jueves, 1 de septiembre de 2011

El muerto, su madre y los detectives

Pandora

Cuando echamos a andar hacia el coche, el sol ya se había puesto. Cruzamos el cementerio tropezando, sin decirnos nada. Había varios centímetros de nieve en el suelo y continuaba nevando, cada vez más intensamente, como si no fuese a parar nunca. Llegamos al coche, nos metimos adentro, y luego, contra todas nuestras expectativas, no pudimos arrancarlo.
Miguel soltó una blasfemia. Yo no sabía si reír o llorar. Era de esperarse que el coche no arrancara, habíamos olvidado las luces encendidas y se había agotado la batería.
Sabía que tendríamos que volver a cruzar el cementerio, ir hasta la casa de la señora Poter y pedir que nos dejara usar el teléfono.
Aquel día por la mañana, Miguel me había llamado para informarme que tenía la dirección de la madre del muerto.

El señor Carlos Fernández García, profesor de derecho de la universidad de Oviedo, se había lanzado al vacío, sin razón aparente, desde la terraza de su piso en una sexta planta.
Desde un principio, el muerto, dio problemas. Primero a los peatones que tuvieron que rodear por la acera de enfrente. Luego a los comercios de este lado de la acera. Luego el forense, los investigadores, la policía, etc.
En la universidad no tenían más que esta dirección del muerto. No tenía familia, ni compañero o compañera de piso.
Se limitaba a levantarse por la mañana, ir al trabajo, volver a medio día para comer y volver al trabajo. Por la noche, llegaba en su piso, se hacía la cena y sin más demora se iba a la cama.
Era una persona totalmente solitaria. No tenía amigos, ni participaba de eventos sociales.
Mitad de la policía se había paralizado para encontrar un pariente y sí, encontraron a su madre; que vivía en un pueblo fantasma. Digo, pueblo fantasma, por que era la única moradora de un pueblo en ruinas. Hasta la carretera de acceso estaba cortada por desprendimientos.
Miguel me recogió en mi portal a las ocho y media de la mañana y viajamos siete horas para llegar a lo más cerca del pueblo fantasma donde vivía la madre del muerto.
Era invierno y nevaba constantemente.
Decidimos dejar el coche en la carretera y tomar un atajo. El antiguo cementerio del pueblo. Para cuando llegamos delante de la vieja mansión, mi reloj de muñeca ya marcaban las cuatro y media de la tarde, y mi estomago estaba reclamando algo caliente.
¡La mansión!; era una antigua construcción del siglo XVII o XVIII, en ruinas. Toda la parte oeste estaba derribada y se podía ver claramente el resto de una escalera suspendida en el aire y una puerta de madera oscura.
Entramos por el portón principal y caminamos hasta la puerta delantera.
Después de insistir en llamar al timbre y aporrear la puerta a golpes, alguien la abrió.
Era una anciana de pelo blanco y cara demacrada.
―¿Qué queréis? ―preguntó ella.
Di un paso al frente y saque mi credencial de la policía.
―Buenas tardes, somos los detectives Miguel y Ángela de la policía. Buscamos la señora Poter.
La mujer entrecerró los ojos para ver la credencial que pendía de mi mano. Luego me miró a la cara y me contestó que era ella misma.
―Venimos por un tema relacionado con su hijo. ―dije― ¿Hace cuanto tiempo que no ve a su hijo?
La anciana soltó la puerta y me dio la espalda, caminó con pasos lentos hasta el salón. Nosotros la seguimos de cerca.
―No sé. Ya hace tanto tiempo que Carlos no viene a verme que perdí la noción del tiempo.
Hasta el momento, Miguel estaba callado. Entonces tomó la delantera de la conversación.
―Su hijo se ha suicidado. ―soltó Miguel inesperadamente.
La anciana se giró con los ojos abiertos como platos.
―¿Cuándo ocurrió eso?
―Antes de ayer, por la noche. ―dijo Miguel― Se lanzó al vacío desde la barandilla de la terraza de su piso en Oviedo.
La señora Poter buscó un sillón para sentarse y tapó la cara con ambas manos.
―Sabía que esto iría a pasar algún día…
Me acerqué a la anciana y me agaché a su lado en un fallido intento de tranquilizarla.
―¿Sabe si Carlos tenía algún enemigo o alguien que quería hacerle daño? ―pregunté.
La mujer me miró con cara de espanto.
―¿Cómo alguien que vive en total soledad en un mundo perdido puede tener enemigos?
―¿Qué quiere decir? Explícate. ―exigió Miguel.
―Desde muy pequeño, Carlos era un niño muy solitario. Nunca tuvo amigos en el colegio y su adolescencia, la pasó encerrado en su habitación. Ya en la universidad, nunca tuvo novia, ni amigos, ni a nadie. ―hizo una pausa para tomar aliento― Me extrañó cuando me dijo que se iba a vivir al otro lado del país, que iba a dar clases en la universidad, pero no le dije nada. Hasta pensé que había por fin, encontrado una novia, pero fue peor porque se alejó aún más de mí. Sus visitas comenzaron a ser cada vez más escasas hasta que dejó de visitarme. Ya no me llamaba por teléfono, ni me escribía cartas, simplemente dejé de existir en su vida.
Cuando salimos de la mansión de los Poter, la noche ya se avecinaba. Había comenzado a nevar otra vez y con más intensidad.
Atravesamos el cementerio y allí estábamos, los dos, congelándonos de frío, pensando el volver a la mansión para pedir ayuda.
Fue la primera en salir del coche y sugerir que volviéramos a la mansión.
―Tal vez tendremos que pasar la noche allá, ¿pensaste en esta posibilidad Ángela? ―me preguntó Miguel.
¡Sí, lo había pensado! Sería una noche en una vieja y fría mansión, que se caía en pedazos, con una anciana que había acabado de perder a su hijo, al lado de un cementerio. La idea me parecía horripilante, pero era esto o pasar la noche en el coche.
―Volvamos Miguel, es mejor que estar aquí pasando frío. ―dije al final.
Volvimos sobre nuestros pasos y llegamos a la mansión. La señora Poter nos volvió a recibir de la misma forma, pero con una diferencia, ahora tenía la cara bañada en lágrimas.
Después de una sopa de repollo con zahorias, nos condujo a una habitación en la primera planta.
―Esta era la habitación de Carlos, es la única que se puede ocupar en esta planta que no presenta peligro. Si necesitáis algo, estaré en mi habitación, al lado de la cocina en la planta de abajo.
Miguel escrutó mi cara en busca de alguna pregunta o indicio de algo, pero no encontró nada.
―Dormiré en el suelo. ―dijo.
―No Miguel, esta casa no tiene calefacción, dormiremos más calientes si compartimos cama.
Así fue que, cada uno se acostó con la ropa interior bajo un montón de cobertores y colchas.
En medio de la noche desperté buscando el calor del cuerpo de Miguel. Y este debería estar soñando con alguna mujer, porque lo sentí excitado y con la respiración rápida.
Lo zarandeé para que se despertara, pero fue aún peor.
Miguel se dio media vuelta y me abrazó. Luego me clavó un beso en la boca, mientras que yo intentaba liberarme de sus brazos.
Era cómo si Miguel no fuera Miguel, sino otra persona. Sus manos, ágiles deslizaba por todo mi cuerpo y su boca buscaba rincones olvidados por mi.
Me encontré, de repente, deseando que Miguel no se despertara y siguiera hasta el final de su búsqueda, para tal vez, sólo tal vez, encontrar algo que yo misma había perdido.
Entonces, como por arte de magia, Miguel se tranquilizó. Su respiración volvió a ser normal, y su sueño plácido.
Volvió a darse media vuelta y siguió durmiendo.
Al día siguiente, despertamos con la señora Poter picando la puerta. La abrí yo.
―¿Sí?
―Están aquí los mecánicos. —me dijo.
—Ya bajaremos. Gracias. —le dije antes de cerrar la puerta.
Cuando me di la vuelta encontré a Miguel ya vestido, listo para bajar y marcharse de aquel lugar.
Así lo hicimos. Agradecimos a la hospitalidad de la anciana y volvimos a atravesar el cementerio. Una vez más el silencio pairaba entre nosotros.
Después de que los mecánicos arrancaran el coche y que ya estábamos en carretera de regreso, Miguel me preguntó si había pasado buena noche.
―La verdad es que no muy bien. ―dije, recordando lo ocurrido― ¿Y tú?
―Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba con la vieja, ya sabes, haciéndolo. Era más joven, pero era ella, la reconocí. Tenía un deseo descomunal por la mujer y era como si yo no fuera yo. Pero era yo. ¡Yo que sé!
No dije nada más el resto del camino. No quería que Miguel supiera que yo sabía lo que él había soñado anoche, ni que había disfrutado de su sueño perturbador.
Llegamos en comisaría, hicimos el informe y dimo por caso cerrado.

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