miércoles, 16 de abril de 2014

Ejercicio de abril

Consigna: "Escribamos un texto en el que los adjetivos empalaguen. Un texto en el que, incluso el autor, que normalmente es el crítico más ciego, reniegue de semejante escrito".

INQUISICIÓN   INOFICIOSA
por Graciela


En  forma inesperada, imprudente, el infractor realiza una brusca maniobra sin poder evitar el impacto. Impávida ante semejante incompetencia solicito su identidad para el seguro. ¡Irreflexivo! -lo increpo.
                     -¡Que inconveniente!-pensé. Bueno, al menos salí ilesa…Aunque, a  pesar de  todo, no pude menos que pensar en la muerte y hasta pude verme: inerte, exánime, inmóvil; tal fue el julepe que me produjera  la ineficacia del infeliz individuo.
                   La impacción me llevó a idear algo  insólito, sobretodo viniendo de mi, siempre tan  inalienable. Haría una encuesta de opinión: ¿que ven cuandome ven? Saber irrevocablemente qué se pensaba sobre mí. Y luego, cuando la parca me volviera incorpórea, impalpable: develar la incógnita: Quién es quién.-
      Inaudito, aunque probable, pensé. Estaba convencida de que a solas, aquellos intrigantes que dicen conocerme  emitirían sin dudarlo, variadas injurias sobre ésta (la que suscribe) ilustre incrédula.
               Aunque impensado y  mediante una indagación, conocer  quien soy para los otros, mis iguales, me provocó una cierta hilaridad. Y aunque al principio lo desechépor irrealizable y quimérico,  impetuosa como siempre lo he sido, imprimí un modelo con interrogantes: debían calificar la importancia, la influencia que ejercía sobre aquellos inimitables desconocidos. Me creía  impoluta, dando siempre  una
imagen que consideraba inmaculada, digna de imitar… Modelo ideal para mi  progenie imberbe. ¡Un ídolo!
¡Qué ilusa! Desde la considerable altura de mi inanidad, ignoraba que estaba saltando al vacío.
Interesantes, jugosas las  respuestas  cosechadas. No tan lejanas de lo esperado: Impecable, dijeron. Intachable. Imponderable. Inobjetable. Sólo algunos de los adjetivos impartidos. Serena, imperturbable, recogí las impresionantes respuestas y regresé impertérrita a mi Imperio.
          El tiempo, impiadoso transcurrió, incalculable.
          Un día, para mi infortunio, hube de morir.Inconsolable, traté de resistirme. La excusa era que dejaba la tarea incompleta. Pero, la partida estaba dispuesta.  ¡Inclementes, inhumanos! – me desgañitabaqueriendo impugnar la decisión.
Incuestionable. Un virus infeccioso,  incurable, incursionó en mi sangre y poco me permitió indagar. Inabordable como siempre se supo que lo era: la parca me llevó.  Sentí tal impotencia contra la inesperada, aunque la seguí, qué insultos injuriosos salían de mi boca, impuros, inadmisibles aún para mi, siempre tan imparcial.  Hasta llegué a ofrecer  incalculable efectivo por su indulgencia. Imperturbable, harta quizás de esta rutina, sólo me llevó.- ¡Ignorante, iletrada!-vociferaba: ¡todo lo que podrías hacer con mi inestimableoferta!
          Apenas un gesto fue necesario en la inescrutable expresión de la imperecedera,   para  que recuperara la compostura.
           Acostumbrada como estaba a proteger  mi imagen por el que dirán, aunque irreverente, le di la espalda, impetuosa aún, queriendo importunarla. Impasible, me señalo hacia abajo.
          Inequívocamente  era yo. O lo que quedaba de mí. En un triste cajón impostor, burda imitación del mejor cedro: yacía la que en vida tuviera tan buenosinformes  ¡Infernal! Parecía estar recitando mi propio epitafio. Quise ingurgitar y no encontré saliva. Me sentí insulsa,  en inferioridad de condiciones. ¿O sólo fue otro intento infructuoso de vilipendiar el poder de la pariainmisericordiosa?
          Me las ingenié para  introducirme silenciosamente entre el gentío que asistía a mi propio velatorio. ¿Silenciosamente? ¡Ingenua! ¿Quién podría oírme? Un influyente ejecutivo itálico con el cual había tenido un ígneo romance, contaba con ínfulas,   detalles sobre el lecho compartido. ¡Infundio! grité sin sonido al infame, rememorando inerme lo inepto de su desempeño.
Por allí, sentada con café en mano, que indubitablemente saldría de mi peculio, una cliente, Inesita Ilbamonte se ufanaba incansable de haberme conocido, mientras relataba feliz una serie de inmerecidos ilícitos ¡Innoble! Ella era la inmoral, la que inmóvil repetía  como en  letanía cuando iba a reclamar algún pago:¿podrásvolver?, hoy le aboné al Ingeniero Iriarte, ¡Imbécil, imbécil de mí que mostraba indulgencia!

  Vivimos de miserias, según afirma  JulioLlinás. Miserias.  Esas mínimas complicidades que nos vuelven tan viles… ¡Y sólo eran dos de los que participaron gustosos  del infrugífero cuestionario!
¡Basta! me dije reconociendo por fin, mi innegable inexistencia.  Inmediatamente salí de aquel sitio inmundo del que gracias a alguien mehabía podido inmolar. Agradecí  a la inmortal por darme la oportunidad de aquietar la necesidad de inquisición inoficiosa.
Esta suerte de insólito vehículo insustancial que me transportaba me estaba gustando. Esta condición de novedosa inmaterialidad sin exigencias: interesante.
          Ingrávida y algo relajada, amagué un bostezo  y decidí integrarme. Inútil insistir. Por hoy ha sido más que suficiente.
Interminable.

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