domingo, 31 de julio de 2011

En Caleras

Descargar cuento                                                                                              Marcos Wever

Lo primero que me viene a la mente de aquel imborrable tiempo de mi niñez, es el polvorín que a su paso dejaba el camión que nos trasladaba desde “El Sol”. De aquel  pueblo lejano en donde casi no alcancé a hacer amigos y que sin pena ni glorias quedaba atrás, inerme en el recuerdo y difuso entre la polvareda que anunciaba nuestra llegada a  Caleras.
 Caleras es un poblado que está entre Valparaíso y Santiago de Chile.
 Cuando llegamos sofocados y con las caras pegajosas y sucias, me llamó poderosamente la atención lo gris  que se notaba todo. 
 Las hojas de los árboles de tanta polvareda estaban grises. Tan grises, como las grises tristezas de mis grises días.
En ese pueblo del puerto de Caleras, cual pila de agua bendita estaba una fábrica de cemento.
 Al detenerse el camión, quise bajar de inmediato algunos de los pocos bártulos que como silenciosos fantasmas, nos acompañaban en cada mudanza.  Y me quemé los pies, porque ese piso estaba caliente. Tanto o más, que el más caliente de los tizones de un candente fogón de leña. Mis pies estaban encallecidos para andar sin zapatos, pero no para pisar suelos tan calientes como ése.
Y empezamos a descargar los utensilios. Yo pensaba que llegábamos a una casa, pero había un cuarto hecho nomás. Bajamos nuestras cosas y pusimos una carpa para poder pasar la noche, porque disponíamos de tan solo un cuarto de concreto armado. Un cuarto de esos que nosotros llamamos pandereta. Un cuarto rústico cuyo único techo al anochecer de nuestra llegada, estaba confeccionado de rutilantes estrellas.

Al día siguiente y desde muy temprano, comenzamos a darle duro al trabajo, buscando terminar aquella construcción.  Mi padre, era albañil, mecánico y carpintero. Sabía de zapatería y  de un sin fin de muchas otras profesiones. Aún así, siempre teníamos que estar de pobretes y de gitanos de un lugar a otro porque a él lo perdía el juego. Así que no acabábamos de instalarnos en un pueblo, cuando teníamos que saltar para otro. Huir de las deudas y de los líos a causa del juego.
Cual grillos asustados brincábamos,  ya que mi padre sin mucho esfuerzo, se buscaba serios problemas, por culpa del vicio de la apuesta y del vicio de la  trampa.
Recuerdo que desde aquel nuevo domicilio (Si es que así podíamos llamarle a ese maltrecho cuartucho), se divisaban a unos tres kilómetros, algunos cerros pelados y llenos de orificios, de donde se extraía el material para fabricar el cemento.  Frente a la casa, había una línea por donde pasaba el ferrocarril que iba hacia el norte de Chile.  También pasaba el “Calerano”, un tren largo de carga que tenía como quince vagones. A mano derecha  y a más o menos cuadra y media, estaba el río.  También al frente pero al lado izquierdo, algunas casas de aspectos muy pobres y más cerros taciturnos e incoloros.
En el sitio había gran vegetación. Sin embargo como era tiempo de verano, los días eran calurosos. El sol pegaba fuerte calentando la polvareda de las calles. Todo estaba polvoriento, no de polvo de tierra sino de polvo de cal.  De tanto polvo calizo, hasta la gente parecía de cemento.
Mi papá, después que emparchamos la casa, toda mal hecha y a lo que saliera, no demoró en  instalarse en la esquina del poblado. 
La esquina era una punta en donde se cruzaban dos calles. Allí se juntaba toda clase de gente y allá a la esquina, también se fue mi padre.  No había sitio en donde él llegara, en que no se armaran las ruedas y que de  inmediato se jugara a los dados y a las cartas.
Se armaban las ruedas y se jugaba no por matar el aburrimiento sino por dinero. Entonces con él y sin que mucho demoraran, también venían las camorras.
 Para mi padre no existía excepción de lugar para pelear. Así pues como al sexto día de ser un conocido allí,  peleó. Peleó sin más allá o más acá. Porque  pelear para él, era más que una hazaña su afición. Por eso hasta para dormir andaba armado. Todo el tiempo, la cúspide de su talento era irse a las trompadas. Que decir que como imán y por deporte, le atraían las  broncas. Su fama de peleador era tal que en donde se metía, rápido que dejaba su marca para que lo reconocieran.
A él le decían “El Sombrerito” por que nunca dejaba de andar con su sombrero. Su extravagancia consistía en colocárselo como los gauchos. Como los argentinos que lo usaban en las Pampas.  Con un ala arriba y otra abajo se lo acomodaba y por eso así le apodaban desde mozuelo.
Esa vez tuvo su encontrón con un tipo que le llamaban. “El Empera”. Resulta que como siempre, armó la rueda y empezaron a jugar.  Como era muy ágil con las manos, cambiaba con facilidad los dados.  Sustituía los dados normales por unos que los tenía cargados con plomo. Por aquellos que los artificiosos y embusteros les llamaban “Las Chivas”. Parece que como tiraba y siempre le salían sietes, “El Empera” que era el villano de ese pueblo, lo pilló.
De ese hombre “El Empera”, todo el mundo se resguardaba.  Se cuidaban de él porque era muy malo y diestro para desacomodarle las tripas a cualquiera. “El Empera” era el matón del pueblo, pero ahí jaló rabieta con mi padre. Jaló una tremenda ira porque éste sí que no era ningún manco. Mi padre no le temía al Demonio ni a espanto que se le pareciera y en él,  “El Empera” encontró la horma de su zapato.
Me acuerdo que los dos se desafiaron. Vomitaron improperios sin importarle ni con chicos ni con grandes. Mi viejo, sintiéndose ofendido sacó su navaja de afeitar y el otro, un  filoso cuchillo de cocina.  Mi viejo se enrolló su saco en el brazo izquierdo y empezaron a repartirse cuchillazos. El tipo lanzó y cortó por el estómago a mi padre quien a su vez, le respondió. Le tiró a uno de los bíceps que por cierto lo tenía bien ancho, abriéndole  la carne en dos.
El malandrín al verse sangrando, buscó escapar a todo vapor. Mi padre a pesar de su herida, lo siguió y le mandó una sajada en las nalgas. Temiendo por su vida, el sujeto prosiguió en veloz estampida, chorreándole el brazo y las asentaderas de harta sangre.
Arrancó a mil “El Empera”. Se tiró por los lados del puente para abajo y por entre los matorrales. Ante el alboroto, una tanda de vagos inconsecuentes, como si fuera una fiesta, corrió para ver la contienda.
Esos repetitivos espectáculos terminaban por desesperarme. Por eso yo siempre negaba que era hijo de ese valentón.  Si me preguntaban ¿Tú eres hijo de sombrero? ¡No! Respondía, con la vergüenza pegada a la tierra. Odiaba ver que después de todos esos bochornos, regresaba a nuestro cuchitril. Limpiaba su navaja con la ropa, rompía cualquier trapo para vendarse las heridas y gritaba: “Bueno, vieja me voy... Me tengo que ir”.
Y se largaba. Se echaba el saco al hombro y se corría. Desaparecía y al tiempo volvía tan fresco como una lechuga y como si nada hubiese sucedido. Se largaba, sin importarle de qué manera comprometíamos nuestras almas a los santos o a los diablos, para poder sobrevivir.
No sé dilucidar, cómo hacía para que no lo despacharan. Una vez por ejemplo, después de un pleito, volvió a eso de las seis de la tarde. Los policías, los carabineros que en ese tiempo hacían la ronda a caballo, nos rodearon. Se acomodaron y desde afuera le gritaban, “Sombrero, sale de ahí”. Mi papá recién había llegado y estaba agarrando el mate para tomárselo tranquilamente como si nada pasara. Sin asustarse de que los carabineros apuntaban  en nuestra dirección ¡Con carabinas!.  “Vieja, dijo, ¿No hay de comer?” Sí contestó mi vieja, sirviéndole media muerta de pánico. Él se puso a tragar con toda la paciencia del mundo, mientras la policía afuera seguía gritando. “Sombrero sale de ahí. Sabemos que tas ahí. Tas rodeao. No nos obligues a arriarte plomo”.
Mi papá indiferente a los gritos murmuró: “Ya vienen a joder estos huevones. Bueno, vieja me voy. A las diez estoy aquí. Teneme algo de comía caliente, porque a las diez estoy aquí”.
La policía lo sacó y lo ató a las sillas de dos potros. Lo colocaron con los brazos amarrados a la montura de cada caballo, como si fuera crucificado. Mientras lo llevaban a pie y entre los cuadrúpedos, iba cantando tonadas folklóricas cual si fuera todo un guaso. Frente a ese descaro me sentí  humillado y tan poca cosa. Pese a observar la flacidez de mi  mirada, para él mis sentimientos y mi vergüenza, no tenían ningún significado.
Los mirones en la calle al ver como se lo llevaban se morían de risa, más a pesar de que ya uno lo veía encerrado de por vida, tal como lo anticipó a las diez de la noche estuvo de vuelta. Nunca pude averiguar cómo se escabullía. Sospecho que sabía algo de rezos y de oraciones misteriosas o que compraba a sus apresadores porque siempre se escabulló y nunca lo exterminaron.  A las diez de la noche repito, resucitó.
Como era habitual, hacía cualquier trastada, comía y se evadía. De madrugada y por costumbre si no lo agarraban a tiempo, acometían los carabineros para hostigarnos. Sin respetarnos el sueño, llegaban a requisarnos. Registraban por todos lados, pero era por gusto.
Era una cosa de sobresalto tras sobresalto, lo que vivíamos. En esa ocasión y dejando casi muerto a “El Empera” a tan sólo seis días de estar viviendo allí y fiel a su manía, otra vez se ausentaba y nos dejaba en el ruin desamparo.
Perpetuamente era la misma penitencia. Mi hermano mayor, lo mismo que mi hermana la segunda de los cinco que éramos, se salvaban de esa agonía al no convivir con nosotros. Juntos quedábamos pues, dos de mis hermanas, mi madre, yo que frisaba los 8 años y nuestra eterna crucifixión.
  En Caleras, con sus opacos días y con mis años infantiles embotellados bajo la presión diaria, fue donde lo valoré. En donde en verdad comprendí que aunque te doliera en lo más profundo vivir sin un padre que te cubriera, ni que curara tus manos cuando el fragor del día te las laceraba, aquel dicho que decía que más valía andar solo que mal acompañado, era realmente cierto.

12 comentarios:

  1. La narrativa es desapasionada, descriptiva, tanto, que te hace sentir el polvo entre los dedos. Sin embargo, cuando llegas al punto de quiebre, donde la vida en suspensión empieza a moverse, entonces comienza a contestarte la pregunta ¿y por qué el narrador tiene que vivir en este lugar tan desagradable? Caleras era uno más de los lugares en suspensión en la vida del personaje que nos cuenta el relato.

    Las repeticiones de palabras se convierten en algo importante, si se eliminaran perderían totalmente el estilo de la narración, convirtiéndola en desabrida.

    Una historia que confirma el dicho de mejor solo que mal acompañado.

    Me gustó.

    Unas sugerencias:

    Recuerdo que desde aquel nuevo domicilio (Si (creo que debería ir en minúscula) es que así podíamos llamarle a ese maltrecho cuartucho), se divisaban

    Así pues (coma) como al sexto día de ser un conocido allí, peleó.

    Me acuerdo que los dos se desafiaron. Vomitaron improperios sin importarle ni con chicos ni con grandes. (creo que en la última oración falta algo porque no logro verlo)

    contestó mi vieja, sirviéndole media muerta de pánico (tal vez debas reconstruir porque pareciera que le sirvió media muerta de algo comestible, y por favor no olvides que soy una iniciada). Él se puso a tragar con toda la paciencia del mundo, mientras la policía afuera seguía gritando.(dos puntos) “Sombrero sale de ahí. Sabemos que tas ahí. Tas rodeao. No nos obligues a arriarte plomo”.

    Era una cosa de sobresalto tras sobresalto, (yo no le pondría una coma) lo que vivíamos.

    Un abrazo, Susy

    P.D.: A mí, a quien le fastidian las labores de casa, tuve la sensación de tener que buscar un paño y quitar el polvo de los muebles de la sala y del ordenador… je, je.

    ResponderEliminar
  2. Hola Susy

    Bajo la sombra del árbol de las ilusiones es una serie de cuentos concatenados con un presonaje principal. Cada cuento como En Caleras que es el primero, trata de darle una entrada al siguiente.

    El personaje principal estuvo cimentado en la figura y vida de un amigo chileno el cual al irme contando la misma, tenía mucha similitud casi en todo con mi propia vida, sentimientos y esperanzas, lo que convirtió el conjunto en una historia de ambos.

    Te doy infinitas gracias por tus comentarios, los que han significado mucho para mi. Cuando escribí estos cuentos terminé llorando de la emoción al ver reflejado parte de mi vida dura cuando niño y eso me llevó a repetir a veces los conceptos buscando enfatizar amargas o dulce experiencias y aunque es parte de mi estilo, algunas personas me han criticado negativamente por ello.

    Hoy tú, amablemente me has dado un voto de confianza en la forma en que he narrado y con ello me has llenado de una paz espiritual que hace tiempo no sentía con mis letras.
    Ello me lleva a aplicar con mucho gusto y optimismo tus recomendaciones y esperando las mismas aunque sean duras en mis próximas secuencias

    Abrazos para ti Susy querida y que Dios te bendiga ricamente

    Marcos

    ResponderEliminar
  3. Hola Marcos:
    En relación con tu texto anterior, a éste lo veo más descuidado. Hay méritos descriptivos porque el relato en sí es una evocación no sólo de un lugar polvoriento sino de una figura paterna y una vida dura.
    Te marqué con negro lo que son repeticiones que deberían ser revisadas o sustituidas por sinónimos, diferenciándolas de aquellas otras que sí responden a una voluntad de estilo. Hay también problemas en la separación con comas entre sujeto y predicado.
    Me ha gustado la descripción de las calles y las esquinas, la gente que se junta para matar el aburrimiento y alimentar el vicio. Creo que deberías revisarlo un poco más.
    Hasta pronto.
    Lila

    ResponderEliminar
  4. Lila querida, antes que nada, gracias, gracias por tus comentarios. Te aclaro que es muy cierto que este cuento es mas descuidado que el anterior pues los (porque es un conjunto entrelazados bajo un mismo personaje) escribi hace bastante tiempo y lo había dejado allí solamente de lectura en algunas páginas web.

    Ahora me interesó someterlos a la crítica e ir puliendo los mismos. El Marcos de estos cuentos por supuesto que no es el de ahora un poco más pulcro.

    Con la repetición te destaco que trate de apegarme bastante al personaje real, un chileno amigo que me refirió toda su vida y al hacerlo concordó mucho con la de mi niñez por lo que parte del sentimiento en cada cuento es también un pedazo de mis propias frustraciones infantiles. El tiende, porque está vivo, a repetir las cosas de una manera tan convincente y graciosa que llegas a apreciar ese detalle muy suyo e incluso de otros chilenos amigos nuestro.

    Por ese razón, aunque a lo largo del libro Bajo la sombra del árbol de las ilusiones el cual recoge varios cuentos ligados, trabajé todo el tiempo con mi libro de sinónimos antónimos traté de conservar ese ritmo pese a que estaba convencido de la mala impresión que podía causar en algunos lectores.

    Te agradezco infinitamente lo subrayado y tu interés en leerme. Has contribuido grandemente conmigo.
    Gracias...
    Marcos

    ResponderEliminar
  5. Marcos,

    aún cuando el cuento no me haya parecido muy bien estructurado, aún así pude sentir la buena pluma del autor. Especialmente en las descripciones del pueblito, muy logradas, aunque no siempre a cuento. Y esta última reflexión me lleva a la pregunta de qué quieres contar: la historia de un padre infantil e irresponsable que arrastra a su familia en un incesante periplo, la historia de una familia (o del niño) arrastrada por un padre irresponsable a una aventura no deseada, o la historia de Calera. Ya que efectivamente las descripciones del pueblo toman mucho espacio y me dejan entrever una tragedia en sí, sin colaboración externa de familias en crisis.

    En lo personal, yo pienso que la calamidad del pueblo se puede entrelazar perfectamente a la calamidad de esta familia itinerante; pero hace falta definir el foco, ¿quién es el protagonista: el padre, el hijo o ambos? Si son ambos quizás sería bueno exponer un poco más su relación dentro del cuento: se aman, se detestan, se admiran...Si sólo es uno de ellos, entonces éste debería tomar un protagonismo más claro y sus sentimientos deberían tener más lugar dentro de la historia, creo yo.

    Me tomé la libertad de hacerte algunas sugerencias en la primera página, tú verás si puedes hacer algo de ellas.

    Una última cosa, el pueblo se llama Calera y no Caleras.

    Un saludo cariñoso y hasta la próxima historia.

    Eduarda

    ResponderEliminar
  6. Me pareció la descripción de una historia de vida, mas que un cuento. Dura, con muchas imágenes, hasta dolorosa. Anduve buscando donde estaba Calera, en Chile. Yo conocía a las caleras que son relativas a la cal. Tu historia me conmovió.
    Cariños

    ResponderEliminar
  7. Hola, Marcos.
    He leído tu texto y creo que se le puede sacar más partido. Te ruego que no consideres mi opinión como una diatriba. Mi intención no es otra que señalar lo que considero erróneo, es decir, y repito, solo una opinión. No entraré en detalles, será algo muy escueto.
    Considero que el narrador testigo, y por ser un niño entonces, cuando sucedió todo aquello, conoce demasiadas cosas, muchos detalles que no debiera como para que pueda tomarlo como un narrador válido. No dudo que a los niños les dejaran estar entre los adultos, en medio de sus partidas y sus peleas, pero no me resulta creíble de la forma en que lo cuentas. No veo ningún gesto de complicidad entre padre e hijo, ni siquiera de enseñanza o desapego. No le dirige la palabra ni siquiera para una reprimenda, ni para descargar una frustración. Tampoco lo veo hablando de “una tanda de vagos inconsecuentes”,
    Por otro lado tenemos la parte descriptiva. Esta se pierde en nombres y lugares que no vienen al caso. No son lugares conocidos con los que el simple nombre nos pueda evocar alguna imagen para comprender mejor el entorno o la historia. Creo que sobran la mayoría.
    El tono: acepto de buen grado que cuando hablen los protagonistas lo hagan con los localismos típicos de sus tierras; con transcripciones literales del acento típico, pero al narrador no se lo puedo aceptar. Ese uso del lenguaje delimita mucho la cantidad de lectores que puedan disfrutar de tus escritos. Yo te diría que hicieras a tus narradores como si fueran catedráticos de la lengua.
    Y las comas, Marcos, mira que yo soy un negado para esto de las comas, pero están mal puestas dos de cada tres. Me gustaría tener algo de tiempo para poderte señalar, al menos, aquellos casos más llamativos. No descarto la posibilidad, pero no te lo puedo prometer.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  8. Gracias Pedro, muy buenas tus observaciones. En realidad el narrador no es un niño sino alguien que lo fue. Estos son una serie de cuentos enlazados unos con otros que escribí hace muchos años y los cuales he querido retrotraer precisamente para pesarlos y ver como reproyectarlos. Los de las comas, un fiasco. Por muchos años escribí cientos de discursos y mensajes para leer publicamente lo que me mal acostumbro a pausar para aquellos que me encomendaban los mismos sobre todo para aquellas personas que tenían dificultad para leer en voz alta. Ahora que tengo un impás laboral y que poco estoy escribiendo mensajes y cosas parecidas y que me estoy dedicando a escribir para mi es cuando estoy retomando las reglas gramaticales y peleando con las enseñanzas de la escuela de periodismo de la Universidad de Panamá en cuanto a abolir las comas por puntos y seguido. Mira si el mar de problemas que me cargo encima y más con las cosas viejas que un día escribí.
    No deseo que te conviertas en mi corrector gramatical pero los salvavidas que me tires por ahi aunque sea con regañotes y todo, te los agradezco de corazón. Anda viejo, que soy ya de cuero duro en estos de las críticas. Después de anciano, todas son bienvenidas
    Abrazos hermano
    Marcos

    ResponderEliminar
  9. Cuando escribo un cuento que tiene demasiada base en mis propios recuerdos, en los que tratas de narrar tus propias experiencias, es muy difícil tus sentimientos y esa necesidad de no dejarte nada separarlos del oficio de escritor que te obliga a crear una historia creíble y atractiva. Porque cuando te inventas la historia puedes realizar cambios para lograr que sea narrativamente interesante, pero cuando te quieres ceñir a unos determinados recuerdos repasas pensando en no dejarte ningún detalle sin pensar, a veces, en el suspense o en el ritmo narrativo.
    Este caso, que me ha ocurrido muy a menudo, creo que le ocurre a la historia de Marcos. Hay detalles sobre la situación de Caleras o sobre la fábrica de cemento que no tienen mucha relevancia y a ti te resultarán imprescindibles. Me encantaría leer el relato tras un repaso en el que probablemente decidas que este detalle debe quedarse pero puede que tú mejor quites algún otro dato.
    A veces leyendo el cuento me ha sentido algo perdido y hubiera preferido más detalle en la descripción y los por qués hacen lo que hacen tanto el niño como su padre.
    Evita algún calificativo muy vago, como en un momento en el que describes al rival del padre como alguien muy malo. Ese tipo de cosas pueden sacarte del relato.
    Como te digo, me gusta el relato pero creo que le falta mucho por pulir.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  10. Lo primero que me viene a la mente de aquel imborrable tiempo de mi niñez, es el polvorín que a su paso dejaba el camión que nos trasladaba desde “El Sol”. De aquel pueblo lejano en donde casi no alcancé a hacer amigos y que sin pena ni glorias quedaba atrás, inerme en el recuerdo y difuso entre la polvareda que anunciaba nuestra llegada a Caleras. (A esta oración le falta una parte. Anacoluto).

    Caleras es un poblado que está entre Valparaíso y Santiago de Chile.

    Cuando llegamos sofocados y con las caras pegajosas y sucias, me llamó poderosamente la atención (esta expresión es muy común, es preferible quitarle el adverbio y dejar: me llamó la atención) lo gris que se notaba todo.

    Las hojas de los árboles de tanta polvareda estaban grises. (las hojas de los árboles estaban grises de tanta polvareda) Tan grises, (la coma vuela) como las grises tristezas de mis grises días.

    En ese pueblo del puerto de Caleras, cual pila de agua bendita estaba una fábrica de cemento. (Los verbos ser, estar y tener son comodines, genéricos a los cuales recurrimos, en muchos casos, por pereza o comodidad. Sugiero encontrar el verbo exacto para cada oración. “se levantaba una fábrica / es un poblado que se extiende / de tanta polvareda se habían tornado grises)

    Al detenerse el camión, quise bajar de inmediato algunos de los pocos bártulos que como silenciosos fantasmas, (la coma vuela) nos acompañaban en cada mudanza. (Más que acompañarlos, los bártulos eran una carga inherente a su marginalidad. Iban con la pobreza a cuertas) Y me quemé los pies, porque ese piso estaba caliente. (En un poco obvio, ¿no? Yo diría “me quemé los pies de tan caliente que estaba el suelo”) Tanto o más, (la coma vuela) que el más caliente de los tizones de un candente fogón de leña. (La expresión no tiene fuerza, puesto que la has armado a base de redundancias, enrular el rulo sobre lo ya dicho. Propuesta: “Y me quemé los pies. El piso quemaba tanto o más que si caminara sobre brasas”) Mis pies estaban encallecidos para andar sin zapatos, pero no para pisar suelos tan calientes como ése.

    Y empezamos a descargar los utensilios. (El verbo empezar/comenzar también se nos convierte a veces en una muletilla. Sugerencia: “Descargamos los utensilios”) Yo pensaba que llegábamos a una casa, pero había un cuarto hecho nomás. Bajamos nuestras cosas y pusimos una carpa para poder pasar la noche, porque (los “porque” son explicativos, pueden reemplazarse en la mayoría de los casos por un punto y seguido, o por una coma) disponíamos de tan solo un cuarto de concreto armado. Un cuarto de esos que nosotros llamamos pandereta. Un cuarto rústico cuyo único techo al anochecer de nuestra llegada, estaba confeccionado de rutilantes estrellas.

    Al día siguiente y desde muy temprano, comenzamos a darle duro al trabajo, buscando terminar aquella construcción. Mi padre, (la coma vuela) era albañil, mecánico y carpintero. Sabía de zapatería y de un sin fin (¿sinfín?) de muchas otras profesiones. Aún así, siempre teníamos que estar de pobretes y de gitanos de un lugar a otro porque a él lo perdía el juego. Así que no acabábamos de instalarnos en un pueblo, cuando teníamos que saltar para otro. Huir de las deudas y de los líos a causa del juego. (Este corolario lo pone el lector)

    Cual grillos asustados brincábamos, ya que mi padre sin mucho esfuerzo, se buscaba serios problemas, por culpa del vicio de la apuesta y del vicio de la trampa. (Esto también se desprende del contexto)

    ResponderEliminar
  11. Está bien que quieras imitar la manera de hablar de tu amigo pero te vendría bien observar las recomendaciones que hace Dani.
    A mí me queda en el aire la relación entre padre e hijo. Por momentos no sé para qué elegiste un narrador en primera protagonista.
    Son sólo pareceres. Tal vez esté muy acostumbrada a los cuentos realistas en tercera persona. No sugiero que lo cambies pero que no los desperdicies

    ResponderEliminar
  12. Yo ya mandé mis impresiones a Marcos a través de los mails del taller, pero leyendo los comentarios que dejaron acá en el blog, no puedo dejar de dar mi opinion acerca de un comentario que se hizo acerca de el tono del cuento, de los coloquialismos y la neutralidad.

    En este cuento, considero que el narrador no puede tener la neutralidad de un catedrático de la lengua. Está escrito en primera persona, el narrador es personaje. A lo sumo, lo que se puede hacer es poner las expresiones "más" regionalistas en lengua de otros personajes... pero creo que el narrador tiene que conservar cierto tono regional y coloquial... si hablara como un catedrático, yo no me creería nada de lo que está contando.
    Supongo que todo reside en encontrar el equilibrio justo... en mandar "pinceladas" que den al cuento ese tono regional que le da realismo, sin hacerlo inentendible. En lo personal -y quizás es porque soy de un país vecino- no me resultó inentendible el cuento... salvo por dos o tres expresiones que no se qué significan.
    Ya hablé de otros temas por mail, no voy a repetirme acá... así que ¡Saludos!
    Mariana

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.