sábado, 23 de julio de 2011

Ocaso (ejercicio)

por Javier N.    
Ocaso.
Explosión ensordecedora. Una lluvia de fuego y sangre lo cubre todo.
Siento correr. El horror lo es todo.
La oscuridad que se cierne augura algo que no espero, mas debí haber temido.
Y ahora la veo. Aún fulgura en sus ojos ese vestigio de inocencia.
¿Puedo alcanzarla? ¿Tengo la valentía?
Tomo mi cabeza con las manos y cubro mis oídos. Ya es tarde. Aunque pudiera evitarlo, escucho su canto.
Una melodía suave; un sonido perenne; un himno dedicado a la memoria de algo ya olvidado.
Nada puede causar semejante caos, nada que no sea la tormenta.
"¡Desciende sobre nosotros, cúbrenos con tu ira! ¡Haznos a tu imagen, espejo de tu odio!", sus labios susurran dulcemente.
Compruebo que aquello que siempre anhelé, era efímero. Pero todavía quedaba el valor.
Dosis enormes de él, necesarias para tomar esta última determinación.
¿Y que hay de los demás? ¿Acaso aquellos que debían velar por ella, por si mismos y por la victoria, han huido?
"Aquello no debe atormentarme.", pienso mientras acometo contra una figura deformada y sombría.
-"¡Todo acaba en el mismísimo averno de la mente!", es mi grito de batalla.
Cautivo del instante en el que pude abrazarla, soñé con un ocaso y un cielo aún estrellado. Pero en mis brazos luego sólo quedaban cenizas.
No existe horizonte, ya no hay luz alguna. Al final, sólo quedan tinieblas.

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