viernes, 4 de julio de 2008

Velas

Pedro Carriere

      Se levantó trabajosamente de la cama cuando los primeros indicios de claridad se filtraron por las hendijas de la ventana. Desayunó rápido y se puso a decorar con chocolate una torta de limón que había cocinado la noche anterior. Luego buscó, en el fondo del cajón de la cómoda, una vieja cajita de cartón forrada con una tela celeste ya deteriorada por los años, allí ella guardabas las velas de cumpleaños pasados. Estaban las de los primeros años, esas velas de colores con forma de números, había otras abrazadas por figuras de superhéroes de aquel tiempo. Ráfagas de recuerdos oxigenaron su memoria. Sonrió. Tomó el tres: una vela amarillenta con el pabilo quemado y apenas visible; y el uno: blanco, notablemente más largo. Su hijo cumplía ese día treinta y un años.
      La torta quedó lista, eran las ocho y media de una mañana tibia del veintiuno de noviembre. A las nueve, como todos los días, ya escucharía su encantadora voz.
      Destrabó con esperanza la puerta del frente y abrió las ventanas para ventilar la casa. Se sintió abrazada por un dulce olor a jazmín que venía de un patio vecino, aspiro profundamente, empalagándose. Miró el reloj, aún faltaba pero igual buscó la torta y la apoyó con suavidad sobre un mantel blanco y almidonado. A un lado, a unos veinte centímetros, una ajada foto de su hijo descansaba apoyada en el parlante de la radio.
      Nueve menos dos minutos encendió la vela del tres, luego la del uno; se sentó en su mecedora mirando por la ventana que da al patio. Lo esperó.
      Una voz familiar y puntual acarició sus oídos con un encantador aunque muy distante: “Hola, buen día”. Sin girar siquiera la cabeza le susurró, como todos los veintiuno de noviembre, un dulce feliz cumpleaños mientras la voz trabajada de su hijo, el locutor, continuaba surgiendo nítida y envolvente desde el parlante de la radio ocultado cuidadosamente por la foto. Con sus ojos gastados de lágrimas y de esperas, ella observó, a través de la ventana, como las hojas de la vieja higuera se movían ondulantes aferradas a esos retorcidos troncos que el destino, indiferente a todo orden, había esculpido.
      El viento, que de soledades sabe, entró sigiloso por la ventana y a pesar del nudo en su garganta transparente, apagó misericordiosamente las velas.

Pedro Carriere.

5 comentarios:

  1. Hola, Pedro. Me gustó la pulcritud con la que está escrito tu texto, se nota que lo has trabajado. Me cuesta entrar en los cuentos tan cortos, me parece siempre que me han contado demasiado poco; con el tuyo también me ocurrió algo de eso. A pesar de que retratas muy bien la soledad, y ofreces el esquema completo de lo que debe ser un cuento (planteamiento, nudo y desenlace), el relato pasa de puntillas sobre el origen de la soledad, la razón de la espera. Se puede argumentar que no es lo principal en este cuento, que ya desde el título se nos encamina hacia la idea de las velas como el leit-motiv en el que se va a encarnar la esperanza ciega de esta mujer. Es bonito y la poesía del final me gustó, pero, insisto: eché en falta densidad entre las manos al sostener la narración.

    Me hizo tropezar el que se detecta (puede que me equivoque) un intento por ocultar parte de la verdad al lector; se nos da a entender que la mujer lo está esperando de verdad, que va a escuchar su voz en breve, que él va a venir. Y luego el peso del cuento parece descansar en la revelación de que la situación no era así. Suelo encontrar irritante ese tipo de sorpresas; además, en este caso se ve venir demasiado, la verdad. A lo mejor ni siquiera tratabas de jugártela a la sorpresa (ojalá), con lo cual te diría que desde el principio dejes claro cuál es el color de la soledad de esta mujer. Que no sea la revelación de su estéril espera lo que nos conmueva, sino todo lo contrario, que tengamos esperanza con ella y que nos debatamos con ella contra el desaliento. No sé: yo la pondría preparando la tarta y esperando un añ más, empecinada en la esperanza de que el hijo, esta vez, vendrá. Que mire la radio y que sienta la tentación de prenderla porque sabe que ahí lo encontrará seguro. Que luche y se resista y aferre fuerte su esperanza. Y que solo al final acepte resignada que no vendrá y encienda la radio, y se confome con eso. O hasta que llegue demasiado tarde y ya ni siquiera alcance a oírlo, pero no sé si eso es excesivo. En fin, es mi opinión.

    A continuación, detalles de estilo:

    Velas
    Pedro Carriere



    Se levantó trabajosamente de la cama cuando los primeros indicios de claridad se filtraron por las hendijas de la ventanaRima fea. Desayunó rápido y se puso a decorar con chocolate una torta de limón que había cocinado la noche anterior. Luego buscó, en el fondo del cajón de la cómoda, una vieja cajitano sé si es hilar demasiado fino, pero detecto cacofonía con tanta "jota" y demasiada proximidad entre la caja y el cajón; con que fuera una lata ventilabas muchos problemas de cartón forrada con una tela celeste ya deteriorada por los años, pondría punto y comaallí ella guardabas las velas de cumpleaños pasados. Estaban las de los primeros añosrepetición, esas velas de colores con forma de númerosaquí también punto y coma, había otras abrazadas por figuras de superhéroes de aquel tiempo. Ráfagas de recuerdos oxigenaron su memoria. Sonrió. Tomó el tres: una vela amarillenta con el pabilo quemado y apenas visible; y el uno: blanco, notablemente más largo. Su hijo cumplía ese día treinta y un años.


    La torta quedó lista, eran las ocho y media de una mañana tibia del veintiuno de noviembre. A las nueve, como todos los días, yaeliminaría, pues el "ya" implica una acción que ya ha ocurrido o comenzado a ocurrir; deberías escribir "ya habría escuchado" y no viene a cuento escucharía su encantadora voz.


    Destrabó con esperanza la puerta del frente y abrió las ventanas para ventilar la casa. Se sintió abrazada por un dulce olor a jazmín que venía de un patio vecino, aspirotilde profundamente, empalagándose. Miró el reloj, aún faltaba pero igual buscó la torta y la apoyó colocó, el matiz de apoyar es distinto, sugiere verticalidad; además, se repitecon suavidad sobre un mantel blanco y almidonado. A un lado, a unos veinte centímetros, una ajada foto de su hijo descansaba apoyada en el parlante de la radio.


    Nueve menos dos minutos dos puntos, o bien escribir "a las nueve menos dos minutos"encendió la vela del tres, luego la del uno; se sentó en su mecedora mirando por la ventana que da al patio. Lo esperó. Yo pondría "se puso a esperarlo".


    Una voz familiar y puntual acarició sus oídos con un encantador aunque muy distante:creo que no hacen falta los dos puntos "Hola, buen día". Sin girar siquiera la cabeza le susurró, como todos los veintiuno de noviembre, un dulcedemasiada dulzura en un texto tan corto, además, aquí es perfectamente prescindible feliz cumpleaños mientras la voz trabajada de su hijo, el locutor, continuaba surgiendo nítida y envolvente desde el parlante de la radio comaocultado cuidadosamente por la foto. Con sus ojos gastados de lágrimas y de esperas, ella observó, a través de la ventana, comotilde las hojas de la vieja higuera se movían ondulantes comaaferradas a esos retorcidos troncos que el destino, indiferente a todo orden, había esculpido. Esta última frase se me antojó demasiado larga y rimbombante, pero es cuestión de gustos.


    El viento, que de soledades sabe, entró sigiloso por la ventana y comaa pesar del nudo en su garganta transparente, apagó misericordiosamente las velas. Esta frase, y la idea que encierra, en cambio, me gustó mucho. Acaso eliminaría el adverbio, esos adverbios en –mente son pesados de digerir y en la crucial frase final te rompe la cadencia.

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  2. Hola tocayo, tengo poco que añadir a lo que te ha dicho Elena. Me supo a poco. Estoy con ella en lo de hacer partícipe al lector de la soledad de la madre, y no hacer de ella una sorpresa, sino un desenlace triste.

    Debe ser por el idioma, mejor dicho por el uso distinto que hacemos del mismo idioma, que hay cosas que no me suenan…familiares. Ya les comenté en alguna ocasión a otros compañeros de esa parte del charco, que con ustedes aprendo mucho vocabulario. En este caso aprendí "hendijas", que suena casi igual y es lo mismo que "rendijas". Y también, aprendí que se puede utilizar la palabra "pabilo" con acento en la antepenúltima sílaba "pábilo". Hay otra cosa que no me cuadró, y era el olor a Jazmín en el mes de Noviembre, claro, no caí en la cuenta de que en esa fecha ya es verano, o casi, por ahí, ¿no?

    Voy a marcarte un par de cosas que no me gustan, pero ten en cuenta que sólo es cuestión de gusto, no es que estén mal.



    allí ella (me suena mal, yo eliminaría el pronombre, no alteras para nada la frase y eliminas la repetición de ese sonido) guardabas las velas de cumpleaños pasados



    La torta quedó lista, eran las ocho y media de una mañana tibia del veintiuno de noviembre. (La hora es concreta, el día es uno entre todos los del año, ¿Cuántas mañanas tiene ese día? Cambiaría ese indeterminado por "la")



    continuaba surgiendo nítida y envolvente desde el parlante de la radio, ocultado cuidadosamente por la foto. (el utilizar el participio y luego la preposición "por", me indica acción, y la foto, como ser inanimado no es capaz de tal cosa. Yo diría "oculto cuidadosamente tras la foto" con lo que cambio participio por adjetivo y también la preposición.) (Pido corrección si he dicho una barbaridad, estoy aprendiendo). Por cierto que también tengo que decirte que me suena extraño, debido a la forma da hablar distinta que tenemos, como ya he dicho, lo del "parlante" de la radio, imagino que te refieres al altavoz, por eso el uso masculino de ese participio.



    Me resulta igualmente raro, el que la protagonista haga todo tan temprano. Deduzco que el hijo ya no vive con ella, si fuera así no existiría esa añoranza, esa soledad. Sería más lógico que lo hiciera por la tarde, además de que todos los cumpleaños por aquí se celebran a esas horas, cuando ya han terminado de trabajar. Incluso la espera desesperanzada de la pobre madre, tendría más sentido que a las nueve de la mañana, cuando queda todo el día por delante para que el hijo pueda aparecer.



    Las últimas frases me encantaron, son estupendas, pero haría caso a Elena. Y diría "apagó misericordioso las velas".

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  3. Lo primero que me viene a la cabeza al leer el segundo cuento del ya no tan nuevo Pedro, es el recuerdo de una muy buena película argentina, Buenos Aires viceversa, en la que Mirta Busnelli interpreta a una mina enamorada de un periodista de televisión. La hora del programa coincide con la de la cena, y ella pone la mesa para dos, con los cubiertos en cada extremo, y el televisor pegado junto al plato del invitado. Y ahí están, ella comiendo y él con su programa mientras ella le habla como si se encontrara presente del otro lado de la mesa y conformaran un matrimonio de lo más común.

    No estoy hablando de plagio ni nada de eso, pero esta asociación fue inevitable.

    En esta historia no hay un periodista si no un hijo, un hijo ausente vaya uno a saber por qué y desde cuándo.

    A mí no me gustan este tipo de relatos en que todo funciona como un chiste, y se resuelve por las últimas líneas con un recurso inesperado, sorpresivo. No por el final en sí, no me molestan los finales sorpresivos, pero sí aquellos que funcionan como un chiste, que van retaceando información para que luego surta efecto.

    Muy distinto hubiera sido que el cuento continuara, ya que entonces se supone habría otro material distinto, el desarrollo de la obsesión de esta mujer, por ejemplo, pero reconozco que no resulta sencillo continuar estirando una situación así.

    Una posibilidad, habrá otras montones pero se me ocurre ahora esta, sería que se repitiera la escena al día siguiente, varios días siguientes, con desayunos en vez de la torta, y el narrador fuera mechando entre estas escenas repetitivas lo que sucedió con el hijo de esta mujer que ya no la visita.

    Por lo demás, lo encuentro bien escrito, cuidado, con frases bien construidas, con un buen manejo de las descripciones.



    Nueve menos dos minutos encendió

    A menos que se trate de un localismo, creo que tendría que ser

    A las nueve menos dos minutos encendió

    Faltando dos minutos para las nueve encendió

    Dos minutos antes de las nueve encendió



    desde el parlante de la radio ocultado cuidadosamente por la foto

    No me suena bien esta frase, creo que gramaticalmente es correcta, pero a mí me sonaría mejor
    desde el parlante de la radio oculto detrás de la foto
    Lo de cuidadosamente sobra, no es necesario.


    como las hojas

    cómo las hojas



    nudo en su garganta transparente

    No comprendo el significado de esta imagen. ¿Un nudo en la garganta del viento?

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  4. Un cuento breve y correcto que, como un aperitivo, me abre el apetito a la espera de próximos cuentos. Remarco, en primer lugar, las expresiones que me han gustado más. Y para no repetir los comentarios que ya te han hecho, decirte que yo tropecé con las “ó”, sobre todo en el segundo párrafo ( problema que comparto contigo pero que curiosamente se ve antes en el texto de otro que no en el de uno mismo).

    En la frase “mientras la voz trabajada de su hijo, el locutor, continuaba surgiendo nítida y envolvente desde el parlante de la radio” omitiría la aclaración “el locutor” ya que sólo tiene un hijo, no hace falta diferenciarlo de nadie y se sabe dentro de la miRsma frase que es el locutor de la radio.

    Yo tampoco entiendo la imagen del nudo en su garganta transparente. ¿El nudo lo tiene la madre o el viento?

    Espero leerte pronto.

    Un abrazo,

    Montse Villares


    Se levantó trabajosamente de la cama cuando los primeros indicios de claridad se filtraron por las hendijas de la ventana. Desayunó rápido y se puso a decorar con chocolate una torta de limón que había cocinado la noche anterior. Luego buscó, en el fondo del cajón de la cómoda, una vieja cajita de cartón forrada con una tela celeste ya deteriorada por los años, allí ella guardabas las velas de cumpleaños pasados. Estaban las de los primeros años, esas velas de colores con forma de números, había otras abrazadas por figuras de superhéroes de aquel tiempo. Ráfagas de recuerdos oxigenaron su memoria. Sonrió. Tomó el tres: una vela amarillenta con el pabilo quemado y apenas visible; y el uno: blanco, notablemente más largo. Su hijo cumplía ese día treinta y un años.
    La torta quedó lista, eran las ocho y media de una mañana tibia del veintiuno de noviembre. A las nueve, como todos los días, ya escucharía su encantadora voz.
    Destrabó con esperanza la puerta del frente y abrió las ventanas para ventilar la casa. Se sintió abrazada por un dulce olor a jazmín que venía de un patio vecino, aspiró profundamente, empalagándose. Miró el reloj, aún faltaba pero igual buscó la torta y la apoyó con suavidad sobre un mantel blanco y almidonado. A un lado, a unos veinte centímetros, una ajada foto de su hijo descansaba apoyada en el parlante de la radio.
    Nueve menos dos minutos encendió la vela del tres, luego la del uno; se sentó en su mecedora mirando por la ventana que da al patio. Lo esperó.
    Una voz familiar y puntual acarició sus oídos con un encantador aunque muy distante: “Hola, buen día”. Sin girar siquiera la cabeza le susurró, como todos los veintiuno de noviembre, un dulce feliz cumpleaños mientras la voz trabajada de su hijo, el locutor, continuaba surgiendo nítida y envolvente desde el parlante de la radio ocultado cuidadosamente por la foto. Con sus ojos gastados de lágrimas y de esperas, ella observó, a través de la ventana, como las hojas de la vieja higuera se movían ondulantes aferradas a esos retorcidos troncos que el destino, indiferente a todo orden, había esculpido.
    El viento, que de soledades sabe, entró sigiloso por la ventana y a pesar del nudo en su garganta transparente, apagó misericordiosamente las velas.

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  5. El cuento es bonito y está muy bien escrito, una buena carta de presentación para Pedro Carriere. Es un placer tener gente así en el taller. Tengo ganas de que llegue Agosto para ver si nos envía otro cuento hermoso como este.

    Los compañeros han hablado de una sorpresa que afea un poco la narración. Yo no sé si hay o no sorpresa, porque se me escapa si el locutor es realmente el hijo de la protagonista, como asegura el narrador. Si lo fuera no sería sorprendente, tan sólo triste que ese hijo no pase un rato con su madre el día de su cumpleaños. Por el contrario, si la frase del narrador «Su hijo cumplía ese día treinta y un años» fuera mentira, quiero decir, si el locutor no fuera hijo de la protagonista, sí que habría un pequeño artificio tramposo que puede molestar a más de un lector, aunque el anticlímax del viento apagando las velas dulcifique un poco el recuerdo que en el lector ha merecido ese esfuerzo por el final sorprendente. Si el autor va a introducir una sorpresa en un cuento (parece mentira pero hay autores que piensan que tienen esa obligación), será mejor que no la introduzca en las tres últimas líneas, para evitar la impredecible actitud del lector ante la trampa.

    Pero, bien, salvado el escollo de la sorpresa, lo que tenemos es una madre que no tiene hijo, o no tiene aquí a su hijo, y se crea (ella) una ficción para poder sobrevivir.

    Una ficción. A eso deberíamos dedicar nuestras vidas si fuéramos valientes, a vivir permanentemente una ficción, y a contarla. Una escritora francesa muy versada en Kafka, Marthe Robert, escribió un ensayo titulado "Novela de los orígenes y orígenes de la novela". Si alguno de ustedes ha leído ese trabajo podría echarme una mano en esta digresión, porque yo no lo he leído, maldita sea, aunque no descarto hacerlo cuando caiga en mis manos; yo sé de ese ensayo por persona interpuesta, por el novelista español Juan José Millás, que ha construido su novela Dos mujeres en Praga (regular, regular) sobre un enunciado de la Robert: «Hay dos tipos de escritores, los que escriben suponiendo que son hijos legítimos y los que sospechan que son bastardos».

    No se enamoren de la frase porque me parece que Millás se concede alguna licencia al citarla, creo que Marthe Robert no habla de escritores, sino de dos tipos de literatura, pero, bueno, la idea es más o menos esa: el buen escritor es el que se supone bastardo, el que es capaz de imaginar que sus padres no son sus padres, que tal vez hubo trampa y se le ha ocultado siempre su verdadero origen. Fíjense que esta idea probablemente nos ha asaltado a todos de pequeños, en la época dorada de nuestra imaginación, y es hasta posible que nuestros padres, medio jugando, la hayan abonado en nuestro cerebro estupefacto. La Robert privilegia a los escritores bastardos (reales o imaginarios) porque se ven obligados a preferir la ficción a la realidad a la hora de plantearse su propia existencia. Y quien necesita la ficción, la imaginación hasta para hablar de sí mismo, está en el camino de quedarse a vivir allí.

    Todo esto enlaza con el sentimiento de orfandad y con el "violento deseo de promoción del protagonista" que algunos advierten en la novela francesa del XIX, como espejo de una sociedad revolucionaria, la napoleónica, que acababa de introducir cambios sociales relativos a la herencia. Del sentimiento de orfandad yo tengo más pálpitos que nociones claras, alguna vez habré comentado aquí que me interesan los escritores que quedaron huérfanos cuando niños, y hasta habré dado una lista de todos los que conozco (muchos acabaron suicidándose), y casi habré dejado caer una promesa de entregarme seriamente algún día a ese estudio. Pero no me crean porque yo soy tan vago como mentiroso.

    Todo esto enlaza, y corrijo el principio de mi anterior párrafo, con el cuento de Pedro. Si la protagonista tuviera un hijo que viene con la mujer y los nenes a tomarse la tarta a las ocho de la tarde, la historia sería bastante pedestre; si la protagonista confesase como una bellaca que no tiene hijo, que se murió de una apendicitis, o jamás existió, que va a morir sola la pobre señora, el cuento sería triste y desde luego sincero. Pero ocurre que la protagonista se engaña a sí misma (o eso me inclino a creer) acerca de su maternidad, o de la existencia de su hijo, resulta que pide un hijo prestado, un hijo bastardo, y por eso el relato se vuelve más literario, más mágico.

    El cuento tiene un discurrir suave y el aspecto de haber sido cuidado. De todas formas, por decir algo, a lo ya apuntado yo sugeriría pasar la garlopa en el párrafo que comienza con "Destrabó con esperanza". Falta un acento en "aspiró", hay un apoyó y un apoyada muy juntos. El "apoyó" pienso que debe sustituirse por "posó" por dos razones, porque así evitamos una repetición y porque posar algo sobre un mantel es más correcto que apoyarlo sobre el mantel; apoyar parece que sugiere un contacto en un plano vertical. Por otra parte, lo de los veinte centímetros me parece una precisión que afea.

    Ah, y no vendría mal una coma después de las nueve menos dos minutos.


    Bienvenido, Pedro, un placer leerte.

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