¿TE CONOZCO?
En
ocasiones mis demonios ganan la batalla. En esta pulsión cotidiana entre vida y
muerte me arrojan sobre mis miserias y
sonríen triunfantes.
No podía
fallar. A Gladis la conozco desde, mejor no determinar el tiempo. Debía asistir
a su cumpleaños sin oponerme al sitio elegido. Al considerar el atuendo pensé
en usar una falda larga para marcar diferencias. Y a
último momento recobrando la cordura me decidí por un jean y una remera. Mejor pasar desapercibida.
El ingreso antes de las 23 horas
representaba no pagar entrada, de modo que acordamos con el grupo llegar
temprano. Eso me dio tiempo para observar.
No
puedo negar que al lugar lo conocía. Alguna vez me organizaron una fiesta
sorpresa sin imaginar cuán sorprendente me resultaba todo aquello.
Fui la
última en arribar y besé a todas las que ocupaban la
mesa. Alrededor de quince mujeres
en franca competencia, nos enfrentábamos sin dejar de sonreír, a
una nueva oportunidad de medir fuerzas.
Los mozos iban y venían, reflejando esa discreción -casi suprema- del que lo ha visto todo.
El Grupo Capricho se dejaba oír en
vivo y en la pista giraban las parejas
mostrando habilidades en materia de cumbia cruzada. Condición sine qua
non para poder pertenecer al sitio. Todos se conocían.
Pantalones
muy ajustados en ellas, sin criterio, dejando al descubierto los excesos,
indecorosos prisioneros de esas mujeres añosas. Aunque la noche todo lo
disimula, todo lo permite, el color en
las cabelleras delataba. Eran reinas de belleza por un día, por unas
horas. Se hacían desear. Se meneaban, mirando desde la plataforma de baile,
buscando ser vistas. Protagonistas absolutas. Olvidando por fin rutinas
oscuras. Cantando las letras de los temas tantas veces oídos, padecidos. Aquellas letras que las trasladaban a sus
propios pesares. Sus tan bien ganadas desdichas de amor.
El Bombón Asesino empuja a los
pocos que estaban indecisos hacia el centro de la pista y una sensación difícil
de explicar, pareció apoderarse de los bailarines. Pero el grado más elevado se
alcanzó, cuando el grupo Los Lirios interpretó: ¿Dónde está mi primavera? e hizo
estallar a las danzarinas en gritos
histéricos cual
jovencitas en su primer baile.
También observé
cuántos jóvenes varones
elegían a mujeres
mayores para compañeras e hice mi propia
ecuación: la experiencia, la falta de exigencias implícita en las maduras, era igual al no compromiso de ellos. Enorme conveniencia para los
susodichos.
En
materia de hombres también me impactó la decadencia. La solvencia de los años pero como un apremio a
considerar también la coquetería: peluquines, cirugías, cabellos con gel
marcando puntas hacia arriba, aunque con la relajación del machista: pancita prominente, manos en
los bolsillos. La calma de los ganadores.
Saber bailar representaba la ventaja. Y eso se traducía en las actitudes: sonrisa
de lado, seguros de sí mismos, empujando y recibiendo con gallardía cada
movimiento de cadera de la compañera
de turno, que no olvidaba la sensualidad, la oferta
implícita del algo más.
Minifaldas
de jeans, mucho ecocuero, botas de caña alta y cabelleras sobre los ojos a lo Verónica Lake. Otra engañifa, el
mejor modo de ocultar la falta de cabello. Decadencia. Esa pugna feroz entre los años que avasallan y un espíritu que no sabe
de edades.
Aplaudí
y cante para la cumpleañera. Sonreí. Salí en cada foto que tomaron. Bailé,
bailé, bailé. Y cuando llegó el tiempo en
que creí conveniente partir, salí
como disparada de aquél sitio que me enfrentaba a mis propios demonios, a mis
propias miserias.
Graciela
Graciela
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