Nació como todos nacemos, sin nada,
sólo que a él le fue mas difícil que a todos porque el siguió sin tener
nada. Su madre era muy pobre y su abuelo
era un viejo peón de campo. Viejo y
enfermo no tardo mucho en morir; lo recordaba a duras penas siempre masticando
su tabaco por las tardecitas y con el infaltable vaso de vino al lado.
Cuando se quedó
solo con Mariana Martínez, su mamá, tan solo tenía seis años, y con ella fue a
trabajar en el campo.
No tenía papá y le
dolía el alma cuando alguien por lastimarlo le decía “guacho”. Mariana murió
también dejándolo mas solitario de lo que siempre estuvo. Su enfermedad fue larga pero ella hasta último
momento trabajó y cuando ya no pudo ir al campo lavaba ropa para los demás y
con eso compraban harina, base de su alimentación.
Con apenas catorce años camino
temeroso hacia la estancia. ¡Vería por
fin a su padre!, con el silencio que se escucha en el campo llegó hasta la
tranquera. La cruzó. El encuentro no fue como lo había
imaginado. Su padre, lo miró y lo único
que le dijo fue: “Si sos el hijo de Mariana Martínez por supuesto tenes trabajo
en mi estancia”, y sin más llamo a su capataz y le dio la orden de que llevara
al nuevo peón al ranchaje para que al día siguiente comenzara a trabajar. Su papá no le dijo que sabía que era su hijo
y el tampoco dijo nada.
Sus hijos que eran sus medio
hermanos, lo ignoraban, lo miraban con desprecio… tan arrogantes ellos y
desconocedores de la realidad cuidadosamente escondida. Alberto Bonifacio Martínez, ese era su
nombre, nunca se caso, jamás tuvo hijos y tan solo tuvo un padre que lo
ignoraba y unos hermanos muy distintos a él, que sabían dar ordenes y casi
siempre lo hacían sentir humillado.
Un día se decidió y lo enfrento, le
pregunto entonces porque ese trato si al fin y al cabo el sabía muy bien que
era su hijo. Con soberbia y altanería le
respondió “Porque sos un inútil y no sos digno de llevar mi apellido”.
El resto de la historia se pudo leer
en la crónica escrita en los diarios:
"Le voy a
pegar un tiro", habría amenazado el puestero Martínez. La escuchó sólo uno
de los cinco transportistas que habían ido al campo a buscar la hacienda.
Enseguida, el peón caminó 50
metros hasta su casa: tomó una escopeta doble caño
calibre 28, y volvió a la manga, donde estaban cargando el ganado de su patrón.
"Hijo,
vamos", intentó apaciguar la víctima, integrante de una tradicional
familia de Buenos Aires que posee más de mil hectáreas de campo en Ayacucho.
Pero ni bien lanzó esas palabras recibió como respuesta un disparo en el cuello.
Susana Burgos
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