martes, 15 de julio de 2008

La lotería de Norberto (ejercicio)

Norberto Zuretti

      —Pero sí, hijo, te digo que tu padre está aquí conmigo, los estamos esperando, bueno, ¿qué me decís vos?, vengan de una vez, hasta luego.
      — ¿Qué te dijo, Renata?
      —Ya están volviendo, están locos, dicen que nos dejemos de soñar, que ya vienen y hablamos.
      — ¿Qué dejemos de soñar, pero qué se cree este mocoso?, justo él que fue el primero en pedir el coche nuevo, que no joda.
      —Sigo anotando, el emepecinco para la nena, ¿emepecinco, no?, seguro, porque el emepecuatro ya es obsoleto, esas botas de cuero que me vuelven loca, tus lentes de contacto…, y la casa, la casa, Fermín, ¿una casa nueva?
      —Pero, claro, mujer, ¿cómo vamos a continuar en el departamento?, con todo ese dinero que ganamos este lugar nos va a quedar diminuto, sobre todo si dejo de trabajar en la concesionaria, ya me estoy imaginando la cara de Ruíz de los Llanos cuando se lo diga.
      —Y urgente otro coche para vos, una 4x4 último modelo, ¿la Hilux es la que te gusta, no?
      —Y una notbuc, de las más modernas, con guaifai y blutuz.
      —Una computadora nueva, de esas que hasta te hacen masajes y mimitos, con el monitor de plasma más grande que haya.
      —Un televisor elecedé de setenta pulgadas, un jomtiater, el sillón masajeador.
      —Y un celular de esos a los que puedo cargarle mil quinientas canciones, con auriculares inalámbricos y gepeese y alarmas que me hagan acordar hasta de dejar de soñar un poquito cada tanto.
      — ¿Una casa de fin de semana, te parece?
      —Por supuesto, Fermín, y en un cauntri, por la seguridad, a partir de ahora vamos a tener que andar con mucho cuidado.
      —Anotá también un coche para vos, Renata, sólo para vos, el 206 que tanto te gusta.
      —Huy, sí. Rojo.
      —Eso, un 206, rojo, full, con aire acondicionado y cristales polarizados y el mejor equipo de música, con control remoto.
      —Y no nos olvidemos, aire acondicionado central en la nueva casa, para todos los ambientes, hasta en el quincho y el lavadero y el cuarto de servicio.
      —En la del cauntri también, no va a ser menos que la otra.
      —Sí, para verano e invierno, así nos olvidamos de andar encendiendo y regulando estufas o desplazando los ventiladores.
      —Y las dos casas totalmente automatizadas, ya estoy harto de apretar fichas y botones, subir y bajar ventanas, prender y apagar las luces, correr las cortinas.
      — ¿Y algún coche para Florencia y Gerardo?
      —Para los chicos también, claro, no nos vamos a olvidar de ellos. Para Gerardo el Ford Focus con el que siempre sueña, a Florencia por ahora podríamos comprarle un ciclomotor. Anotá, anotá.
      —Seguro, por lo menos hasta que la nena sea mayor de edad. Ya lo pongo en la lista, y agrego el dinero para Gerardo así monta la empresita de edición de video.
      —Hablando de los chicos, ¿no te parece que están tardando demasiado?
      —Y, no sé, recién me dijo Gerardo que ya estaban regresando. Probablemente estuvieron los de la televisión, es un primer premio grande, andá a saber.
      —La casa nueva la compraremos con sótano, un sótano bien amplio y ventilado, así puedo traer una mesa de billar y aparatos de gimnasia e instalar un sauna.
      —Y te podés preparar un ambiente exclusivo para ver cine y los partidos.
      —Por supuesto, ya tengo en vista un proyector de video con una pantalla inmensa. ¿Te imaginás, Renata, una sala con paredes alfombradas y butacas reclinables con apoyapiés y bandejas removibles como en los aviones?
      —Fermín, ahora que somos dueños del mundo, ¿por qué me decís que compraremos una casa?, mejor contratamos a un arquitecto y la construimos como queremos, ¿no te parece?
      —Tenés razón, mujer, qué vamos a andar buscando acomodarnos en los deshechos de otros, además, mientras dura la obra nos vamos a recorrer España, a visitar a tus abuelos, si alguno queda vivo.
      — ¿Vos no tenías un pariente en Milán?
      —No, no era en Milán, me parece que Nápoles, una especie de primo de mi bisabuelo materno, debe tener cerca de ochenta años. Ponelo en la lista, no nos vayamos a olvidar de nada.
      —Iremos a Nápoles también, y por las dudas a Milán, y a la torre Eiffel, y a Londres.
      — ¿Y a Nueva Zelanda?, me muero por conocer la Polinesia y a esas tribus exóticas, maoríes o cómo se llamen.
      —Vamos a tener tiempo de recorrer el mundo y disfrutar, ya vas a ver.
      —Nos podríamos quedar un año en…
      —Esperá…, perdoname, ¿no escuchaste algo?
      —Me pareció que era la puerta, ¿Flor, Gerardo, son ustedes, volvieron?
      —Sí, pa, ma, ¿están sentados?
      —Claro, ¿qué pasa?
      — ¿Cobraron, les pagaron todo?
      —Ma, pa…
      —Vamos, chicos, cuéntennos de una vez, que no saben cómo estamos.
      —Escuchame, pa, ma, ¿ustedes se acuerdan bien el número?
      —Claro que sí, Gerardo, ¿qué pasa, hijo?
      —Es el 20837, lo sigo desde hace años, el mismo número que jugaba el abuelo, cómo no lo voy a recordar.
      —No…
      — ¿Cómo que no, querida?, quince años que todos los viernes compro el mismo billete en el local de Angelito, acá a dos cuadras, me vas a decir, vamos.
      —Vengo de Lotería y Casinos y…, mirá…, no sé cómo decírtelo, pero nos equivocamos, salió el 20387, apenas tenés el premio de la última cifra.
      — ¿Qué decís vos, me estás jodiendo…, che, nena…, me está cargando tu hermano, qué pasó, andá, decime?
      —Pa…, ma…
      —¡¡¡Neeeeeeeeeeeeenaaaaaaaaa…!!!

3 comentarios:

  1. Hay un buen manejo del diálogo en el cuento de Norber, le salió muy natural, pero le falta escenografía. En el cuento del fin del mundo eso no me pareció una carencia sino un recurso, una manera de contar sin entrar en detalles, la elipsis llevada al extremo. Aquí es distinto, tenemos el andamiaje y nos falta algo de textura, elementos de espacio. Yo agregaría una que otra cosa sin sobrecargar el cuento, ya que no conviene extenderse mucho, no conviene porque en definitiva es un chasco, un malentendido. La brevedad hace que ese desenlace sea bien aceptado por el lector, que no toleraría que se estirase mucho la cosa para darse cuenta de que al final todo se debió a un pequeño error.

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  2. Los padres creen haber ganado el premio de la lotería, hacen planes para vivir con desmesura ahora que son ricos. Los chicos han ido a la oficina de apuestas, a cobrar o a enterarse al menos. Desde allí han llamado por teléfono: más vale que no sueñen más, les dicen; que ahora regresan y les cuentan.
    Pero la pareja sigue soñando, hace montoncitos de dinero mentalmente, distribuye, compra, regala… Estamos tentados de pensar que son un matrimonio de ancianos, ya que han delegado en los hijos el trabajo de enterarse bien del asunto; pero resulta que conocen toda la nomenclatura de la tecnología, es decir, se mueven con soltura al otro lado de esa jerga que ha pasado a ser la frontera de la tercera edad. A mis años yo empiezo a sentir una imprecisa mezcla de desinterés e ignorancia con respecto al mando del televisor, no digamos con el mando del magnetoscopio. Estos viejos sin embargo hablan de algunos inventos que yo desconozco, por eso me desconciertan, no sé calcular sus edades.
    Qué maravilla poder entrar en un concesionario de automóviles de lujo y llevarse puesta una berlina más larga que un día sin pan, o una Hilux (qué cosa será eso) con tracción a las cuatro ruedas. Reconstruyo la frase anterior: «qué maravilla Poder» Y es que el dinero da exactamente eso: Poder.
    Los últimos mil ciento ochenta y ocho jueves de mi vida he tenido una razón para existir, una coartada para creer firmemente en algo. Los que no creemos en Dios necesitamos hacer gala de una fe inquebrantable en la Lotería Primitiva. Absolutamente cada una de las mañanas de esos mil ciento ochenta y ocho jueves he pensado cuidadosamente en qué iba a emplear el dinero que ganaría por la tarde, con una frialdad de contable de la Mafia, con una ilusión inquebrantable y renovada cada semana. El paso de los años no ha mermado mi confianza en morir rico, pero sí ha modificado, de una manera que ya quisieran conocer los psicólogos, mis prioridades. Si en mil novecientos ochenta y cinco lo primero que hubiera hecho es comprar una casa en París, otra en El Escorial, otra en Interlaken y otra en el Valle del Baztán, con un garaje cada una de ellas donde guardar un descapotable, en el año dos mil ocho ya le hago un mohín a los descapotables y a las casas de El Escorial, Interlaken e incluso Navarra. Ahora tomaría una casa en alquiler en París y otra en Cuzco, y compraría una berlina gris marengo sobria y fiable. Eso sí, la casa de Cuzco será un caserón colonial, de esos que ocupan toda una manzana en el centro de la Ciudad Imperial. ¿Por qué me he pasado con armas y bagajes al alquiler, dirán ustedes? Hum, no sé, puede que los años nos vayan haciendo veleidosos, puede que lo duradero sea un concepto que se devalúa con la edad.
    Los chicos vuelven a casa y les tienen que dar una mala noticia a los viejos: hubo un error, el número que jugaban no fue el premiado. Je. ¿Me creerán ustedes si les digo que eso me pasó a mí de pequeño? Deberían haber visto la cara de millonario que se le puso a mi padre en cuestión de un minuto, la manera en que los cuatro cruzamos triunfales la calle y subimos a la casa de la vecina más cotilla del barrio, para que sirviera de caja de resonancia. Deberían haber visto las caras de provisionales que se les pusieron a todos nuestros vecinos, lo feas que vi las calles, pequeños los coches, pobretona a la familia. Para luego, conocido el chasco, regresar a la carrera a casa, en un atropellado silencio, tiznado apenas de algún reproche atribulado sobre la marcha. Los chicos vuelven a casa, digo, y entonces sabemos que los viejos se han equivocado, leyeron mal el número premiado, bailaron dos dígitos. Adiós premio.
    Simpático el cuento, bien contado, Tengo que ponerme al día respecto a algunos términos que Norberto da en cursiva.

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  3. Norberto nos da una versión del cuento de la lechera muy repetida, y no hablo de la forma literaria ¡qué va! Es lo que NOS sucede a una inmensa mayoría de jugadores de los casi infinitos juegos de azar. A los protagonistas, las ganas les hicieron cambiar algunos números de sitio. Nosotros somos peor, soñamos desde el momento en que tenemos el boleto en nuestras manos, a veces incluso antes. Y ahora que lo pienso, igual no es malo, quizá sea lo que de verdad compramos con el precio del billete de lotería, soñar por unas horas con ser millonarios.
    Los protas de la historia me dan un poquito de pena, ¡qué desilusión! Ya no era un sueño ¡lo estaban tocando con las manos! Y Norberto I El Cruel, haciendo honor a su sobrenombre se aprovecha de los pobres viejitos y los putea. ¡Ay! Norberto, no seas malo, lo mismo te costaba haberles dado una alegría duradera.
    Me salen unas cuantas preguntas al leer el texto. Son todas relativas a la distinta forma que toma en mismo idioma dependiendo de quien lo maneje, nosotros o vosotros. Lo digo así por que coincide que autor y comentarista estamos separados por un océano, pero lo mismo daría que fuéramos un andaluz y un gallego.
    La primera es sobre los acentos ortográficos, ahí va una línea:
    —Esperá…, perdoname, ¿no escuchaste algo?
    ¿Son correctas las formas de escribirlo? Cierto es que, y yo lo suelo utilizar, sólo están puestas en boca de alguien, en un diálogo, quizá enfatizando o aclarando la forma de hablar del personaje. Dándole con ello una personalidad más definida. Pero luego pienso que hablar tal y como escribimos… casi nadie lo hace. Son muchas las "eses" de los plurales que desaparecen dejando una vocal abierta, las terminaciones "ido" y "ado" que prescinden de la "d", y una infinidad más de detalles dependiendo del acento de la zona en la que vivimos. Sin embargo seguimos haciendo uso de ellas en lo escrito.
    Es un diálogo puro, no hay intervenciones del narrador, y las hecho en falta. En esta escena imagino que hay mucho nerviosismo, alegría contenida y explosiones de la misma, y quiero verla, quiero que me la cuenten. El diálogo por sí solo no me basta. También las veo necesarias para darle el tiempo justo a algunas transiciones, bueno, mejor dicho a una sola, a esta:
    —Esperá…, perdoname, ¿no escuchaste algo?
    —Me pareció que era la puerta, ¿Flor, Gerardo, son ustedes, volvieron?
    —Sí, pa, ma, ¿están sentados?
    —Claro, ¿qué pasa?
    — ¿Cobraron, les pagaron todo?

    Hay un tiempo "perdido" entre abrir la puerta y "estar sentados".
    Así mismo en este trocito me sale otras dudas, me resulta incomprensible tantas preguntas inútiles, retóricas en tan sólo tres frases. "¿Volvieron? ¿Están sentados?"
    Quizá sea eso, diferencias en el uso del idioma.

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