio cuerpo. O sea que, a partir de este despertar, dos Dianas conviven en el mismo cuerpo desgastado. Al punto que la humana siente que pisa las hojas que debería haber debajo de los pies de la cazadora.
    Al menos, esto es lo primero que se desprende de la interpretación textual del texto. Y de acuerdo al sentido de la primera frase, la relatora es la Diana humana. Quien anuncia que así comenzó la mañana del día más largo de su vida, vida humana, claro, si ella relata.
    Un día que ni siquiera resulta tan extenso como promete, ya que esta historia se desarrolla en pocos minutos, y de lo que resta no podemos imaginar nada. Tampoco importaría, salvo para justificar o no esa promesa de la relatora.

    Ambas se despertaron en el dormitorio que la humana viene compartiendo con Vicente, su pareja, y con las maletas preparadas en el piso. La Diana humana nos cuenta que desciende a la planta baja, obviamente con las maletas en las manos. Parece que duda de su decisión, y entonces, la Diana cazadora le ordena que levante las maletas, ¿alguna vez las dejó en el piso?


    Entra Vicente, en forma sorpresiva debido a la hora poco habitual de llegada.
    La Diana humana razona que se va para desalojarse de esta mujer ridícula en que se ha convertido. ¿Cuál es este engendro, la Diana humana, la Diana cazadora?, entiendo qué quiere decir el relator, lo entiendo, no lo dice.

    La humana le dice a Vicente que ya no quiere ser más humana, que quiere ser, como su nombre lo indica, una cazadora, la vengativa, porque la vida de la Diana humana dejó de interesarle hace tiempo.
    Entonces, la Diana cazadora quiere vengarse de la Diana humana.
    Y además, a la Diana humana dejó de interesarle seguir siendo humana.
    Sin embargo, duda, pero la cazadora ya ocupa su cuerpo, ¿es así, no?, pero la humana tropieza y la reina de los bosques la acicatea, la urge a pesar del quiebre a reconocerse en una foto del pasado, del pasado humano que la llama. Trastabilla. Se cae. Se lastima la rodilla. Entonces da un salto.
    De un salto me puse de pie: nunca más Diana, nunca más.


    Y aquí la redacción se hace más confusa. Nunca más Diana, ¿qué Diana dice ésto? Se arregla fácilmente nombrando a la humana con un nombre distinto.

    Finalmente, una de las dos Diana sale a la calle y se va.
    La que se va, se convierte en relatora únicamente por tres renglones.
    La otra queda detrás, con la mirada triste.
    Esta otra es la relatora que nos vino contando la historia en primera.
    Y el final aparece narrado en tercera persona.
    Resultan demasiado bruscos estos cambios de relator.
    Y, además ¿tienen algún sentido, no puede ser la misma Diana humana la que se acongoja viendo a la reina del bosque marcharse, y terminar ella misma de narrar la historia que ha venido narrando?

    Es sumamente difícil lograr lo ambiguo y que resulte coherente. Lo encuentro demasiado forzado en este caso. Como ejemplo en relación al tema, hay que ver y entender –más bien que salvando las distancias- cómo se desenvuelve Alina Reyes por sus paisajes y sus historias.

    ResponderEliminar
  6. Hola Eduarda:
    Siempre entendía a Diana como un solo personaje desdoblado, un yo inconsciente que trata de aflorar y lo consigue a través del sueño y la referencia al mito. Se sumerge en lo salvaje y secreto de sí misma, ella, la mujer desgastada que recurre al sueño para infundirse valor. Lo cotidiano es la cama, pero el piso es de cascajos y hojarasca del bosque y una hoja de cedro en el pelo.(Sa imagen es muy bella, la veo, la veo). Al encontrar la fuerza, la protagonista enfrenta el dilema con valentía: ya no es posible permanecer en el esqueleto de un hogar con un hombre sardónico, seguro de sí mismo.
    Fugazmente aparece la culpa, pero el otro yo acude en su ayuda.
    Es muy bueno el análisis de los sentimientos que la narradora protagonista hace de sí misma: ya sin emociones, como si hubiese partido, con desapego, sin conmoverse ante el quiebre del marido soberbio. Creo que la oración final, en 3° persona sobra; con la anterior el desenlace ya está. Me resultó un poco extenso el diálogo con Vicente; debiera estar más ceñido. Y sí hay detalles que te han señalado y sinceramente yo los vi después de la lectura de Norberto: las maletas.
    Bueno, aunque no creo que haya sido tu intención es un cuento "de género". Y es muy bueno.
    Hasta pronto.
    Lila

    Lila R. Daviña

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.