sábado, 17 de septiembre de 2011

Magenta (Ejercicio)

por Benita Lar

La letanía de un discurso presidencial la transportó a un lugar seguro. Así, María burlaba tanta tristeza, tan desolador desamparo se diluía en la cadencia monótona, totalmente ajena a su desgracia.
Solo había transcurrido una semana desde la muerte de su madre, la única que la separaba del título de huérfana. Con casi 35 años se sentía muy joven para quedar sola de padres, si bien no era una niña, se sentía como tal ante la pérdida de aquella quien le sacaba todo tipo de dudas domésticas.
Cada vez que necesitaba una receta de cocina, la llamaba; cuando no recordaba qué neutralizaba la mancha de tomate, la llamaba; cuando no recordaba el nombre de aquella tía lejana, la llamaba; cuando no recordaba el cumpleaños de su prima, la llamaba; cuando la extrañaba, la llamaba.
La distancia no es pérfida, lo terrible es no poder ver a los que se ama en cualquier momento que se desee.
Le avisaron que su madre se había descompuesto, que necesitaban que viajara. Lo entendió antes que lo tradujeran en palabras; acababa de quedarse sola en el mundo. Ese viaje de quinientos kilómetros se hicieron eternos. No lloró durante el trayecto, sentía la calma chicha, presentía la tormenta de emociones pero aún no quería darle rienda suelta.
Cuando llegó, la esperaban sus tías y primas, no hicieron falta palabras, solo se abrazaron y lloraron.

Su madre era joven, y joven se había quedado viuda. Conoció a su esposo de niños y solo se separaron lo suficiente para que él cursara su carrera en gendarmería. Se casaron cuando era un oficial, la condición intrínseca de esa carrera era que lo trasladarían a distintas provincias limítrofes con otros países, solamente se apresuró lo obvio, ellos estaban destinados a vivir juntos; cuando formó parte del cuadro mayor lo dejaron fijo en esa lejana provincia que vio a María hacerse adolescente y adulta.

Cuando se fue a estudiar a otro lugar, se quedó allí; antes de recibirse consiguió un trabajo que la sedujo y la monopolizó hasta ese momento.
Legalmente tenía dos días de permiso por duelo, pero formaba parte de esa empresa hacía muchos años, le dijeron que se tomara todo el tiempo que necesitara.
Ella no pensó quedarse mucho tiempo en esa vieja casa, pero la soledad la absorbió rápidamente. Sus tías y primas la acompañaron por tres días, pero no podían hacerlo más, tuvieron que seguir con sus vidas; la vida de ella ahora estaba estancada. Se sintió asaltada por un sentimiento de desorientación. No alcanzaba a comprender como el resto del mundo podía seguir su curso normal mientras ella cerraba un capitulo central en su vida. No podía dejar de llorar porque nunca, jamás, nadie en lo que le quedaba de existencia la amaría como lo había hecho esa mujer que hasta hacía una semana se reía a carcajadas por las disparates que le contaba por teléfono. Nadie recordaría sus travesuras infantiles, nadie le heredaría “secretos de familia”, ninguna persona en este mundo la amaría como la que le dio de mamar. No podía dejar de llorar.
Cuando el cuerpo ya no podía dormir más, cuando no podía estar más triste, inició otra parte del duelo, poner las cosas en orden. No podía darse el lujo de viajar frecuentemente, por lo que debía organizar la venta de la casa, desocuparla y dejar un encargado. ¿En quién podría confiar? Hacía demasiado tiempo que se había desconectado de cualquiera que la haya conocido en ese lugar. ¿En quién podría confiar?
¿Debería vender la casa?. Sí, definitivamente, su vida estaba a quinientos kilómetros.
Comenzó a deambular recorriéndola, era pequeña pero cómoda, hasta tenía un cuartito extra para las cosas en desuso. Muchas veces discutía con su madre pidiéndole que tirara cosas, que no necesitaba las “Burdas” de los años setenta, aunque la moda se reciclara, nadie se hacía vestidos como aquellos. Le rogaba a su madre que dejara de comprar ollas y utensilios, que ordenara todas sus pinturas, elementos para hacer tarjetas españolas, sus lanas y telares; caso perdido, su madre vivía como su madre quería; ahora le tocaba a ella tirar sus tesoro.
No era tarea fácil, pero ¿dónde lo pondría si no lo tiraba o regalaba? En la tristeza también tuvo que ser lógica, debía deshacerse de todo. Comenzó separando las cosas que creyó que a sus familiares les gustaría tener, hizo infinidad de llamadas, tanto para ofrecer los vejestorios como para no sentirse tan sola en la tarea.
Se agotaba fácilmente, no era solamente separar, cada vez que levantaba un objeto, más allá de su peso específico, tenía el peso de una anécdota o de mil historias. A veces se sentía vencida por semejante labor. En esos momentos se sentaba en su viejo sillón y encendía el televisor, otras chequeaba sus correos en la computadora o simplemente retomaba el macramé que su madre había dejado inconcluso. Fueron días de picoteo, días sin rumbo abrazada por los recuerdos. No tenía ganas de seguir, no tenía ganas de quedarse, no quería irse, no quería olvidar definitivamente todo, su madre se había ido, pero nunca estuvo más presente.
     Un tarde se levantó de la siesta, todavía apretaba el calor, abrió todas las puertas y ventanas, puso a funcionar el ventilador de techo y encendió la radio. Se metió decidida en el cuartito y comenzó a sacar casi con urgencia una montaña de cosas. Se detuvo cuando pudo desentrañar la estantería que era el nicho original del cuarto. A la altura de sus ojos vio una caja forrada con papel de “Sarah Kay” y un rótulo: “NO TOCAR – COSAS DE MARÍA”.
     Sonrió ante tamaña ingenuidad, creer que un rótulo podría detener la curiosidad de una madre merecía el mayor premio a la candidez. Ella misma había olvidado esa caja que se veía pequeña, aunque la última vez que la tuvo en sus manos era tan inmensa como su mundo. No recordaba qué había guardado, la sacó como si fuera de cristal, la depositó sobre la alfombra que tejió su madre y que reinaba sobre el pasillo; tomó aire y destapó su niñez.
Sonreía con cada objeto, con algunos su sonrisa se elevaba a carcajadas preguntándose ¿porqué lo habría guardado?, los sacaba y los depositaba alrededor. En el fondo, cuando casi toda su niñez había pasado ante sus ojos, lo vio, manteniendo el aliento lo sacó, sopló el polvo añejo y aspiró su olor. El diario estaba como lo dejó, con el cerrojo echado y la llave colgando a un lado, realmente éste era el primer premio, el rótulo era el segundo.
     Estaba indecisa, no sabía si quería leerlo, la terminó de decidir un bloque en la radio que sonaba de fondo, se lo habían dedicado a Nino Bravo, el ambiente estaba listo para volver a los setenta. Abrióo la tapa y fue asaltada por su letra infantil, con tachaduras, descuidos y pegotes de todo tipo.
“Querido diario:
     Hoy es sábado, vos sos el regalo de la mamy y el papy por mi cumpleaños. Les supliqué para tenerte, me miraron raro, como no entendiendo cuál era la urgencia, ni me acuerdo qué les dije, pero los convencí,  nunca les podría entristecer diciendo que me siento demasiado sola. Bueno, ahora te tengo. No me siento más sola.
     ¿Porqué siempre se escribe: ‘Querido diario’ ? ¿A quién se lo escribo? Espero que nunca nadie pueda leerte, me moriría de vergüenza.
     Estamos en verano, hoy es 30 de diciembre de 1972, ya mañana vamos a viajar a Bernardino a festejar fin de año, nos vamos a quedar a dormir allá y viajaremos de regreso recién el primero a la noche.
     Creo que me cumplieron el deseo del diario porque nos estamos por mudar de nuevo. Parece que no les interesa lo que yo quiero, no les interesa si no tengo ninguna amiga, solamente compañeros de colegio que cambio cada tres o cuatro años. En realidad, yo tampoco le doy mucha bola, siempre espero con conocer la nueva casa, el nuevo vecindario y la nueva maestra, pero ya me estoy cansando.
     Bueno, después te cuento cómo pasé la fiesta.
     Chau.”
    
Leyó y leyó, casi estaba oscureciendo, seguía sonando Nino, ensoñada estaba cuando se llevó tremendo susto por un terrible griterío de gatos. Sobresaltada giró y vio una sombra por una de las ventanas. No se creyó en peligro, pero se dio cuenta que ya era hora de cerrar la casa, aunque fuera un barrio tranquilo, no había que llamar la desgracia.
     Se preparó algo para comer y se acomodó nuevamente, anticipando el placer de leer esa vida, que sin ser interesante, para ella era un re descubrimiento. Había hechos y sucesos que habían caído totalmente en el olvido, casi era una historia que jamás había escuchado.
     Siguió pasando hojas y hojas, días y días, ya casi la había vencido el sueño cuando leyó.

“Querido diario:
     ¿Adiviná? Pasó lo que dije, nos cambiaremos. Te escribo solamente esto porque ya la mamy está loca con que debo ordenar ¡YA! y empacar todo como si saliéramos disparados mañana, ¡siempre tan exagerada! Así es que no sé cuándo voy a volver a escribir. Luego te cuento cómo es la casa y todo.
     ¡Ah! Me olvidaba, hoy es 13 de marzo de 1973. De ahora en más voy a escribir la fecha en el costado derecho como me enseñó la Señorita Tere
     Chau”.

“16 de abril de 1973
Querido diario:
     No es que te haya olvidado, perdoná. Como te dije, nos cambiamos, ahora estamos a dos horas de distancia de mis tías y primas, mi madre está feliz, puede visitar a su familia con más frecuencia.
     En otro momento te cuento cómo es la casa, hay dos cosas que quiero contarte urgentemente.
     Estábamos tendiendo la cama con la mamy cuando escuchamos por la radio ‘En Villarrubio, en una curva en la que ese mismo mes había sucedido un accidente mortal, el vehículo BMW 2800 conducido por el cantante Nino Bravo se salió de la carretera y dio varias vueltas de campana. El cantante murió camino al hospital de la capital Española”.
     Se murió, ¡Nino Bravo se murió!, se murió.
     Me quedé paralizada, casi pude sentir lo que le pasa a la señora vecina.
     Esa era otra cosa que quería contarte. Hace una semana, o más, llegó a la casa vecina la hija de la señora. La señora falleció y vino la hija de no sé donde. Estuvo los primeros días con otras mujeres, imagino que familiares, pero luego se quedó sola.
     La mamy le fue a dar el pésame pero no quiso que yo fuera porque dice que esas cosas no son para que estén los niños. Pero yo vi todo entre las hojas del ligustro, alcancé a escuchar que solo se iba a quedar unos días más.
     Nunca había tenido cerca de alguien que perdiera su madre. La veo caminar como perdida, la he visto llorar mucho, a veces se queda hasta tarde y como mi ventana da a su patio trasero, la veo que se sienta mirando al cielo. Es una mujer grande, casi tanto como mi mamá, pero me da mucha pena, a veces me dan ganas de ir a saludarla, pero no sabría qué más decirle.
     Hoy a la tarde crucé la cerca, ella había abierto toda la casa y yo estaba aburrida sin hacer nada. Se metió en una piecita y comenzó a sacar un montón de cosas viejas, luego se arrodilló en el piso y comenzó a leer un libro. En eso empezó a cantar por la radio ¡Nino Bravo!, me largué a llorar como una tonta, no sé si porque esa señora perdió a su madre o porque se murió mi cantante favorito, pero lloraba sin parar, creo que hasta hice ruido y casi me orino encima cuando dos tontos gatos se agarraron a pelear. Enseguida salí corriendo, creo que la señora no me vio, pero si lo hizo, espero que no le diga nada a la mamy
     No termina todo ahí, creo que lo peor pasó cuando me fui a bañar, quise sacarme la cinta magenta de la trenza y ¡la había perdido!, me quiero morir, me la regaló la Naty para fin de año, es divina, es suavecita y es larga para hacerme un moño, además es mi color preferido. ¡Me quiero matar! No puedo ir esta noche porque la mamy no me deja salir, pero apenas me levante mañana voy a revisar el patio del la vecina, quizás en la escapada se enredó en las plantas.
     Hoy fue un día para olvidar.
     Mañana te cuento.
     Chau”

Cuando María terminó de leer esas hojas no alcanzaba a entender. Esa tarde había estado escuchando a Nino Bravo, la casa estaba abierta, la asustó una pelea de gatos y creyó ver una sombra. No, la soledad la estaba volviendo loca y elucubraba mágicas apariciones de niñas del pasado.
Mejor se iba a bañar para sacarse la tierra de encima y a descansar, mañana sería otro día.
María durmió el sueño de los justos, el cansancio y tanta emoción la habían agotado, pero se despertó sobresaltada, si mal no entendía ese día era 17 de abril, un día después de la última entrada del diario.
Se levantó urgente, se vistió y fue a la cocina, cerca de la ventana donde ayer había escuchado ruidos.
Se quedó en silencio, no hizo ni un ruido ni se movió. A los diez minutos escuchó un murmullo de hojas que se fue acentuando. Casi con miedo se fue asomando lentamente al rellano.
Ahí había una niña, la miró con enormes ojos, le sonrió y le dijo “perdón señora, se me había perdido la cinta de mi pelo” y con su manita le mostró una suave larga y hermosa cinta magenta.

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