domingo, 15 de noviembre de 2009

Inocente (ejercicio)

Pedro Conde

      —No sé por qué decidieron eso. En aquellos tiempos era mi padre el dueño del circo. No está bien hablar mal de los muertos, comisario, pero por lo que conocí a mi viejo, seguro que decidió quedárselo por tener mano de obra barata. Tener un hombre para todo por lo que costaba darle de comer, poco más, eso era un buen negocio. La ropa la conseguía de la que iban dejando por vieja, y de pedir favores a los curas con sus letanías de penurias en cada pueblo al que íbamos. Claro que eso de un hombre para todo… hombre completo no era. No sé si me entiende. Tenía la mente de un niño. Era retrasado, vamos. Sé que no está bien hablar mal de los muertos, pero era así, inocente. Ya de críos, sólo me llevaba tres años con él, ¿sabe?, pues eso, que nos burlábamos un poco y le hacíamos algunas bromas, cosas de chavales, ya sabe, no había mala intención. Pero él siempre detrás nuestra, parecía que le gustara. Creo que fue por eso, por su retraso, por lo que sus padres le abandonaron. Yo no los conocí, vi una vez una foto de ellos en un cartel antiguo. Ella era contorsionista y él domador. Eran jóvenes y seguro que se asustaron por la responsabilidad que supone tener un hijo así. Él no tenía culpa, pero eso un castigo, una responsabilidad para toda la vida, porque si de aquí de la cabeza, no crece, cómo le vas a exigir nada. Pero era bueno, nunca se quejaba, y mire que trabajaba. No le explotábamos, ¿eh?, no me malinterprete, a él le gustaba. Cuanto más trabajaba más se reía. Y disfrutaba como nunca cuando salía de abanderado en los desfiles haciendo girar la bandera como si quisiera formar un ciclón, miraba para arriba embobado, quiero soplarle a las nubes me dijo un día. Pobre. Y cuidaba de los animales muy bien. Tenía las jaulas más limpias que haya tenido nunca un circo. Una tontería, imagínese, pero tampoco se le podía exigir más, y con eso no hacía daño a nadie. Aquí se le quería mucho, era uno más de la familia. Cierto es que era un mozo de pista un poco torpe. Los días que cambiábamos el orden de los números, o quitábamos alguno por cualquier problema, el pobre no daba pie con bola. Ya estaba el resto de la función indeciso, perdido entre el atrezo. Luis, el mago, no le tenía mucha paciencia. Le gritaba más de la cuenta, pero es que él, durante la actuación del mago, se quedaba paralizado, con la boca abierta como un subnormal… bueno, perdón, quise decir… es una forma de hablar, ya me entiende, no hay desprecio ni nada de eso. La cosa es que le gustaban los números de magia, y mire que los vio veces, pero para él, cada día, como si fuera la primera. Yo creo que idolatraba a Luis, por eso le aguantaba el mal trato. Bueno, maltrato no era, era un poco duro con él, no le tenía la paciencia necesaria, pero de ahí a maltratarlo, pues no.
      Con quien sí hizo buenas migas desde siempre fue con ella, con la niña. Con Isabel quiero decir. Ya no era tan niña, la pobre. Es una desgracia. Era una mujercita. Se llevaban bien. La vida del circo no es lo mejor para un chval, ¿sabe?, de aquí para allá todo el tiempo, sin amigos. Por eso hicieron buenas migas, porque eran los dos unos críos. La una por la edad y el otro porque de aquí, de la cabeza, ya sabe, no creció. Estaban todo el día juntos. Hace un mes tuvimos un problema porque arrancó un montón de flores de un jardín para hacerle un collar y una corona. Faltó poco para que nos denunciaran, tuve que rogarle a la dueña de la casa de rodillas que tuviera compasión, que el pobre no tenía luces. Y luego es cierto que le abronqué, a Ernesto. Estaba muy nervioso y me dejé llevar, no recuerdo bien, pero puede que me pasara un poquito. No había mala intención, entiéndame, eran los nervios. El caso es que Isabel intercedió por él, y se lo llevó. Se fue llorando mientras ella le acariciaba la cara y le iba diciendo pobre Ernesto, nadie te quiere. No quiero pensar que fuera eso lo que… pero claro, quién sabe lo que pasa por la cabeza de nadie, y mucho menos por una como la suya que no funciona igual. Porque el cerebro es el de un niño, pero el cuerpo no. Y el cuerpo tiene sus necesidades, ¿sabe? Cuando era más joven, de chavales, sí que tuvimos algunos problemas, es que se… tocaba en cualquier parte, ya me entiende, se masturbaba, sin problemas, donde le apetecía. Mi padre le quitó esa costumbre, y conociéndolo, no fue precisamente charlando que lo consiguió. Yo creo que fue eso lo que pasó, que el cuerpo le pudo a la cabeza, o que esta no pudo dominar el cuerpo, que viene a ser lo mismo. Y ya ha visto el tiarrón que estaba hecho, un toro, y no solo por grande, que con el trabajo que hacía buenos músculos criaba. Yo no creo que la matara para luego violarla, nunca le vi mala intención en nada, era un alma de dios, pero claro, ella, en sus manos, una pluma. Imagino que en el forcejeo pudo ahogarla. No me lo puedo imaginar. Pensará usted que es una locura, pero al encontrar el cuerpo de ella en el baúl del mago, a mí se me ha ocurrido que… Ese baúl se utiliza en el número final, ¿sabe?, se van metiendo, uno tras otro, las dos ayudantes y por último Luis, el mago, y desaparecen. Pues se me ha ocurrido que metió allí a Isabel para hacerla desaparecer, o esperando que surgiera de nuevo tras las gradas, en la entrada principal de la carpa que es por donde aparecen, en la actuación, como si nada hubiera pasado. Eso entra dentro de las cosas que solía decir. Decía de su madre que no tenía huesos o que las nubes eran humo del cielo que se estaba quemando. Cosas que se le ocurrían, ya le digo. Y otras que le decían los demás, como bromas, sin mala intención, para reírse un rato con él, como que las mariposas eran dibujos que se habían escapado de los libros o que las estrellas eran agujeros en la carpa con que guardaba dios el mundo por la noche.
      Yo escuché el trote del caballo, claro, a esa hora y con este calor está todo tan inmóvil que era imposible no hacerlo, pero creí que estaban ensayando, no le di mayor importancia. Fue luego de media hora de cabalgada que la curiosidad me pudo y entré a ver. Entonces lo vi, daba vueltas y vueltas por la pista. Le llamé la atención, claro, el caballo estaba sudando y él tenía cara como de ido. Me miró asustado y se bajó del animal. Subió por la escalera hasta el trapecio sin atender a mis llamadas. No quiero pensar que fueron mis gritos los que lo asustaron tanto, es una tontería, ya lo sé, pero me pareció entender, que cuando se soltó del trapecio tras ese impulso, pretendía volar. Una estupidez de esas que se le ocurren a uno cuando no encuentra explicación más sencilla a lo que pasa. Pero a riesgo de parecer loco, yo estoy seguro que lo que pretendía con la cabalgada y el salto, era escapar.

1 comentario:

  1. Me animo a comentar el ejercicio de Pedro sobre su propia propuesta.

    No sé si existía alguna consigna sobre la que realizar el “engorde” del texto, pero mi comentario se basa en la comparación de ambos escritos.

    El cambio en el tipo de narrador le da a la historia un aire nuevo, totalmente diferente. Con el aumento de extensión, el relato gana en claridad: queda mucho mejor establecido cual es el estatus del protagonista dentro del circo, su fascinación con la magia (importantísima para entender el final, cuando oculta el cuerpo dentro del baúl), su relación con Isabel.... Está claro que has aprovechado el aumento de extensión para clarificar la historia original. Ahora es más redonda.

    Sin embargo, con el cambio de narrador y estilo, una de las mejores partes del relato original has sido sacrificada. Me refiero al momento en que el arrebato pasa y se enfrenta al cuerpo sin vida de Isabel, “La llamó susurrando su nombre. Le suplicó. Se puso una nariz de payaso y le hizo musarañas. Le daba golpecitos en la cara, pero ella no volvía. Isabel ya le pertenecía a la muerte.” Esta parte tan tierna y tan hermosa queda suprimida, por exigencias del guión, en el nuevo texto. A pesar de esto, creo que la versión extendida gana como historia.

    Un placer encontrarme de nuevo contigo.

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