lunes, 14 de abril de 2014

Ejercicio de abril

USO ABUNDANTE DE ADJETIVOS

AMOR DE VERANO

por Mirta Leis

Eran las tres de la tarde cuando te vi pasar. Los dioses del Olimpo se sentirían envidiosos de tu apolíneo cuerpo. La bermuda verde  dibujaba con precisión cada una de las líneas armoniosas de su increíble y armoniosa figura masculina. La redondez de las nalgas, firmes y torneadas, atraía las miradas de las muchachas que, cual lagartos, adoraban al rey sol sobre la dorada y fina arena de la playa.
Todo él era perfecto: su boca, la insipiente barba, el suave cabello y aquellos ojos, de un profundo color café, que estaban al desnudo bajo los rayos del astro rey, que a esa hora de la siesta, parecía brillar mucho más que de costumbre.
Sentía la fresca caricia de las olas con su inquieto ir y venir meciéndome las pernas. El viento había cesado en su desbocada y loca tarea de derribar las verdes hojas de los árboles de verano y se empeñaba en enmarañar mis lacios cabellos rubios.
Por un instante su mirada errante se posó en mis ojos; casi sin aliento sonreí feliz.
La huella de sus pasos sobre la arena mojada marcaba el magnífico sendero dorado de mis sueños: avanzaba hacia mí.
Un torbellino de sensaciones se apoderó de mi cuerpo y puso mis sentidos en estado de increíble éxtasis…venía directo hacia mí. De pronto, el agua antes fresca, parecía bullir sobre mis piernas, una agradable caricia etérea sacudía mis entrañas erizándome la piel de pies a cabeza. Me miraba a mí, yo era Eva, la única mujer, la imagen de la seducción y el pecado.
Cada vez estaba más cerca; pocos pasos me separaban de la gloriosa dicha de entablar un amistoso diálogo con el hombre de mis sueños, con el príncipe encantado de la playa, con el apuesto ejemplar de Adán.
Cerré un instante los ojos para tratar de contener mis insaciables deseos y concentré mis sentidos a la espera de sus  primeras palabras…

-Perdón-me dijo al rozarme el costado izquierdo empujado por una ola. Temblé, y en el mismo instante en que iba a contestarle con mi mejor sonrisa, sus manos, de delgados dedos bronceados, se perdieron sobre el largo cabello rubio del muchacho de zunga azul que estaba justo a mi lado.


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