miércoles, 2 de julio de 2008

Mi ventana

Pedro Conde

(Aunque el óxido del tiempo o el olvido te impidan cumplirlas, no dejes de hacerme promesas ¿De qué si no llenaría el colchón de mis sueños?)


      Fue durante el mes de sus vacaciones, que como un guardián diligente, patrullé por su calle. Y mis ojos, desobedientes de lógica, se alzaban esperanzados a las hojas de su ventana, buscando un movimiento, un destello de luz que indicara su vuelta y el fin de mi tristeza.
      Por que la quería. Yo lo sabía, y el resto de mis amigos y todo aquel que me viera mirarla, y el camarero que nos traía las hamburguesas, y la dependienta de la tienda de ropa, y el vecino del quinto, y el médico que no necesitaba auscultar mi corazón, y el anciano de las vallas de la obra, y los niños del recreo, y el pescador del malecón, pero ella, ajena, me martirizaba con su ignorancia. Y cada día, mientras caminaba al trabajo, construyendo sueños, embriones de futuros idílicos, acumulaba fuerzas para decírselo en cuanto volviera.
      Durante todo ese mes ensayé las frases que la convencerían, y practiqué por las calles, como un loco que habla solo, la entonación que la derritiera en mis brazos. En su ausencia, me sentí rico en dolidas horas interminables, que sólo encontraban consuelo cuando salía a pasear con cualquier destino, y como por arte de magia, acababa en su calle, pasando junto a su puerta y buscando como enamorado sabueso restos de su perfume, recuerdos de su risa y dejando mis pupilas colgadas de su ventana, deseando.
      A medida que se acercaba el día de su vuelta, mi decisión perdía fuerzas frente a la posibilidad de perderla aun como amiga. Solo de vez en cuando, como un latido desacompasado, y sin más razones que el loco deseo de la felicidad plena, volvía al punto uno de las prioridades con tal energía que pareciera caminar dos kilómetros delante de mí. Un minuto más tarde, la afilada aguja del miedo pinchaba otra vez el globo de mi deseo. Trabajando en este dilema, esa tarde del 20 de Enero, mientras volvía sucio y cansado a casa, dando un rodeo por su calle, vi clara la señal que acabó con mis dudas. De su ventana, de las hasta ahora solitarias cuerdas del tendal, algunas blusas, señales de su presencia, desde que me vieron, infladas por el viento agitaban las mangas en una clara danza de alegría.
      Me duché dos veces, el pánico hace sudar. Repasé mentalmente, y en voz alta, las frases ensayadas, y hasta sus respuestas. Todos los pantalones tenían algún fallo, y acabé volcando el armario sobre la cama prenda por prenda. Nada era lo bastante bueno, y ante la vista de mercadillo de mi habitación, desechaba los planes.
      Pero al menos tenía que verla… y hablarle… y decírselo.
      Fui a la floristería de la esquina, como no me decidía busqué el consejo de la dueña y compré un ramo que regalé a un cubo de basura dos calles más allá. Compré bombones, un globo, un libro, una tarjeta, y como amapolas arrancadas de entre el trigo, en pocos minutos los regalos perdían su brillo, su esencia y sintiéndolos indignos para ella, los di a aquellos con los que me cruzaba. Con las manos desnudas y sabiéndome tonto, luchaba por que mi dedo temeroso tocara el botón de su piso en el portero automático. Como se negaba a hacerlo, como huía de él lo mismo que si se tratara de un dragón hambriento, sin previo aviso y por sorpresa, cambié de dedo.
      — ¿Sí?— Mariposas en el estómago
      —Soy yo — No tengo aliento ni para dos palabras.
      Aquel día descubrí que las escaleras desgastan la memoria, en cada peldaño que subía, un trozo de mi texto ensayado se quedaba prendido, en los balaustres se enredaban algunas frases, y así llegué arriba, me detuve frente a la puerta con las manos vacías, sin memoria, y delante de otro timbre amenazador. Por suerte ella abrió sin que tuviera que llamar.
      —Hola— Mariposas en el estómago.
      —Hola— Y como no supe continuar, y como tuve miedo de que ella dijera algo que me quitara el valor, tapé su boca con la mía.
      Desde poco tiempo después, a veces, desde el tendal de esa que ahora también es mi ventana, nuestras camisas, infladas por el viento o llevadas por la alegría de estar juntas, al igual que nosotros, bailan entre sábanas.

6 comentarios:

  1. Estimado Pedro, me sabe mal tener que empezar diciendo que me gustaron más otros textos tuyos que alcancé a leer por aquí. No sé si es que no supe verlo, pero lo que más eché en falta en este cuento es precisamente ese valor añadido que convierte a las anécdotas en eso, en cuentos. Tenemos un hombre que bebe los vientos por una mujer, que no se atreve a decírselo; un día se lo dice y ella acepta su cortejo. Lo de las camisas es bonito y poético, pero no sé si suficiente para lograr la intensidad que precisa todo cuento. Falta aquello que determina el cambio, el triunfo tras la lucha de titanes que vive el protagonista. De pronto se decide, pero no acertamos a saber por qué; no vemos cuál es esa "circunstancia vital" que incline las fuerzas de un lado. No hay nada que trastoque el mundo del protagonista, y, por tanto, nada que trastoque el mío. Insisto: tal vez es que yo no he sabido verlo.

    Te dejo mis puntillosos comentarios sobre el estilo. No me odies demasiado. Un abrazo.

    (Aunque el óxido del tiempo o el olvido te impidan cumplirlas, no dejes de hacerme promesas ¿De qué si noesto debería ir entre comas llenaría el colchón de mis sueños?)


    Fue durante el mes de sus vacaciones, queeste estructura me parece un galicismo poco elegante en español como un guardián diligente, patrullé por su calle. Y mis ojos, desobedientes de lógica, se alzaban esperanzados a las hojas de su ventana, buscando un movimiento, un destello de luz que indicara su vuelta y el fin de mi tristeza.
    Por quejunto la quería. Yo lo sabía, y el resto de mis amigos y todo aquel que me viera mirarla, y el camarero que nos traía las hamburguesas, y la dependienta de la tienda de ropa, y el vecino del quinto, y el médico que no necesitaba auscultar mi corazón, y el anciano de las vallas de la obra, y los niños del recreo, y el pescador del malecón, pero ella, ajena, me martirizaba con su ignorancia¿indiferencia?. Y cada día, mientras caminaba al trabajo, construyendo sueños, embriones de futuros idílicos, acumulaba fuerzas para decírselo en cuanto volviera.
    Durante todo ese mes ensayé las frases que la convencerían, y practiqué por las calles, como un loco no sé si hace falta especificar la comparación, está implícita en el hablar soloque habla solo, la entonación que la derritiera en mis brazos. En su ausencia, me sentí rico en dolidas horas interminables, que sólo encontraban consuelo cuando salía a pasear con cualquier destino, y como por arte de magia, acababa en su calle, pasando junto a su puerta y buscando como enamorado sabueso restos de su perfume, recuerdos de su risa y dejandocreo que este gerundio ya está demasiado lejos del "acabar en su calle", uno no ve la conexión y se desconcierta; en todo caso, haría falta coma antes de "y" mis pupilas colgadas de su ventana, deseando.
    A medida que se acercaba el día de su vuelta, mi decisión perdía fuerzas frente a la posibilidad de perderla aun como amiga. Solo de vez en cuando, como un latido desacompasado, y sin más razones que el loco deseo de la felicidad plena, volvía al punto uno de las prioridades con tal energía que pareciera caminar dos kilómetros delante de mí.esto no lo entendí muy bien Un minuto más tarde, la afilada aguja del miedo pinchaba otra vez el globo de mi deseome parece excesivo meter dos metáforas tan seguidas. Trabajando en este dilema, esa tarde del 20 de Enero, mientras volvía sucio y cansado a casa, dando un rodeo por su calle, vi clara la señal que acabó con mis dudas. De su ventana, de las hasta ahora solitarias cuerdas del tendal, algunas blusas, señales de su presencia, desde que me vieronal verme, infladas por el vientoentre comas agitaban las mangas en una clara danza de alegría.
    Me duché dos vecesmejor dos puntos, el pánico hace sudar. Repasé mentalmente, y en voz alta, las frases ensayadas, y hasta sus respuestas. Todos los pantalones tenían algún fallo, y acabé volcando el armario sobre la cama prenda por prenda. Nada era lo bastante bueno, y ante la vista de mercadillo de mi habitación, desechaba los planes.no veo muy bien la conexión lógica entre el aspecto desordenado de la habitación y el hecho de desistir en su propósito.
    Pero al menos tenía que verla… y hablarle… y decírselo.
    Fui a la floristería de la esquina, como no me decidía busqué el consejo de la dueña y compré un ramo que regalé a un cubo de basura dos calles más allá. Compré bombones, un globo, un libro, una tarjeta, y como amapolas arrancadas de entre el trigo, en pocos minutos los regalos perdían su brillo, su esencia y sintiéndolos indignos para ella, los di a aquellos con los que me cruzaba. Con las manos desnudas y sabiéndome tonto, luchaba por que mi dedo temeroso tocara el botónla imagen resulta un poco grotesca: un hombre empleando todas sus fuerzas en la lucha contra su dedo de su piso en el portero automático. Como se negaba a hacerlo, como huía de él lo mismo que si se tratara de un dragón hambriento, sin previo aviso y por sorpresa, cambié de dedo.
    — ¿Sí?— Mariposas en el estómago
    —Soy yo —No sé si es cuestión del procesador, que ha alterado los espacios al copiar el cuento, pero los guiones deberían ir pegados al inciso No tengo aliento ni para dos palabras.
    Aquel día descubrí que las escaleras desgastan la memoria, en cada peldaño que subía, un trozo de mi texto ensayado se quedaba prendido, en los balaustres se enredaban algunas frases, y así llegué arriba, me detuve frente a la puerta con las manos vacías, sin memoria, y delante de otro timbre amenazador. Por suerte ella abrió sin que tuviera que llamar.
    —Hola— Mariposas en el estómago.
    —Hola— Y como no supe continuar, y como tuve miedo de que ella dijera algo que me quitara el valor, tapé su boca con la mía.
    Desde poco tiempo despuésquitaría esto, a veces, desde el tendal de esa que ahora también es mi ventana, nuestras camisas, infladas por el viento o llevadas por la alegría de estar juntas, al igual que nosotros, bailan entre sábanas.

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  2. No creo que el epígrafe deba ir entre paréntesis, sería como darle un sentido que se me escapa.

    Una historia de timidez, prejuicios y desvalorización, que nos va llevando hacia otra inevitable frustración del personaje, pero en los avances del relato afortunadamente se trastoca hacia el final opuesto, también obvio.

    Otra historia simple, de vergüenzas y obsesiones, de un personaje que va juntando coraje y lo va perdiendo, de un final que se cumple a pesar suyo, dándole intervención a la figura de la mujer, no por su aparición –ya que casi ni aparece, es una sombra, y vale- si no por sus actos, el acto de aceptarlo cuando él ya no lo esperaba.

    Simpático, esperable aunque casi inesperado final con los dos juntos a pesar de los miedos iniciales de él.

    Siento que este personaje y esta historia tienen poca fuerza, no conmueven, pero probablemente sean cosas mías, los dos me resultan creíbles.

    Encuentro un defecto en la narración, como cierto descuido o desprolijidad del autor, o tal vez falta de relectura y corrección. Por lo general, emplea frases, no demasiado extensas pero sí demasiado pausadas por comas, cuando podría evitarse esta estructura y lograr mayor coherencia. De esta forma son como partes que se suceden con un ritmo cortado. Marco algunas a continuación, junto a algunos otros detalles.



    Fue durante el mes de sus vacaciones, que como un guardián diligente
    lo escribiría de otra forma, por ejemplo:
    Fue durante el mes de sus vacaciones que o cuando, como un guardián diligente


    de su ventana, buscando

    Esta es una de esas frases con demasiadas pausas, quitaría esta coma, creo que así se integrarían más sus partes.



    Por que la quería

    Porque la quería



    del malecón, pero ella

    del malecón; pero ella



    Y cada día, mientras caminaba

    Con esta frase me sucede lo mismo que con la anterior que mencioné, hay muchas pausas que no están integradas, la frase suena como la sucesión de distintos hachazos, uno detrás de otro.

    Y cada día, CORTE mientras caminaba al trabajo, CORTE construyendo sueños, CORTE embriones de futuros idílicos, CORTE acumulaba fuerzas para decírselo en cuanto volviera



    En su ausencia, me sentí rico

    En su ausencia me sentí rico



    destino, y como por arte de

    destino y, como por arte de



    aun aún



    Trabajando en este dilema O es punto y seguido a continuación de la frase anterior, o le falta la sangría.



    Otra vez el tema de la puntuación

    Trabajando en este dilema, CORTE esa tarde del 20 de Enero, CORTE mientras volvía sucio y cansado a casa, CORTE dando un rodeo por su calle, CORTE vi clara la señal que acabó con mis dudas. De su ventana, CORTE de las hasta ahora solitarias cuerdas del tendal, CORTE algunas blusas, CORTE señales de su presencia, CORTE desde que me vieron, CORTE infladas por el viento agitaban las mangas en una clara danza de alegría.



    Me gustó mucho esta imagen, lograda a pesar de los cortes.

    las escaleras desgastan la memoria, en cada peldaño que subía, un trozo de mi texto ensayado se quedaba prendido, en los balaustres se enredaban algunas frases, y así llegué arriba, me detuve frente a la puerta con las manos vacías, sin memoria, y delante de otro timbre amenazador



    Y también me gustó la imagen del final, cómo el narrador nos cuenta la forma en que empezaron ellos su relación, a través del recurso de nombrar una ventana que ahora también le pertenece, y las camisas bailando junto a las sábanas.

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  3. Pedro, me parece una historia romántica un tanto ingenua, tiene un ritmo poético pero no llega a ser una prosa poética. Hay una que otra imagen gastada, ya vista. Y el final feliz no creo que sea el mejor de los finales para este caso. Ya que estamos, pregunto: ¿cuántos cuentos con final feliz podemos recordar? Ninguno... tal vez uno o dos. Es que los finales felices por lo general no funcionan, o funcionan mejor en las películas. En tu cuento, el personaje está enamorado de una chica, no se anima a encararla, ensaya frases, compra flores, se arrepiente… hasta que finalmente la conquista con un beso. Me da la impresión de que falta una vuelta de tuerca, un giro inesperado, no sé. Abajo te señalo algunos detalles.





    Mi ventana

    Aunque el óxido del tiempo o el olvido te impidan cumplirlas, no dejes de hacerme promesas ¿De qué si no llenaría el colchón de mis sueños?



    Fue durante el mes de sus vacaciones, que como un guardián diligente, patrullé por su calle.

    (Pondría la primera coma después de “que”. “Fue durante el mes de sus vacaciones que, como un guardián diligente, patrullé por su calle”). Y mis ojos, desobedientes de lógica, (¿Por qué no desobedientes, a secas?) se alzaban esperanzados a las hojas de su ventana, buscando un movimiento, un destello de luz (sugiero dejar destello y quitar la luz, que ya viene en el paquete, es decir, en la palabra destello) que indicara su vuelta y el fin de mi tristeza.

    Por que la quería. (Porque) Yo lo sabía, y el resto de mis amigos y todo aquel que me viera mirarla, y el camarero que nos traía las hamburguesas, y la dependienta de la tienda de ropa, y el vecino del quinto, y el médico que no necesitaba auscultar mi corazón, y el anciano de las vallas de la obra, y los niños del recreo, y el pescador del malecón, pero ella, ajena, me martirizaba con su ignorancia. (Sugiero reemplazar ignorancia por indiferencia) Y cada día, mientras caminaba al trabajo, construyendo sueños, embriones de futuros idílicos, acumulaba fuerzas para decírselo en cuanto volviera.

    Durante todo ese mes ensayé las frases que la convencerían, y practiqué por las calles, como un loco que habla solo, la entonación que la derritiera en mis brazos. (Mmm… la tengo demasiado vista esta metáfora) En su ausencia, (quitaría esta coma) me sentí rico en dolidas horas interminables, (quitaría esta coma. En cuanto a “dolidas horas interminables”, me parece sobrecargado) que sólo encontraban consuelo cuando salía a pasear con cualquier destino, y como por arte de magia (lugar común), acababa en su calle, pasando junto a su puerta y buscando como enamorado sabueso (no me gusta, suena arcaico) restos de su perfume, recuerdos de su risa y dejando mis pupilas colgadas de su ventana, deseando.

    A medida que se acercaba el día de su vuelta, mi decisión perdía fuerzas frente a la posibilidad de perderla (no sé si la repetición de este verbo es intencional) aun como amiga. Solo de vez en cuando, como un latido desacompasado, y sin más razones que el loco deseo de la felicidad plena, (recargado) volvía al punto uno de las prioridades con tal energía que pareciera caminar dos kilómetros delante de mí (No entiendo). Un minuto más tarde, la afilada aguja del miedo pinchaba otra vez el globo de mi deseo. (Me parece que este juego de imágenes viene a complicar la cosa, es un modo rebuscado de decir que el miedo lo punzaba. Lo mismo con el óxido del tiempo y el colchón de los sueños. Fijate que en una misma frase estás usando dos construcciones iguales, probablemente sea eso lo que me llama la atención y me jode: óxido del tiempo / colchón de los sueños; aguja del miedo / globo del deseo) Trabajando en este dilema, esa tarde del 20 de Enero (enero) mientras volvía sucio y cansado a casa (supongo que la mugre no es por trabajar tanto en el dilema… Una bromilla, no la tomes a mal), dando un rodeo por su calle, vi clara la señal que acabó con mis dudas. De su ventana, de las hasta ahora solitarias cuerdas del tendal, algunas blusas, señales de su presencia, desde que me vieron, infladas por el viento agitaban las mangas en una clara danza de alegría (otra de esas figuras de las que hablaba. No sé cómo se llama este recurso, espero que me entiendas lo que te señalo. Están buenas, aunque conviene no excederse en el uso, porque se nota que es un recurso).

    Me duché dos veces, el pánico hace sudar. Repasé mentalmente, y en voz alta, (las dos comas se pueden retirar) las frases ensayadas, y hasta sus respuestas. Todos los pantalones tenían algún fallo, y acabé volcando el armario sobre la cama prenda por prenda. Nada era lo bastante bueno, y ante la vista de mercadillo de mi habitación, desechaba los planes.

    Pero al menos tenía que verla… y hablarle… y decírselo.

    Fui a la floristería de la esquina, como no me decidía busqué el consejo de la dueña y compré un ramo que regalé a un cubo de basura dos calles más allá. Compré bombones, un globo, un libro, una tarjeta, y como amapolas arrancadas de entre el trigo (trabalenguas), en pocos minutos los regalos perdían su brillo, su esencia y sintiéndolos indignos para ella, los di a aquellos con los que me cruzaba. (Esto me gusta, quizá porque no lo veo como lo que es, una metáfora, sino que visualizo flores que se pudren, bombones que se llenan de gusanos. Imagino un microcuento en el que un muchacho no puede entregarle regalos a la novia porque se le echan a perder en el camino. No tiene nada que ver con tu cuento, fue sólo una ocurrencia) Con las manos desnudas y sabiéndome tonto, luchaba por que mi dedo temeroso tocara el botón de su piso en el portero automático. Como se negaba a hacerlo, como huía de él lo mismo que si se tratara de un dragón hambriento, sin previo aviso y por sorpresa, cambié de dedo.

    — ¿Sí?— Mariposas en el estómago

    —Soy yo — No tengo aliento ni para dos palabras.

    Aquel día descubrí que las escaleras desgastan la memoria, en cada peldaño que subía, un trozo de mi texto ensayado se quedaba prendido, en los balaustres se enredaban algunas frases, (Genial, otro minicuento: cuando el personaje llega al rellano, ya olvidó lo que iba a buscar) y así llegué arriba, me detuve frente a la puerta con las manos vacías, sin memoria, y delante de otro timbre amenazador. Por suerte ella abrió sin que tuviera que llamar.

    —Hola— Mariposas en el estómago.

    —Hola— Y como no supe continuar, y como tuve miedo de que ella dijera algo que me quitara el valor, tapé su boca con la mía.

    Desde poco tiempo después, a veces, desde el tendal de esa que ahora también es mi ventana, nuestras camisas, infladas por el viento o llevadas por la alegría de estar juntas, al igual que nosotros, bailan entre sábanas.

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  4. No hace mucho mis amigas y yo —éramos cinco en total— almorzábamos en la vereda de un restaurante en Buenos Aires. Era un mediodía otoñal, cálido y sin viento; de esos que uno quisiera pintar para guardarlo intacto. En mitad de la charla llegó un muchacho de unos treinta años y se instaló en una mesa cercana a la nuestra. Llevaba un enorme ramo de flores. Luego de sentarse, acomodó con delicadeza el ramo sobre la silla de al lado, de manera que ya no resultaba fácil verlo. Al ramo, digo.

    —Chicas, tenemos novela.—dijo una de nosotras.

    —De acá no me muevo hasta no verla a "ella" —subrayamos, varias.

    Y ahí nos quedamos, compartiendo una larga sobremesa; la charla hacia cualquier lugar pero sin dejar de turnar el rabillo de nuestros ojos hacia quien empezamos a llamar “el enamorado”, que consultaba el reloj a cada rato.

    “Ella” llegó bastante después. Él la recibió con luz en el gesto, en la sonrisa, en la mirada. Nuestra charla se paralizó. La que estaba sentada de manera tal que no necesitaba volver la cabeza para observar, había sido designada vocera de los acontecimientos; nos relataba los pormenores, digamos.

    Qué desilusión.

    Él le dio las flores. Ella las echó casi sin verlas —porque mirar las miró pero no las debe de haber visto, aseguró nuestra vocera— , después de un gracias opaco, indiferente, sobre otra silla.

    Era fea, ella. O nos pareció. Lo digo porque seguro que a alguien se le ocurre preguntar sobre esta irrelevancia (je). En esto de la fealdad coincidimos todas, porque al levantarnos de las sillas caminamos hacia aquella mesa, como quien no quiere la cosa. O sea que la vimos. Recuerdo que nos pasamos un buen rato conjeturando hipótesis. (Y para qué negarlo, relamiéndonos las ganas de que alguien nos esperara en algún lugar, con un ramo de esos. O sin ramo, añadiría una de mis amigas.)

    Bueno, cuento la anécdota porque al leer tu cuento, Pedro, llegué hasta allí otra vez. Ya me había olvidado. No de aquella tarde, sino de esa anécdota.

    Ay, el amor y sus bemoles.

    “Mi ventana” describe los momentos previos a una declaración de amor. El enamorado cuenta sus estrategias, sus miedos, sus irracionalidades hasta llegar al beso que sella el principio de un final feliz.

    Me pregunto sobre las edades de los personajes. Al comenzar la lectura pensé que él era muy joven, seguro por sus actitudes temerosas e inseguras. Pero después se fue a vivir con ella así que me dije: debe de ser más grande. O quizá ella sea más grande y él un incipiente.

    Me parece bien escribir sobre temas que a simple vista parecen agotados, como ejercicio. A ver si en una de esas se nos ocurre otra manera. El texto creo que es débil, no sacude, no es distinto a otros. “El arte tiene que sacudirnos”, dice Griselda Gambaro en una entrevista que leí no hace mucho. Y agrega por allí: “si mi trabajo tiene una finalidad es remover lo estructurado, lo acomodaticio, la costumbre...”

    En cuanto a la forma, encontré algunas cositas para señalar. En general coincido con lo que dijeron otros compañeros:



    Fue durante el mes de sus vacaciones, que como un guardián diligente, patrullé por su calle. Y mis ojos, desobedientes de lógica (¿?), se alzaban esperanzados a las hojas de su ventana, buscando un movimiento, un destello de luz que indicara su vuelta y el fin de mi tristeza. (Me gustó “las hojas de su ventana”)

    “Por que la quería” (Porque)

    “Yo lo sabía, y el resto de mis amigos y todo aquel que me viera mirarla, y el camarero que nos traía las hamburguesas, y la dependienta...” (Ese “todo aquel que me viera mirarla” incluye a los que vas a enumerar después; por lo tanto creo que lo correcto sería “y todo aquel que me viera mirarla: el camarero que nos traía las hamburguesas, la dependienta...” y así)

    Ignorancia no, más bien indiferencia. Ya lo dijeron en otros comentarios.

    Lugares comunes: “derritiera en mis brazos”; “por arte de magia” ; “sin previo aviso” ; “mariposas en el estómago”.

    “y sin más razones que el loco deseo de la felicidad plena” (Hombre, el loco deseo de la felicidad plena es el deseo del mundo; en un campeonato de deseos ocuparía el primer lugar, lejos. ¿No? Ese “sin más razones” lo contrae, creo. Se trata de la razón, el leit motiv de cada mortal.

    “—Soy yo — No tengo aliento ni para dos palabras.” (¿Presente?)



    “Desde poco tiempo después, a veces, desde el tendal...”



    Me gustó:

    “la afilada aguja del miedo pinchaba otra vez el globo de mi deseo”



    “compré un ramo que regalé a un cubo de basura dos calles más allá.” Flores en la basura. Flores frescas, recién compradas, pero en la basura. Lindo tema para un ejercicio, ¿no?



    Conclusión: Me gusta leerte, Pedro. Escribiste textos muy buenos, mejores que este, pero vale el intento. ¡Gracias!

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  5. No quiero que Pedro se moleste si digo que este es el cuento suyo que menos me ha gustado. Pero he leído ya suficientes cuentos suyos para saber cómo escribe, y creo que está fuera de toda duda que me gusta cómo lo hace. Este cuento me llama la atención porque tiene una redacción distinta a los otros que conozco. ¿Es un cuento de juventud?

    Probablemente la historia no me gusta porque me parece demasiado sentimental, aunque esto es una apreciación muy subjetiva. Me pregunto cómo es el narrador en el momento de contarnos su pasado, debo suponer que es un tipo lo suficientemente adulto como para vivir con una mujer. ¿Y cuántos años tenía en el momento en que ocurrieron los hechos?, pues los suficientes para poder comprar un ramo de flores, y para irse a vivir con la chica, ya que el narrador dice que sus camisas ya bailaban en las cuerdas de la casa de ella «desde poco tiempo después». Pues bien, a mí me parece que la turbación del narrador ante ese amor tan platónico parece propia de un adolescente ingenuo, de un chaval muy joven. Así que no me casa que la historia se resuelva tan de improviso con beso y convivencia. Es como si el chico que vigila la casa y el que sube las escaleras fueran dos personas distintas, o una persona con muchos años entre una y otra escena.

    El otro aspecto que no me gusta es más fácil de presentar. Y creo que tiene que ver mucho con las comas. Pedro (pero ahora sé que lo ha hecho a propósito, por lo tanto no me hará mucho caso) se ha empeñado en cortar en segmentos el texto, y con ello impide (me parece a mí) muchas veces que la prosa tome carrerilla y vuelo; es como un ensayo de orquesta interrumpido continuamente por el director. Por ejemplo, si dice: «Me duché dos veces, el pánico hace sudar. Repasé mentalmente, y en voz alta, las frases ensayadas, y hasta las respuestas», está dándonos casi un telegrama. Se puede prescindir de todas las comas y la cosa irá más suave. ¿Qué tiene de malo esto: «Repasé mentalmente y en voz alta las frases ensayadas y hasta las respuestas»? La gran cantidad de comas que hay en el texto nos presentan a un narrador puntilloso, que precisa continuamente, pone paréntesis, un narrador que quiere ser exacto; pero lo que nosotros esperamos en este momento es un narrador enamorado, romántico, un tipo arrebatado, como nuestro vecino Jacinto, que nos cuenta con los ojos brillantes sus progresos con la del tercero. Nuevas interrupciones por las comas: «Y cada día, mientras caminaba al trabajo, construyendo sueños, embriones de futuros idílicos, acumulaba fuerzas para decírselo en cuanto volviera».

    Otras comas no es que sobren, sino que podrían colocarse mejor. Un ejemplo: «Fue durante el mes de sus vacaciones, que como un guardián diligente, patrullé por su calle». En esa frase hay un paréntesis que se sustituye con comas: “como un guardián diligente” (es la manera de patrullar), de manera que tendría que ser esa frase la que quedara encerrada por comas. De todos modos, ya lo dijo Elena, la expresión “fue que” es poco española.

    Hay dos renglones alicatados de gerundios. De los gerundios merece la pena huir: unas veces porque se usan incorrectamente (“dos aviones chocaron en el aire, muriendo sus ocupantes”), y otras porque el sonido de varios gerundios vuelve la narración árida: «pasando junto a su puerta y buscando como enamorado sabueso restos de su perfume, recuerdos de su risa y dejando mis pupilas colgadas de su ventana, deseando». O cuando dice: «Trabajando en este dilema, esa tarde del 20 de Enero, mientras volvía sucio y cansado a casa, dando un rodeo». Casi siempre, el indicativo puede sustituir al gerundio y la frase gana en frescura.

    Otras veces la redacción, mientras que va a la búsqueda de un efecto estético, consigue casi lo contrario: complicar la prosa hasta hacerla difícil de digerir: «Como se negaba a hacerlo, como huía de él lo mismo que si se tratara de un dragón hambriento, sin previo aviso y por sorpresa, cambié de dedo». Es curioso que introduzca seis palabras (lo mismo que si se tratara) para evitar decir una (como). Y esto ocurre, me parece, porque ya no podía abusar de esa palabra, puesto que había dos comos que la precedían; pero esas seis palabras vuelven morosa la frase, eso sumado nuevamente a la política de comas, que la corta en compartimentos estancos. ¿No quedaría más suelto así: «Pero se negaba a hacerlo, huía de él como de un dragón hambriento. Cambié de dedo»?

    Hay señal/señales , la memoria/sin memoria y desde poco/desde el tendal demasiado cerca.

    Por fin (y esto me parece uno de esos cimientos sentimentales de los que hablé ayer, y por lo tanto supongo que no se va a cambiar), no me llega la repetición de “Mariposas en el estómago”; no me parece bonito repetirlo.

    ¿Te gusta Javier Marías?

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  6. Un cuento romántico con protagonista masculino. La verdad es que no soy adicta a este tipo de lectura pero encuentro que es un buen ejercicio escribir sobre lo que ya se ha escrito tanto, aunque en ese caso el reto es no usar frases trilladas y aportar algo nuevo. Ya te han dicho que está lleno de bellas imágenes, yo diría que incluso demasiado. Da la sensación que el autor ha hecho un esfuerzo para resultar poético.

    Sí que nos transmites el nerviosismo del protagonista, el sinvivir de su amor no correspondido que se acrecienta cuando ella regresa y él llega a su puerta. Coincido con los demás en que las comas ralentizan el ritmo de ese corazón palpitante. Además falta algo al final: ¿qué es lo que le hace cambiar de dedo? ¿besarla? y a ella ¿qué le hace aceptarlo? De ella sólo sabemos que “le ignora” (algo no creíble cuando todo el mundo lo sabe. Si insistes en que le ignora en vez de mostrase indiferente tiene que haber algo que nos lo haga creer. ¿Era tan y tan fea como para ignorar que pudiera creer que la amara?

    pasear con cualquier destino (¿es correcto?)
    frente a la posibilidad de perderla aun como amiga ( prescindiría de “aún”)
    — ¿Sí?— Mariposas en el estómago.
    —Soy yo — No tengo aliento ni para dos palabras.

    Tengo una duda. El primer sí lo dice ella, entonces lo de las mariposas en el estómago ¿no debería ir en la siguiente línea?
    huía de él lo mismo que si se tratara de un dragón hambriento (aquí un poquillo exagerado ¿no?)

    Un abrazo y hasta tu próximo cuento,
    Montse Villares

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