La lluvia
Por Pedro Conde
Con seis años ya era un maestro en la ciencia del escamoteo. Sus
pies, poseedores de una costra de roña que contrastaba con las plantas, tenían
la virtud de llevarlo, como por arte de magia, allá donde hubiera algo de
valor, y, debido seguramente a ese mismo arte: la magia, ese algo desaparecía
por el agujero de su boca o en sus bolsillos, en los cuales, al registrarle
buscando las pruebas del robo, por aquello de la pobreza y de no querer
ostentar posesiones indignas de su clase social, solo encontraban más agujeros.
En la cara siempre tenía una sonrisa. Le faltaba una paleta de
leche que abandonó su sitio a causa de la lluvia de tortas que le propinó un
vendedor en su frustración por no encontrar el objeto del que le acusó haberle
robarle en la plaza del mercado. Su
encía aún no había fabricado el repuesto.
Aquella mañana de noviembre, cuando en el cielo se abrieron las
compuertas de la lluvia al rasgarse en líneas de fuego, como rayos, las nubes, ocultándose
en la desbandada generalse apropió de dos manzanas y un trozo de queso. Luego,
imitando a la gente en sus carreras, agachó la cabeza tratando de cubrirse de
la lluvia, y se fue a comerlos manjares bajo el puente que salvaba el paso del
río y le hacía las veces de casa con techo y sin paredes.
Después de la comida, de auténtico señor, y sin nada mejor que
hacer, pues el cielo seguía con la intención de deshacerse en agua, se arrebujó y
amodorró con el repiqueteo de las gotas sobre la tierra, los árboles y
el río, y se quedó dormido.
Aquel año llovió como nunca. Y por tiempo permaneció la marca de
la riada en los arcos del puente, la misma riada que le despertó mientras le
arrastraba, golpeándolo y arañándolo con las ramas de los árboles que había
arrancado de las orillas en su avance. Hasta varias horas después no supo
discernir sueño de realidad. Sí estaba seguro de que aquello era pesadilla,
pues no importaba para sufrirla el estar dormido o despierto.
Tragó agua y barro, y recibió más golpes que los que pudieron
propinarle una legión de mercaderes. La sonrisa desapareció de su cara y los
bolsillos se llenaron de tal cantidad de líquido que los agujeros no daban
abasto a drenarlo. Ahora podemos decir que fue fruto de la casualidad. ¡Un
milagro!, dirán los creyentes; ¡Una mentira! los incrédulos; el caso es que un
par de kilómetros más abajo, en un codo, el río le escupió como quien escupe un
resto de comida de entre los dientes. Arrastrándose, escalando el suelo con sus
manos, vomitando el queso y las manzanas, se alejó de la crecida y se
reencontró con su sonrisa, que durante días no pudo ocultar su procedencia del
miedo.
Se fabuló, en su historia contada y recontada al calor de los
hogares y chimeneas, que fue producto de esa magia que poseía para hacer desaparecer
las cosas, la que logró robarle su presa a la misma muerte. Se fabricaron
risas, como celebración a su aventura, con el chiste de que la Parca hizo desde entonces sus
encargos a base de navaja, pues hasta la guadaña le había robado.
(Este es un texto viejo. No sé por qué me
dio por pensar que sería más difícil quitar los adjetivos que escribir sin
ellos, y como a mí me atraen los retos… pues me puse a quitar. Ha sido difícil,
sin duda, hasta que te acostumbras a cambiar el adjetivo por sustantivos,
adverbios y demás. Aun así tengo que reconocer que resultan muy útiles, descriptivos (a ver si
no qué van a ser) y hasta necesarios (sin abusar, ¿eh?, que del vino también
dicen que una copita es buena para la salud). Como gran pérdida en esta poda
señalaría la sonrisa, que en el original era discontinua, por lo de la falta de
la paleta, y que no encontré forma aceptable de describir sin ese adjetivo.
Pensé, tras echar el primer vistazo, antes de quitar nada, que me quedaría un
texto en blanco y negro, pues tendría que eliminar al menos ocho colores que me
pintaban el cielo y las nubes, la costra de roña y las plantas de los pies, las
riveras y un montón de cosas más. No sé si es porque la
historia la tengo más que vista en mi cabeza que no los echo mucho en falta.
Espero que vosotros, los que no veis lo que yo veo, me aclaréis si tenía razón
en mis temores o no.)
Querido Pedro Conde: El texto está en clave de sorna. Creo que haberle y robarle es una errata de copia. Luego comerlos manjares... creo que cuando se trastea con textos más o menos literarios hay que tener cuidado y corregir antes de publicar.Lo dicho está en clave de humor. Parece un cuento de tradición oral. Aunque opino que aunque le hayas recortado los adjetivos es preciosista a rabiar.
ResponderEliminarDesde Alicante España un abrazo. María Isabel