martes, 17 de junio de 2014

Ejercicio

¿TE  CONOZCO?

          En ocasiones mis demonios ganan la batalla. En esta pulsión cotidiana entre vida y muerte   me arrojan sobre mis miserias y sonríen triunfantes.
          No podía fallar. A Gladis la conozco desde, mejor no determinar el tiempo. Debía asistir a su cumpleaños sin oponerme al sitio elegido. Al considerar el atuendo pensé en usar   una falda larga para marcar diferencias. Y a último momento recobrando la cordura me decidí por un jean y una remera. Mejor pasar desapercibida.
            El ingreso antes de las 23 horas representaba no pagar entrada, de modo que acordamos con el grupo llegar temprano. Eso me dio tiempo para observar.

            No puedo negar que al lugar lo conocía. Alguna vez me organizaron una fiesta sorpresa sin imaginar cuán sorprendente me resultaba todo aquello.
            Fui la última en arribar y besé a todas las que ocupaban   la    mesa. Alrededor de   quince   mujeres   en   franca   competencia,   nos enfrentábamos sin dejar de sonreír, a una nueva oportunidad de medir fuerzas.
            Los mozos iban y   venían, reflejando esa  discreción -casi suprema- del que lo ha visto todo.
             El Grupo Capricho se dejaba oír en vivo y en la pista giraban las parejas   mostrando habilidades en materia de cumbia cruzada. Condición sine qua non para poder pertenecer al sitio. Todos se conocían.
        Pantalones muy ajustados en ellas, sin criterio, dejando al descubierto los excesos, indecorosos prisioneros de esas mujeres añosas. Aunque la noche todo lo disimula, todo lo permite, el color en   las cabelleras delataba. Eran reinas de belleza por un día, por unas horas. Se hacían desear. Se meneaban, mirando desde la plataforma de baile, buscando ser vistas. Protagonistas absolutas. Olvidando por fin rutinas oscuras. Cantando las letras de los temas tantas veces oídos, padecidos.  Aquellas letras que las trasladaban a sus propios pesares. Sus tan bien ganadas desdichas de amor.
               El Bombón Asesino empuja a los pocos que estaban indecisos hacia el centro de la pista y una sensación difícil de explicar, pareció apoderarse de los bailarines. Pero el grado más elevado se alcanzó, cuando el grupo Los Lirios interpretó: ¿Dónde está mi primavera? e hizo estallar   a las danzarinas en   gritos   histéricos   cual   jovencitas   en   su primer baile.
También  observé cuántos  jóvenes  varones  elegían  a  mujeres  mayores  para   compañeras e hice mi  propia   ecuación: la  experiencia,  la falta de exigencias implícita en  las maduras, era igual al no compromiso de ellos. Enorme conveniencia para los susodichos.
            En materia de hombres también me impactó la decadencia. La   solvencia de los años pero como un apremio a considerar también la coquetería: peluquines, cirugías, cabellos con   gel   marcando   puntas   hacia arriba, aunque con la relajación   del   machista: pancita prominente, manos en los bolsillos. La calma de los ganadores. Saber bailar representaba la ventaja. Y eso se traducía en las actitudes: sonrisa de lado, seguros de sí mismos, empujando y recibiendo con gallardía cada movimiento de cadera de    la compañera de turno, que no olvidaba la sensualidad, la oferta implícita del algo más.
           Minifaldas de jeans, mucho ecocuero, botas de caña alta y cabelleras sobre los ojos a lo Verónica Lake.  Otra engañifa, el mejor modo de ocultar la falta de cabello.  Decadencia. Esa pugna feroz entre   los   años que avasallan y un espíritu que no sabe de edades.

           Aplaudí y cante para la cumpleañera. Sonreí. Salí en cada foto que tomaron. Bailé, bailé, bailé. Y cuando llegó el tiempo en   que creí conveniente partir, salí como disparada de aquél sitio que me enfrentaba a mis propios demonios, a mis propias miserias.


Graciela


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