martes, 1 de noviembre de 2011

El viejo de la bolsa


Antonio Varela

          La cosa empezó cruzada. El no tenía que estar ahí, nunca llevaba al Dominguito a la escuela.  La señorita no tenía que estar tampoco, entendió mal cuando se presentó al cargo, que era otra escuela y tomó cuarto grado en un pueblo a 53 K de su casa, en una suplencia de dos meses largos… que  recién empezaban.  Dos de los Costa (Facundo y el Saña) se habían pasado y esta seño Patricia declamaba ostentosamente por las buenas costumbres, que se habían perdido en “esos lugares olvidados de Dios”, parecía. Era toda una suma de lo que no tenía que ser.
          Se fue a casa rumiando en cómo darles una lección. A ellos y muchos… En realidad, lo sentía casi como un deber. Los vecinos lo saludaban al pasar. El respeto se lo había ganado con los años. Marzo. Primer semana de clases.  En el aire se  palpitaba el regreso de los corsos.  Y como un saludo trajo una idea y una idea trajo a la otra, se decidió por los sustos a la antigua. Apuró el tranco. Si no, literalmente, se le venía la noche.
          Busco en las cajas viejas del galponcito. A su mujer le dijo que estaba ordenando. Bombacha gaucha, boina y faja deshilachada, recuerdos del Tata, que dios lo tenga en la gloria. La camisa blanca la sacó de la soga;  el rebenque, regalo de un comisionista  de Olavarría. Metió todo en una vieja bolsa de papa y lo cargo en el asiento de atrás del auto.
          Comió abundante y lo regó con un vaso de tinto. Siesta, obligada. Como el calor apretaba, salió derecho en alpargatas. Se despidió de su mujer y Domingo le hizo prometer que iría al corso, aunque sea un rato. La tarde se hizo rojiza. La música, las luces, el aire caliente del  viento norte invitaban una cervecita. Autorizó y la pagó de su bolsillo, es más. Que entre tres no era nada una botella. Cuando se iban, les recomendó prestar particular atención a los excesos, que después todos hablan de eso.
          Esperó unos quince minutos antes de salir, en el camino pasó por el quiosco grande y compró una careta de vieja o bruja, vaya uno a saber. Se cambió en el auto. Alpargatas, bombacha, faja, careta y boina. La camisa era media finoli... y pesada. Seguro de invierno. Estaba jugado ya. La revolcó un poco en la tierra y se la puso... la bolsa no le gusto como quedaba. Muy sosa, vacía y liviana. Le metió toda su ropa de fajina y se quedo conforme. Calzó el rebenque en la muñeca. Listo, de noche todos los gatos son pardos.
          Cuando llegó, alguno lo miró raro. La magia del corso es adivinar quién está detrás y los tenía a todos en ascuas al parecer. A Don Francisco, el del reparto, lo saludo con una pequeña reverencia, manito en boina… Nada. Al agente Tolosa le revoleó el rebenque que maestría campera, adquirida en los tiempos que vivió en Nueva Roma, por el ’85. Le repicó en el asfalto, como retándolo. Sin perder la sonrisa, el pibe con la izquierda le hizo “ojo”, mientras como al descuido apoyaba la derecha en la reglamentaria. El viejo hizo aspavientos con los brazos y reculó con la batalla perdida. A unos metros vio a la patrona. La prueba de fuego. Ya alguno había dicho “¡Mirá, el viejo de la bolsa!”. Lo agarró distraído. “¡¿Usté… la hace caso a la Mama?!”. Sin soltarle el brazo amagó abrir la bolsa. Rosario se lo sacó de un tirón y apretó a su hijo que casi puchereaba. Largo una risotada forzada y siguió camino. Si se daba vuelta le pareció que se descubría. Y faltaban los Costa. A un muchachón le dio con la bolsa y la quedó picando el lomo.” ¡Busca un laburo, che!”. Una máscarita de Menem le convido vino riojano en bota. Por allá corrió a una muchachita que escapaba de su madre. “¡Desorejada!”. Otro grandulón para que no lo llevara le convido una cerveza… la impunidad del disfraz pudo más. Amén del calor. La camisa se le pegaba al lomo. Cuando encontró a Panchi Costa le reclamó por el estudio, mientras tironeaba de su pierna izquierda. Lo rescató una vecina que le dio un carterazo. Al rato lo llenaron de espuma hasta el caracú. Parece que alguien probó el rebenque. Dos eran padres de la cooperadora. A la hora ya había tomado más cerveza que en Navidad. Lo dicho, el calor pudo más.
          En eso, el agente Tolosa se le paró al frente y le dijo sin más, que se había pasado "dos pueblos". El sargento Iturbe tenía cara de golpe inminente. Y lo cercaba por siniestra. Traía el bastón camuflado, apoyado en la pantorrilla. Que se lo había enseñado él mismo hace muchos años. Más atrás el Saña Costa tiró un globo de agua, con tanta suerte que le pegó a Iturbe en la nuca. Un crió incorregible. Empezó a hablar el rebenque. No se podía sacar la careta y si lo arrinconaban le daban la tunda de su vida. “Nos vas a tener que acompañar, el comisario Cosme quiere verte”. Retrocedió a bolsazo limpio. Ganó la vereda y se trató de perder entre la gente. Las viejas lo señalaban y los muchachitos lo empujaban. Cuando se vio perdido, les enfrentó cara (careta) y les dijo que él iba solo. Los mantuvo a distancia las siete cuadras hasta el destacamento. Donde cruzaron la puerta Iturbe sacó la nueve. Lo miró serio el “Viejo de la bolsa”, balanceándose. “Ahora vos te pasaste… ¡Tres pueblos!”, dijo con voz cascada. Tolosa abrió el calabozo. “Que lo arregle Don Cosme”, sentenció. Cerraron y se fueron.
          Los primeros minutos se quedo sentado, quieto, recuperando aire y conciencia. Abrió la bolsa y del pantalón sacó las llaves. Con algo de esfuerzo, abrió la celda. Se cambió tranquilo y sin apuro. A la cascara del viejo de la bolsa la dejó acostada en el calabozo. Se lavó la cara, calzó el quepi y salió para el corso. Don Cosme se lo había prometido a su hijo.                                        

2 comentarios:

  1. comento el viejo de la bolsa
    de antonio


    En este cuento se percibe la historia, es correcto el planteo y el desarrollo, pero falla en la construcción de algunas frases. Y siento que es a causa de la intención de Antonio de respetar este lenguaje muy pero muy coloquial, sin incluir pequeñas adaptaciones que lo recreen para convertirlo en más legible, o entendible.
    No critico este lenguaje, al contrario, me gusta demasiado y también reconozco que me tuvo cautivo de su uso.
    Un mérito del cuento -lo considero como acertado recurso narrativo del autor respetando la escencia de lo coloquial- es la forma de ir presentando datos que, aparentemente, dificultan la comprensión del texto, pero siempre aparece por ahí el eslabón que permite comprender, relacionar y armar el escenario que nos cuentan, y disfrutar de este juego que nos proponen.
    Sin embargo, hay algunas situaciones que quedan colgadas, que no se entienden, como en los otros casos uno espera que se aclare, pero aquí no sucede. No se repite en exceso, pero dificulta la comprensión y desmerece al relato.
    Marco estas acotaciones sobre el mismo texto, más abajo.

    Otra cosa.
    La seguidilla de frases cortas. Lo considero acertado como un recurso para remarcar algo, para insistir, para acelerar, para frenar, para protestar, o cualquier otra posibilidad. Y en estos casos siempre hay un ritmo narrativo que lo encadena.
    No sucede en muchos partes de este cuento. Quedan como frases cortantes, aisladas, a pesar del entorno temático. Son hachazos, uno atrás de otro, pero sin ritmo. No toleran ser leídos en voz alta intentando darle tono y continuidad a la lectura.
    Este es el párrafo en el que más se nota, más que narrativa parecen versos de un poema surrealista.

    A ellos y muchos… En realidad, lo sentía casi como un deber.
    Los vecinos lo saludaban al pasar. El respeto se lo había ganado con los años. Marzo. Primer semana de clases. En el aire se palpitaba el regreso de los corsos. Y como un saludo trajo una idea y una idea trajo a la otra, se decidió por los sustos a la antigua. Apuró el tranco. Si no, literalmente, se le venía la noche.

    Bueno, Antonio, te dejo algunas otras anotaciones sobre el texto.

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  2. El comienzo es enrevesado, hay que leerlo varias veces para descifrar algo. Pensé que la protagonista sería la maestra, pero es ese otro personaje, anónimo, que luego resulta ser el comisario Cosme. No sé por qué no se dice de entrada que el sujeto es Cosme. La idea del cuento es buena, pero me queda una sensación de desorden, de falta de claridad. A la segunda lectura uno ya entiende, pero es tarde, hay lectores que no abordarán una relectura. No sé qué significa “pasarse dos pueblos”.



    La cosa empezó cruzada. El no tenía que estar ahí, nunca llevaba al Dominguito a la escuela. La señorita no tenía que estar tampoco, entendió mal cuando se presentó al cargo, que era otra escuela y tomó cuarto grado en un pueblo a 53 K de su casa, en una suplencia de dos meses largos… que recién empezaban. Dos de los Costa (Facundo y el Saña) se habían pasado [más detalles, sería bueno saber qué cagada se mandaron, como para justificar un castigo] y esta seño Patricia declamaba ostentosamente por las buenas costumbres, que se habían perdido en “esos lugares olvidados de Dios”, parecía. Era toda una suma de lo que no tenía que ser.

    Se fue a casa rumiando en cómo darles una lección. A ellos y muchos… En realidad, lo sentía casi como un deber. Los vecinos lo saludaban [pensé que el sujeto era la señorita] al pasar. El respeto se lo había ganado con los años. Marzo. Primer[a] semana de clases. En el aire se palpitaba el regreso de los corsos. Y como un saludo trajo una idea y una idea trajo a la otra, se decidió por los sustos a la antigua. Apuró el tranco. Si no, literalmente, se le venía la noche.

    Busco [Buscó] en las cajas viejas del galponcito. A su mujer le dijo que estaba ordenando. Bombacha gaucha, boina y faja deshilachada, recuerdos del Tata, que dios [Dios, con mayúsculas, porque es nombre propio] lo tenga en la gloria. La camisa blanca la sacó [descolgó] de la soga; el rebenque, regalo de un comisionista de Olavarría. Metió todo en una vieja bolsa de papa y lo cargo [cargó] en el asiento de atrás del auto.

    Comió abundante y lo regó con un vaso de tinto [Es una expresión rara, no sé si es correcta. Yo diría que comió abundante y regó el estofado con un vaso de tinto]. Siesta, [chau coma] obligada. Como el calor apretaba, salió derecho en alpargatas. Se despidió de su mujer y Domingo le hizo prometer que iría al corso, aunque sea [fuese] un rato. La tarde se hizo rojiza. La música, las luces, el aire caliente del viento norte invitaban una cervecita. Autorizó y la pagó de su bolsillo, es más. Que entre tres [cacofónico] [¿quiénes eran los otros?] no era nada una botella. Cuando se iban, les recomendó prestar particular atención a los excesos, que después todos hablan de eso.

    Esperó unos quince minutos antes de salir, en el camino pasó por el quiosco grande y compró una careta de vieja o bruja, vaya uno a saber. Se cambió en el auto. Alpargatas, bombacha, faja, careta y boina. La camisa era media finoli... y pesada. Seguro de invierno. Estaba jugado ya. La revolcó un poco en la tierra y se la puso... la bolsa no le gusto como quedaba. Muy sosa, vacía y liviana. Le metió toda su ropa de fajina y se quedo [quedó] conforme. Calzó el rebenque en la muñeca. Listo, de noche todos los gatos son pardos. [¿A qué viene este refrán?]

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