jueves, 1 de septiembre de 2011

Llamada desde el Paraíso


Dagoberto

Para Berta desde hace algún tiempo, la vida no era tal; los días no los vivía, los sobrevivía; éstos no pasaban, ella los sufría. Desde que se enteró de su  mal, su existencia fue gris, triste, sin esperanza; muchas ocasiones, cuando la desesperanza la invadía, se imaginó que así se sentían los sentenciados, que esperan su final, en las celdas del corredor de  la muerte.
Ella padeció los últimos dos años una grave enfermedad; además de sufrir los dolores propios del mal, tuvo que soportar el sufrimiento sicológico; esto quizás fue lo más terrible: saber que la enfermedad iba minando su organismo y que de tocar algún órgano vital, podía ponerle fecha final a su existencia.
El físico de Berta daba cuenta de esos tiempos de sufrimiento; su rostro se veía atormentado, se había olvidado de reír; sus facciones adustas, de frente ceñuda y sus ojeras pronunciadas denunciaban penas y lágrimas escondidas; las profundas arrugas que surcaban su rostro parecían contar cada día de padecimiento.
Esa tarde el infortunio le dio un respiro: el médico le comunicó que la enfermedad había desaparecido de su cuerpo. Sin embargo, la paz y felicidad duró muy poco para Berta; a los tres meses, Ángel, su esposo, un cincuentenario aparentemente sano, falleció repentinamente;  un ataque al corazón lo sorprendió durmiendo. Aunque pudo llevarlo al hospital de emergencias, llegó cadáver. 

Esa misma tarde, Jimena recibió la noticia de boca de Javier, su esposo. Al enterarse se puso   más que feliz, inmensamente feliz; haría el viaje tantas veces soñado: por fin conocería Miami. Se acostó imaginándose en alguna playa de arena blanca y aguas turquesas, tendida bajo la sombra de las palmeras y bebiendo algún trago exótico. Él viajaría en viaje de negocios, Ella lo alcanzaría días después de que él se instalara. .
El lunes, ya instalado en el hotel “El Paraíso”, Javier muy entusiasmado y algo distraído, tomó el teléfono para llamar a Jimena; con la otra mano sostenía una guía de turismo y revisaba las atracciones de la Florida. Marcó el número. Una voz femenina, un poco apagada, contestó; la comunicación no era nítida, había interferencia. Sin embargo comenzó a hablar y no se detuvo un solo momento: Amorcito ya estoy en El Paraíso, es el lugar perfecto; tiene todas las comodidades que esperaba: sauna, masajes, piscinas, gimnasio, restaurantes, salida a la playa desde las habitaciones...El administrador Pedro es muy amable; le he contado que te encanta el sauna y los masajes; ya tengo buenos amigos; para tu llegada el próximo sábado te han preparado una recepción especial…”
Al oír estas últimas palabras, Berta soltó el fono y cayó de espaldas pesadamente sobre el piso.
Luego de terminar la frase “para tu llegada el próximo sábado te han preparado una recepción especial…”, Javier preguntó: ¿Qué te parece querida?. Al no obtener respuesta, repitió la pregunta. Como tampoco tuvo respuesta, colgó y marcó nuevamente el número de su casa;  una voz femenina muy fresca y animada, le contestó. La comunicación era  bastante buena, la voz se sentía nítida; entonces volvió a preguntar: ¿Amorcito qué te parece lo que te he contado del hotel? —.
Javier, recién llamas, no me has contado nada contestó Jimena.
Antes de cortarse la comunicación te he dado detalles de las instalaciones del hotel y de la bienvenida que te darán cuando llegues replicó Javier.
Javier, recién te comunicas conmigo —insistió Jimena.
¿Entonces con quién estuve hablando todo ese tiempo? preguntó  Javier.
Minutos después de su caída, Berta recobró el conocimiento y se puso de pie con mucho esfuerzo; los dolores  en la cabeza y la espalda fueron desplazados por una gran perturbación.
Al levantarse, vinieron a su mente las últimas palabras de su esposo:Nunca te olvidaré; desde el lugar donde esté, te estaré cuidando y haré todo lo posible para comunicarme contigo.
Convencida de que esa llamada era el cumplimento de la promesa, y que eran sus últimos días de vida, Berta decidió poner todos sus asuntos en orden antes de partir: acudir a una notaría para dejarle en herencia a sus hijos las propiedades que le dejó el esposo, vender el auto y obsequiar algunos artefactos y muebles a algunas vecinas.
Sus dos hijos vivían en España; él en Barcelona y ella en Madrid; ambos con matrimonios felices e hijos pequeños. En ese aspecto, el familiar, Berta estaba tranquila. Aunque hubiera preferido ver por  última vez a sus hijos y nietos, sabiendo que no era posible, decidió llamarlos a ambos un día antes del día señalado; los llamaría el viernes en horas de la tarde.
Dejó en herencia a su hijo la casa que ocupaba, y una casita de campo, en las afueras de la ciudad, la puso a nombre de su hija; entonces vendió el auto y algunas joyas, abrió una cuenta de ahorros a nombre de la hija y depositó el dinero obtenido. Obsequió los muebles y artefactos eléctricos a las vecinas; se quedó con una refrigeradora, su cama y una mesita de noche. A la vecina más cercana le entregó dos mil dólares y le dijo: Úselos solamente cuando la situación lo amerite. La intención de esta entrega de dinero era que la vecina asumiera los gastos de su sepelio, si es que sus hijos no pudieran viajar a darle el último adiós.
Durante esos cinco días, lo que la intrigó más era saber cuál sería la causa de su muerte programada para ese fin de semana.
El viernes Berta llamó a sus hijos; habló largamente con cada uno de ellos; estuvo muy cariñosa y pidió hablar con sus nietos. A ambos muchachos les pareció extraña la llamada, pues ellos eran los que la llamaban todas las semanas. Por la noche, luego de revisar las fotos del álbum familiar, se acostó antes de las diez; pero no pudo conciliar el sueño, sólo dormitó ligeramente por cortos períodos. Impaciente vio como avanzaban lentamente las agujas del reloj; una sensación extraña la invadió, mezcla de alegría, porque se reuniría con su esposo, y de temor, por enfrentarse a lo desconocido. Las doce campanadas del reloj que marcaban la llegada de la medianoche la hicieron sobresaltar y bajó de la cama. Esperando la hora de la partida, inició una caminata impaciente  por el cuarto; pasaron los minutos y dieron la una de la madrugada, las dos y las tres; y así pasaron las horas del sábado y así pasó el domingo… y el lunes… y  hasta el día de hoy…Berta sigue esperando.

1 comentario:

  1. Un escrito ameno que requiere que el lector no se distraiga. Con un toque de finísimo humor negro, uno termina compadeciendo a Berta, crédula o hipocondríaca.
    Me agradó mucho, Dagoberto. Felicitacione
    Cris-Argentina

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