martes, 1 de julio de 2008

El beso

Norberto Zuretti

      Lo de que las vaquitas son ajenas y las penas de nosotros lo tenía bien internalizado la Porota, sobre todo y como remate después de la inscripción en el concurso junto al Cholo, ya que habiendo tantos otros tipos como la gente, lo del Cholo casi resultaba una calamidad, y por ahí quedaban el hijo de la almacenera, el rubio Simón, o Mancuso exhibiendo su lomo alevosamente, hasta inclusive el gordo que vende seguros..., pero el Cholo..., justo a ella tenía que tocarle esa desgracia, encima después de haber sufrido como sufriera para vencer su timidez y presentarse así a escondidas de la patrona, pidiéndole con mentiras permiso por unos días, guardar unas pocas cosas en un bolsito y llegarse hasta la gran carpa de circo en las afueras, con muchísimo más cagazo que esperanzas.
      La Poro nunca había estado en un circo, ni siquiera de chiquita, pero lo había visto tantas veces por la tele que ya sabía cómo la ponían retriste los payasos, también la asustaban los acróbatas y los pobres animalitos amaestrados le daban mucha pena. Decir que del circo sólamente se usaban la carpa inmensa y las butacas, que si no jamás se hubiera animado. Pero los premios sí que valían la pena. La Poro calculaba que hasta consiguiendo un cuarto o quinto puesto podía dejar su trabajo e irse para Buenos Aires. Con qué ganas abandonaría el pueblo, las mañanas y tardes dele fregar y fregar, las artimañas y el ingenio para rescatar alguna caricia o un abrazo a escondidas entre un mandado y la plaza o la oscuridad del zaguán los anocheceres. Cuando su prima Felisa le contó del concurso, ella ni siquiera se atrevió a pensar que podía participar, pero Felisa y el Cacho le insistieron tanto que una tarde se decidió, en su cuarto juntó los pesitos para la inscripción y, mientras anochecía, se escabulló hasta la gran carpa, donde le hicieron escribir su nombre y apellido en una lista en la que la Porota alcanzó a ver nombres conocidos, tan conocidos que le dio mucho miedo y enrojeció de vergüenza. Pero no seas opa, le insistió el Cacho, vos tenés mucho aguante y vas a llegar al final. Felisa prometió prestarle su vestido preferido, tan escotado y todo abotonado adelante, y Sarita, que no iba por la panza de casi ocho meses, le trajo sus zapatitos de tacos y collares y pulseras. Voy a ir a apoyarte con Maruja y el Rengo, vos tenés que ganar este concurso, te lo merecés más que nadie, ya vas a ver, flaquita, ya vas a ver.
      Y así, entre constantes arrepentimientos a favor y en contra de ir, llegó finalmente el sábado y la Poro, que esa mañana había discutido con su patrona doña Nelly, a la hora de la siesta y todavía con el gustito de la bronca en la boca se encaminó hacia las afueras del pueblo, por las calles menos transitadas. Esquivó el cuartel de bomberos porque su patrón era voluntario y a ella la conocían de cuando le llevaba el equipo de mate las veces que él quedaba de guardia. Tampoco pasó frente a la usina, ya que allí seguramente estaría el negro Delucía que es tan amigo de Nito, y si bien a ella tanto no le importaba Nito, al menos Nito era una relación segura y era discreto y tan tímido. Ni siquiera se atrevió a invitarlo, sobre todo porque no quería que la vieran con Nito, y aparte porque él no iba a aguantar ni un par de horas siquiera. Con el Cholo, por lo menos, no podía irle tan mal. El Cholo, de puro estúpido nomás, se iba a quedar hasta lo último. Seguro que sí. Lástima eso de soportarle el aliento y la baba, pero la Poro pensaba que no le quedaba otro remedio, que después de un par de horas se acostumbraría. Qué distinto hubiera sido con Simón, por ejemplo, ahora la estarían envidiando todas, pero al rubio lo lleva bien atado Lucia, la hija de la farmacéutica, quién sabe gracias a qué gualicho.
      Los participantes se iban acomodando por parejas en el medio de la pista, mientras Manolo Artaza, el Muñeco de la tele, probaba micrófonos y luces. Parecía tan normal así en persona, ni por asomo era ese animador vigoroso que todos los domingos conducía el programa ómnibus de la tarde sin cansarse nunca.
      El Cholo se le acercó con el cartelón del número doce colgado en la espalda, y se paró a su lado con una mueca que a la Poro no le cabía dudas de que debía ser una sonrisa.
      Mirá, Cholo, le dijo ella despacio, no te vayas a olvidar nunca que ésto es un concurso y nada más, y que nos tocó juntos por descarte, eh..., eh..., decíme che, ¿te lavaste los dientes..., eh?, pero el Cholo se encogió de hombros y miró para otro lado.
      La Poro los saludó a Rosita y a Julio, a la Tana que seguramente buscaba al Gallego Fernández, y a Teresa y la Ñata que andaban perdidas de sus parejas. A las mellizas Saldivar no les dirigió el saludo, ni a la narigona Lucrecia que llevaba a la rastra al pobrecito de Anselmo. Todos se iban acomodando dentro de la pista circular, pero preferentemente se quedaban cerca de donde se suponía iba a estar el jurado y Manolo Artaza. Ahora se habían prendido más luces, la ropa y el maquillaje del muñeco Artaza brillaban, las butacas se iban ocupando con tanto público que la Poro se decidió a no mirar por temor a su vergüenza, mientras el vestido de Felisa la apretaba y se le pegaba al cuerpo como ahogándola. Los de la orquesta ya estaban casi todos en sus asientos. Hacía cada vez más calor. El piano se atrevió a probar con las primeras notas, y después una trompeta soltó un quejido largo y agudo. Ya se habían terminado de encender las luces, cuando alguien dijo que acababa de llegar la comisión organizadora y su comitiva. Los del jurado, cinco hombres y dos mujeres entre las que la Poro descubrió a doña Luz, de la sociedad de fomento, ya estaban en sus asientos, a un costado del acceso a la pista. Uno de los organizadores dio un breve discurso, enumeró los cinco primeros premios y los diez premios consuelo, y le cedió el micrófono a Manolo Artaza que, ahora sí, lucía igualito que en la tele.
      Tomá, le dijo la Poro al Cholo mientras le metía cinco chicles de menta en la boca para después limpiarle enérgicamente los labios con un pañuelito.
      Daban tanto calor los reflectores que a la Poro se le pegaba el cartel en la espalda. La orquesta entonaba una marcha cansina mientras el Muñeco zigzagueaba entre las parejas, revisando que todos tuvieran sus carteles colgados en la espalda, repitiendo una y otra vez que les deseaba suerte y que tuvieran en cuenta que no podían separarse y que había que aguantar, y que cada vez que tocara la orquesta tenían que bailar, también sin separarse. La señal para el comienzo iba a ser el próximo golpe de platillos en la batería. Bajaron la intensidad de los reflectores hasta casi quedar la pista totalmente a oscuras, y la música se hizo un murmullo que apenas se diferenciaba del ronroneo inarmónico del público. En primera fila estaban Felisa, Cacho y Sarita, apenas un poco más atrás, Maruja y el Rengo sacudían una tela amplia en la que habían escrito su nombre. Casi todas las butacas estaban ocupadas, pero seguía llegando gente.
      Cuando las luces comenzaron a aumentar su intensidad, igual que la música el nivel de sonido, la Poro volvió a fregar la boca del Cholo con el pañuelo hasta que sintió el golpe de los platillos y entonces se apretó contra el cuerpo flacucho de su compañero, y mientras recitaba santa maría madre de mmññios le estampó los labios sobre la boca al Cholo y repitió para sus adentros, madrecita, madrecita, tengo que ganar este concurso...
      Bailar con el Cholo era como hacerlo con un poste, y encima su boca, fría, babosa, y ese tufillo a encierro y a grapa que la menta apenas conseguía disimular. En cuanto pueda, pensó la Porota, le encajo el resto de los chicles y listo. Qué distintos a los labios de Nito, dulces, blandos y carnosos. Aunque si tuviera que elegir, a la Poro no le quedaban muchas dudas, el Lungo Mancuso tenía una boquita que ella se comería toda, seguro que muy en puntas de pie para alcanzar su altura, pero bien colgada de ese cuerpo tan atlético como único. Lástima que Mancuso es otro de esos engrupidos que se la pasan en el gimnasio o haciendo facha en el bar de la terminal. De reojo lo vio bailando con Amparito Saldivar y un ramalazo de envidia la hizo apretarse contra el Cholo hasta que el aliento a ciénaga la devolvió a su realidad de número doce, a las manazas transpiradas en su mano y en su espalda, y a Manolito Artaza que no cesaba de caminar entre las parejas recomendándoles que no tenían que separar las bocas y bailar sólo mientras tocara la orquesta, que si no quedaban descalificados. La Poro, totalmente distraída, se concentró en esa parodia de baile para asegurarse de dominar bien la situación ya que sabía que su compañero no era capaz. Así que, cuando segundos después se detuvo la orquesta, la Poro, exageradamente atenta, lo frenó al Cholo sosteniéndolo del cinturón mientras se le apretaba muy fuerte por temor a que el imbécil se soltara. Tres parejas quedaron afuera por no parar de bailar y dos por dejar de besarse. El Muñeco Artaza pidió aplausos para los diez participantes que se retiraban. La Porota vio la alegría de la Maruja y el Rengo mientras agitaban su bandera. Al continuar la orquesta fue más fácil, el Cholo obedecía sus tirones como un perrito faldero, ella se sentía confiada. Había sorteado el primer obstáculo.
      Cuando todavía sonaba la tercera pieza, muy orgullosa de la seguridad que se le iba instalando, la Poro empezó a tomar conciencia del cuerpo del Cholo y del abrazo, de que el Cholo se iba acomodando lentamente a la situación y, venciendo su timidez, apretaba un poco más, se movía distinto, tal vez más seguro.
      Una hora después y con cerca de diez parejas menos en la pista, la Poro se dio cuenta de que el engendro que bailaba con ella en realidad era un ser humano, y estaba vivo, y sus labios intentaban sin éxito abrir los suyos, empujando, buscando el resquicio por dónde meter una cuña para seguro después toda la lengua y el aliento a vómito que ni los chicles podían disimular. La Porota pudo vencer la náusea pensando en el viaje a Buenos Aires. Doña Nelly siempre contaba de la cantidad impresionante de edificios altos y de los coches. La costanera, el obelisco en la avenida 9 de Julio, la cancha de Boca con su sector de platea para mujeres. Lástima que ese sueño costara tanto: la vergüenza de regresar a lo de sus patrones después del concurso, el olor ácido de la transpiración del Cholo, la insistencia de su mano derecha de agarrarle las nalgas. De reojo veía a sus amigos flameando la bandera, y así sabía que todo estaba bien, que en realidad le importaba un carajo doña Nelly y lo que pudieran decirle los vecinos cuando todo terminara. Entonces volvía a acomodarse, cosa que el Cholo tuviera bien claro quién llevaba la manija, pero con prudencia para que ese energúmeno no se ofendiera o asustara. Así que lo apretaba pero manteniendo la suficiente distancia, siempre sin dejar de atender a la orquesta, sin distraerse nunca, esperando el corte de la música para frenar a su compañero evitando que se suelte o que se caiga.
      Como a las tres horas, la Porota no podía ocultar su regocijo, el Muñeco Artaza indicaba que habían quedado eliminadas la narigona Lucrecia y Antonia Saldivar que estaba con Dos Pesos. Le dio mucha lástima por Dos Pesos, no se lo merecía pero que se joda por haberse enroscado con un bicho como la Antonia. Por Anselmo ni se afligió, la imbécil de Lucrecia se iba echándole la culpa, seguro que por unos días ni aparecería por la farmacia.
      Un rato después, en momentos que casi no sabía cómo hacer para contenerlo al Cholo, quien avanzaba en el abrazo y en los toqueteos y ella ya sentía en su vientre una dureza que la empujaba mientras la manaza derecha de su compañero insistía en los descensos como queriéndose meter entre sus nalgas y por debajo del vestido, de reojo y muy forzada lo vio correr a Manolito Artaza hacia donde estaba el jurado, así que sin importarle un comino el ritmo lo obligó al Cholo a un giro repentino en el que casi pierden el equilibrio, pero al menos sirvió para calmarlo porque después se sometió manso a sus manejos, y hasta aflojó la presión de los labios y separó un poco el cuerpo. Desde esa nueva posición la vio a doña Luz discutiendo con Armando Cien Fuegos, el cura del pueblo, y Aurora Saldivar, la madre de las mellizas y colaboradora de la parroquia. Al cura le llamaban Cien Fuegos porque se la pasaba diciendo que las llamas iban a venir para acabar con los pecadores. A la Aurora no la tragaba nadie, tanto se la pasaba en la iglesia que había muchos que le imaginaban un rollo con el cura. Seguramente se enteró que sus hijas participaban y se vino urgente a frenar este bochorno. Ahora habían bajado casi todos los miembros del jurado, y después de discutir un rato al borde de la pista, se ve que los convencieron y se fueron para adentro, pero antes de ello la Aurora tomó a Amparito de los pelos y se la llevó a la rastra, dejándolo solo a Mancuso, que se fue sorprendido y boquiabierto detrás de ellos, sin poder comprender lo que pasaba. A la Poro se le vino el alma al piso por lo del Lungo, pero le duró tanto como lo que tardó en sentir los huesos del Cholo que la abrazaban, y más concretamente sus pies o sus rodillas, pisándola o golpeándola.
      El Muñeco Artaza volvió a correr por la pista y avisar que ya hacía más de cuatro horas que estaban bailando y que dentro de una hora se iba a suspender hasta la mañana siguiente, porque todavía quedaban cerca de treinta parejas y no habían previsto que durara tanto. También avisó que para la continuación iba a estar la tele, ya que el concurso había atraído a mucha gente y no hubo espacio para todos.
      La Porota no podía doblar el cuello de tanta fuerza que hacía para mantenerlo tranqui a su compañero, y encima le dolía la cintura debido a las posiciones que adoptaba para evitar que avanzara el apetito sexual del Cholo, ya que no era capaz de impedir sus erecciones.
      En la ronda siguiente, mientras bailaban una cumbia, si acaso se podía llamar baile a esa estúpida secuencia de garabatos a los que se entregaban los participantes a esa altura de la noche, el Cholo se le resbaló ni bien ella frenó los movimientos y la obligó a apoyar una rodilla en el piso para darse el envión y regresar a la postura de estatuas. La Poro se puso a temblar pensando que podían descalificarlos, pero el Muñeco Manolo pasó muy cerca de ellos señalando a otras parejas el camino de salida. La Porota estuvo por darle una patada en los huevos al Cholo debido a su distracción, pero se apiadó al verle los ojos abiertos del susto, seguramente él también pensó en la patada y no quiso arriesgarse. Por el rabillo del ojo los vio irse muy tristes a la Tana con el Gallego Fernández, la Tana hecha un mar de lágrimas se refugiaba en los brazos de Maruja que se la llevaba a sus asientos. Ahora la orquesta arremetía con una tarantela, menudo lío arrastrarlo al Cholo primero para aquí y después para allá y ahora volver, y encima cuidar de que no aparte la boca y que también no se pase de la raya y, sobre todo, el dolor en el cuello y la molestia en la cintura. Para colmo, en cuanto se detuvo la orquesta a ella le tocó quedar medio inclinada hacia un costado soportando todo el peso muerto de su compañero, quien ya le iba tomando el gustito a los recesos y los aprovechaba para descansar y recuperar el aliento. La Poro sentía que la baba del Cholo se le resbalaba por el cuello y le bajaba por las axilas y los pechos hasta empaparle el corpiño. Por momentos se le ocurría que estaba sosteniendo una babosa gigante que sudaba y sudaba.
      Las piezas siguientes fueron el mayor castigo que podían recibir, por supuesto que después del Cholo. Un tango, una chacarera y un rock, dejaron en el camino a cuatro parejas. Cerca de la medianoche se retiraron del circo. La competencia continuaría a partir de las 8 horas del día siguiente, con las veintitrés parejas que quedaban.
      Al salir del circo y ver que el Cholo encaraba para el lado del arroyo, la Poro, después de un breve cuchicheo con sus amigos, lo alcanzó y casi se lo llevó a la rastra hasta la casita de Maruja y el Rengo. Después de apartar la mesa y las sillas, tiraron colchas y almohadones para improvisar una gran cama. También se quedaban el Cacho, Sarita y Felisa, quienes no querían llegar tarde al día siguiente.
      Por más esfuerzo que hiciera la Porota para acostarse bien lejos de su compañero de baile, por la mañana se despertó con un dolor en el pecho y, a medida que pudo ir abriendo los ojos, descubrió que lo tenía al Cholo casi encima con sus manazas apretándole la teta. Le costó un esfuerzo sobrehumano separarse del energúmeno y después despertarlo. A pesar de todo, consiguieron llegar a tiempo al circo y tomar unos mates gracias al termo de Maruja. Se cruzaron con un par de vecinos que los saludaron y le desearon suerte. La Poro no podía dejar de pensar en la cara de sus patrones, quienes a esta altura seguramente ya se habían enterado.
      Parecía mentira la cantidad de gente..., ni siquiera la vez de la Bomba Tucumana se había juntado tanto público, y sobre todo un domingo a la mañana. El que seguramente estaría hecho una fiera sería Cien Fuegos, porque a esa hora la Porota ya se imaginaba la cantidad de gente que habría en la iglesia.
      Entraron.
      El Muñeco Artaza brillaba más que la noche anterior.
      Los de la tele estaban por todos lados con sus reflectores y sus cámaras.
      Los del jurado tomaban café y se pasaban un paquete inmenso de tortitas negras y medialunas.
      El Cholo, mucho más confianzudo que la noche anterior, no dejaba de franelearla y se le había pegado como una estampilla.
      A la Porota le temblaban las piernas, ni quería pensar en qué lío se había metido mientras miraba hacia el público y no era capaz de encontrar a sus amigos entre tantísima gente, decir que Manolito Artaza apuró los trámites y otra vez se atenuaron las luces y la orquesta preparó el inicio generando expectativa entre el púlpito, que ahora estaba en absoluto silencio.
      Y una vez más fueron los platillos, y el estruendo.
      Y las luces, y la música, y el aplauso.
      Una vez más la boca del Cholo se pegó a la suya mientras su lengua, ahora desde temprano, comenzó la tarea de asedio y empuje y la Poro se dio cuenta que se había olvidado de los chicles y esta vez el aliento del compañero parecía de ultratumba. Todavía le dolía el pecho a consecuencia del manoseo nocturno, cuando se dio cuenta de la dureza que le aplastaba el vientre, y supo que todo le iba a resultar más difícil que la noche anterior. Después de tres detenciones y unas seis o siete parejas menos, se notaba que algunos aún no se habían despertado del todo, la Poro no sólo no sabía cómo hacer para evitar la mano del Cholo en su culo, sino que a medida que pasaban las piezas, los roces y las horas se dio cuenta de la humedad en su bombacha y de que también le iba tomando el gustito y que, al fin y al cabo, si una se acostumbra a tantas cosas..., ¿qué podía tener de malo el aliento del compañero, sus erecciones o sus abrazos? Unas piezas más adelante, encerrados entre tres camarógrafos que los enfocaban de arriba y de abajo y desde tres lados distintos, la Porota no era capaz de salir de su asombro al descubrir que lo inmenso que le parecía la pista se debía exclusivamente a que apenas otras cinco parejas y ellos la ocupaban, y el burbujeo en el pecho era en realidad una especie de regocijo transmitiéndose a sus muslos que ahora, felinamente, apretaban una pierna del Cholo como si bailaran un tango, mientras el Muñeco, eufórico y reluciente, no dejaba de gritar que faltaba muy poco y que casi todos los que quedaban en la pista ya tenían premio y que había que aguantar un rato más, sólo un rato más, minutos apenas para alejarse definitivamente de la cara regañona de doña Nelly, de la temperatura exacta para el mate del patrón, los pañuelos en el costado izquierdo del estante, la escoba en el placarcito del pasillo y quedar a un paso escaso, así y ahora, violentamente casi, de algún viaje largo en tren, de las plateas femeninas en cancha de Boca, del apriete rabioso del Cholo mientras vencía la resistencia de sus dientes y una lengua dura y fibrosa le inundaba la boca y la ahogaba y la música o ella se dejaba resbalar por un pozo que parecía no tener fondo, pero en realidad ya no le importaba.

4 comentarios:

  1. Lo que nos mandó Norberto es de una gran calidad, lo mejor de la actualización, incluso creo que es lo mejor que he leído de él. Un cuento que si bien sigue con ese ritmo que nos remite al amigo Cortázar, a diferencia de Trío artístico —onírico, denso, difuso—, en esta historia se percibe más luz, más color y, por supuesto, más música.

    En el primer párrafo (kilométrico como otros tantos) el narrador nos tira mucha información de un saque. Se nos escapa un poco el sentido del asunto, no nos da tiempo a acomodarnos, a familiarizarnos con el ritmo y con los personajes Hay muchos nombres en el comienzo. Ya en una segunda lectura todo queda clarísimo.

    A la Porota al principio me la pintan bastante tímida. No es después que se desate, pero uno se entera de que tiene su historia con Nito, al que no quiere, y que se ratonea con Mancuso. Cambia entonces la imagen que uno se había formado de la muchacha.

    Excelente el final. Abierto… o no tanto.



    “La Poro nunca había estado en un circo, ni siquiera de chiquita, pero lo había visto tantas veces por la tele que ya sabía cómo la ponían retriste los payasos, también la asustaban los acróbatas y los pobres animalitos amaestrados le daban mucha pena. Decir que del circo sólamente (solamente) se usaban la carpa inmensa y las butacas, que si no jamás se hubiera animado. Pero los premios sí que valían la pena”.

    Reemplazaría “también” por “aparte”, ya que una cosa es que los payasos la pongan tristes y otra, distinta, que la asusten los acróbatas. Si son animalitos amaestrados le dan pena, seguro que son pobres animalitos. ¿Se pierde algo si eliminamos el adjetivo “pobre”? El “también” podría quedar si cambiamos de lugar una parte de la oración: la ponían retriste los payasos, también los pobres animalitos amaestrados le daban mucha pena y la asustaban los acróbatas.

    Tenés muy cerca “mucha pena” y “valer la pena”.

    Esto no lo entiendo: “Decir que del circo solamente se usaban la carpa inmensa y las butacas, que si no jamás se hubiera animado”.



    “Con qué ganas abandonaría el pueblo, las mañanas y tardes dele fregar y fregar, las artimañas y el ingenio para rescatar alguna caricia o un abrazo a escondidas entre un mandado y la plaza o la oscuridad del zaguán los anocheceres.” Es una construcción riesgosa, se salta de una idea a otra con mucha naturalidad, pero uno se queda tecleando, como si faltara algo. De rescatar una caricia entre un mandado (y otro) saltamos a la plaza o al zaguán. Está bien, Norberto es subversivo con la sintaxis.



    “Y así, entre constantes arrepentimientos a favor y en contra de ir…”

    No me convence “arrepentimientos”. ¿Arrepentimientos a favor y en contra? ¿Cómo es eso? Tal vez “insistencias”…



    “Las butacas se iban ocupando con tanto público que la Poro se decidió a no mirar por temor a su vergüenza”.

    Ya habías mencionado antes la vergüenza de la Poro. Yo diría: “Las butacas se iban ocupando con tanto público que la Poro se decidió a no mirar”. Que el resto lo ponga el lector.



    “A la Poro se le pegaba el cartel en la espalda. La orquesta entonaba una marcha cansina mientras el Muñeco zigzagueaba entre las parejas, revisando que todos tuvieran sus carteles colgados en la espalda.



    “Y mientras recitaba santa maría madre de mmññios le estampó los labios sobre la boca al Cholo y repitió para sus adentros, madrecita, madrecita, tengo que ganar este concurso.”

    Excelente, Norber. Mmññios.



    “todo estaba bien, que en realidad le importaba un carajo doña Nelly y lo que pudieran decirle los vecinos cuando todo terminara”



    “Un rato después, en momentos (en) que casi no sabía cómo hacer para contenerlo al Cholo”.



    “Seguramente se enteró (de) que sus hijas participaban”.



    “Se fueron para adentro, pero antes de ello la Aurora tomó a Amparito”.



    “Para evitar que avanzara el apetito sexual del Cholo”. La calentura. Más coloquial.



    “La baba del Cholo se le resbalaba por el cuello y le bajaba por las axilas y los pechos hasta empaparle el corpiño”. Humedecerle o mojarle el corpiño, diría yo, puesto que lo de empaparle es exagerado.



    “Se le había pegado como una estampilla”.



    “La Poro se dio cuenta (de) que se había olvidado de los chicles”



    “Encerrados entre tres (cacofónico) camarógrafos que los enfocaban de arriba y de abajo y desde tres lados distintos”.



    “Que casi todos los que quedaban en la pista ya tenían premio”.

    Se entiende por contexto, ya mencionaste la pista dos líneas más arriba.

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  2. Sensacional, Norberto. Tú ya sabes que siento debilidad por tus cuentos, pero este lo has bordado. No me atrevo a comentar nada, pues me parece de una categoría que me supera. Tan solo un par de detalles donde tropecé:

    · tantos otros tipos como la gente, No entendí esto.

    · Decir que del circo sólamente se usaban la carpa inmensa. Sin tilde y creo que convendría más "usarían" para que se entienda mejor la frase (tuve que releer para comprender lo que querías decir).

    · a la hora de la siesta y todavía con el gustito de la bronca en la boca. Falta coma al final.

    · Lucia, Tilde.

    · Ésto. Sin tilde.

    · Hacía cada vez más calor. Diría: "cada vez hacía más calor".

    · de la sociedad de fomento, ya estaban en sus asientos. Rima.

    · Cuando las luces comenzaron a aumentar su intensidad, igual que la música el nivel de sonido. Seguro que puedes redactarlo mejor.

    · flameando la bandera. "Flamear" es intransitivo.

    · evitando que se suelte o que se caiga. "Soltara, cayera", ya que la frase va toda en pasado.· Un rato después, en momentos que casi no sabía cómo hacer para contenerlo al Cholo, quien avanzaba en el abrazo y en los toqueteos y ella ya sentía en su vientre una dureza que la empujaba mientras la manaza derecha de su compañero insistía en los descensos como queriéndose meter entre sus nalgas y por debajo del vestido, Toda esta frase es muy larga.
    lo inmenso que le parecía la pista se debía exclusivamente a que apenas otras cinco parejas y ellos la ocupaban. Quitaría el adverbio; además, enseguida viene un "felinamente".

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  3. Un cuento íntimo de los que te dejan huella. La protagonista la llegas a conocer tan bien que no la olvidas. Creo que el principio arranca rápido y denso. Al lector le cuesta ponerse en situación y necesita de los próximos párrafos para situarse. Por eso creo que valdría la pena pulirlo.

    Lo de que las vaquitas son ajenas y las penas de nosotros (ésta frase no sé qué relación tiene con el concurso)lo tenía bien internalizado la Porota, sobre todo y como remate después de la inscripción en el concurso junto al Cholo, ya que habiendo tantos otros tipos como la gente(habiendo tantos tipos por ahí…), lo del Cholo casi resultaba una calamidad, y por ahí quedaban el hijo de la almacenera, el rubio Simón, o Mancuso exhibiendo su lomo alevosamente, hasta inclusive el gordo que vende seguros..., pero el Cholo..., justo a ella tenía que tocarle esa desgracia(hasta ahora no sabemos en qué consiste el concurso, ni que requiera pareja por lo que desconcierta lo de la calamidad y desgracia del Cholo), encima después de haber sufrido como sufriera para vencer su timidez y presentarse así a escondidas de la patrona, pidiéndole con mentiras permiso por unos días, guardar unas pocas cosas en un bolsito y llegarse hasta la gran carpa de circo en las afueras, con muchísimo más cagazo que esperanzas.
    .
    La Poro nunca había estado en un circo, ni siquiera de chiquita, pero lo había visto tantas veces por la tele que ya sabía cómo la ponían retriste los payasos, también la asustaban los acróbatas y los pobres animalitos amaestrados le daban mucha pena. Decir que del circo sólamente se usaban la carpa inmensa y las butacas, que si no jamás se hubiera animado. Pero los premios sí que valían la pena. La Poro calculaba que hasta consiguiendo un cuarto o quinto puesto podía dejar su trabajo e irse para Buenos Aires. Con qué ganas abandonaría el pueblo, las mañanas y tardes dele (¿?) fregar y fregar, las artimañas y el ingenio para rescatar alguna caricia o un abrazo a escondidas entre un mandado y la plaza o la oscuridad del zaguán los anocheceres (creo que hay algún problema sintáctico). Cuando su prima Felisa le contó del concurso, ella ni siquiera se atrevió a pensar que podía participar, pero Felisa y el Cacho le insistieron tanto que una tarde se decidió, en su cuarto juntó los pesitos para la inscripción y, mientras anochecía, se escabulló hasta la gran carpa, donde le hicieron escribir su nombre y apellido en una lista en la que la Porota alcanzó a ver nombres conocidos, tan conocidos que le dio mucho miedo y enrojeció de vergüenza. Pero no seas opa, le insistió el Cacho, vos tenés mucho aguante(todavía no sabemos de qué va el concurso aunque se nos da una pista, requiere aguante) y vas a llegar al final. Felisa prometió prestarle su vestido preferido, tan escotado y todo abotonado adelante, y Sarita, que no iba por la panza de casi ocho meses, le trajo sus zapatitos de tacos y collares y pulseras(se nos dice que requiere ir bien arreglado). Voy a ir a apoyarte con Maruja y el Rengo, vos tenés que ganar este concurso, te lo merecés más que nadie, ya vas a ver, flaquita, ya vas a ver.

    A partir de aquí sabemos que se apuntan por parejas y se nos dice las condiciones del concurso por lo que estamos situados. En cuanto comienza el baile el cuento va cogiendo su ritmo y ya no para. Me gusta como muestras la psicología de la protagonista, sus dudas, sus sensaciones, sus anhelos. Eso es lo que me ha cautivado. Quizás por eso, inmersa en esa vivencia me haya quedado un poco cortada con el final, algo rápido y abierto. Ese día ella pasa de aguantar el aliento de ultratumba y de luchar por que no le tocara el culo a que no le importe perder el concurso ¿? Ya he dicho alguna vez que no me llenan los finales abiertos, por ello, y después de cinco páginas viviendo el concurso, aguantando el mal aliento, el calor, el temor a las habladurías, no esperaba que acabara así.

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  4. Qué decir, este Norberto siempre espléndido, siempre buscando situaciones singulares, firmando las historias con su legión de personajes secundarios y definiendo con su oficio sobrado. Un concurso de besos, ahí queda eso. Siempre agradezco los escenarios exóticos.
    El cuento está muy bien escrito, por lo que no voy a comentar ningún detalle mejorable.
    Pero también es verdad que el cuento me desagrada (no es que no me guste, sino que me desagrada), no sé si era la intención del autor. Se insiste y se insiste en la halitosis, los dientes sucios, la sensación de asco de la protagonista. Al final me queda una atmósfera escatológica en la cabeza, y leo ya en diagonal, tratando de huir de lo desagradable, de la suciedad, de lo feo.
    Pongo aquí mi testimonio por si Norberto lo quiere considerar, pero sé de sobra que es una cuestión muy personal, veo que hay compañeros a los que el asco que sugiere el autor no les ha empañado la historia. A mí sin embargo tanta insistencia me la llega a arruinar. Pero, bueno, es que yo soy un flojo.
    Sin embargo me parece una buena baza el deseo de la protagonista de huir de su trabajo y de su ambiente (ese violento deseo de promoción del que les hablaba el otro día). Pienso que sería útil describir un momento sin retorno en la noche, a partir del cual ella ya no podrá volver al trabajo; en eso, en la superación de la vergüenza, en la acicate del dinero y en la transgresión de ese límite a partir del cual sólo nos queda huir hacia delante me parece que merece la pena insistir y definir muy claramente.

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