sábado, 20 de agosto de 2011

¡Ascensooor! (ejercicio)

         Mirta

Un ligero taconeo resuena en el piso cinco del edificio Emperatriz. Mara corre hacia el ascensor tratando de sostener las carpetas, que en el apuro no alcanzó a colocar dentro del portafolio. Una mano se interpone en la puerta impidiendo que se cierre hasta que la muchacha llegue.
Cuando entra, apenas esboza un saludo a la vecina del C que en un rincón sostiene una bolsa de compras junto a sus rodillas. Guarda el celular y los papeles, corre el cierre y cuelga la correa de su hombro. Luego gira para ponerse frente al espejo. Se acomoda el cabello y lo sujeta, como al descuido, con un broche al tono de su ropa oscura; retoca el rouge,  se coloca anteojos de sol y sacude una invisible mota de polvo de la ajustadísima pollera azul.
Junto a la botonera de la entrada, Sergio la observa divertido mientras mueve los labios al ritmo de una canción ininteligible que escucha desde sus auriculares. Viste ropa deportiva y a sus pies descansa un bolso con raquetas.

Al llegar al tercer piso las puertas del ascensor se abren y se cierran varias veces, cambia de dirección subiendo dos pisos, pocos segundos después, se detiene bruscamente dejando por un momento la caja a oscuras. Un chillido agudo se escapa de la boca de la señora del C mientras suelta la bolsa con las naranjas que le lleva a su amiga del primer piso. La carga redonda, fría y jugosa se desparrama en la oscuridad tocando los pies de los ocasionales compañeros de viaje. Con las puntas afiladas de sus zapatos, Mara aleja la fruta de un puntapié, justo en el momento en que la luz de emergencia se enciende.
Los minutos pasan y el cubículo continúa quieto, tan quieto como la rubia mujer de las naranjas que parece haberse pegado a la pared del fondo, apoyándose con fuerza sobre la espalda. Sus enormes ojos azules están muy abiertos, fijos en la puerta, tiene los labios entreabiertos y temblorosos, la piel pálida con pequeñas gotas de sudor que le cubren la cara y los nudillos blancos de tanto apretar los puños. Mara en cambio está inquieta, se pasea en el poco espacio libre, mira la hora, refunfuña, inspira y suelta el aire con un soplido exagerado, y vuelve a mirar el reloj una y otra vez.
Sergio se sienta en el suelo y tomando las dos naranjas que rodaron hasta sus pies improvisa malabares tirándolas hacia arriba con total habilidad. Por un rato sólo se escucha el sonido de la fruta que cae sobre sus manos y los golpeteos que a manera de descarga hace Mara con los tacos.
—¿Qué tanto apuro tienes? Hoy es sábado— le dice Sergio cuando la muchacha mira su reloj por enésima vez.
—Pues será sábado pero yo tengo una reunión a las diez y media, un almuerzo de trabajo a las trece y una cita en la peluquería. Aparte, debo hacer las compras para la semana porque mañana iré a visitar a mis padres y no podré hacerlas; tengo que hablar a la clínica para ver como salió la operación de la mujer de mi jefe y cancelar sus citas de toda la semana— le dijo con ampulosos movimientos de brazos como para remarcar la importancia de sus ocupaciones.
—Se ve que eres muy organizadita— concluyó Sergio socarronamente.
Ella hace caso omiso y se pone a mirar hacia el techo, ahueca sus manos y grita—¡Asensooor!¿Hay alguien ahí?, la señora rubia la acompaña diciendo— Estamos atrapados.
Desde el suelo, el deportista aprovecha la oportunidad para observar las piernas de Mara y subir despacio la mirada, como si se tratara de un escáner, concluyendo con un franco gesto de aprobación.
—Tranquilas— ya nos van a sacar— les asegura, hablemos un poco para distraernos hasta entonces.
—Yo realmente no tengo más tema que mis compromisos. No me gusta ser impuntual y este percance altera mis obligaciones— dijo la muchacha.
—¿Te gusta ir a bailar?¿Haces deportes? ¿Qué música escuchas?—inquiere Sergio tratando de conversar.
—No bailo. Escucho música según mi estado de ánimo y voy una vez por semana al gimnasio, casi como obligación. Te repito, no puedo permitirme perder el tiempo, tengo una agenda muy nutrida con mi profesión.
Sergio sigue jugando al malabarista con las naranjas sentado en el suelo mientras murmura— Muuy organizadita…
—Ascensooor!—Grita Mara haciendo bocina con sus manos.
Casi como respuesta se escuchan voces desde el exterior que preguntan quienes son los atrapados.—Yo soy Mara, vivo en el quinto B, está además mi vecina del C y…—Sergio, del octavo— responde el muchacho.
—Sobre el techo hay un operario trabajando y en breve los va a ayudar a salir. ¿Hay alguien herido?.
—Todos estamos bien— responde la muchacha— pero apúrense, tengo muchas cosas que hacer.
—¿Tienes auto?— le pregunta de pronto Sergio, ¿Se te ha trabado el automático de la cochera? Pienso plantear eso en la reunión de Consorcio el Lunes, además he visto algunas manchas de humedad…— ¡Y el portero!¿Has visto lo que hace?— interrumpe Mara.
En ese instante se abre el techo y aparece el rescate diciendo ¿quién sube primero?
—La señora— decide Sergio, venga que la ayudo.
Una vez debajo de la abertura, la levanta de la cintura para que el rescatista pueda tomarle las manos. Mara junta las naranjas y las pone en la bolsa para alcanzársela a la vecina, mientras él trata de concertar una cita: — Tomamos un café y me cuentas del portero para ponernos de acuerdo para la reunión del lunes. Debemos aliarnos si piensas ir en su contra …
—Si, le dice Mara, a ver, puede ser hoy a las veinte, antes imposible, podemos conversar en el barcito de enfrente sólo media hora, porque hoy me acuesto temprano para salir mañana a la madrugada. ¿Puedes?
—Yo no tengo problemas, asegura Sergio colocándose los portafolio de la muchacha en el hombro y levantándola de la cintura.
—A las veinte entonces, ni un minuto más tarde— le repite ella mientras se prende de las manos del operario y balancea sus piernas tratando de subir.
A las veinte— dice Sergio mirando cuanto puede, seré puntual, le grita cuando ella se aleja, y murmura en un susurro de ojos entornados:¡Cuánto me va a gustar desorganizarte!

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